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María Loreto Mora Olate | Autores |











«COIHUECO, ESPEJO DEL CHILE PROFUNDO» de ZILEY MORA PENROSE
(2017, Chillán: Kushe Editorial, 426 pág.)

Presentación

María Loreto Mora Olate
Doctora en Educación
Miércoles 21 de marzo de 2018. Sala Claudio Arrau León. Teatro Municipal de Chillán.




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Es necesario aclarar que no soy historiadora. El único argumento que justifica mi presencia en esta mesa es la sangre.

Si bien nací en Linares, llevo la mitad de mis cuarenta en Chillán, convengamos que ya soy chillaneja, más aún si las raíces de mis árboles están en Ñuble: Soy el único brote de la unión entre Aurelio Mora Campos, coihuecano, tío muy querido de Ziley, con Margarita Olate Mendoza, sannicolasina.

Mi primo me ha pedido que sea parte de este coloquio, aclarada la razón de parentesco, que espero el público dispense, pretendo en esta ocasión sugerir una lectura de “Coihueco, espejo del Chile profundo”, desde las identidades de las mujeres que forman parte de la obra. Mi intención es brindar un breve recorrido por algunas de las semblanzas de estas mujeres memorables, con la secreta esperanza de entusiasmarlos a adentrarse en la lectura completa de estas historias de vida contenidas en el libro.

No es un misterio que la historia ha sido escrita predominantemente por hombres y, por ende, ellos han ido relevando sus propias hazañas, resultando silenciadas en la historiografía vidas de mujeres que de seguro han sido parte importantísima del engranaje de nuestra historia.

Ziley, quien tampoco es historiador, creo que ha realizado un ejercicio a la inversa, sin afán de generar una forzada equidad en número, sacando del anonimato a 12 mujeres cuyas vidas son representativas del devenir histórico, y muchas veces marcadas para mal, por los llamados “mandatos de género”, que alimentaron(an) una sociedad patriarcal que, gracias a las demandas y mayor acceso a la educación, hoy en día resultan fuertemente cuestionados.

Fiel al método de la Ontoescritura el autor intenta que este libro sea “el relato para un pueblo y para un conjunto de vidas locales más o menos anónimas para el gran mundo de las élites de las grandes urbes, o bien para esa “historia oficial” y académica de Chile” y, además, Ziley intenta librarlos de una segunda muerte, la muerte de olvido”, ya que toda persona “posee una épica”.

Entonces ¿Qué tienen en común estas doce mujeres coihuecanas?
Matilde Urrutia
Cecilia Acuña
Obdulia Penrose
Enriqueta Reyes
Elsa Valdés Reyes
Teresa Saldías Aedo
Santos Mora
Felicia Merino de Yáñez
Alicia Yáñez Merino
Betty Mora Penroz
Nina Villalobos Parada
Iris Lagos

Según mi lectura, lo que hermana a este grupo de mujeres es el cultivo de la palabra: la palabra sanadora, de la meica Santos Mora, y de Betty Mora, médico, la primera de la comuna y de Iris Lagos, creadora de un importante emprendimiento en salud que abastece de remedios, productos, insumos y medicamentos derivados de la tradición alternativa.

Me detengo un momento en Santos Mora: prima de nuestro abuelo, Wenceslao Mora Calderón, Ziley anota que “no siendo estrictamente una machi sino curandera avezada, todavía es posible registrar su afamado recuerdo en el arte de sanar el cuerpo y la pérdida del alma”, Exorcista, santiguadora, partera, sus poderes inspiraban prudentemente distanciamiento”. Confieso que en lo personal, ha sido un gran hallazgo enterarme de esta ligazón con Santos Mora, así como conocer a mis abuelos paternos, Wenceslao Mora y Clotilde Campos, a través de la fotografía de la página 162. Es más, cuando tuve el libro en mis manos, justo se abrió en esa página.

Continúo, los lectores/as se encontrarán con la palabra educadora, de Nina Villalobos Parada; Docente. Directora del Liceo Claudio Arrau. La palabra solidaria de Felicia Merino de Yáñez, Trabajadora social de oficio y Alicia Yáñez Merino, quien siguió el camino de su madre, con su título universitario de Asistente Social, llegando a ser dirigente nacional del gremio. La señora Felicia además fue la primera mujer que contó con un contrato de trabajo en la Municipalidad de Coihueco en el 1967, “si te falta algo, tendrías que ir a hablar con la señora Licha de Yáñez en la municipalidad”, se erigió como una servidora de los más pobres y necesitados, sin hacerle falta un título.

El cultivo de la palabra literaria corre por parte de Cecilia Acuña, Obdulia Penrose, madre del autor, mi tía longeva; y Matilde Urrutia como inspiradora de la palabra poética nerudiana.

La palabra mística y reveladora de Enriqueta Reyes y Teresa Saldías Aedo.  La palabra sabia de Elsa Valdés Reyes, quien con sus 101 años nos regala Seis Secretos para alcanzar una gran edad (p. 154), como aperitivo, comparto dos: “Ser una persona muy positiva por encima de las desgracias o de los sin sabores y amarguras propias de la vida” y “Cuando la ocasión lo amerite, disfrutar una copa de vino”.

Es así como en “Coihueco, espejo del Chile profundo” a través del relato biográfico de cada de estas mujeres es posible acceder de manera más íntima a las condicionantes de época que fueron marcando sus vidas, para bien o para mal, y cuáles fueron sus estrategias de supervivencia, una de ellas: el salir de sí mismas, en la entrega generosa hacia los demás. Otra estrategia destacada es la escritura poética. Encarna ese ejemplo, Obdulia Penroz Valenzuela, hija única (como yo) y que deseaba ser profesora, como buena amante de lectura, amor que surgió en el colegio de las madres Franciscanas de Lautaro. “La poesía le ha servido como escuela para sobrellevar la vida y perfeccionarse”, en su condición de hija única, “desde niña es empujada al ensimismamiento, a la contemplación bucólica y a la solitaria captura de la belleza oculta y manifiesta de todas las cosas, particularmente los fenómenos de la naturaleza, tan cercanos a ella en el campo paterno, siendo la naturaleza su fuente de inspiración, no por nada su pseudónimo es “Orquídea del Valle”. En su obra antológica “Violetas de mi huerto” (2001), rescata el “simple pero hondo estremecimiento de esa belleza fugaz y humilde, inadvertida para el orgullo y la prepotencia citadina y tecnológica”.

Los vientos de cambio social y la salida al espacio público del trabajo remunerado se representan en la historia de Betty Mora Penrose, Nina Villalobos Parada y Alicia Yáñez Merino.

A pesar de ser primas, desconocía la historia de esfuerzo de Betty, Médico de la Universidad de Concepción especializada en España en pediatría y gastroenterología infantil. Forjó su constancia en las aulas coihuecanas y en el liceo de niñas de Niñas de Chillán, no exentas de lo que hoy conocemos por bullying, lo cual no impidió que fuera una alumna destacada.

La colega, Nina Villalobos Parada, directora de Liceo Claudio Arrau León de Coihueco, su principal preocupación ha sido generar y aplicar un proyecto educativo altamente inclusivo y enfocado a los jóvenes de la comuna. Entre sus últimas iniciativas está la incorporación del liceo en el programa PACE que coordina la Universidad del Bío-Bío y que busca la incorporación de dichos estudiantes a la educación superior, a través de un acompañamiento académico, afectivo y social que permita su permanencia en una carrera universitaria.

Y por último, me detengo en Alicia Yáñez Merino, quien tuvo como gran maestra del Trabajo Social, a su madre Felicia Merino de Yáñez. Alicia se tituló de asistente social en la U Católica de Valparaíso, desempeñándose en el Ministerio de Vivienda por 40 años, siendo dirigente gremial alcanzando la presidencia gremial, ella afirma que “El trabajador social se forma en la academia y aprende en la práctica”.

Ahora, dejo en manos de los lectores la tarea conocer las historias de estas mujeres cuyos hilos se entretejen con nuestra existencia. En resumen, nos queda la tarea de buscar los reflejos de estas vidas tutelares en los hombres y mujeres del Coihueco de hoy, para así no cerrar el círculo sino más bien aumentar los destellos que iluminarán el futuro de esta “agua de coihues”.

 


 

Durante la presentación:
(de izquierda a derecha): Marco Aurelio Reyes, Decano Facultad de Educación y Humanidades. UBB.,
María Loreto Mora Olate, Dra. en Educación, Ziley Mora, autor y Juan Ignacio Basterrica, Historiador.

 




 

 

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(2017, Chillán: Kushe Editorial, 426 pág.)
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