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Sobre Silabario, mancha. Y Marcela Parra
Rodrigo Arroyo C.
Quizá un primer acercamiento, un merodeo, fuera del texto nos permita lecturas más abiertas. Una de esas lecturas se da precisamente desde el inicio, desde el título. Tiempo atrás Silabario de la mancha, hoy Silabario, mancha. En este ajuste nos encontramos con dos mundos distintos unidos por una intención. Al hablar de silabario y mancha, se habla desde el origen. Marcela, en un gesto no muy habitual exhibe la genealogía de sentido del objeto construido. Desde ese momento su poesía, al ser definida desde el título casi con los materiales que la constituyen parece deshacer el velo que aleja al intelecto de la realidad, al decir de Wittgenstein. Dejándonos a solas con hechos, con objetos, permitiéndonos así conocerlos realmente, a sabiendas que eso es un juego mucho más interesante que sembrar la duda. Claro, hay que saber preguntar, pero también hay que saber buscar preguntas, y no con el ánimo de responderlas, sino para disfrutarlas.
Cito:
Antes de meterme a la ducha
camino en puros calzones
por la casa, a veces apago el celular por tres días
y esto resulta ser mi gran aventura
O de modo explícito disfrutar de las preguntas
Cito:
¿Qué era hermana, qué era árbol, qué era patio, qué era tierra?
Ahora, desde el título al epígrafe nos encontramos con Roberto Matta, como figura desde la cuál podemos establecer un cruce hasta Magritte quién decía que ya no quería hacer una pintura comprensible, quería llevar –a la pintura- lo más lejos posible; rozando tal vez la evasión instaurada por el romanticismo. No podemos dejar de recordar de este modo el arte del artista individual. Un arte que da cuenta de la imposibilidad de entrega y recepción como un único acto. ¿Ceniza o misticismo?
Cito:
hay muchas cosas que no deben ser poemas
Porque son más hermosas que poemas
Marcela logra, y no hablo sólo desde este libro, condensar un imaginario que no se restringe, que no se acota a formatos; así el sustrato poético habita junto a un sustrato visual. De este modo nombres como Eugenio Dittborn, Diego Maquieria, Eduardo Correa, Juan Luis Martínez, Guillermo Núñez, entre otros, habitan en un espacio delimitado calculadamente. Un espacio que deja aflorar un detalle importante, la fractura, el accidente, la perdida. La nostalgia, no una gran nostalgia, a lo Cárdenas, sino una nostalgia pequeña, casi susurrada, que nos recuerda la inocencia perdida. Marcela no cae en el juego, no intenta recuperar lo irrecuperable, como diría o haría Teillier. Una nostalgia que ante garabatos sin sentido en la página lamenta no estar en presencia del horror vacui, lamenta saber que puede ser expresionismo, abstracto quizás. Así, veo la fotografía de Dachau intervenida por Guillermo Núñez, y más que en Adorno y su imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz, vuelvo sobre Celan, quién pregunta:
¿Por qué escribir poesía y si se escribe, por qué publicarla?
Marcela quizá sin querer esboza una respuesta segura, que tensiona su propia escritura.
Cito:
tanto metarrelato, tanto metatexto, tanta metáfora
Tanta meta que le pusimos a la vida
Y no le sacamos nada
Más esa distancia de ponerle tanta meta a la vida se interrumpe un momento
Cito:
la cita
de la cita
de la cita
No podemos dejar de acordarnos, de un trabajo en particular, El arte como idea como idea. De Joseph Kosuth. Marcela no juega a dos bandos entre arte y poesía, lo que hace es jugar teniendo claras las limitancias de acotarse a una disciplina. Lo estrecho y limitado que eso pueda resultar de aquello, en producción y recepción de sentido.
Porque en este Silabario, mancha, hay un adentro y un afuera; separados a veces, por una costura hecha con alambre que nos invita a pensar en que son 10 los agujeros cosidos y el hablante de este libro es un imbunche que guarda dentro de sí una lección aprendida de niño, de niña.
Marcela es explícita, legible, este es un libro para ser aprendido; he ahí el principal discurso entrelíneas creo. Todo puede ser aprendido, y eso no significa gran cosa; la lección de Perico es prueba de ello al confrontar la misma factura de este libro , los guiños gráficos, las fotografías y cierta escritura que pone de manifiesto la relación con Juan Luis Martínez, por ejemplo. Todo es lección, repetición, rotativa si se quiere. Fórmulas que debemos manejar para no caer en formulismos. Pienso en Juarroz , bueno, en muchos más también.
Sin caer en biografías, Marcela, parece recordarnos al muchacho de Distinta piel de Dylan Thomas. Pero Marcela no es muchacho, Marcela no llega a la capital sino a Valparaíso; pero Marcela sí viene del sur, y sí, también parece disfrutar sin pretensión de las cosas, de las menores existencias.
Cito:
siendo niños escribimos nuestro diario
Atrapando la edad de los pétalos entre las hojas.
O
era entretenido descuerarse con los primos
cambiar escondidos la piel a tirones
hasta quedar con los cachetes colorados
los de la cara y los del poto
En otro plano es posible reconocer la voz de una mujer, pero no desde los prejuicios que torpemente solemos utilizar, acá es posible apreciar cierta feminización de la escritura como diría Andrea Giunta, para hablar de un discurso marginal respecto al discurso masculino paternal, hegemónico si se quiere.
Cito:
una palabra
atragantada como una espina
que intento expulsar
desde que tengo memoria
de mi clítoris
de mis manos
Si el arte es capitalismo y la riqueza es vista desde la materialidad definitivamente estamos cercanos a un neobarroco. Marcela en Silabario, mancha sugiere algo más cercano; que podamos pensar desde acá, un contexto local, tal vez, aunque vencido ya por el mercado. Pese a ello creo en la persistencia de una actitud o tendencia (si es que resulta posible pensar en algo así) neobarroca. Por la crítica a la identidad, pero como identidad cultural, según Eduardo Milán.
Dentro de esta tendencia es que hallamos el problema de la representación o presentación de la revolución; Marcela tensiona aquello de que la revolución no se representa, y lo hace irónicamente, a modo de pie de página. O lo hace en un poema que va en otra dirección, extendiéndolo fuera de sus propios límites de sentido. A contrapelo, nos susurra que lo que ha de ocurrir no ocurre en el poema, revisitando al revisitado Rimbaud; el mundo está en otra parte. No sabemos dónde, sabemos que no es aquí.
Hay un viaje, siempre hay un viaje:
Cito:
desde que nos separamos
yo vendría siendo como una w y una e
viajando desde la cultura anglosajona a la mapuche
No puedo dejar de acordarme de la historia de Jemmy Button, y claro, surge un nexo con Eugenio Dittborn y el viaje. Y cómo al llegar a otro lugar somos desconocidos, y al volver ya hemos dejado de ser lo que fuimos. Por eso toma fuerza el hecho de que Marcela viva en Valparaíso, sin que sea necesario tratarlo de modo biográfico. Valparaíso es tierra de traslado, corporalidad de la diáspora.
Pese a lo dicho anteriormente respecto a lo femenino, es posible hallar ciertas tradiciones poéticas desarrolladas por mujeres en este libro, como es el caso de la costura. Tema que se trabaja desde la visualidad y la escritura dónde encontramos nombres importantes en chile: Violeta Parra, Voluspa Jarpa, Catalina Parra, Livia Marín, Alicia Villarreal, etc.
La distancia que toma Marcela, creo, es haber superado el tema de la identidad sexual (femenina) pese a, como acabo de decir, caer en ello un par de veces. Me refiero al tema de lo femenino como algo agotado pensando en aquello de que la identidad en sí ya está suficientemente cuestionada como nos aclaró hace ya un buen tiempo Nelly Richard.
La visión crítica en este libro se funda en recuerdos simples, que omiten o dan cuenta entrelíneas de una crítica al presente, por ello el regreso que se da en experiencia estética no es naif.
Para definir o acotar el acercamiento final a este libro tal vez sea necesario hacer un resumen a partir de estos conceptos:
Escritura, gesto. Silabario, mancha.
El lenguaje verbal es una idea de lo empírico, pero la imagen es una representación explícita de lo empírico. Al hablar de nociones elementales respecto a lo verbal, respecto a la imagen; no nos queda sino la incertidumbre de quedar desnudos, el silabario no es una idea, y la mancha no es concreción de cosa alguna. Estamos pues, en presencia de una voz que rasga ya una poética, y nada más.
¿Qué otra cosa podríamos pedir?
Quilpué, otoño del 2008 .. .. .. .. .. ..