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EL SEÑOR DE LA MONTAÑA


Por Hugo Diego Blanco
(Puebla, 1959)


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El filósofo Chao-Yung vivía en el arrabal de K'ai-Fong. En su cabaña faltaba leña para el fuego en invierno y un abanico para el verano, Pero a pesar de eso nunca dudó en llamar a su casa el nido de la alegría tranquila. Siguiendo a los sabios antiguos rechazó los empleos oficiales, pero acostumbraba ser buen anfitrión de los letrados y príncipes de la dinastía Sung que lo visitaban. Más allá de su cabaña existía un sendero que conducía a las montañas. Los paseantes que se aventuraban por aquellos caminos buscaban piedras que eran célebres por su belleza. También existían rocas con felices inscripciones. Una tradición dice que fueron hechas por Chao-Yung. Hace novecientos años muchos viajeros se acercaron a aquellos parajes sólo para leer lo que el habitante de el nido de la alegría tranquila escribió en las piedras. En el siglo XIV un letrado, a quien las traiciones políticas convirtieron en vagabundo, recuperó en su cuaderno de viaje las siguientes inscripciones:


No busques especialmente un lugar en donde encontrar la dicha. Todo el universo es tu casa. El lugar que elijas tendrá una puerta por donde entrará la felicidad pero también la desgracia.

 

 

Nada se compara con la contemplación de la sombra de las cosas. La sombra de las flores en el agua, la sombra de los bambúes bajo la luna, y la sombra del cuerpo de una bella mujer reflejada en el delgado papel de un biombo.

 

 

Pasea por la montaña de la misma manera que lees un libro raro. Ve despacio. La prisa no te hace comprender más rápido. La mente necesita tiempo para entender, así los ojos también requieren paciencia para deleitarse con la belleza del valle.

 

 

Cierra la boca y observa cómo florecen los crisantemos y cómo se marchitan. Haz lo mismo cuando escuches a un hombre decir tonterías y a otro decir verdades.

 

 

¿Me preguntas por qué es mejor vivir en la montaña que en la ciudad? Tengo ocho respuestas: Recibes pocas visitas. Al salir de tu casa no te preocupas de que te atropelle un caballo o una carreta. La carne y el vino están siempre frescos. No hay vecinos y, por tanto, tampoco preocupaciones sobre el traicionero corazón humano. No existen necios que quieran discutir sobre el bien y el mal. No hay urgencia por leer la última novedad literaria. Tampoco escuchas rumores del fin del mundo.

 

 




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EL SEÑOR DE LA MONTAÑA
Por Hugo Diego Blanco
(Puebla, 1959)