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Las “Patagonias” de Luis Sepúlveda y Bruce Chatwin
Por Marino Muñoz Agüero
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Luis Sepúlveda Calfucura (Chile, 1949 - España, 2020) fue un escritor exitoso y súper ventas desde su libro “Un viejo que leía novelas de amor” (1988). Traducciones, ingresos millonarios, fama, guiones para el cine y otros aditamentos fueron el sello una carrera truncada por la pandemia: no pudo ganar una batalla de siete semanas al virus en abril de 2020.
A Sepúlveda le pasó lo mismo que a varios chilenos (as) que han triunfado en el escenario mundial de la literatura; baste citar a Roberto Bolaño e Isabel Allende para que nos vengan a la memoria desde las estigmatizaciones de literatura fácil, hasta la anulación pública de la condición de compatriotas; como si vender muchos libros y acumular galardones internacionales, fuera sinónimo de escritura liviana y apátrida. Pero a ello también contribuyó el propio Sepúlveda: “Soy un individuo con muchas patrias, o tal vez con ninguna. Indudablemente, quiero mucho a mi país, pero no daría la vida por él” (https://www.sech.cl/macondo-vs-mc-ondo/). Y a propósito de Bolaño, éste expresó respecto de su colega: “Sepúlveda debería pedir perdón de rodillas en una plaza pública por lo mal que escribe” (http://www.santiagocultura.cl/luis-sepulveda-la-leyenda-de-un-escritor/ ).
Cualquier incursión en la web en busca de sus antecedentes arrojará como resultado referencias al éxito arrollador de su literatura (mejor valorada por el gran público lector, que por la crítica especializada) y a una vida con episodios casi de leyenda, que incluso le han valido el mote de mitómano en algunos artículos de prensa en Chile; el escritor contraataca: “la envidia podría ser el principal rubro de exportación de Chile” (http://www.letras.mysite.com/ ). Esta dualidad de realidad y leyenda de vida se proyecta a su trabajo literario.
Sepúlveda nació en Ovalle en 1949. A los 17 años se inició en el periodismo y a los 16 se había enrolado en un barco ballenero motivado por las historias de Francisco Coloane, uno de sus inspiradores, al igual que Ernest Hemingway. Autodidacto, reconoce que su único maestro fue el poeta Pablo de Rokha. Trabajó como libretista radial y estudió teatro en la Universidad de Chile (montó obras junto a Víctor Jara, señaló).
Colaboró activamente en el gobierno de Salvador Allende, como interventor de una agro industria y en la Editorial estatal Quimantú, también formó parte de la escolta del Presidente, el GAP (Grupo de Amigos Personales). Luego del golpe de estado de 1973, fue prisionero político durante poco más de dos años. Partió al exilio y su destino era Suecia, pero se quedó en Argentina, desde donde salió a recorrer América y en 1979, según contaba, formó parte de la guerrilla sandinista de Nicaragua. Su próxima estación fue Hamburgo, Alemania, donde ofició como corresponsal de prensa y se integró a la organización ecologista Geenpeace. Luego de catorce años en la ciudad Germana, se radicó en Gijón, España. Aparte de su propio trabajo, se empeñó en difundir el de escritores chilenos en Europa, principalmente Francisco Coloane.
La obra de Sepúlveda explora la memoria, por muy dolorosa que ella sea, el ser humano en su íntima dimensión, y en la relación con su entorno y las contradicciones políticas, todo ello por medio de novela, teatro, cuento, crónica o diario de viaje, en un lenguaje simple y directo, de muy fácil lectura.
Entre algunas de sus publicaciones se puede mencionar: “Un viejo que leía novelas de amor” traducida a 60 idiomas y con 18 millones de ejemplares vendidos, “Patagonia Express”, “Nombre de torero”, “Mundo del fin del mundo”, “Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar”, “El poder de los sueños”, “El Uzbeko Mudo y otras Historias Clandestinas”, “Historia de un Perro llamado Leal”, “El Fin de la Historia”, “Historia de un caracol que descubrió la importancia de la lentitud” o “Historia de una ballena blanca”.
En esta ocasión nos referiremos a “Patagonia Express” (primera edición, 1995) texto que se nos presenta como Diario de Viaje y donde aparecemos nosotros, los patagónicos. En la contraportada de la edición que tenemos a la vista (2017) podemos leer: “En un viaje a través de las tierras sorprendentes de la Patagonia y la Tierra del Fuego, Sepúlveda descubrirá toda una galería de personajes inolvidables”; “Uno de los libros de viajes más bellos que se han escrito en español en los últimos años” (Juan Ángel Juristo, El Mundo). Esa es la información editorial oficial y, por lo tanto, nuestras referencias lo serán en relación a un “libro o diario de viaje” y no, a una novela, como se la ha catalogado posteriormente.
Este diario no sólo abarca la Patagonia, de hecho, de las 184 págs. del libro, sólo 55 se centran en ella, específicamente en la porción que va desde la altura de Aysén hacia el sur incluyendo localidades chilenas y argentinas, además de la Tierra del Fuego (lado chileno). Agreguemos que, se entiende por Patagonia Chilena a las tierras al sur del Seno de Reloncaví hasta el Cabo de Hornos, en tanto, la Patagonia Argentina, comprende desde el Río Negro (altura de Neuquén aproximadamente) hasta la Tierra del Fuego, incluyendo las Islas Malvinas.
Sepúlveda es el narrador-protagonista de un recorrido que se inicia para cumplir un compromiso contraído en la niñez con su abuelo. Esta promesa lo obligaba a hacer dos viajes: el primero a “ninguna parte” y el otro a Martos, España, donde nació el abuelo. El primero fue el de las utopías, va desde la segunda mitad de la agitada década de los ’60, hasta los dos años de prisión política y torturas, después del golpe estado en Chile en 1973. Luego de ello, se inicia el segundo viaje: el protagonista se va al exilio en Suecia, pero se queda en Argentina y de ahí se desplaza a Bolivia y Ecuador, para luego cruzar a Europa, retornar un par de veces a Chile y culminar con un final bastante sensiblero en el rencuentro con la tierra de sus ancestros en España. La relación de libro no se corresponde necesariamente con el orden cronológico de los viajes, de los cuales nos interesan, evidentemente, los que realizó a la Patagonia.
Una tarde en Chonchi, Chiloé -esperando el zarpe del transbordador “El Colono” que lo traería a la Patagonia- nuestro narrador recordó el origen y motivo de estas incursiones y se retrotrajo a aquella tarde que -gestión editorial de por medio- se reunió con el “autor de uno de los mejores libros de viaje de todos los tiempos” (“En la Patagonia”), refiriéndose al escritor inglés Bruce Chatwin (1940-1989). “Este es un viaje que empezó́ hace varios años, qué importa cuántos. Empezó́ aquel día frio de febrero en Barcelona, sentado con Bruce frente a una mesa del Café́ Zúrich. Nos acompañaban los dos viejos gringos, pero sólo nosotros podíamos verlos. Éramos cuatro en la mesa, de manera que nadie debe escandalizarse por que vaciáramos dos botellas de coñac” (pag. 92). Una nueva promesa que el narrador cumple, aún cuando su amigo había ya fallecido; no podía defraudarlo, ni a él, ni a Butch Cassidy y Sundance Kid, los dos “viejos gringos”, bandidos integrantes de “La Pandilla Salvaje” que efectivamente anduvieron por estas lejanías, y respecto de los cuales Chatwin y el mismo Sepúlveda se sintieron subyugados, al punto de incurrir en importantes inexactitudes históricas en sus respectivos escritos.
Hasta aquí, nada nuevo, los diarios de viaje o memorias en torno a la Patagonia y la Tierra del Fuego, chilenas y argentinas abundaron desde fines del siglo XIX. Estos trabajos admiten algunas diferencias: están aquellos escritos por quienes vivieron en ella o la visitaron en calidad exploradores y que -con distintos grados de fidelidad o distorsión- construyeron una imagen de esta zona y sus gentes, que con el paso del tiempo se iría acercando a la realidad en sucesivas publicaciones, en la medida también, que la región se iba poblando y existía mayor información disponible, contribuyendo a reemplazar verdades por mitos. La otra categoría de estos “diarios” es la del escritor (generalmente extranjero) que se viene a dar una vuelta por estos lados, a husmear en nuestras costumbres (nosotros le abrimos la puerta) y luego contar a su manera al “mundo civilizado” lo que observó de la geografía humana y física de estas lejanías, donde -para algunos- los Patagónicos todavía somos una especie de “bichos raros” (lo cual no es tan malo, ¡viva la diversidad!).
La investigadora argentina Silvia Casini, en relación a las representaciones literarias de la Patagonia aporta el concepto de “texto fundador”: ”en los textos que fundan las primeras imágenes de la Patagonia aparece la visión del americano como un salvaje que necesita ser civilizado, y una consideración del espacio como una inmensidad imposible de habitar: por desértica, por estéril, por fría, por la dureza del clima, entre otras tantas calamidades” (Casini; “Ficciones de Patagonia: La Construcción del Sur en la Narrativa Argentina y Chilena”, 2005, disponible en internet). Este “texto fundador” vendría -según Casini- desde que Hernando de Magallanes pasó por estas tierras en 1520 y se conforma por una red tejida a partir de los escritos de Antonio Pigafetta, Thomas Falkner, John Byron, Charles Darwin, Robert Fitz Roy, Auguste Guinnard, George Musters y Lucas Bridges, entre otros.
Un caso paradigmático de “texto fundador”, es precisamente el de Chatwin: escritor, periodista, graduado en arte y con estudios de arqueología que investigó en bibliotecas, recorrió el territorio entre diciembre de 1974 y marzo de 1975 y entrevistó a estudiosos y habitantes de la zona para construir “su Patagonia” y mostrarla al “primer mundo”.
Chatwin inició su periplo en Buenos Aires y de ahí fue “bajando” por la Geografía. De las localidades más cercanas a nosotros, visitó en el lado argentino: San Julián, Puerto Santa Cruz, Río Gallegos, Río Grande y Ushuaia, y en el sector chileno; Puerto Williams, Porvenir, Punta Arenas y Puerto Natales. El resultado fue “En la Patagonia” publicado en 1977 (primera tirada en español, 1987). Disponemos de la versión lanzada por Ediciones Península en 2007; en su contraportada, una cita de Salman Rushdie: “Bruce Chatwin es la mente más erudita y la más brillante que he conocido”.
La inquietud del inglés por la Patagonia nació de ese trozo de piel con pelo rojizo que desde niño observaba en la casa de su abuela (prima del capitán Charles Milward). Una vez en conocimiento que era del Milodón, se prometió que iría (vendría) a buscar otro fragmento.
En 1997 el abogado y escritor argentino Adrián Giménez Hutton recorrió la ruta, estuvo en los mismos lugares y buscó a la gente que fue entrevistada o conoció al anglosajón. En 1999 publicó “La Patagonia de Chatwin” (Ed. Sudamericana). Un simple repaso del texto citado deja al descubierto las desprolijidades del inglés.
Giménez estuvo con dos historiadores (a los que también visitó Chatwin en los ’70) que, desde miradas historiográficas y filosóficas disímiles, han hecho de la Patagonia el principal objeto de sus investigaciones. Nuestro Premio Nacional de Historia, Mateo Martinić expresa respecto del libro: “No me agrada. Hay cantidad de apreciaciones subjetivas y exageradas. Abunda en juicios sarcásticos. Se hace eco de cuentos o dichos de dudosa verosimilitud. Su lectura no me dejó una sensación grata”. En relación al autor señala: “De él me quedó la impresión de ser un escritor con mucho de periodista que buscaba lo sensacional en los temas por los que manifestaba interés” (pag. 177).
El historiador argentino Osvaldo Bayer (1927-2018), es tajante: “Chatwin es un absoluto analfabeto histórico…” (pag. 137). En 1998 Bayer publicó “Bruce Chatwin: Un gentleman entre chilotes” (Ed. Volcánicas) lamentando, eso si, no haberlo escrito cuando éste vivía: “El prototipo de europeo al pisar tierra colonial. Pero no como un Francisco Pizarro criador de cerdos y bestia cristiana. No, todo un gentleman. Guantes, blancos, sonrisa, simpatía, sangre fría” (págs. 7 y 8). Más adelante, relata un segundo encuentro con Chatwin, esta vez en París y donde le reprocha el aprovechamiento que hizo de las investigaciones de autores regionales, acometiendo lo que en Europa no se le habría permitido, y paradojalmente era posible que “hasta los lectores colonizados se iban a sentir orgullosos de ver que un europeo, y en este caso nada menos que un británico, se ocupaba de nosotros”. Le propuso que: “donara por lo menos un 10 por ciento de sus suculentísimos derechos de autor cobrados en todo el mundo a las bibliotecas públicas de las pequeñas ciudades de la Patagonia”. El inglés no respondió (págs. 11 y 12).
El libro de Chatwin nos entrega esa mirada “desde arriba”, del norte hacia el sur, del primer al tercer mundo, texto muy bien narrado y entretenido; un impacto de ventas, premios y crítica (incluida cierta crítica tercermundista). El relato se apoya en citas a historiadores, científicos o viajeros que han escrito sobre la Patagonia, incluso rescata textos de clásicos de la literatura universal que también aluden al territorio. Ello es un aporte, y el libro es, hasta el día de hoy, un hito en la literatura de viajes, pero pródigo en inexactitudes geográficas, históricas y afirmaciones antojadizas, he aquí una referencia a las y los habitantes de Chiloé: “las mujeres son fogosas y enérgicas y los hombres son holgazanes y derrochan sus ganancias en los juegos de azar” (pag. 114)
Chatwin exacerba y distorsiona leyendas, reduciendo la Patagonia a una suerte de “far west” o “far south”, un escenario para la aventura. Su falta de rigurosidad se hace más patente aún, cuando se refiere al territorio de Santa Cruz en Argentina y la provincia de Magallanes en Chile, respecto de los cuales intenta dar una lección de historia con deplorables resultados. Con tal grado de inexactitudes construyó imágenes que luego se dieron por ciertas, a través de la lectura de los millones de ejemplares vendidos a nivel mundial y como señala Bayer: “¿A quién iban a creerle los lectores de todo el mundo?”, a Chatwin por supuesto, y no a los humildes autores de estas soledades, pensamos. Este tipo de publicaciones han puesto en vitrina a la Patagonia en el resto del planeta, al punto de transformarla en una marca comercial, imán para el turismo invasivo, como también, atracción de capitales que se han hecho de la propiedad de millones de hectáreas en la región.
“Y entonces, vi asomar de un ramo unas hebras de aquel pelo áspero y rojizo que conocía tan bien. Las desprendí cuidadosamente, las deslicé en un sobre y me senté, inmensamente satisfecho. Había logrado el objetivo de aquel ridículo viaje” (Chatwin en la Cueva del Milodón, “En la Patagonia”, pag.235). Esta es la conclusión del Diario de viaje (“ridículo viaje”) de este escritor primermundista.
En una estancia de la costa norte del Lago General Carrera en la Undécima Región de nuestro país, Sepúlveda (protagonista-narrador) inicia su relación con la Patagonia y sus personajes, respecto de los cuales su amigo Chatwin le había advertido: “No se puede confiar ni en la cuarta parte de lo que dicen los Patagones. Son los mentirosos más grandes de la tierra” (págs. 86 y 87). El narrador se empapa de las costumbres, historias y leyendas de la región, visita Coyhaique, Porvenir, Manantiales, Punta Arenas y Puerto Natales en el lado chileno y en Argentina conoce Río Mayo, Los Antiguos, Río Turbio y Río Gallegos. Al igual que con Chatwin, asistimos a un desfile de imprecisiones geográficas e históricas, en medio del relato de sucesos tales como, las andanzas de Butch Cassidy y Sundance Kid (una, sino la principal, motivación del viaje de Sepúlveda), las matanzas de las razas originarias o las huelgas de los obreros rurales de 1921-1922.
Pero hay algo que encontramos notable a la altura de la página 138 y con indisimulado beneplácito nos devela el gran mérito (para nosotros) de Sepúlveda en este libro y la razón del título de éste. El narrador señala que desde la localidad de El Turbio (estrictamente, Río Turbio a 30 kms. de Puerto Natales) “sale el más austral de los ferrocarriles, el verdadero Patagonia Express, que, luego de doscientos cuarenta kilómetros de marcha que unen ciudades como El Zurdo y Bellavista, llega a Río Gallegos en la costa atlántica” (pag. 139). Deducimos que Sepúlveda hace la distinción con “La Trochita” mencionada por Chatwin y que une Esquel (provincia de Chubut) con Ingeniero Jacobacci (provincia de Río Negro) y que además da el nombre a otro libro de viajes: “El Viejo Expreso de la Patagonia” (1979) de Paul Theroux (también amigo de Chatwin).
Efectivamente, el “Patagonia Express” de Sepúlveda era el ferrocarril más austral en la época de su viaje (posterior a 1977, si tomamos como referencia la publicación del libro de Chatwin) y lo sigue siendo, pues, todavía existe y funciona (sólo para transporte de carbón). Se trata del Ramal Ferro Industrial de Rio Turbio –“El Tren del Carbón”- con una extensión de 285 Km y trocha (ancho de vía) de 750 mm. que corre casi en su totalidad en forma paralela a la línea fronteriza chileno-argentina y a la Ruta 40. Fue inaugurado en 1951 para el transporte del carbón de Río Turbio al puerto de embarque en Río Gallegos (actualmente llega a Punta Loyola a 25 kms. de Gallegos) en un viaje de aproximadamente diez horas. Es un tren de carga al que generalmente se le agregaba carros para el transporte de pasajeros, operando en ocasiones exclusivamente para este último fin en modalidad chárter. El tren pasa por parajes y estancias de la zona: “Julia Dufour”, “28 de Noviembre”, “El Turbio Viejo”, “Laguna larga”, “Glencross”, “El Zurdo”, “Sofía”, “Bellavista”, “Buitreras” o “Palermo Aike”. En sus inicios operó con locomotoras a vapor y posteriormente diésel.
Sepúlveda relata el viaje del protagonista en el que denomina “Tren de los Ovejeros”, con estufas a leña en el interior de los carros de pasajeros (eso es real). Sin embargo, los descuidos geográficos son evidentes, un ejemplo de ello es aludir a las “ciudades” de El Zurdo y Bellavista, que ciertamente están en el recorrido, pero se trata de Estancias ganaderas. En otro yerro incluye a la Estación Jaramillo, donde se desarrolló uno de los episodios finales de las huelgas de 1921-1922 con el fusilamiento de José Font (“Facón Grande”) uno de los cabecillas del movimiento. El suceso de 1922 es efectivo y el escenario también, sólo valga reiterar que este ramal se inauguró en 1951 y aclarar que la Estación Jaramillo se encuentra 620 kms. al norte de Río Gallegos y cercana a la Costa Atlántica.
Pero, más allá de los errores, quedémonos con lo positivo, nuestro querido “Tren del Carbón” de ese carbón extraído también por manos chilenas, es el verdadero Expreso de la Patagonia, el que da el título a un libro de alcance mundial. Este es el “Patagonia Express”, el de la línea férrea que atravesemos antes del control policial de Chimen Aike en la entrada sur de Río Gallegos, el de las locomotoras y carros que vemos en Río Turbio. (Hacemos la salvedad que, por su fin exclusivamente turístico, no consideramos como el más austral al “Tren del Fin del Mundo” que circula al interior del Parque “Lapataia” en Ushuaia, Tierra del Fuego Argentina).
Aprovechamos también de aclarar el mito, de si Sepúlveda estuvo o no en la Patagonia. El escritor vino más de una vez: hay fotos, relatos y testimonios orales y escritos de ello (incluso, un amigo me contó que lo vio acá en Punta Arenas; comprando en el Supermercado de calle Zenteno con Capitán Guillermos).
Pero hay algo en Sepúlveda que lo diferencia de Chatwin; el chileno escribe con o desde el corazón, bien o mal, pero con cariño por aquello que es objeto de su escritura, se compenetra, se mimetiza, teje lazos de amistad con los lugareños y se torna en activo defensor y colaborador de causas ecológicas y de apoyo a las comunidades que visitó, lo que da cuenta de su calidad humana, de la cual estimamos, nadie podría dudar: “Este vagabundo del mar es mi hermano, y me da la primera bienvenida a la Patagonia” (“Patagonia Express”, pag. 101: Sepúlveda refiriéndose a un navegante chilote que divisa a estribor desde la nave que lo lleva hacia el austro).
“Patagonia Express” de Sepúlveda y “En la Patagonia” de Chatwin fueron construidos desde una mirada eurocéntrica, desde arriba hacia abajo, desde fuera, desde la óptica de quien con un acervo de lecturas previas -en el caso del inglés- se asoma por estos lados con el afán de confirmar en terreno cuanta leyenda provenga de esas lecturas y dejarlo por escrito, un “texto fundador” para seguir alimentando la mitología y servir de nuevo punto de partida de autores posteriores; Sepúlveda, entre ellos.
Esta visión es la de un territorio inhóspito, desolado, invivible, poblado, apenas, por personajes que no tendrían cabida en otro lugar del planeta. Tierra de aventureros (as) apta para reportajes de televisión tan de moda en estos tiempos, realizados al borde de la caricatura y en los cuales es común observar a locuaces conductores (as) o animadores (as) imitando los modos de hablar de los lugareños (como para interactuar de igual a igual o “empatizar”) o tratando de vivir “en la práctica” el día a día de sus anfitriones al realizar las tareas propias de ellos (trabajar la tierra, preparar un curanto, operar un tractor, etc.). De este modo, esos libros (o los reportajes) tornan en exótica nuestra cotidianeidad, no importa cuanto la deformen; y nosotros, los integrantes de este “zoológico humano” de sitio, esperamos ansiosos el momento de “salir en la tele” o de comprar el libro, pues ni siquiera nos llegará un ejemplar de regalo. Al respecto, el protagonista-narrador de “Patagonia Express” antes de partir al sur reflexiona: “Curiosa gente ésta. Chiloé es la antesala de la Patagonia, aquí comienzan las ingenuas y bellas excentricidades que veremos o escucharemos más al sur” (pag. 91). Es decir, para Sepúlveda los del sur somos los “excéntricos” y además “ingenuos”. Lo de excentricidades es, al menos discutible, pues todo dependerá de donde situemos el “centro” y en lo de la “ingenuidad” no hay duda, somos tan “ingenuos” que permitimos y hasta celebramos las atrocidades literarias de quienes escriben y dan por ciertas nuestras historias y costumbres engrosando, de paso, su fama y arcas personales.
Osvaldo Bayer al abordar la fijación de Bruce Chatwin en Butch Cassidy y Sundance Kid, los bandoleros norteamericanos que anduvieron por la Patagonia, señala: “Para Chatwin no existió́ la épica de los colonos, ni la increíble formación de los sindicatos en las costas, ni las conformaciones de las sociedades, con sus diarios, sus iglesias, de mujeres que tuvieron hijos antes de que llegara la primera partera, de los médicos, etcétera. Para él, valen sólo dos asaltantes” (Bayer; “Bruce Chatwin: Un gentleman entre chilotes”, 1998, pag. 16).
El paso del tiempo ayudó a que los autores, y/o sus defensores, justificaran las falencias en el legítimo uso de la ficción (Chatwin) o, que se tratara de una novela (Sepúlveda). Lo cierto, es que ambos textos se presentaron como “Diarios de viaje” y, evidentemente, no suscribimos las mutaciones de género ampliamente publicitadas con posterioridad.
En definitiva: hay una gran diferencia entre el escritor foráneo, fuertemente influenciado por el “texto fundador”, que escribe a partir de las lecturas previas y el autor regional -no necesariamente nacido en la región- pero que lo hace desde la experiencia diaria, desde el estudio de la geografía humana que se va forjando en la interacción con el espacio y puede así, retratar con conocimiento y respeto la verdadera esencia de la Patagonia.
"PATAGONIA EXPRESS”, Luis Sepúlveda -1ª edición (chilena)-. Editorial Tusquets, Santiago de Chile, 2017, 184 pgs. (1ª edición, España, 1995).
“EN LA PATAGONIA”, Bruce Chatwin, Ediciones Península, Barcelona, España, 2007, 246 pgs. (1ª edición en inglés, 1977; 1ª edición en español, 1987).