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Buscando pistas en los versos de María Monvel

"La dicha tiene fin", Editorial Universidad de Valparaíso, 136 páginas

Por Amelia Carvallo
Publicado en EL MERCURIO de Valparaíso, 17 de abril de 2022


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"La dicha tiene fin" es una antología reciente que reúne la breve pero intensa poesía de Monvel, seudónimo de la iquiquefia Ercilia (Tilda) Brito Letelier, alabada en vida por Mistral y Parra.


Nacida en 1899, la poeta María Monvel fue madre de un niño y una niña y esposa del crítico literario, Armando Donoso, quien en 1937 recopiló sus "Últimos poemas". El libro fue publicado un año después de su muerte en Santiago, tras una larga enfermedad.

Según consta en la prensa de la época, la percepción que tenía Gabriela Mistral de Monvel era la de una poesía con "elegancia interior" y "flexibilidad espiritual" y la definió como una de "las grandes manejadoras felices del verso castellano".


CÍRCULOS LITERARIOS

Desde su natal Iquique, llegó a los 14 años al Santiago de la Belle Epoque y pronto ingresó al afamado Club de Señoras, uno de los primeros círculos literarios de mujeres. Su primer libro es de 1918, "Remansos del ensueño", al que siguió "Fue así" en 1919 y una selección de poemas que publicaron en Barcelona en 1925 dentro de la colección "Las mejores poesías de las mejores poetas".

También escribió narrativa, "El marido gringo", en 1926. En 1929 hizo una antología crucial llamada "Poetisas de América" donde están poetas clave del continente como la argentina Alfonsina Storni y las uruguayas Juana de Ibarbourou y Delmira Agustini. Otra de sus facetas fue la de traductora. Desde el italiano vertió al español las memorias de Emilio Salgari y desde el francés una polémica obra del Premio Nobel de Medicina y Fisiología, Alexis Carrel, llamada "El hombre: un desconocido". También incursionó felizmente en el inglés, con traducciones de los sonetos de William Shakespeare y, desde esa misma lengua tradujo "Los jóvenes visitantes", una peculiar novela de Daisy Ashford, autora de nueve años.

La selección de la presente antología la realizó Ernesto Pfeiffer y la poeta Micaela Paredes, quien además escribió el prólogo que nos presenta las claves de la poética de Monvel. Paredes llegó a esta autora gracias a una investigación de la profesora María Inés Zaldivar, cuando hacia su pregrado en Letras Hispánicas en la Universidad Católica. "Revisamos a cuatro poetas chilenas: Chela Reyes, Olga Acevedo, Winétt de Rokha y Maria Monvel. Nunca había escuchado su nombre, no tenía idea de quién era ni la había leído. Fue maravilloso descubrirla a ella y a las otras poetas, voces que no se revisan en los estudios literarios en la universidad y menos tienen llegada a un público más masivo", explica.

¿Qué aspectos o elementos de su poética fueron los que más te sorprendieron?
—Lo que más me gusta de la poética de Monvel es que por una parte mezcla una sensibilidad muy sutil y afinada con el rigor formal y, por otro lado conoce el material con que está trabajando, que son las palabras.

¿Y sus temáticas?
—Monvel aborda la vida cotidiana. Su visión de la poesía es la de un acto de necesidad vital. No escribía para los demás, necesariamente, antes que eso lo hacía por sí misma, para conocerse, era su manera de estar en el mundo. En su obra está su vida familiar, con sus hijos, sus inquietudes de mujer, su contacto con la naturaleza, las relaciones de amor y desamor, todo desde una visión íntima. Tiene que ver con una relación sensible con el mundo, saber que todo tiene alma, que nos habla. El diálogo se establece con todo eso de una manera sencilla y sensible.

¿Qué lugar tiene dentro del canon de la poesía chilena?
—Hoy no es parte del canon de la poesía chilena y este es un súper rescate que se está haciendo. Recién se está escuchando su nombre y esta antología es más que un intento por resituarla, es otorgarle el lugar que siempre mereció dentro de la poesía chilena y latinoamericana.

¿Cómo podría resonar hoy?
—Con esta publicación se está retomando toda una tradición de poesía escrita por mujeres desde una sensibilidad distinta. Estamos acostumbrados a las obras poéticas escritas por hombres. Si bien no se trata de hacer distinciones de género, sí hay una sensibilidad diversa que las mujeres aportan al canon de la poesía. Y más que al canon, hablo de tradición porque la tradición es anónima, no le pertenece a nadie, todos somos parte. Monvel aporta un alma al mundo.

¿Cuál es tu poema favorito?
—Son varios mis poemas favoritos pero ahora pienso en "Heredad" que es un soneto maravilloso y en "Es tenaz mi esperanza". Ambos dentro de su obra -que mayormente está atravesada por un halo trágico, por un sentido de la vida lleno de dificultades, por experiencias de desamor, de conflicto y de dolor- pero en estos dos poemas hay un hálito de esperanza, de luz que atraviesa esos momentos difíciles, con una sutileza musical además que conecta esa esperanza humana con el todo, con una visión amplia de lo que es la vida humana, conectada también con la naturaleza, con los procesos orgánicos de la vida.

¿Por qué la antología se llama "La dicha tiene fin"?
—Ese es uno de sus versos que más resonancia ha tenido. Está en el poema que se llama "Mi hija juega en el jardín". Ha tenido resonancia porque fue destacado por Nicanor Parra, él dijo que ese poema debería estar en cualquier antología de poesía chilena, y de hecho le gustó tanto que lo reescribió en una versión en la que cambia la figura de la hija por la de la nieta. El verso de Monvel es así: "Mi hija juega en el jardín/ y yo la miro quieta y triste/ triste de tanta dicha, triste porque la dicha tiene fin". Ahí hay varias cosas, por una parte es como una visión trágica de que todo se acaba, de que todo es efímero pero a la vez la conciencia de que por eso mismo no tenemos otro territorio que habitar que el del presente.

 

 


 

 




 

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"La dicha tiene fin", Editorial Universidad de Valparaíso, 136 páginas
Por Amelia Carvallo
Publicado en EL MERCURIO de Valparaíso, 17 de abril de 2022