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Vía chilena al constitucionalismo y la era digital

Por M. E. Orellana Benado
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Aristóteles, filósofo macedonio a quien el autor de La Divina Comedia llamó con justicia “el maestro de los que saben”, sostuvo que el alma del animal humano tenía tres peculiaridades: hablar, hacer política (es decir, vivir con otros en ciudades) y reír. Somos la especie racional, competitiva y festiva. Estamos empapados de significado, poder y comicidad.

¿Qué es la política? Un asunto serio. ¿Qué asunto pudiera ser más serio que negociar y dirimir las reglas para gobernar el presente, el futuro y, crucial, la memoria? Veamos ahora las cosas de otra manera. Es decir, con filosofía, humor e imaginación, pero sin fanatismo. La política puede ser también el más ridículo de los asuntos.

La sicología de la Gestalt lo enseña. En uno y el mismo dibujo, en una y la misma realidad, podemos ver cosas muy distintas: un conejo, pero también un pato. La política, vista de otra manera, es el más cómico de los espectáculos. Al menos para quienes cultivan su sentido del humor. Es decir, quienes conservan la capacidad de asombrarse ante cosas que ocurren todos los días: lo que decimos, nuestras alianzas, y lo ridículos que tantas veces somos todos (y, por supuesto, “todas”). Veamos un ejemplo.

¿Con qué himno Chile ríe y canta hoy? “Aprobaré, aprobaré”. ¡Cuánto ha crecido la influencia del pueblo evangélico! Cantan juntos doña María Isabel, su sobrina, Maya Alejandra, Óscar Daniel y don Joaquín José. No es poco. Una aclaración antes de continuar con el asunto. Don Pablo, créame, no me salto su nombre por razones personales. Esto es business, como decía El Padrino. Nada personal. Pero nosotros no seguimos a resucitados. ¿No es ridícula esta conjunción? Ahí están una hija y una nieta del gran Salvador Allende.

Abro una “ventana”, como se dice en la era digital, de corte conmemorativo cómico. Según contaba el influyente periodista viñamarino de origen boliviano, que en la segunda mitad del siglo 20 se ganó a pulso el apodo jonsoniano de “Volpone”, fundador de El Clarín y el primero que dijo estar “firme junto al pueblo”, a instancias de su madre, una señora apellidada “Gossens”, Allende fue bautizado como “Salvador Isabelino Sinforoso del Sagrado Corazón de Jesús”, aunque en el Registro Civil fuera inscrito solo como “Salvador Guillermo”. Cierro la “ventana”.

Y, junto a la hija y la nieta de Allende están quienes son, hoy por hoy en Chile, el más enrabiado, maniqueo y populista discípulo de Stalin y el más sonriente, camaleónico y resiliente discípulo de Pinochet. ¿Conoce el estribillo del himno “Aprobaré, aprobaré”? ¿Estará inspirado en el vate (huaso y cazurro) Nicanor Parra, hermano de Violeta, antiguo inspector del Instituto Nacional Barros Arana (INBA) y profesor de mecánica racional en el Acuario de los Cabezones (sí, la Escuela de Ingeniería ubicada en Blanco con Beauchef)? El estribillo es revelador: “La clase política / Por el pueblo ungida / Bien unida / Jamás será vencida”.

Guiño para la tercera edad: Ha resucitado la Banda de los Cuatro. Su himno anuncia una nueva Revolución Cultural. Hint for millennials: si quieres luces sobre la banda china The Gang of Four, consulta Father Google, Mother Google o, como dice la ingeniosa fórmula de mi amigo Marcelo Maturana Montañez, “Trans-Parent Google”.

Para llegar al país que “mana leche y miel”, según la versión chilena de la Banda de los Cuatro, lo primero es salir de Egipto. A saber, la Casa de los Esclavos, el horroroso Chile de la Constitución de 2005, la que “ya no nos divide”, según sentenció con su proverbial y natural modestia el entonces jefe del Estado, el que la promulgó. Me refiero a aún otro antiguo alumno de la Escuela Primaria Anexa al Liceo Experimental “Manuel de Salas” de la Universidad de Chile (al igual que Vicente Bianchi, Susana Bloch, Ana Bronfman, Vivian Budnik Oberhauser, Jaime Mañalich y Humberto Maturana), egresado del Instituto Nacional y del Acuario de las Pirañas, donde luego fue también profesor (sí, me refiero a la Escuela de Derecho ubicada en Pío Nono con Santa María), el estadista cuyo galante primogénito y pariente político del mismo nombre ya es senador.

Según la nueva Banda de los Cuatro, luego de salir de Egipto y para llegar a la Tierra Prometida solo habría que cruzar un desierto, el debate constitucional donde, sostienen algunos, solo encontraremos dunas a las que el siroco del Sahara democrático dará la forma que quiera, con o sin 2/3. ¡Así de fácil! Medio siglo después de la elección presidencial de 1970, gran cosa, ha resucitado la Unidad Popular (por Aprobar). Cantemos, hermanos, hermanas y hermanes, todos juntos, todas juntas y todes juntes: “¡Aprobaré, aprobaré!”.

Allende “triunfó” en 1970, hace medio siglo, con un demoledor 36,6%. La mayoría eran votos de “allendistas” independientes, como mis padres. Los demás votos los juntó la “Unidad” Popular, la media docena de partidos políticos y movimientos que la conformaban: Socios-Listos, Comuni-Listos, Radica-Listos y tres apéndices. He ahí una olvidada “verdad histórica”, cuán débil fue su partida en la carrera que, sin embargo, con su desempeño en últimos tres años de cuatro décadas de vida política, terminó ubicándolo en la historia.

Tratando de calmar las aprensiones de Ronald Reagan, un anti-comunista rabioso, pero con sentido del humor, que a la sazón era gobernador de California, ante la elección del “Chicho”, alguien le señaló que era “marxista, pero democrático”. Ronnie rio. Dijo que tampoco se podía decir de una mujer que estuviera “medio embarazada”. Era plena guerra fría. No había lugar para “socialdemócratas”.

Tres años después, la “Unidad” Popular fue derrocada por un sangriento golpe de Estado que instauró un régimen militar civil. No fue “cívico militar”, como dice la gente de lengua apresurada. Como bien preguntó Manuel Antonio Garretón, ¿acaso la presencia de civiles en los gabinetes del general Pinochet aseguró que el régimen diera un trato “cívico” a sus opositores?

El golpe militar civil (todos lo son) tuvo amplio respaldo en Chile y, también, foráneo: de grupos empresariales brasileros y venezolanos, de corporaciones internacionales, incluso del gobierno estadounidense. El presidente de la época era Richard M. Nixon, apodado por algunos de sus compatriotas “The Tricky One” y, también, “Dirty Dick” quien, pocos años después, se convertiría en el primer sucesor de George Washington en ser destituido de forma democrática.

Con el golpe o, según sus partidarios, la “liberación nacional” comenzó el peor período de violencia política que Chile vivió en el siglo 20. Violencia, no payasadas como “violencia estructural”, “guerra civil larvada” o “violencia simbólica”, los términos que usan quienes tuvieron el privilegio de no vivir la verdadera violencia. Es decir, el golpe de Estado de 1973, el “pronunciamiento” que, en la hora undécima, se inclinó por encabezar un militar gris (que, poco después y luego de casi sesenta rastreros años, revelaría su talento y potencial como asesino, cobarde, intrigante y rapaz) a quien, cuando faltaban aún décadas para el suicidio de Allende en el palacio en llamas y para que sus víctimas estuvieran “frente al pelotón de fusilamiento”, su amigo León (el marido de su tía política Adriana Hiriart) profetizaba con puntería judaica “llegarás lejos MacArthur”.

Un chiste mordaz que Allende hacía de sí mismo perdió el 11 de septiembre de 1973 buena parte de su gracia. Luego de tres intentos fracasados por alcanzar la presidencia, Allende comenzó a bromear con sus cercanos que en su lápida diría: “Aquí yace el futuro presidente de Chile”. Lo demás es historia, algo que solo pueden valorar los mayores, porque son los únicos que la tienen.

Durante una década se invocó a la revolución. Primero “en libertad” y, luego, “con sabor a empanada y vino tinto”. Fue la década entre Frei El Grande y Allende, cuando la agitación política se promovía a sí misma como cambios “revolucionarios”, el período 1964-1973. Pero, cuando la revolución sí llegó tuvo carácter “militar civil neoliberal”. Fue la única revolución que Chile tuvo en el siglo 20. A pesar de los cambios en verdad revolucionarios, para comenzar, en los ámbitos constitucional, económico y educacional, la sociedad permaneció en calma.  El gobierno tenía el respaldo del terrorismo de Estado. Un cubo amenazante, que giraba a la entrada del aeropuerto de Pudahuel, anunciaba a nacionales y extranjeros: “Chile avanza, en orden y paz”. El “progresismo” es un condominio donde conviven la izquierda y la derecha.

Las políticas de los Chicago Boys, egresados de economía en la “Cato” y que, luego, hicieron posgrados en esa disciplina en la universidad de esa ciudad, supervisados por las lumbreras que encabezaba el Premio Nobel Milton Friedman, causaron en Chile una horrorosa debacle gatillada por la quiebra de la Compañía de Refinería de Azúcar de Viña del Mar (alguna vez conocida por la sigla CRAV) en marzo de 1981. Esa crisis económica erosionó de forma irrecuperable el apoyo ciudadano a la dictadura militar civil. Con intuición y audacia, en 1985 el “Tatita”, como lo llamaban entonces sus agradecidos partidarios, designó un insólito y genial ministro de Hacienda, Hernán Büchi Buc, un “rucio” melenudo, medio suizo, medio croata y que simpatizó con el MIR en su tiempo estudiando ingeniería en el Acuario de los Cabezones.

Después de muchos años de asesinatos e intentos de asesinato en Chile y en el extranjero (fue la primera industria chilena de exportación “no tradicional”: Prats, Buenos Aires, 1974; Leighton, Roma, 1975; y Letelier, Washington D.C., 1976), de desapariciones, torturas y de políticas económicas demenciales llegó, por fin, la sensatez, al menos en este último frente. El país se abrió al mundo con realismo. A fines de esa década, guiados por tres profesores del Acuario de las Pirañas (Aylwin, Lagos y Silva), una mayoría de la ciudadanía terminó aceptando “el itinerario constitucional”, la denominación de la prensa seria, la única que entonces existía, para la gradual puesta en marcha de la Constitución de 1980.

Este documento, el útero de la “democracia protegida perfeccionada”, el régimen que, cuarenta años más tarde, varias veces “perfeccionado” aún rige en Chile, fue inspirado y redactado bajo la estricta supervisión de “Jaime”. Me refiero al abogado constitucionalista, egresado de derecho en la “Cato” y hermano de la sagaz periodista Rosario Guzmán Errázuriz (la madre de Ignacio Santa Cruz, el cineasta que filmó “El Tío”). Pinochet concedió dicha constitución (decir que “la impuso” sería una distorsión de la realidad, según aprendí del Dr. Eric Eduardo Palma González) con un plebiscito en marzo de 1980. No había Registro Electoral. El que teníamos ardió en la hoguera luego de la Liberación Nacional. Fue una ceremonia purificadora. ¿Qué celebración de un verdadero comienzo (como la del año nuevo en Cerro Castillo, Viña del Mar) no incluye quemar “un Judas”? No existía entonces tampoco Servicio Electoral.

Pero ¿acaso personas de buena voluntad necesitan de tales mecanismos para fundar un ordenamiento jurídico que, inspirado en el tomismo, busque solo promover “el bien común” y que, si todo sale como corresponde, asegurará además la prosperidad material de la “gente como uno”? El “itinerario constitucional” de “Jaime” contemplaba un plebiscito en 1988, ya con Registro Electoral y Servicio Electoral, para elegir o reelegir a quien ocuparía la jefatura del Estado en el siguiente período. El propósito del ejercicio, según anunció Pinochet por radio y televisión ese año en su discurso de aceptación de la candidatura única, sería “someter a la debida ratificación de la ciudadanía”, la prórroga de su mandato por ocho años.

Si ganaba el “Apruebo” en 1988, el “Tatita” estaba habilitado por la Constitución de 1980 para presentarse otra vez en 1996 (entonces, eso sí, en una elección entre varios candidatos) por aún otros ocho años. ¡Pinochet hasta 2004! Bajo la Constitución de 1980 el “Tatita” podía permanecer un total de 31 años en el poder. Tres veces más que los presidentes decimonónicos bajo cuyas administraciones se forjó la República, dos generales y un abogado: Prieto, Bulnes y Montt. ¡Esa era la versión original de la “democracia protegida”, el régimen que todavía defiende la Unión Demócrata Independiente, ¡el partido que fundó “Jaime” y sus (Chicago) Boys!

Gracias a la conjunción de diversos factores y en el contexto de un vasto movimiento de la opinión ciudadana, la noche gloriosa del 5 de octubre de 1988 triunfó el NO con 56% de los votos. El primero de estos factores fue el maquiavélico realismo político del abogado Patricio Aylwin Azócar, que trabajó por años tendiendo puentes hasta imponer en la oposición la tesis que había que aceptar la Constitución de 1980 como “un hecho”, más allá de preciosismos filosófico-jurídicos relacionados con su legitimidad. Convenció de esta estrategia, entre otros tantos, a dos de sus antiguos colegas en el Acuario de las Pirañas, Enrique Silva Cimma y Ricargo Lagos Escobar.

El segundo factor fue la soberbia de Pinochet. Ésta le impidió justipreciar la oposición de Fernando Matthei Aubel, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, uno de cuatro integrantes del exótico “poder legislativo” unicameral que Chile tuvo entre 1980 y 1990, a que él fuera el “candidato único” en el plebiscito de 1988. Pinochet actuó de forma temeraria y se impuso como candidato.

Fue el inicio del desastre en cámara lenta que vivió durante la siguiente década. Es decir, entre el plebiscito de 1988 y hasta terminar arrestado en 1998 y permanecer preso durante dieciséis meses y medio, hasta 2000, en su hasta entonces amada Inglaterra. Es decir, en el Reino Unido que alguna vez gobernara su amiga, la baronesa Thatcher. Como sostiene Aristóteles, solo al final de la vida puede el individuo saber si ésta fue floreciente o no, los apresurados dicen “feliz” o no. Vaya sincronicidad jungeana: Pinochet estuvo preso un “mes por año de servicio” (en la presidencia), lo prescrito por la fórmula que alguna vez rigió para calcular las pensiones de los empleados públicos.

A pesar de estar hoy por completo olvidado, hay un tercer factor tan accidental como crucial detrás del triunfo que tuvo la oposición a Pinochet “Esa noche” (para decirlo con el título del bolero, con letra de Cucho Orellana y música de su compadre Vicente Bianchi, que catapultó a Lucho Gatica a la fama a mediados del siglo pasado). Me refiero, por cierto, a la noche del 5 de octubre de 1988. Justo antes de entrar a la reunión a la que citó S.E. en La Moneda a la Junta de Gobierno, Matthei reconoció la derrota de Pinochet ante la prensa y la televisión chilena y extranjera. ¿Qué hubiera ocurrido en esa reunión si no lo hace? Nunca lo sabremos.

Fue su revancha de un golpe bajo, prohibido a caballeros que practican el box. Pocos meses antes, en el contexto de su oposición a la candidatura única de Pinochet, Matthei tuvo un hijo extramatrimonial. Un aviso, publicado en la sección “Nacimientos” de un diario serio, informó que “Fernando M. Aubel” había sido padre. Adivine quién pagó por la publicación.

A consecuencia de la conjunción estos factores, de tan diversas naturalezas, el 5 de octubre de 1988, el “Tatita”, según sentenció el humor matemático del Gato Gamboa, “corrió solo, y llegó segundo”. Al año siguiente, 1989, la Constitución fue “perfeccionada” (así decía la prensa seria) por primera vez mediante plebiscito. El “Sí” obtuvo el 91,25% de los votos y con votación todavía obligatoria, un margen de aprobación que ni el más optimista sueña obtendrá el “Apruebo” en el plebiscito del del domingo 25 de octubre de 2020 (un año y una semana después del 18 de octubre de 2019).

Por eso, sospecho, en el segundo perfeccionamiento por plebiscito que tendrá la Constitución de 1980 en cuarenta años, aunque hoy nadie lo diga así, la alternativa no será ya entre “Sí” y “No”, sino entre “Rechazo” o “Apruebo” el inicio de un proceso para derogar la “constitución tramposa”, según la bautizó el “Aprendiz de Jaime”, a quien llegaremos a su debido momento. Este último escenario sería el perfeccionamiento “final”.

La economía de un Chile, que Büchi Buc había abierto al mundo en dictadura, ya bajo la democracia protegida perfeccionada, recibió a partir de 1990 una descomunal inversión extranjera, “shorros de dólares”, como alguna vez dijo el “Tatita” para referirse al supuesto financiamiento foráneo a sus opositores. Ya el 20 de octubre de 1990 Chile firmaba con España tratados para inversiones por 2000 millones de dólares en los siguientes cuatro años. La política es un asunto cómico. Nadie sabe para quién trabaja.

La alegría, parece, no llegó para todos, o no en igual medida. Pero la plata sí. Y el dinero, si bien no hace la felicidad, “produce una sensación bastante parecida”, según sentenció Oscar Wilde, el gran escritor irlandés educado en Trinity College, Dublin y Magdalen College, Oxford.

Durante los siguientes tres lustros, los “representantes del pueblo”, en la Cámara de Diputados y en el Senado de la República, aprobaron una cascada de medio centenar de modificaciones constitucionales. Ese proceso culminó en la “constitución tramposa”, la refrendada por Lagos Escobar en 2005. Entre Aylwin Azocar, Frei El Pequeño y Lagos Escobar, las instituciones funcionaron cada vez mejor (aceitadas), y crearon la versión chilena de “Odisea del espacio”.

Por primera vez (y, quizás, por única vez) en casi cinco siglos de historia chilena, gracias a Büchi Buc y sus sucesores, el Valle Central se incorporó al 20% más rico de la humanidad, un club al que nunca soñó con ingresar. Entre 1990 y 2010, bajo la supervisión del Dr. Foxley Rioseco, el Dr. Aninat Ureta, el Sr. Eyzaguirre Guzmán (que alguna vez fuera candidato a doctor, que es una condición transitoria y no, como pretenden los farsantes, una jerarquía académica permanente) y el Dr. Velasco Brañes, la República de Chile ahorró unos treinta mil millones de dólares (sí, leyó bien). Con esos ahorros se pagó, y se está pagando, una farra que ya dura una década. El mejor “diesiosho shiko” de la historia. ¡Viva Chile, mierda!

En 1985, más del 80% de la población chilena vivía en la pobreza. Antes del 18 de octubre de 2019 y de la pandemia, menos del 10% vivía en esa terrible condición. ¿Por qué no hablamos de eso hoy? ¿Por qué, en cambio, estamos hablando de “una nueva constitución”? Por muchas razones. Mencionaré solo las dos principales, ambas relacionadas con la educación o, más bien, con la paupérrima condición de la educación chilena.

Primera, porque la clase empresarial no buscó y contrató tutores para educarse a sí misma ni, muchísimo menos, para educar al pueblo. Seguir abusando era un negocio más cómodo y muy rentable. Suficiente con que el pueblo siguiera comprando. Ojalá caro y a crédito. Y ¿si algo salía mal? En tal caso, habría que recurrir a una variante del estoicismo que, en la era victoriana, era recomendado para la noche de bodas a las jóvenes vírgenes del imperio británico. Cerrar los ojos. Apretar los labios. Y pensar en Chile (en la versión original “think of England”). Luego, acatar las sentencias de los tribunales. Por último, tomar “clases de ética” en el Primer Santuario de Peñalolén. Dura lex, sed lex. Ley dura, pero ley.

Si quiere detalles, lea. Por ejemplo, Estudios sobre la colusión de Antonio Bascuñán Rodríguez, la trilogía del diputado Renato Garín González, los libros de Mónica González, de María Olivia Mönckeberg o bien Empresarios Zombis de Juan Andrés Guzmán y Jorge Rojas. El problema, ya detectado por Andrés Bello, el príncipe de las letras castellanas del siglo antepasado, y que está lejos de haber sido superado en el siglo 21 es que, “en Chile, nadie lee”.

La clase empresarial nunca se enteró de que, para seguir ganando plata, tenía que pulirse. Y que explicar al pueblo este cambio revolucionario en sus “condiciones materiales de existencia”, para decirlo con Marx. Y, sobre todo, que tenía que dejar de abusar, esquilmar y maltratar a quienes no son “gente como uno”. Esta última conducta (elijo mis palabras con cuidado) se encarnó con ferocidad mediática en febrero de 2019, meses antes del “estallido”, “revuelta” o “revolución digital” del 18 de octubre, en el “niño símbolo” de la prepotencia empresarial, el blanco balón de gas, que se hiciera conocido como “el guatón de Gasco”.

Este supuesto caballero, sin camisa y exhibiendo sus mamas monumentales, increpó a un grupo de mujeres, incluida una monja, que tuvieron la osadía de hacer un picnic en una orilla de lago sureño, frente a su segunda, tercera o cuarta residencia (Millenial: está en YouTube, no te lo pierdas). Este negocio, maltratar a quienes no son “gente como uno”, en la era digital, tiene un oscuro futuro, como advierten en su lúcido libro reciente Andrés Velasco y Daniel Brieva. El tiempo histórico que estamos viviendo es distinto del anterior. Hay que tenerlo siempre presente, en especial en política.

La segunda causa de nuestra actual obsesión constitucional surge de la clase política, que tampoco tuvo interés en educar al pueblo. ¿Para qué? Mientras más ignorante éste permanezca, mejor. ¿Para qué enseñarle a pensar? Sin filosofía, sin historia, ni educación cívica, ni nociones de economía, tanto más fácil es predicar arrobadoras causas nobles, fáciles de entender, cosas que todos queremos y que nadie pregunta cómo se financiarán. Así se ganan plebiscitos y elecciones en democracia. Y se alcanzan bien remunerados puestos de representación popular en el poder legislativo y otros en múltiples dependencias en la administración del Estado.

Suponiendo que hayan sabido de su existencia, sus “intelectuales orgánicos” desecharon la opción de construir un relato pluralista para Chile. Y, cuando finalizaron las décadas doradas, la “Concerta” prefirió volarse con un cuento maniqueo y auto-flagelante”. Terminó aceptando un caramelo envenenado, creyó haber sido Cruella de Vil, la mala de la película “La noche de las narices frías”: la Con+Ser+Traición a la Democracia. Empujada por sentimientos de vergüenza y culpa la “Concerta” se “sonrojó” y cayó envuelta en las llamas de la pasión en los brazos del “Glorioso Partido”.

Me refiero al partido político que, en la segunda mitad del siglo 20, como parte de la sagaz política internacional del Kremlin, fuera el corazón cultural de Chile: Pedro de la Barra, Pablo de Rokha, Francisco Coloane, Ana González (“La Desideria”), Víctor Jara, Margot Loyola, María Maluenda y Roberto Parada (amigos de mis padres cuyo hijo fue degollado en marzo de 1985 por integrantes de Carabineros de Chile), Violeta Parra, Pablo Neruda, Manuel Rojas, Volodia Teitelboim, José Venturelli, y un larguísimo etc. cuyos únicos sobrevivientes son hoy el pianista Valentín Trujillo (sí, el “tío Valentín”) y el vate Raúl Zurita.

Luego de su elección en 1970, este fue el partido político más leal con Allende. Mucho más que el suyo propio, el Partido de los “Socios Listos”. El Comité Central de este último aprobó la pre-candidatura presidencial de Allende en agosto de 1969 con una humillación pública: 13 votos a favor y 14 abstenciones. Se trata del partido cuyo actual presidente, aún otro graduado del Acuario de las Pirañas, apuñaló la pre-candidatura presidencial de Ricardo Lagos Escobar en 2017.  Así se forjó la segunda victoria de Sebastián Piñera Echenique. En política, todos creen trabajar para sí mismos, pero nadie, en rigor, sabe para quién trabaja.

Pinochet masacró por igual a los dirigentes y a los humildes partidarios del “Glorioso Partido”. Lo desfiguró por completo, hasta empujarlo a tomar las armas en contra del régimen militar civil. Así, cuando su dirección cayó en las manos de Volodia Teitelboim y Gladys Marín, terminó convertido en lo que es hoy, un club de nostálgicos lectores de Pabellón de cancerosos, que aplaude por igual la “senectocracia” caribeña, la República Bolivariana y al gordinflón asesino de Corea del Norte, hijo y nieto de presidentes comunistas.

El cruce de la “Concerta” con el Glorioso Partido engendró el Novomayorismo, una “caja vecina” para progresistas. Mientras tanto, la clase empresarial (encabezada por los “coludidos de siempre” y sus, tantas veces, depravados directores espirituales) y la clase política (encabezada por los corruptos en el legislativo, en los altos mandos de los ciudadanos que visten de uniforme y otros encumbrados personajes en diversos poderes del Estado, todos iguales en su entumecido sentido moral) se dedicaron a despilfarrar plata. Unos despilfarraron la plata propia. Otros, la plata pública.

Entra en escena el “Aprendiz de Jaime”. Este avispado abogado constitucionalista, que egresó y es ahora también profesor del Acuario de las Pirañas, aprovechó el tiempo. Trabajó mirando al futuro, que es lo que corresponde a un “progresista”. Predicó, predicó y predicó, con libros, en entrevistas radiales y televisivas, primero desde Talca, luego desde el Primer Santuario de Peñalolén y, por último, en palabras del inmortal himno “Romántico Viajero”, desde Providencia, “en ánforas azules, de cálida emoción”. Demostrando ambición, creatividad y tesón inventó nada menos que una ciencia jurídica nueva, “made in Chile”, la pedi-Atría constitucional. No es poco. Y escribió un novísimo testamento para progresistas, el verdadero Pueblo Elegido.

La juventud de Barnechea, Las Condes, Ñuñoa, Providencia y Vitacura se enteró del anti-evangelio, las malas nuevas. Vivíamos bajo una “constitución tramposa”. Un acuerdo de ancianos corruptos que nos oprime. Y que niega a la juventud sus derechos. Los “tramposos” rechazan incluso que colegios y universidades sean gobernados de manera democrática. Así impiden la creación de un mundo que reconozca los derechos jurídicos de la madre naturaleza, que sea vegano, “anti-especista”, partidario de los pueblos originarios, de la diversidad sexual y de todas las demás causas nobles, el mundo pluralista y feliz en el que tenemos derecho a vivir. La Casa Grande y Digna, donde cabemos todos, todas y todes. ¡Menos el guatón de Gasco!

Vino el 18 de octubre de 2019. El pueblo se entusiasmó. En tres décadas doradas, sin darse cuenta, salió de la inopia en que vivió por siglos. Pero, gracias a la “Concerta” y su leal oposición, siguió igual de ignorante. Y, para decirlo con el oxoniense Hobbes, “lo que es peor de todo”, continuó siendo objeto de abuso, insolencia y maltrato. La clase política se aterró. El país entero ardería. Perdería la pega en la guillotina. La sangre llegaría al río.

Aunque en Chile, menos mal, no tomaría tanta sangre como en el “estallido francés” o la “revuelta francesa” alias la “Revolución Francesa”. En Santiago el río está muchísimo más cerca de la hoy Plaza “Italia” (mañana, seguro, “Dignidad”) que el Sena de la (entonces) Plaza “de la Revolución” (hoy “de la Concordia”) en Paris, que es donde se levantaba la guillotina. Por eso se dice “la sangre llegó al río” (¿le enseñaron eso en el colegio? No se preocupe, en la Alianza Francesa tampoco lo explican).

¿Cómo salir de la crisis que ella misma, la clase política, concertada con su “cómplice pasivo”, la clase empresarial, creó despilfarrando así tres décadas de éxito? La solución se encontró en segundos. Ya lo dijo Benjamin Franklin, inventor del pararrayos y de los bifocales, digno y lúcido integrante de la convención constitucional estadounidense de 1778, nada concentra la mente mejor que el miedo a una muerte inminente.

¿Habrá sido el arcángel Gabriel quien sopló la respuesta a los porros de sus colegas? Que la clave estaba en el relato progresista escrito por el “Aprendiz de Jaime”. Preguntar al pueblo si quería dejar atrás la “constitución tramposa”. Todos sonrieron para la foto. El joven arcángel sale sentado a la mesa del banquete político, retratado en primera fila, rubicundo y teniendo de pie, detrás suyo, como escolta, múltiples serafines mucho mayores que él.

Así de cómica es la política. “Ser”, según enseñó en el siglo 18 el obispo Berkeley, que de “show-business” sí que sabía, es “ser percibido”. Esta es la lección que han aprendido y aprovechan en el siglo 21 los políticos de matinal, los refrescantes servidores públicos de la era digital, como los pre-candidatos Lavín y Vidal (los menciono en orden alfabético que, como saben los diplomáticos, es el único que evita opciones odiosas).

A fines del siglo pasado, desde la Casa Blanca, ya como presidente de los Estados Unidos de América, Reagan hizo añicos a la Unión Soviética, el supuesto espejo de la igualdad. Su delirante iniciativa, la “guerra de las galaxias”, fue un desafío que el Kremlin no pudo rechazar y que la economía comunista (racional, es decir, planificada desde el centro) no pudo superar. Ronnie y no el “caudillo de España por la gracia de Dios” fue el verdadero “martillo del comunismo”. Se reía con sarcasmo de los “derechos sociales”. Decía, sonriendo, el bromista anti-comunista, que eran “cartas al Viejito Pascuero”.

Por ejemplo, “Querido Viejito Pascuero: te escribo desde Chile. Tráeme de regalo, porfa, después del 25 de octubre, una constitución que garantice el gobierno imparcial y probo, educación de calidad, salud, pensiones dignas para todos, todas y todes y, de ser posible, eutanasia para el que quiera. Me he portado bien, querido Viejito Pascuero”. ¿Qué progresista no aspira a eso? Pero tales promesas constitucionales sí que son tramposas. ¿Quiere saber por qué?

Porque hace más de una década, caen en Chile la inversión extranjera y la productividad. El Estado gasta mucho más de lo que recauda en impuestos. ¿Cómo pagará mañana las cuentas, cuando haya gastado todo el ahorro de tres décadas de vacas tan gordas como doradas, las vacas de la Con+Ser+Traición a la Democracia? ¿Sabrá algún parlamentario cuánto queda? ¿Cuántos de ellos podrán decir cuál es el monto del gasto anual del Estado? ¿Alguno saca cuentas del costo de sus promesas?

La clase política chilena no tiene interés en preguntas como esas, aburridas, empíricas y sin glamur mesiánico. Responderlas estaría por debajo de su dignidad. Nunca le faltará el champán. Sus “condiciones materiales de existencia” (cito la expresión del camarada Marx por segunda vez) son privilegiadas. Por eso ingresar a la clase política atrae a tanta gente inteligente, sin más recursos que gran empuje, capacidad oratoria y entusiasmo mesiánico. Hace años que grupos de estudiantes paralizan los establecimientos en los que se educan con “tomas” y “huelgas”. ¿Qué importa que la educación superior sea gratis?

En tiempos de pandemia, el ingenio se agudiza. ¿Qué joven talento habrá inventado en 2020 los “paros virtuales”? Los líderes estudiantiles buscan siempre la atención de los medios. Así, más tarde, logran ser elegidos a la Cámara de Diputados y el Senado de la República. Pierden la virginidad laboral, una experiencia dolorosa como hay tantas. Pero que, menos mal, tiene consuelo. Ingresar al 1% mejor pagado de Chile. ¡Esa sí que es gracia! ¡Puchas que juventud más despierta! ¿Qué espejo muestra mejor el rostro de la sociedad chilena que S.E. y el Parlamento? Ya lo dijo el filósofo autoritario saboyano Joseph de Maistre en el siglo 18, “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”.

Chile tiene un mundo por ganar el 25 de octubre. ¿Qué duda cabe? Pero, ahí lo estará esperando la nueva Banda de los Cuatro. Su reggaetón es pegajoso: derechos, derechos, y más derechos, sin jamás explicar cómo éstos se financiarán. Las cuatro estrellas de la actual canción política chilena son una hija y una nieta de Allende y, del otro lado, el más rabioso, maniqueo y populista discípulo de Stalin y el más resiliente, camaleónico y sonriente heredero de Pinochet.

¿Cómo no apreciar cuán graciosa es la política, detrás del “bla-bla”? ¿Tendrá Chile una opción mejor que elegir entre los sucesores de Allende, Pinochet y Stalin? ¿Acaso no habrá, volando por ahí y disponible, alguna otra hija de general del aire? Basta de humor. Hablemos en serio.

¿Podría, en principio, una nueva constitución contribuir, por lo menos, es el mínimo, a mantener lo logrado, a que Chile permanezca en el 20% más rico de la humanidad? O, acaso, ¿habrá una meta mejor? Desde principios de mes estoy ya en la tercera edad. No me queda tiempo para hablar leseras. Por ejemplo, con quienes me quieran convencer de que es mejor ser pobre que tener recursos. Que la pobreza refuerza los lazos de la comunidad. No lo dudo. Que despierta la alegría espontánea. Tampoco lo dudo. Que muchas personas pobres viven vidas más auténticas y felices que muchos de quienes tienen dinero. También eso es verdad.

Pero, volvamos a la pregunta: ¿hay una meta superior para la próxima constitución chilena que conservar la actual posición, es decir, mantener a Chile en el 20% más rico de la humanidad? Mi impresión es que sí. Ahora le cuento cuál es. Quizás, vaya uno a saber, usted y las demás personas que importan, también se entusiasmen. ¿Podrá el humor salvar “la piragua que hace agua”?

Si en los últimos treinta años, con “sangre, sudor y lágrimas”, con tanta, tanta sangre, tanto, tanto sudor, y tantas, tantas lágrimas chilenas, logramos llegar al 20% más rico de la humanidad, ¿no nos uniría el desafío de educarnos, de aprender a tratarnos bien y de trabajar juntos de manera dura, honesta, creativa y generosa para, en los próximos treinta años, quedar en el 10% más rico de la humanidad? Chile es un país pequeño, menos de veinte millones de habitantes. Esa es una gran ventaja. En un país de tamaño mayor, no estaría tan confiado. ¿O estaremos condenados a regresar a nuestro lugar de origen, América “Letrina”?

Recojo esta feroz expresión del ingeniero porteño Ernesto Weinschelbaum, alguna vez subsecretario de Industria de Raúl Alfonsín, Presidente de la Nación Argentina. Según él, cuando se sustituía “Letrina” por “Latina”, todo lo demás quedaba también en su sitio. Ya nada sorprendía, ni incomodaba ni causaba mal humor.

¿Podría la instancia constituyente hacerse cargo de ese desafío para las próximas tres décadas? Mi impresión es que sí. Habría, desde luego, que acordar tres cambios constitucionales en verdad revolucionarios. Tales cambios nos pondrían a tono con el nuevo tiempo histórico que estamos viviendo, la era digital. Bien podríamos volver a dar un “gran salto adelante”, una verdadera revolución cultural, a la que cantaba la Banda de los Cuatro original, un salto económico comparable al que dimos en la generación anterior, entre 1985 y 2010, cuando recién despuntaba la era digital.

Primero, habría que reemplazar la actual clase política por una genuina carrera política, como son las carreras académica, artística, diplomática o la militar en países serios. Cuando los políticos constituyen una clase, lo que más les urge es cuidar los intereses de su clase, no los intereses del pueblo. Por eso están juntos doña María Isabel, su sobrina Maya Alejandra, las “socias-listas”, el estalin-listo Óscar Daniel y el pinocheti-listo don Joaquín José.

¿Dónde comenzaría la carrera política según una nueva constitución? No en la familia, por cierto. ¿Presidentes, senadores y diputados que son hijos, nietos, bisnietos, sobrinos nietos o sobrinos bisnietos de ex presidentes, de ex senadores o de ex diputados? ¿No somos una república hace dos siglos? ¿Para qué necesita una república una aristocracia del “servicio público”?

En la nueva constitución, señoras, señoros y señores, la carrera política comenzaría, no en la televisión sino en la junta de vecinos. Donde tus pares, tus vecinos, quienes te conocen, quienes ven cómo vives y te conduces todos los días, te evalúan y decidan si votan por ti. Ahí comenzaría la carrera política, en tu barrio. ¿Y dónde continuaría? En la municipalidad. ¿Y luego? En el legislativo. Solo quien siguiera la carrera política con éxito hasta ahí, si el presidencialismo sobrevive en la próxima constitución, quedaría habilitado para postular a la jefatura del Estado.

En la educación pública chilena, casi la única que existía antes de la Liberación Nacional, la que formaba al 95% de los estudiantes, se aprendía que el 18 de septiembre de 1810 una junta de vecinos eligió por aclamación presidente de la junta gubernativa a un criollo, don Mateo de Toro Zambrano y Ureta, conde de la Conquista, el primer Jefe del Estado chileno que no fue designado por un rey de España.

¿Cuántos millenials chilenos de hoy lo sabrán? ¿Cuántos de los actuales políticos chilenos saben que la insignificante institución denominada “junta de vecinos” tiene esa prosapia? ¿Cuántos ciudadanos verán hoy el potencial de esa instancia para encumbrar con honestidad el volantín político?

¿Qué sentido pudiera tener en la era digital votar por candidatos apadrinados por su origen en “familias decentes” o surgidos del noticiero, del matinal o, lo peor de todo, de esa bolsa de gatos inescrupulosos, tan exitosos a la hora de ganar plata como ineptos en el arte de gobernar ciudadanos, que es algo bien distinto de mandar a gritos en la casa a la servidumbre o a los empleados en el negocio, según S. E. nos ha enseñado a todos los que no somos sonámbulos? ¿Acaso no sería ese un mundo mejor que el actual? Porque hoy las cosas no son así. En Barnechea, Las Condes, Ñuñoa, Providencia y Vitacura los concejales viven en las comunas que administran. La gente con educación y a la que importa su barrio no aceptaría votar por afuerinos. ¡Cuánto tienen que aprender de esas comunas tantas otras!

El segundo cambio constitucional revolucionario sería equiparar el sueldo de los políticos con el de los profesores de la educación que provee el Estado, y ligarlo al desempeño económico del país. Si el país crece, su remuneración también. ¿Y si el país decrece? Su remuneración también. ¿Por qué quienes forman a la población debieran tener una compensación económica por su esfuerzo distinta de quienes gobiernan?

El tercer cambio constitucional, sigo hablando en fome, afectaría a la clase empresarial. No en vida, por cierto, sino después de la muerte. “A los ricos hay que cuidarlos”, según enseñaba “el Tatita”, un huaso que no por asesino era menos ladino. Ningún volantín se encumbra sin ser esto último, después de una vida gris, poco antes de cumplir sesenta años, y logra permanecer en el aire por tres décadas. Eliminar el derecho de propiedad sería una estupidez. Solo los más irresponsables y lerdos rentistas de la industria del “bla-bla” defienden esa idea.

Pero adecuar el derecho de propiedad a la era digital es otra cosa. Y podría ser la innovación clave de la futura prosperidad chilena, el medio para llegar en las próximas tres décadas al 10% más rico de la humanidad. Y convertir a Chile en lo que todo jefe del Estado desde la segunda mitad del siglo pasado aspira: ¡un líder moral de la humanidad!

¿Por dónde empezar? ¿Por las causas de moda? ¿Los glaciares, los derechos de agua y pesca o las concesiones mineras? No. Primero que nada, habría que limitar el monto constitucional de “la masa hereditaria”, las herencias. ¿Qué monto máximo la próxima constitución permitirá traspasar en vida o heredar después de muerto a los descendientes o a quienes uno elija? ¿Un palo verde, dos, tres, cuatro o cinco? No se trata de poner coto a cuánta riqueza material un individuo puede acumular en vida, sino a lo que puede heredar, regalar o traspasar a otros.

Veamos el tema desde la historia. Adam Smith, un estudiante escocés menesteroso, aún otro scholar (becario) de Balliol College, Oxford, lo explicó hace casi dos y medio siglos en su libro Inquiry into the origin and nature of the wealth of nations. En la modernidad, al contrario del medioevo, la prosperidad económica tiene por base una moralidad igualitaria de esfuerzo, sentimientos morales basados en la simpatía, en la propiedad privada, el comercio en mercados libres y en un gobierno imparcial y liberal.

Tal era el origen de la riqueza de las naciones. Su mejor lector fue el judío alemán asimilado Karl Marx. Este último predijo que la propiedad, el capital, se concentraría en una minoría de países por sobre la mayoría y, al interior de los países ricos, en una minoría por sobre la mayoría de la población. Y así, de manera inevitable, llegaría el colapso del capitalismo y el surgimiento del comunismo.

Smith y Marx estaban de acuerdo en lo fundamental. La disciplina básica no era la teología, ni la de San Agustín de Hipona ni la de Santo Tomás de Aquino. Tampoco la física, ni la de Galileo Galilei ni la de sir Isaac Newton sino la economía. Entre Smith y Marx los políticos occidentales modernos se convencieron de que la economía también podía ser una disciplina “científica”, es decir, inductiva o predictiva y colaborativa.

Por eso, aunque éste sea otro tema, los capitalistas y los comunistas pudieron ser aliados en la segunda guerra mundial del siglo 20 y vencer a los fascistas y las supuestas “razas superiores” en una guerra feroz y larga. ¿Lo sabías, millenial? Leída desde la filosofía y con humor, esa guerra fue una lucha entre la economía y la biología: Smith y Marx contra Darwin. ¿Me explico?

Ese conflicto se zanjó en 1945, con la caída de Berlín. Mientras que recién en 1989, con la caída del muro de Berlín, justo el año en que el oxoniense sir Timothy Berners-Lee inventó la Web, quedó claro que el modelo capitalista era la versión correcta de la ciencia económica. La evidencia empírica, hasta aquí, verificó por completo la profecía de Smith, aunque solo la primera mitad de la profecía de Marx. Hoy hasta China es capitalista, en algún sentido.

¿Quiénes son responsables del futuro de Chile? Todos los chilenos, chilenas y chilenes por igual. ¿Qué duda cabe? Es decir, los abusadores, los bruscos, los corruptos, los delincuentes, los ignorantes, los insolentes, los narcos, los perversos, los pijes, los siúticos y los rotos, más los demás, la inmensa mayoría, gente que trata de ser amable y honesta, con cierta educación (es decir, con certeza de su ignorancia) y con buen humor.

Sin embargo, también es verdad que, como señaló el escritor inglés George Orwell, “algunos animales son más iguales que otros”. ¿Cuáles son los chilenos “más iguales” en su responsabilidad por el futuro de Chile? Mi respuesta es simple. Los millonarios chilenos de primera generación, de los que tenemos varios cientos. ¿A quiénes me refiero?  

A los chilenos, chilenas y chilenes que, comenzando sin respaldo patrimonial, alcanzaron por sí mismos una fortuna, digamos, por decir algo, de cincuenta millones de dólares o más. Ellos (encabezados por una “ella”) son quienes más tienen que perder en el presente, para no hablar del futuro, si Chile se hunde y vuelve a su “lugar natural”, el barrio del que surgió, América “Letrina”. Son, tal vez, mil personas.  Con el debido respeto me dirijo a ellas, en primer lugar y, a continuación, a la periferia ilustrada, mis demás compatriotas amables, educados, honestos, sensatos, con sentido del humor y a quienes importan los asuntos públicos.

Los que no tienen nada, nada pierden tirando piedras, armando fogatas, quemando iglesias y palacios. Se entretienen, que es algo. Son iguales a la “gente como uno” en eso. Tienen el mismo problema: ¿Cómo entretenerse? Pero no saben leer. Ni apreciar el trabajo bien hecho, ni la belleza en la pintura, la música o la conversación ilustrada al alero de la amistad. Nadie les enseñó tampoco a ser agradecidos. No tuvieron familias que les dieran amor, ni educación (aún si, con este último propósito, alguna vez les dieran incluso correazos). Los que nada tienen, se entretienen mucho destruyendo. Y ganan mucho saqueando locales comerciales, supermercados y farmacias. ¿Acaso no hacían casi lo mismo los coludidos de las farmacias, el papel higiénico y las carnes de ave y de cerdo?

No justifico la violencia, desde luego. El Dr. Carlos Peña González acierta una vez más.  En un estado de derecho democrático, hay que rechazar siempre la violencia, la resolución de las diferencias entre los ciudadanos a golpes, a cuchilladas, a balazos o con llamaradas. Pero, para controlar la violencia, que es el objetivo, hay que comenzar por entender sus causas. Los violentos son también, como todos nosotros, seres humanos. No existen los “humanoides”, como creen los maniqueos, cuyo patrono es el olvidado gran almirante del bromear José Toribio Merino Castro, el autor intelectual del golpe del 11 de septiembre de 1973. Ese es nuestro problema.

No he visto gatos, ni perros ni pájaros peleando en la “primera línea”. Pero sí he visto, oído y leído a gente instruida, madura, viajada y hasta con grado de doctor, como si estuvieran sentados en un circo romano, aplaudiendo a la “primera línea” cuando se enfrenta con Carabineros de Chile. ¿Por qué esperar le importe a quienes, en las décadas doradas, ganaron poco, tan poco y que son legión, que los nuevos millonarios conserven las fortunas que ganaron con su esfuerzo y con el respaldo de quienes trabajaron para ellos? Esa es la pregunta.

Aquí viene otra. ¿Qué genuino nuevo millonario, embargado de sentimientos morales capitalistas (en el sentido de Adam Smith, que fuera profesor de filosofía de la moral en Glasgow), defendería hoy en público (no en una elegante sobremesa en Cachagua, Frutillar o Zapallar), su derecho a hacer con su propiedad privada lo que quisiera? ¿Tienen los más ricos, por ejemplo, derecho a engendrar zánganos de primera generación, por elegantes que éstos pudieran ser?

¿Con qué argumento defenderían este supuesto derecho, más allá de la “real gana” que invocaban los monarcas hispanos hasta el siglo 19 para justificar algunas de sus decisiones? ¿Qué nada adorna más a una familia que enviar su descendencia en un eterno viaje de estudios al Jardín del Edén, y que nunca tenga que trabajar? Si la clave de la prosperidad económica y de su legitimidad moral es el trabajo arduo, bien hecho, colaborativo, honesto e imaginativo, sumado a la reciedumbre de carácter para innovar y arriesgar, ¿qué justificación pudiera tener heredar a la descendencia una fortuna que la liberara de trabajar, innovar y arriesgar? Ninguna.

¿Qué haría el Estado con el excedente de fortuna que la futura constitución impediría a los mil ciudadanos más acaudalados entregar en vida o heredar después de muertos a su descendencia o a sus elegidos? Invertir de inmediato, a partir de la promulgación de la próxima constitución, en comenzar a educar de verdad al pueblo. Es decir, formarlos en modales, arte, música, filosofía, historia, educación cívica, matemáticas, economía, ciencias naturales y ciencias de la computación (sí, en ese orden). El propósito de la educación no es habilitar a las personas jóvenes para ganarse la vida. Si lo fuera, los delincuentes y sus familias, que existen en todas las clases sociales y en todas las ocupaciones, serían los mejores maestros.

Educar es enseñar a respetar a las personas y la propiedad privada, porque de ella depende el florecimiento de tantas otras riquezas, de corte educacional, intelectual y espiritual. Pero educar es también enseñar que la riqueza material no es la única riqueza que existe, ni la más importante. Este es el amanecer de la educación pública en la era digital. No tiene sentido aspirar a una sociedad en que todos sean ricos. Asegurar la prosperidad económica futura de Chile y terminar con los abusos de políticos y empresarios son los dos desafíos más urgentes para una nueva constitución en la era digital.

Concentrarnos en eso a partir del 26 de octubre importa más, mucho más, muchísimo más que el resultado que arrojará el plebiscito del día anterior. Ya sé, ya sé… ¡Soñar no cuesta nada! La política es el más cómico de los espectáculos humanos. Por eso hoy Chile ríe y canta.

 

 

Santiago de Chile, viernes 23 de octubre de 2020 / erev shabat 5 jeshván 5781

 

 

 

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* Es consultor, ensayista y también profesor e investigador asociado de filosofía (de la) moral en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, corporación en la que fue elegido por los demás integrantes para desempeñarse como el primer secretario que tuvo el Senado Universitario (2006-2007).

Ha publicado La academia sonámbula. Ensayo sobre la institución universitaria chilena al terminar su cuarto siglo (Santiago, Orjikh, 2019); Educar es gobernar. Orígenes, fulgor y fines del triestamentalismo (Santiago, Orjikh, 2017); Enriquecerse tampoco es gratis. Modernidad, educación y mercado (Santiago, Editorial Usach, 2013); Prójimos lejanos. Ensayos de filosofía en la tradición analítica con una introducción de sir P. F. Strawson, FBA (Santiago, Editorial UDP, 2011), la compilación Causas perdidas. Ensayos de filosofía jurídica, política y moral (Santiago, Catalonia, 2010); Allende Allende (en co-autoría con Joaquín García-Huidobro y con epílogos de Jorge Edwards y Lucía Santa Cruz, Santiago, Editorial Cuatro Vientos, 2002), Allende. Alma en pena (Santiago, Demens & Sapiens, 1998) y Pluralismo. Una ética del siglo XXI (Editorial Usach, 1994) así como también múltiples cartas y columnas de opinión en El Correo de la UNESCO (Francia), El País (España), IB World (Suiza), los diarios chilenos La Época, El Mercurio, La Nación, Las Últimas Noticias y The Times (India), los semanarios The Clinic y The Economist (Reino Unido), y los medios digitales chilenos El Desconcierto y El Mostrador.

Integró los claustros de los programas conducentes a los grados de doctor en ciencias sociales, en derecho y en filosofía de la Universidad de Chile, así como ex officio el Consejo de la Fundación de la Organización del Bachillerato Internacional de Ginebra en su calidad de vicepresidente de la Junta Examinadora. Fue Junior Common Room Scholar de Balliol College, Oxford (1981-1985), universidad que le concedió el grado de doctor (D.Phil) por la tesis “A philosophy of humour”. Es licenciado en ciencias con mención en matemática y filosofía de Bedford College (B.Sc.) en la Universidad de Londres (1981).

En la segunda quincena de septiembre de 1973, ofició de chofer accidental de Miria Contreras Bell (la “Payita”, secretaria privada de Salvador Allende) quien, luego de abandonar por orden de S.E. el palacio de La Moneda el 11 de septiembre de 1973, recibió refugio por algunos días en su casa de origen. Egresó del Liceo Experimental “Manuel de Salas”, Universidad de Chile en 1972.

Vive desde 1990 en la comuna de Santiago. Está casado con Adriana Stevenson Fernández de Castro, con quien tiene dos hijos, Ezequiel (23) y Victoria Nicolasa (21). Nació en la Clínica Central, Santiago de Chile, el 5 de octubre de 1955.



 

 

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