Aunque lo parezca, no es sencillo escribir sobre los objetos que hay en una casa. A diferencia de cualquier otra cosa que podemos encontrar fuera de esas murallas, como los semáforos, los vehículos o los envases de bebidas, por decir algo, los objetos propios de las casas podrían hacer que quien escribe se vea tentado a indagar sólo en sus aspectos afectivos y personales, una suerte de reconstitución autobiografía a partir ellos, lo que por supuesto es válido, aunque bastante esperable.
Y es que los objetos que encontramos en una casa, en todas las casas que visitamos a lo largo de nuestras vidas, si bien comparten eso de estar en todas y cada una de ellas (una cama, una mesa, etc), con el paso del tiempo adquieren lo que muchos llaman valor afectivo. Objetos, al fin y al cabo, expulsados del dominio de la mercancía, en el que las leyes de la competencia o el trabajo socialmente necesario para su producción no participan al momento de determinar su valor.
Así las cosas, es fácil que lo personal monopolice la mirada que los observa. En Ensayos de una casa (2024) de Macarena García Moggia, la memoria afectiva de los objetos encuentra una mixtura saludable con otro tipo de observaciones, los que van desde el oficio de escribir hasta aspectos de corte sociocultural o antropológico.
Su escritura es sinuosa; va y vuelve, se pierde y divaga, pero nunca abandona su punto de referencia. García Moggia aprovecha de buena manera el campo semántico que posibilitan los objetos de los que habla y extrae de ellos significaciones que desbordan el espacio “casa”. En alguna medida, los objetos son una excusa para hablar de otra cosa.
Su escritura dispersa está al servicio del discurrir del pensamiento en cada uno de los ensayos. Probablemente, la única excepción sea el texto “De suelo en suelo”, su ensayo más lineal –y también el último– de todo el libro. Este ensayo se diferencia de los demás por ser predominantemente impresionista; su mirada, más que intervenir en la formación del sentido del objeto –una ventana en movimiento, que es la ventana del bus que la traslada hacia Santiago– recibe los recuerdos que le llegan al evocar la cosa. Los recibe y los narra; los ensaya. Se podría decir, a fin de cuentas, que es la ventana en movimiento la que va hacia ella, no ella la que va hacia él.
Cosa distinta ocurre en el resto de los ensayos. En ellos, la mirada se introduce al interior de los objetos y la naturaleza misma de sus significados se ve modificado. Imprime su mirada de manera activa en la formación de sentido y, como greda en sus manos, es capaz de formar nuevas figuras, expandir sus implicancias a otros territorios.
Es importante destacar esto: la operación de Moggia consiste en extraer de los objetos un aspecto específico que le permita construir puentes y desarrollar otras ideas. Aspectos, en todo caso, para nada obvios (aunque lo parezca; es el oficio de los buenos escritores, hacernos creer que lo que acabamos de leer podríamos hacerlo nosotros también); algo que sólo una mirada atenta y reposada podría lograr. Pongamos un ejemplo: en el ensayo “La cama original”, Moggia nos traslada desde la pereza de no levantarse (“Llevo más de un mes en cama. No estoy enferma. Tampoco estoy obligada”) a las implicancias de estar en posición horizontal (la abolición de las jerarquías y las estructuras rígidas, lo que tendría también un impacto en su escritura “no jerárquica”). En este caso, “horizontalidad” no se extrae directamente del objeto cama, sino de permanecer acostada. El tránsito semántico entre el objeto y la horizontalidad tiene como paso intermedio la pereza de quedarse acostada. Sin este movimiento, la presentación de la horizontalidad quedaría forzada y poco natural.
Para hacer lo que hace Moggia en estos ensayos, es preciso una escritura que divague, que sea capaz de transitar entre los temas sin tropezar. Uno de los rasgos más característicos de este tipo de escritura, es que, dado un punto, no sabemos muy bien cómo llegamos hasta ahí. Son como aquellas conversaciones en las que saltamos de un tema a otro con facilidad. A la hora de escribir, esto parece sencillo, pero ciertamente no lo es. Hay que tener, sobre todo, un control soberano de la propia escritura y sus recursos, más aún en textos circunscritos a temáticas específicas.
Los ensayos de este libro tocan de alguna u otra manera asuntos escriturales. Ese podría ser el rasgo común de cada uno de ellos, además de estar circunscritos en un espacio específico. En este sentido, Ensayos de una casa se inscribe en una especie de impulso reciente de la narrativa nacional, en el que es posible observar un auge de las publicaciones cuyo centro de operaciones es el espacio “casa” o sus derivados: Allegados, Pieza amoblada, Ampliaciones, Aviso de demolición, etc. Sería interesante y también productivo tener algunas claridades de este fenómeno. Por lo pronto, me atrevería a decir que corresponden a un punto medio entre la literatura intimista y la social, una especie de vía de escape a novelas, ensayos y cuentos que por algún momento se encerraron demasiado en el vertiginoso yo.
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"Ensayos de una casa", de Macarena García Moggia.
Editorial Alquimia. 103 páginas.
Por Marcelo Ortiz Lara