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“Mitópolis”, Joaquín Edwards Bello
Editorial Nascimento (Biblioteca popular), 1a ed. 1973. Santiago, Chile. 280 pgs.

Por Marino Muñoz Agüero



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Las caras ocultas de la historia, lo no contado, el derribamiento de lo mitificado y aceptado como verdad absoluta,  o simplemente aquello que en esta época se etiqueta con la muletilla de “freak”, incluso con un dejo de burla o curiosidad malsana se ha puesto de moda, con amplia difusión en libros, diversas publicaciones o programas de radio o televisión.

Pensamos, y lo hemos sostenido con anterioridad en esta misma columna, que todo lo que se haga o escriba con el afán de develar la verdad de hechos o situaciones, que en alguna medida nos toquen o formen parte de nuestras historias, tradiciones o cultura nos engrandece.

Pero cuando creemos descubrir la pólvora con un dato curioso, es porque la arrogancia nos consume hasta con zapatos, porque esto ya lo hicieron, y mejor que nosotros con menos medios, señeros autores o investigadores décadas atrás, sin internet, escarbando bibliotecas enteras o yendo a la fuente misma con los protagonistas directos, construyendo a partir de aquello soberbios ensayos o macizas crónicas finamente escritas. Esos autores llegaron más allá de las groseras y absurdas colecciones de datos tan en boga actualmente, que si datos se trata, intelectuales brillantes como el gran poeta (además de magnífico prosista) Jorge Teillier tenían la formidable capacidad de almacenarlos en su memoria y recitarlos para el deleite de sus amigos, contertulios, o circunstanciales auditores, como nosotros que un par de veces accedimos al lujo y al honor de escuchar sus conversaciones, por eso podemos contarlo.

Uno de los colosos de nuestra intelectualidad nacional es Joaquín Edwards Bello, nacido en Valparaíso en 1887 lo traemos a estas líneas a propósito del tema que abordamos y del libro que reseñaremos. Edwards es catalogado como “Maestro de escritores y periodistas” por el también lúcido articulista Luis Sánchez Latorre, “Filebo”, en su crónica “El Mundo de Edwards Bello” (Memorabilia, LOM ediciones, 2000), resaltando su enorme acervo cultural y condición de sociólogo de hecho, pasión que volcó en su oficio periodista, pero también en su narrativa. Fue un ácido crítico de las costumbres nacionales que disparaba preferentemente hacia su propia clase social.

Mitópolis” es un buen ejemplo de lo mencionado, excelente selección de crónicas con la edición de Alfonso Calderón. Originalmente intitulado “El subterráneo de los Jesuitas y otros mitos” por imposición de la Editorial Zig-Zag, para la edición original de 1966, el título de la presente edición es idea del autor, en concordancia con la temática de las crónicas.

En la entrevista hecha por Calderón y reproducida en las primeras páginas del libro, ya se aprecia como se viene la mano, señala Edwards: “Los políticos son demócratas durante las elecciones. Una vez elegidos son autócratas”. ” No creo en Dios, pero creo en la Virgen. No puedo creer que Dios es bueno. Si hay un terremoto, caen las iglesias antes que los prostíbulos, porque son más altas”.

Los últimos pasajes de la entrevista explican el título del libro: “Yo quiero ser recordado como un destructor de mitos, como una persona que se pasó la vida bombardeando con muchos megatones la mediocridad, la chatura, la esterilidad de sus compatriotas. Como un hombre que se negó a vivir amurallado en Mitópolis, el país o la ciudad donde los mitos crecen y se preparan, como las moscas contra el Tanax, para desplazar a la verdad, soldaditos de juguete de una mala causa”.

En las 79 crónicas reunidas en “Mitópolis”, Edwards Bello ataca de frente algunos de los mitos que la sociedad chilena ha creado para torcer las verdades históricas. En ellas el autor contrasta la fantasía con datos indesmentibles y diversa información de apoyo. Pasan por su mirada crítica la belleza de la Quintrala, Joaquín Murieta, Federico Santa María o la estatua de la Diosa de la Justicia en Valparaíso. Respecto de esta estatua, quizá la más cuestionada de Chile y antes de entrar en materia, Edwards señala que un compañero de liceo le había preguntado si conocía el mito que la rodeaba, su respuesta es de antología: “Si, lo conozco, como todos conocemos los asuntos de que no fuimos testigos. Lo conozco por haberlo leído”. A continuación Edwards desvirtúa el mito según el cual, la ausencia de venda en los ojos de la diosa Themis y la balanza no equilibrada que porta en una de sus manos, obedecen al diseño encargado por un acaudalado comerciante peruano, a raíz de un fallo adverso. Este comerciante la habría donado a la ciudad de Lima y la estatua llega a Chile como parte de los trofeos de guerra que fueron traídos en 1880 o 1881. La realidad, aclara Edwards, es que la confección del ornamento fue encargado en 1873 por el Intendente de Valparaíso, don Francisco Echaurren Huidobro a una fundición en Francia. La diosa según la fábula, no puede estar vendada, pues sólo de esa forma puede ver dónde está la verdad, se explica en la crónica de Edwards. Otros autores han hecho aclaraciones posteriores a este mito, pero no distan sustancialmente de lo señalado por nuestro cronista.

El autor está plenamente vigente, su acertada escritura sigue apuntando nuestro diario accionar y nuestro devenir social. Echando sal en la herida y desprovisto de dobleces, el gigante porteño es uno de los grandes referentes de nuestro tiempo.

Edwards Bello obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1943 y el de Periodismo en 1954. Cronista del diario La Nación por más de cincuenta años, fue también novelista y cuentista. Entre sus obras de narrativa más conocidas se encuentran las novelas “La Chica del Crillón” y “El Roto”. Se suicidó con un disparo de escopeta en 1968.



 

 

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Editorial Nascimento (Biblioteca popular), 1a ed. 1973. Santiago, Chile. 280 pgs.
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