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Marcelo Mellado: "No hay nada más real que la ficción"
"Monroe", Hueders, Santiago, 2017. 125 págs.
Por Roberto Careaga C.
Publicado en
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 27 de Agosto de 2017
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Antes de partir, Conrad echó en su equipaje una tortilla, algo de charqui, queso de cabra y una bota de sidra. También llevó armas: su revolver Colt, el rifle Winchester, un machete y un potente arco hecho de luma y mañío. Luego se subió a la canoa y avanzó tranquilo por el río Enano. Hijo del cacique Huenteo, Conrad emprendía un viaje marcado por el destino: iba a enfrentarse a Ciudad Caníbal, la capital administrativa de Monroe y arrasador poder de las culturas ancestrales. Conrad, elegido por los viejos sabios, sale a la insurrección. Se trata del comienzo de una odisea en un territorio de ficción donde se cruzan leyendas de diferentes épocas y en la que un héroe mítico lleva la estrella del triunfo. Es una fantasía improbable que toma realidad en manos del escritor aparentemente menos indicado, Marcelo Mellado.
El libro se llama Monroe, como el país del héroe Conrad, y es una novela de aventuras en el límite de lo fantástico que, estéticamente, está en el extremo opuesto de Informe Tapia (2005), el más clásico texto de Mellado: si ahí sintetizó un estilo sarcástico en torno a los circuitos del poder burocrático de provincia, acá se deja llevar por una historia solemne y elegiaca, sin una pizca de ironía. Pero, claro, esa es solo una parte del libro. Artefacto narrativo complejo, la nueva novela de Mellado opera al menos en dos niveles paralelos: el viaje de Conrad aparece como el relato central, pero en realidad se trata una obra dentro de la obra, pues se alterna con capítulos en que los personajes N y el Otro (hijo y padre) construyen en conjunto el imaginario del ficticio Monroe.
"N recupera con el Otro el Monroe insular y anotan lo que recuerdan en una libretita Moleskine. La aventura de un héroe conjetural que debía recorrer un territorio improbable", escribe Mellado en la novela, descubriendo su mecanismo: aquella aventura es un trabajo literario que realizan en el mismo libro dos personajes que, por lo demás, viven sus propias desventuras: el Otro es un padre ausente e intenta sin mucha suerte conectarse con su hijo, un fanático obsesivo de la iconografía clásica de guerra y de las novelas de aventuras. Y acá viene el nivel invisible de Monroe: ese padre y ese hijo son el eco del propio Mellado y su hijo Nicolás, quien falleció hace dos años producto de una leucemia, a los "treintaitantos" dice el escritor, tras una vida marcada por el síndrome de Asperger que padeció.
"Siempre fue como un niño adolescente. Vivía en otro sitio", cuenta Mellado, que precisa que ese otro lugar tenía un tópico central: era un fanático de las aventuras heroicas, ya fueran de ficción, como Conan, el bárbaro, o reales, como la Guerra del Pacífico, de la cual coleccionaba objetos y era todo un especialista. Ahí se encontraban, hablando de guerras y héroes. "Ahora que empecé a ver Games of Thrones no me cabe duda de que lo hubiéramos visto juntos", dice Mellado.
— ¿De dónde surge la novela Monroe?
— De una complicidad que tuve con mi hijo. La novela, de alguna manera, podría ser una estrategia de memoria o incluso una estrategia de redención, de la pulsión de vida. Y también es una estrategia de redención personal. Aquí, la ficción es un instrumento que redime a un sujeto que podría ser yo. En este caso es para decir que no hay nada más real que la ficción.
—¿Es una novela sobre la relación que tuvo con su hijo?
— Para no personalizar la cosa, preferiría hablar de la paternidad. La fantasía heroica de Monroe, que es el relato central del libro, funciona como dispositivo entre un sujeto narrativo con un otro posible, en ese fango que es la utopía del encuentro de amor filial paternal. Entonces, funciona como una paternidad herida, dolorosa.
— ¿La historia de Monroe fue una creación en conjunto con su hijo?
— Fue una construcción en conjunto, pero formaba parte de la imaginación de mi hijo cuando era niño, a los 8 o 10 años. Era su país imaginario. Y era como una utopía: un país B que resolvía los problemas del país A. Él mantuvo Monroe toda la vida, aunque con el tiempo dejó de mencionarlo. Yo se lo traje a colación en la situación dolorosa final, catastrófica, en que estuvo después. Y ahí comenzamos a armar un poco su historia posible.
— Y usted la continuó desarrollando tras su muerte.
— Es un libro con la ambición de recordar, de meterme en la ficción heroica como una estrategia literaria narrativa de sobrevivencia. Narrar para seguir viviendo. Es cómo hacer de esa memoria, que construye una ficción, una permanente compañía. Un no morir.
— Acá no hay rastros del Mellado irónico y paródico de sus anteriores libros.
— No está. Hay un cambio. Era un ejercicio necesario. Sobre todo ante la responsabilidad de escribir un relato desde el dolor de la pérdida. Esta novela es un homenaje. Hay un intento de recuperación del otro. Y, además, uno no puede estar tocando la misma tecla.
— Más allá de que en este caso esté ligado al recuerdo de su hijo, ¿le interesa literariamente el relato épico?
— Siempre me ha gustado la estética de la guerra, heroica. Uno es heredero de esa épica. Vio películas de cowboys y leyó a los grandes maestros de la aventura. Joseph Conrad, Coloane. Yo mismo participé de la aventura personal que fue irme a vivir a Chiloé, experimenté la idea romántica del hombre que se hace a sí mismo. Fui tributario de ese placer muy cerca de la utopía del autoabastecimiento.
— Las notas al pie después de cada capítulo sobre la aventura de Conrad en Monroe, ¿son una toma de distancia estética de ese relato?
— Hay un poco de juego, pero no menospreciativo. O sea, cualquier novela heroica de este tipo hoy está sumida en el pastiche. Incluye una cursilería literaria. Pero, por otro lado, yo engarzo esta novela y la aventura de Conrad con una estrategia político-cultural, ligada al colectivo de Pueblos Abandonados (en que participo con otros escritores), que pretende reivindicar la provincia.
— Cuando Conrad llega a Ciudad Caníbal se reúne con dirigentes universitarios y mantiene reuniones políticas muy parecidas las que se dan hoy en universidades.
— Es una novela rara, lo reconozco. El otro día escuché el discurso de un dirigente aimara de Quillagua, el pueblo más seco del mundo, en el desierto de Atacama. Era un discurso político increíble, ante cuatro gatos, contra las mineras que los tienen destruidos. Sin agua. En ese acto, estaba en escena la pequeña localidad que se redime contra la invasión urbana. La novela también tiene ese trasfondo social político. El protagonista vive en un microespacio y no tiene nada que ver con los niños universitarios que nos van a salvar. Es un habitante cualquiera que se rebela y puede desestabilizar el orden urbano.
— ¿Su hijo leía sus libros? ¿"La batalla de Placilla", por ejemplo, que es una novela sobre la guerra?
— No le interesaba mucho mi estilo. Él quería la aventura. Tenía muy claros sus gustos. Por las características de su temperamento y de su patología, le costaba ver lo otro.
— ¿Habría leído "Monroe"?
— Tampoco. O tal vez sí, porque en este caso habríamos llegado a un acuerdo. Le gustaban estos personajes clásicos como Conrad, este héroe luchador, astuto, que encuentra a la mujer de su vida. Con Monroe podríamos haber llegado a una negociación de lectura.