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Un sueño es un acto de inteligencia
Prólogo a Quasar, de Mario Montalbetti, Ediciones Casa de Barro, 2023

Por Alejandra Sofía González Celis


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Quasar anda conmigo a muchos lados. En cada tiempo muerto vuelvo al texto una y otra vez. Es incómodo materialmente. Impreso en hoja carta tengo que doblarlo para que quepa en mis distintos bolsos. Está arrugado. Esa disposición del objeto parece ser absolutamente consistente con la incomodidad que presenta su poética y con esto es importante decir que incomodidad es equivalente a urgencia, repaso, vuelta y viaje.

Una de esas noches me duermo. Creo que precisamente lo que sucede es que es mi sueño el que mastica el libro de Montalbetti. Despierto con mi producción onírica en la punta de la lengua, el sueño está casi a punto de escapar, no quiero que se arranque, lo sostengo y repaso con detalles, sentada a la orilla de mi cama, cierro los ojos a ver si es posible volver a ver las mismas escenas, como si vivirlas de nuevo vaya a darme otro tipo de conocimiento. Sabe el cuerpo producir memoria, sabe que hay que hacer algo, un esfuerzo, porque lo normal es el olvido.

Estoy caminando por Valparaíso de noche, puede ser Avenida Condell, no recuerdo bien, hay grafittis, hay paredes altas y está oscuro y es peligroso, lo sé. En el sueño no hay temporalidad, da lo mismo, las escenas se superponen, no hay un relato lineal, pero es necesario hacer que esa imagen se transforme en algún tipo de afirmación para que esto pueda ser dicho. Una mujer me ataca premunida de una cortapluma, es una cortaplumas suiza. ¿Es ridículo este pensamiento? ¿Lo pensé en el sueño? ¿Lo estoy pensando ahora que hay escritura? Retrocedo porque sé que la cortapluma puede atravesarme, retrocedo imitando el mismo gesto que tuve esa vez que sí me asaltaron en la vida real, retrocedo para observar que detrás hay una figura masculina que también está apuntándome con un objeto cortopunzante.

No puedo ver el detalle, la cámara se ha ampliado y veo mujer, a mí y al hombre en un trío extraño. ¿Quién es la cámara? Estoy afuera y al mismo tiempo adentro y no tengo miedo. ¿Será porque logro ver todo? ¿Me doy cuenta acaso que todo esto es un sueño? Ataco. Mis manos toman ambas cuchillas desde el filo, me da igual, mis atacantes se sorprenden que salga ilesa de la acrobacia. Parece que no saben que esto es un sueño, soy una realidad para ellos.

Escapo. Escapar implica avanzar por esa noche, pero es más bien que sigo mi camino. No, no escapo, escapar implicaría decir que quería salir de ahí, pero parece que eran más bien ellos los que querían escapar.

De pronto aparece la poeta Gladys González en mi camino. Tiene un gesto dulce y calmado. No sé qué digo. Algo digo. O más bien algo sabe ella, algo traspaso y entonces su afirmación es una contestación a algo que desconozco porque no lo he dicho:

- Por eso decidí escribir como doctor, hago recetas, escribo recetas – afirma ahora sí con completo lenguaje, y esa es la frase que memorizo cuando despierto y que repito una y otra vez para no olvidar.

Un temblor, una fascinación me invade y le respondo: es lo que hay que hacer, describir y describir.

Despierto.

Mi sueño, y por cierto esta podría ser la primer trampa, parece mostrarme a través de una metáfora el deseo de su prescindencia. Me asalta la metáfora, me acorrala. Intenté en una primera lectura de buscar, claro que sí, un significado, qué es lo que quería decirnos el poeta, qué es lo que significa Quasar, para dónde va, pero resulta que esto no es posible o si lo es, no parece tener importancia. Es algo así como un hoyo negro, una galaxia pequeña, una fuente de energía. Qué risa. Es algo que no tengo ninguna capacidad de imaginar porque sobrepasa todo mi instrumental experiencial. Qué sé yo del Universo, pero si sé cómo suena, si voy viendo cómo se va disponiendo en el papel una palabrita junto con la otra apareciendo la descripción de todo lo que aquí no puede ser. El pequeño tigre que lo atraviesa, el pequeño tigre y el interior del cuerpo, la inmensidad que opera hacia adentro y hacia afuera y el lenguaje como una única herramienta para atravesar esa inmensidad.

La metáfora es inútil, es torpe, a veces necesaria como esos asaltantes que me invaden, pero absurda y entonces yo retrocedo para avanzar.

En mi sueño es una poeta la que me habla y me explica. Aquí, son los poemas de Montalbetti los que explican, los que describen, los que muestran los vacíos a propósito de las palabras que como cercas nos muestran todo eso que no es nuestro.

Aquí está Antígona, está la ola de Hokusai, aquí está una mañana con una mujer, Freud… y la poesía aparece como un tipo de pensamiento, otro conocimiento, donde tiempo, lugar y lenguaje se disponen en un andamiaje que construye otra arquitectura, otra experiencia, otro sujeto que se acciona en ese lenguaje, que irrespeta las clásicas dimensiones:

“¿Qué puedo decir de la vida? Que es larga
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . [y que aborrece la longitud.”

Aquí hay paisajes que no son paisajes, sino que son acciones que desatan fracturas, hay un destemple quieto, un describir como si se pudiera estar fuera del lenguaje, diciendo y huyendo de ese decir. La poesía puede hacerlo, la poesía puede decirlo.

Complica Montalbetti, en tiempos que todo es imagen, que todo es rapidito. Su libro obliga a leerlo, pensarlo, y otra vez leerlo obteniendo cada vez una experiencia diferente, una pregunta, una negación, a presentarnos la posibilidad de la creación, de quién podría decidir incluso ponerse por fuera de toda categoría total. De alguien que parece tener conciencia de ello.

¿Dónde está Dios? En la conversación que el poeta tiene con los animales, que nada saben de él.

 


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