«Creo que tenemos que entender que no tenemos nada que entender». Esto dice Juan Luis Martínez en una entrevista fantasma publicada en el libro Poemas del otro. Y me parece que se relaciona directamente con ejercicios vacíos. La necesidad de entender, de conocer, es una demanda utilitaria que suele exigírsele no solo a la realidad y al lenguaje común, sino también al poema. Como si los lectores pudiéramos extraer de él un insumo, una utilidad práctica para el devenir cotidiano.
En contraposición, este libro se esmera por no sostener una relación utilitaria con el lenguaje. Se resiste a la funcionalidad de la palabra, a su operatividad. Busca —no sé si de manera consciente o inconsciente— apartarse de la poesía semántica y contenidista que ha apostado por la credibilidad del poema, que ha creído ciegamente en él como un soporte para la proyección de un mensaje claro, definitivo y hasta necesario para el aparato cultural y para el espacio de la discursividad pública.
Aquí, en cambio, el lenguaje se repliega. La palabra opera como un modo de distanciamiento de la realidad, y también de extrañamiento. Las formas certeras del lenguaje se desdibujan y emerge una palabra escéptica de sí misma, la que por momentos se vuelve puro significante, como el canto de los pájaros al que alude Juan Luis Martínez, quienes comunican una comunicación en la que dicen que no dicen nada.
De este modo, al no cumplir con la expectativa cognitiva que se espera del poema, ejercicios vacíos se vuelve consciente de su inanidad y de su inclinación a la incertidumbre. Pero a la vez, su comunicación defectuosa no termina, del todo, por incomunicar, sino que comunica el desfondamiento de la palabra, el quiebre insondable de la relación entre significante y significado. Porque el libro está repleto de paradojas, de palabras que se desfondan y apuntan a un sentido opuesto a la idea tradicional de sentido:
«¿Cómo comenzar /lo que no tiene /principio ni fin?» (p. 14).
«Las certezas se fundan en el desconocimiento
El desconocimiento se propaga en las certezas» (p. 18).
Versos, en definitiva, que desmontan su fracaso como expresión comunicativa, que dan cuenta del sinsentido y del absurdo que subyace en la escritura poética:
«La escritura es un lenguaje que pospone al mundo» (p. 16).
«lo que lees en este momento /está desapareciendo delante de tus ojos» (p. 25).
Pienso que estas operaciones lingüísticas son profundamente subversivas. En ellas se vislumbra una desconfianza no solo en el poema como expresión transparente de nuestra relación con la realidad, sino en el lenguaje verbal. La palabra parece no ser un medio confiable. El poeta se sitúa como un sujeto incapacitado para dar cuenta de otra realidad que no sea la de su relación paradojal con el lenguaje.
Y aquí reside, desde mi punto de vista, la radicalidad del gesto: al subvertir ciertos imaginarios que siguen operando en la actualidad, los que, parafraseando al italiano Valerio Magrelli, conciben al poeta y al poema como entes privilegiados, capaces de entrar en contacto con la realidad de manera exorbitante. En ejercicios vacíos, por el contrario, el autor comprende y acepta la precariedad del poeta y de la expresión poética. Se entrega, resignado, a la pulsión del silencio y a una abismante incertidumbre.
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Una lectura de ejercicios vacíos (Buenos Aires Poetry, 2020), de m. naranjo igartiburu.
Por Andrés Urzúa de la Sotta
Publicado en revista digital El circo en llamas, 27 de enero de 2021