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Marcelo Mellado | Óscar Barrientos Bradasic | Autores |



 







Poetastros y bibliotecarios salvajes
(Presentación de la novela La provincia de Marcelo Mellado)

Por
Oscar Barrientos Bradasic




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El llamado Fénix de los Ingenios, Lope de Vega Carpio, prolífico poeta y dramaturgo del Siglo de Oro español, creador a la sazón de más de novecientas comedias y transgresor decisivo en las leyes del teatro, construye una trilogía que suele denominarse en crestomatías y estudios críticos como los tres dramas municipales, constituidos por Peribáñez y el Comendador de OcañaEl mejor alcalde, el rey y Fuente Ovejuna, esta última, una inolvidable obra teatral donde un pueblo cordobés (en aquel tiempo extremeño)  derriba los falsos muros de una institucionalidad corrupta y derrocan al Comendador Mayor de la Orden de Calatrava siguiendo el precepto de lo colectivo: "Haciendo averiguación/ del cometido delito,/ una hoja no se ha escrito/ que sea en comprobación;/ porque, conformes a una,/ con un valeroso pecho,/ en pidiendo quién lo ha hecho/ responden: Fuenteovejuna"

En la filosofía política de Lope el monarca recibe el poder de Dios y a su vez encomienda a una nobleza intermedia el buen gobierno de las comunidades. La cadena se rompe cuando esa clase política que no es la realeza pero tiene su venia para ejercer el poder, se contamina de vanidad y descomposición, de nequicia y crueldad hasta tiranizar a sus súbditos. Como pocos, Lope sitúa el drama municipal en el plano de la comedia, el ditirambo, el carnaval y hasta en una suerte de humorismo sangriento, donde la voz popular se encarga de recordar al rey sus sagradas obligaciones y cobrar justicia con los tiranuelos que construyen tendenciosamente la idea de comarca o municipio.

¿Se podrá establecer un parentesco, aunque sea por esas inextricables redes y marcos teóricos que usan los tesistas, entre esta arista del arte nuevo de hacer comedias y la noción de novela municipal que establece el escritor Marcelo Mellado? Asumo la respuesta como  afirmativa, en tanto provocación para caracterizar la obra de un compañero de ruta que ha hecho de la razón municipal un piquete de avanzada, un método de comprensión del territorio y hasta una especie de clima filosófico, en obras tales como El Informe Tapia, La Hediondez, en las curiosas idas y venidas de Madariaga, y por cierto, en la novela que hoy nos convoca, La provincia, reeditada de manera impecable por Cuneta editores.

Desde los tiempos en que lo conocemos como integrante activo del Colectivo Pueblos Abandonados sabemos de su permanente tentativa por insertarse en los micropoderes edilicios, en la travesía conceptual de los poetastros impostores y los bibliotecarios salvajes, en el juicio crítico a quienes  han convertido el borde costero en vertederos de sus propias justificaciones y renuncios, sus emprendimientos oscuros, sus neoliberalismos de gato de campo y stalinismos rascas,  con la lógica alcaldicia que coloca el ego y la democracia intrigante en el centro del problema, siempre en menoscabo de la voluntad ciudadana transformadora. En eso, la apuesta de Mellado se nutre de la batería exponencial del colectivo abandónico, los cuales recientemente tuvimos nuestro congreso deliberativo en el mes de marzo.

La novela que hoy presentamos es un libro y un fragmento del litoral, es una épica de la erosión, el gesto fallido de las Bellas Letras en el eriazo de una república que se indigestó en el banquete del neoliberalismo. La provincia es la activación de un sistema retórico y sus personajes, seres degradados al borde del Diabolus et machina, ya que como el mismo Mellado lo ha planteado, la novela municipal es uno de los productos cardinales del Colectivo Pueblos Abandonados.

Casi siempre San Antonio es el lugar esencial, no sólo por ser la distopía costera del puerto saqueado, plan regulador de la perversión de la derecha y la concerta, enclavado en una costanera que se halla entre el mall y mal, si nos atenemos a la insinuación bíblica que el océano es la cuna del riesgo, un motor caótico por donde respira una pulsión que no siempre es de este mundo. De esta forma, el megáfono como el parlante supremo de una histeria colectiva o la parrilla como dispositivo gastronómico- retórico casi como el género fundante de la tertulia provinciana, se aparecen en tanto actores imprescindibles en el estado del arte, ya que en esta narración, el lenguaje funciona como un personaje, más que como un trasfondo discursivo.

En la provincia, Rogelio Rojo es un paseante, una reliquia de la utopía política vetusta que se interna en las calles de Toñito Santo, en Barrancas, la Maestranza tan evocativamente nerudiana hasta encontrarse con Perpetua, casi desnuda, con su impermeable. De ahí, la señera aparición de Eulogio Bolla,  el diletante y megalómano personaje que encarna proyectos tan absurdos como irrealizables.

La narrativa de Mellado que bien podría clasificarse en algo que habitualmente se denomina literatura de ideas, da cuenta de la institucionalidad nefasta que corroe los territorios, aquellos espacios lejanos al centro metropolitano donde el saqueo y la gula extractivista adquiere una dimensión mucho más voraz en relación tanto con el capital económico como simbólico. Así logra plasmarse de manera elocuente en el sector referido al Carnaval Poético Municipal donde lo lacerante interpela esa risa sin alegría, esa estocada sorpresiva de la parodia, francachelas con declamadores y harina de pescado.

“El mar humano llega en tropel a pesar de que la organización había planificado una llegada carnavalesca pero ordenada, o sea, tipo desfile bullanguero. Está encargado de bendecir el evento un vate olímpico que jubila de funcionario público en la zona y que fue convencido por la productora para que asistiera, sólo en ese tramo”

La novela por momentos remite a la célebre tradición de Lastarria y su Don Guillermo, pero esta vez, la personificación del mal es la fetidez de un país que reproduce el descampado semántico en sus provincias, regionalizadas desde la bota militar y luego diseñadas para programas como Lugares que hablan o Chile conectado, bien pintoresquistas para el televidente bienpensante, el urbanista cool, el mochilero santiaguino pasado a cosmovisión, todos quienes buscan fragmentos de lo prístina y lo típico en las regiones derruidas por la razón municipal.

Y es quizás, en esa dimensión, en el corazón mismo de la causa constituyente, que la novela de Marcelo Mellado cobra una vigencia inusitada, una particular mirada de los territorios no metropolitanos habitualmente excluidos, obliterados o soslayados en un canon, el que emana de los pueblos abandonados, las aldeas siquiátricas, las caletas convertidas en basureros, en las sucursales de don Sata.

Si en El Arte de la Palabra, la infrecuente novela de Enrique Lihn se imagina un congreso de escritores en la bananera república de Miranda, donde los cultores de la palabra construyen una cháchara infinita que puede aglutinar un universo retórico desde lo que se dice en una Junta de Vecinos hasta la sobremesa en el Rotary Club, Mellado ensancha y complementa ese paradigma, deconstruyendo la jerga discursiva edilicia, el marco teórico del urbanista y el documentalista que se solaza en las ruinas, aquella oratoria que convirtió nuestras provincias en museos sin presupuesto y patios de comida. “Y el techo de coirón y el cielo de cañas, e ir recogiendo por los caminos todos aquellos elementos que nos puedan servir para hacer una construcción brutalmente innovadora, y mezclar materiales nobles con desechos ordinarios, he ahí la clave del diseño”- dice uno de los personajes.

De ahí que las fuentes conceptuales y bibliográficas de las cuales el compañero Mellado echa mano, inscriban La provincia es una tradición cultural muy amplia y hagan de su estilo, una narrativa alejada de la autoficción, del yo hipertrofiado, del ombligismo que impera en nuestras letras, incorporando los soportes territoriales como piquetes de avanzada en la controversia y la tragedia nacional.

Así veo yo, la sorprendente belleza y potente lucidez del universo melladesco. Como toda buena literatura, una invitada incómoda en los salones y cenáculos, o en su efecto, ese arte nuevo de hacer comedias donde los municipios son maquetas del infierno o los Palacios Presidenciales, alcaldías que no deberían olvidar los reclamos de Fuente Ovejuna.

 

 



 

 

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