
        
          Cuentistas fantásticos en Valparaíso
          “Historias de Rock” de Marcos López Aballay, Ediciones  Inubicalistas 2012
        Por Marcelo Novoa
        
          
          
           
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        Hace  años que no duermo,  pensando seriamente en los escritores del género fantástico que habitaron y aún  perviven en nuestras costas. Por eso, reuní un centenar de títulos y autores en  mi antología “Años Luz. Mapa Estelar de la   CF en Chile” (PdE, 2006). Y hoy  quiero compartir algunas apreciaciones del estado del arte fantástico local. Pues,  esta literatura es hija de la   Fantasía, la   Imaginación y el Misterio. Y qué mejor excusa que la  presentación del sorprendente, lisérgico y a ratos, genial, colección de  relatos: “Historias de Rock” de Marcos López Aballay, publicado por Ediciones  Inubicalistas este 2012, a quienes agradezco contactarme, en un gesto de buena  vecindad editorial, que escasea, y por ello, se agradece.
        Valparaíso, puerto principal, no sólo bursátil  y naviero, es realmente pionero de la   CF criolla, pues vio publicado aquí en 1875: “¡Una Visión del Porvenir! O el Espejo del  Mundo en el año 1975” por Benjamín Tallman. Luego, en 1842, José Victorino  Lastarria presenta “Don Guillermo”, que nos permite atisbar en  mundos paralelos intercomunicados por medio de la Cueva del Chivato (¡sí,  donde hoy está El Mercurio!). Esta novela ha sido leída como alegoría política  (pelucones v/s pipiolos) y aún espera que algún crítico lúcido la reclame como  la obra inaugural de nuestra literatura fantástica.
        Revisemos  otros títulos porteños de este género mayor de la literatura mundial. Sin  saberlo, la novela marinera “Thimor” (1932) del porteñísimo Manuel Astica Fuentes, inauguró en nuestras letras el  mito de La Atlántida.  “La taberna del perro que llora”  (1945) reúne historias fantasmagóricas y suprarreales de Jacobo Danke y  resultaría el pariente lejano del autor que hoy presentamos, pues comparten,  desparpajo verbal, inventiva, y una clara identidad local que no les quita un  ápice de valor universal. También podemos recordar aquí a Hugo Correa, quien  publicara su inaugural novela CF: “Los  Altísimos” (1959) tendrá nuevas ediciones en nuestra ciudad. Y sobre todo, su magnífica compilación de relatos breves “Cuando Pilato  se opuso” (1971) publicado por Ediciones Universitarias de Valparaíso y que  incluye su nouvelle: “Alguien mora en el  viento”, lectura obligada para saber de una vez por todas que sí se escribe  literatura fantástica de altísima calidad en nuestro país. 
        El  otro autor porteño que bien podría ser el tío  putativo de nuestro Marco López es Sergio Escobar y sus narraciones: “Aquel tiempo, esas enajenaciones” (1969)  donde resaltan por su frescura e inventiva sin límites, lenguaje experimental,  personajes juveniles, drogas, amor libre, y esa música  española-italiana-argentina que inundó los oídos chilenos de los 60 a los 70tas.  Osea, todo un monumento pop en nuestras propias narices ¡Y aún se le encuentra  en librerías de textos usados! 
        Una  autora interesante, por donde se le mire, es Myriam Phillips, con sus relatos  leves, crepusculares: “Designios”  (1974) y “Pedro, Maestro y Aprendiz”  (1978). También, debemos recordar a Enzo Reyes y sus relatos fantasmagóricos y  románticos: “Los Intrusos” (1988).
        Permítanme  detenerme en un autor oculto, que ha perdurado hasta hoy. Me refiero a Sergio  Meier, que publicó “El color de la  amatista” en 1986. Radicado desde siempre en Quillota, representa a  cabalidad, el actual perfil de los escritores CF chilenos. Ninguneados, jamás  invitados al banquete de las letras, inclusive, muchas veces, han debido  soportar la burla encubierta o el desprecio abierto de sus pares. Pero contra  todo pronóstico, sigue escribiendo y puliendo su estilo, aportando a la  consolidación del género con su novela steampunk: “La Segunda Enciclopedia de Tlön” (2007) que ha resultado ser un best-seller oculto de  ventas sostenidas por los vericuetos de internet. 
        Como  se va viendo, la CF  local no sólo goza de prestigio histórico, como acabo de señalar, sino que puede  anunciar, incluso, nuevas plumas. Nos referimos a Jorge Baradit, quien con su  explosiva novela “Ygdrasil” (2005)  acuñó el término: cyberchamanismo. Publicando luego: “Synco”, “Kalfukura” y la novela gráfica: “Karma Police”. También hallaremos  a Álvaro Bisama, crítico de peso y cínico cronista sensible, quien publicó “Caja Negra” (2006) y “Canciones Marcianas” (2007) un mix de  realismo seco y fantasía húmeda que hará resbalar a más de alguno. Baradit y  Bisama pisan el palito de los cantos de sirenas mecanizadas y hoy pululan por  un Santiago otro. 
        También,  ha publicado sus relatos de terror y suspenso desbocado: Néstor Flores en “Barcelona” (2006) que mezcla personajes gore  y ambientes porteños de alucine. Y Luis Pita, con sus relatos multiformes, “El  pez Explosivo y La calavera de Goya” (2010) y finalmente, Christian  Leiva-Ceballos y “El tarot de la locura” (2012) que hace deambular a un payaso  de micro por un Valparaíso apocalíptico y decadente.
        Y  aquí llegamos a “Historias de Rock” de Marcos López Aballay, para detenernos en  sus aciertos y relumbres. Primero, señalar que compartimos con él su  irrenunciable e irrestricto amor por el rock, como una fuerza artística casi en  estado salvaje (sólo comparable al Dadaísmo), y al mismo tiempo, manifestación  moderna y electrónica del Yo Romántico, en la actualidad, con sus consabidas  conexiones con el anarquismo, nihilismo y existencialismo, derrochados en  letras, acordes, actitudes y puesta en escena delirante que amueblan, desde  mediados del siglo XX, las habitaciones quinceañeras de casi todo el planeta.
        Hecha  esta mi declaración de principios, nos sumergimos en el texto mismo. Desde  “Reencuentro” que inaugura esta colección de relatos, y pasando por  “Apocalypse”, “Amigos”, “Melodías de la confusión”, “Avenida 23” y “Dolores”,  el relato final, en todos ellos, nos encontramos con un mismo recurso  discursivo matizado en múltiples facetas, que denotan manejo escritural e  interés en seducir al lector con un salón de espejos deformantes. Así, un hecho  cotidiano, como abordar un bus, o encontrarse con viejos amigos, hasta sacar  ratas de una casa o recordar a la abuela, es retorcido por el autor hasta  convertirlo en un destilado de burlona crueldad, una potente metáfora de la  locura ambiental que reina en Chile hoy por hoy, convirtiendo estos cuentos en  postales provincianas del inferno inadvertido, ése que nos telegrafía que  estamos locos, pero aún vivos. Y los cuentos de Marcos López seguirán flameando  orgullosos como bandera negra en las playas de nuestra extinción.
        Por  eso, es altamente recomendable leer a este autor y sus “Historias de Rock”,  junto a la decena de autores locales del género que he mencionado al pasar esta  noche. Y la literatura fantástica chilena entrará  por puerta ancha al encuentro de ustedes, los lectores por venir. Así pues,  mantengamos esa puerta abierta por mucho tiempo más…