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Gonzalo Drago, escritor de la Generación del `38

Por Marino Muñoz Agüero




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Las “generaciones” como forma de aglutinar o clasificar, en lo que a la literatura se refiere, han sido permanente motivo de controversia, en especial en cuanto a los límites para definirlas.

En Chile “La Generación del ´38” o “del Frente Popular”, es una de las más compactas en sus líneas distintivas, sus integrantes nacen alrededor de 1910, testigos de las turbulencias políticas de los años ´20, las asonadas golpistas de 1924, 1927 y 1931, la Guerra Civil Española y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, su temática literaria es principalmente social, se centra en la cotidiana existencia de las clases desposeídas y la explotación de que son objeto, e incluso esbozan los rasgos de la debutante clase media nacional; para este grupo la llegada de Pedro Aguirre Cerda a La Moneda en 1938 es una luz de esperanza. Con una línea preferentemente realista en la narrativa y surrealista y creacionista en la poesía, su foco de atención es el ser humano. Entre sus integrantes más representativos encontramos a Volodia Teitelboim, Eduardo Anguita, Nicomedes Guzmán, Miguel Serrano, Francisco Coloane o Andrés Sabella.

Gonzalo Drago Gac, poeta, cronista, crítico literario, novelista y cuentista, se adscribe a esta generación, nacido en 1906 en San Fernando, fundó junto a Óscar Castro y otros escritores el grupo “Los inútiles”.

La novela “Los muros perforados (Papá fisco)” (1981) y el cuento “Mister Jara” (1941, incluido en “Cobre, cuentos mineros”), son una buena muestra de su obra. En ambas, el autor fija en forma precisa el contexto y tiempo de desarrollo de las tramas y el lugar que en ellos ocupan los personajes, tratándolos paralelamente en su dimensión de trabajadores o funcionarios y en su faceta humana. Acude al buen uso del lenguaje propio de los ambientes laborales, con una exacta descripción de los códigos y costumbres particulares de ellos, y lo hace con soltura gracias a su capacidad innata de narrador y a su bagaje laboral: fue sucesivamente empleado de Aduanas en Arica, del Ferrocarril Trasandino, de la firma Duncan Fox (uno de los accionistas iniciales de la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego), de la Braden Cooper en el mineral de Sewell y del Servicio de Tesorerías.

El ente recaudador es el escenario de “Los muros perforados”, ambientada a fines de la década de 1930, en el despuntar de los gobiernos radicales. Drago nos adentra en una sección de este servicio público, con sus conflictos, sus odios, sus amores prohibidos, la botella de vino en el estante, las reuniones en tugurios de mala muerte para prolongar la jornada y en ocasiones, sentar las bases de la lucha gremial. Desfila toda la fauna de personajes típicos, presentes hasta el día de hoy en cualquier lugar de trabajo: el alcohólico (borrachín, pero honesto), el flojo, el rastrero, el “lauchero” o tonto pillo, el solapado, el desclasado, el dirigente gremial moderado o incendiario y talvez, el más despreciado de todos; el soplón o “sapo”. Respecto de los jefes, los hay de distintos cortes, pero preferentemente, blancos del odio y resentimiento de los funcionarios anulados por sus viles maniobras.

El cuento “Mister Jara” en tanto, nos lleva al campamento minero, donde conviven en forma paralela los mundos del rudo trabajador y la jefatura extranjera: “…lo mortificaba su aspecto físico. Le habría gustado ser rubio y blanco, de ojos profundamente azules, pero la naturaleza (ah, maldita naturaleza), lo había dotado de signos externos marcadamente indígenas. Moreno, de ojos separados, nariz roma y labios gruesos, era la antí-tesis del tipo racial que admiraba; pero lo que más le exasperaba era la tenaz rebeldía de su pelo que le cubría el cráneo como un grotesco erizo negro. La peineta y la escobilla nada podían contra esas cerdas duras y resistentes de pura cepa criolla”. Es la historia de un trabajador que, gracias a su facilidad para el idioma inglés y una muy bien cultivada afición al servilismo respecto de sus jefes extranjeros en el mineral de Sewell, transitó desde los más bajos escalafones hasta un cargo de supervisor, despreciando a sus compañeros de clase e imitando a los “yanquis”; fumaba en pipa e ingería whisky a raudales. Lo mató el alcohol, su hígado nativo no estaba carburado para el octanaje de la bebida extranjera. Al momento de su partida, no llegó a verlo ningún “auténtico jefe norteamericano”, el único que estuvo a su lado, fue Rojas, su viejo compañero de faenas, el mismo al que un día despreció con un “i don't know you” (no lo conozco a usted).

Gonzalo Drago fue un escritor consecuente, testigo privilegiado cumplió con su deber de clase y su literatura fue a la vez denuncia desde la vivencia. Su bibliografía fundamental incluye los conjuntos de cuentos “Cobre” (1941), “Una casa junto al río” (1946), “Surcos”, cuentos campesinos (1948) y las novelas “El Purgatorio” (1951), donde relata su amarga experiencia en el servicio militar, “La esperanza no se extingue” (1969) y “Los muros perforados” (1981). Murió en Santiago de Chile en 1994.



 

 

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