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Max Palacios:
"Me interesa
contar una historia, una historia que subyugue al lector"
Por
Gabriel Ruiz-Ortega
Con una persistencia encomiable
el narrador Max Palacios (Chiclayo, 1972), ha entregado a la
memoria de los lectores la novela Con el diablo dentro y los
libros de cuentos: Amores bizarros y La culpa la tiene Nabokov.
Muy fiel a su estilo, Max nos habla de su trajinar por tantos años
en la literatura, de sus influencias y sus perspectivas.
- Te iniciaste en la novela y luego te pasaste
a un género difícil como es el cuento. Como escritor,
¿qué te dejó la experiencia de escribir una novela?,
¿cómo ves a Con el diablo adentro a muchos años
de ser publicada?
- Yo publiqué Con el diablo dentro en el año
2001 y con esa novela se cerró el ciclo de la narrativa juvenil
urbano-marginal, una narrativa que vista a la distancia tuvo muchos
desaciertos formales, pero que a nivel vivencial permitió canalizar
los deseos y frustraciones de una juventud marcada por el nihilismo,
la desorientación y la desideologización. Desde Al
final de la calle de Oscar Malca hasta la novela en mención
hubo toda una serie de publicaciones que recreaban este mundo juvenil
urbano y que se constituyó en portavoz de cierto sector de
la juventud limeña, una juventud que creció rodeada
de la violencia, el racismo, la música subterránea,
el alcohol y las drogas y que se vio reflejada a través de
esta literatura. Posteriormente publiqué el libro Amores
bizarros, que reúne una serie de cuentos que intentan recrear
algunas historias de amores retorcidos con personajes obsesionados
y perturbados. Debo confesar que a partir de ese momento descubrí
que el cuento es el género en el cual me siento más
a gusto y que, a pesar de que su composición es más
ardua que la novela, es un género que me permite explorar diferentes
universos y registros en forma breve y fluida.
- Me gustó mucho la portada de tu
primera novela: The sex pistols en estado puro. Siempre me
he preguntado por la decisión de tus editores de colocar una
portada así. ¿Va en relación con lo que está
escrito en tu novela o fue puro efectismo comercial?
- He tenido la suerte de ser yo mismo el que elijo la portada
de mis libros, ¿quién mejor que el autor para poder
diseñar lo que se busca trasmitir al público lector
en su obra? En esa primera novela, con la foto de los Sex pistols
lo que buscaba era rendir un homenaje a esa generación que
había crecido con la música de los ochentas en todos
sus géneros: el punk, el dark, el new wave. La música
de aquella época es uno de mis mayores referentes creativos;
es más, el mismo título de la novela Con el diablo
dentro hace alusión a una canción de INXS,
Devil in side; por otro lado, el título de mi siguiente
libro, Amores bizarros, también hace referencia a una
canción de New order, Bizarre love triangle. Como puedes
apreciar, la presencia de la música en mis libros es fundamental,
funciona como una banda sonora en cada cuento que he escrito o en
la novela inicial. No podría concebir un libro sin una banda
sonora que lo acompañe, para mí la música es
tan importante como el texto que acompaña a la obra, un diálogo
entre la música y la narración.
- Si bien empezaste a publicar a partir
del 2000, vale decir que tuviste un trajinar por la década
del noventa. ¿Podrías darnos una visión de lo
que fue la narrativa peruana en esos años?
- La narrativa joven de los 90s se inaugura con un libro
de Ivan Thays titulado Las fotografías de Francis Farmer
(1992), conjunto de cuentos que ofrecía una literatura personal,
subjetiva e intimista, en donde el mundo exterior poco importa o no
existe, todo ello expresado en una prosa cuidada y una estructura
narrativa bien construida. Poco después aparecería la
novela Al final de la calle (1993) de Oscar Malca, libro
que inicia lo que Velásquez Castro denomina la Narrativa Joven
Urbano Marginal (Narrativa JUM). Si bien es cierto que esta novela
privilegia el plano de la historia, en desmedro de las estrategias
narrativas, no podemos negar el aporte de este libro dentro de la
narrativa juvenil de fin de siglo, dado que a través de ella
se presenta un
universo narrativo que va a constituirse en un tópico dentro
de la literatura de los 90s: el mundo juvenil urbano marginal de la
Lima clasemediera. En 1994 aparece Salón de Belleza
de Mario Bellatín, novela que introduce un nuevo universo dentro
de la narrativa peruana y un lenguaje preciso y cautivante. El mérito
de este autor, al margen de sus aciertos narrativos, es el haber creado
un universo que se sostiene por sí solo (personajes anónimos,
diálogos inexistentes, mundo externo incierto) y en el cual
el referente peruano es casi nulo, y por otro lado, el hecho de inaugurar
una literatura en la cual la mirada del narrador se desplaza hacia
la introspección de los personajes, explorando aspectos como
la muerte, la soledad, la incomprensión y la incomunicación,
características que marcaron a los jóvenes del 90. Ese
mismo año, 1994, en una plano más mediático,
aparece No se lo digas a nadie de Jaime Bayly. La novela
contribuyó a alborotar el gallinero de la pacata y conservadora
sociedad limeña y gracias al escándalo provocado por
la publicación del libro su autor se convirtió, más
que en una figura literaria, en una estrella farandulera que llamó
la atención de toda clase de público. A pesar de que
Bayly no ofrece una propuesta narrativa experimental e innovadora,
no podemos desconocer los aportes de este autor dentro de la narrativa
peruana contemporánea. Esos son los cuatro narradores de la
década del 90 cuya obra siempre me llamó la atención.
- Cuéntanos de esta apasionante experiencia
que es la lectura.
- Yo empecé a leer desde muy pequeño, ya a los nueve
años de edad comencé mis lecturas de los clásicos,
primero las lecturas adolescentes como Alejandro Dumas, Víctor
Hugo; luego los realistas como Balzac, Stendhal, Flaubert; y, posteriormente,
a los latinoamericanos como Vargas Llosa, García Márquez,
Julio Cortazar. Cuando se inició la década del noventa
recuerdo que más leía autores norteamericanos, como
Scott Fitzgerald, Hemingway, William Faulkner, Henry Miller. Además
a los europeos como Umberto Eco, Milan Kundera y Patrick Suskind.
Sin embargo, los autores que fueron para mí una revelación
son J.D. Salinger y Raymond Carver. Con ellos descubrí que
existía otra forma de narrar una historia: más que contar
una historia lo que se buscaba era "mostrar" una situación,
perfilar un personaje y develar una dimensión insólita
y desconocida de la condición humana. A la lectura de estos
autores se sumaron el descubrimiento de narradores como John Cheever
y el redescubrimiento de clásicos como Chejov. Como puedes
apreciar, no solo he heredado la tradición de los autores contemporáneos
sino que además pienso que es importante el aporte de los clásicos:
es imposible entender la estética de Carver si previamente
no leemos los cuentos de Chejov. Me parece una insolencia cuando alguien
se jacta de su ignorancia de los clásicos y eso se aprecia
mucho en algunos narradores jóvenes, no se puede construir
una obra literaria sólida si esta no se apoya en la lectura
de los clásicos y modernos. No basta leer a Bukowski o Breat
Easton Ellis para ser un escritor maldito, o leer a Vila-Matas y Piglia
para ser un narrador metaliterario, se necesita conocer gran parte
de nuestra tradición literaria.
- Pueda que peque de impresionista, pero
revisando tu segundo libro, Amores bizarros, me encuentro con
toda una avalancha temática y estilística en la que
haces patente lo mucho que has bebido de la literatura norteamericana,
por llamarlo de alguna manera, puesto que la influencia de Henry Miller
y sus trópicos están, y por otro lado se hace presente
Raymond Carver. Háblanos de este primer libro de relatos.
- En realidad, yo pienso que todo narrador parte de un marco teórico
referencial, es decir, se parte de una teoría de la novela
o una estética del cuento antes de poder construir un texto
narrativo; en este sentido soy heredero del minimalismo carveriano,
pero también de la estética vivencial inaugurada por
Scott Fitzgerald y continuada por Ernest Hemingway y Henry Miller.
Me interesa contar una historia, una historia que subyugue al lector,
pero contarla en pocas palabras y con mucha eficacia y contundencia.
Es decir, a nivel formal asumo una estética minimalista, pero
a nivel temático me atraen las experiencias vivenciales, revelar
algunos aspectos desconocidos de la condición humana, como
lo señalé anteriormente.
- Todas las sensaciones que traen las relaciones
de pareja vividas al límite se han dejado sentir en tus dos
primeros libros, y esto no es ajeno en tu última entrega, La
culpa la tiene Nabokov, libro de cuentos también. Aquí
noto una preferencia abierta por el minimalismo, recuerdo tu cuento
Diario de la ausencia. ¿Qué es lo que te llevó
a apostar por esta onda estilística?
- Recuerdo que la primera vez que leí a Raymond Carver me hizo
recordar en el plano formal a la narrativa
de Jorge Luis Borges, entonces empecé a leer algunos artículos
en donde ambos exponían su estética sobre el cuento
y descubrí, a pesar de las diferencias temáticas, sus
similitudes a nivel formal. Borges decía: ¿para qué
escribir una novela de quinientas páginas si eso lo puedo decir
con mayor eficacia en un cuento de cinco páginas? Borges apostaba
por aquellos textos que en pocas palabras puedan decir mucho. Hacia
lo mismo se dirigía Carver en sus textos. Así, poco
a poco fui descubriendo esta técnica minimalista que me permitió
articular un discurso narrativo audaz, fluido y contundente. Ahora,
lograr configurar un estilo minimalista no es nada fácil, hace
falta la armonía, la contención, la brevedad, y el uso
de la metáfora, que caracterizan a esta estética.
- Este último libro es un tributo
a Nabokov ¿Qué libro suyo aparte de Lolita crees
que se deba leer?
- La lectura de Lolita de Nabokov fue para mí
un verdadero disfrute. Este autor me permitió descubrir que
a través de una prosa limpia, cuidada y elegante se puede abordar
un tema escabroso como es la relación impropia entre un adulto
y una nínfula. A partir de ese momento, muchos temas nabokovianos
como las mariposas las nínfulas, los Humbert Humbert pasaron
a formar parte de mi mundo narrativo. Sin embargo, considero que una
obra que merece una atención mayor es la novela Pálido
fuego, por la forma cómo se construye la historia y
el lenguaje depurado que utiliza.
- Hacia dónde crees que va la nueva
narrativa latinoamericana. ¿Consideras que ya no le debemos
nada más a los escritores del Boom? ¿Cuáles son
los nuevos escritores latinoamericanos que frecuentas?
- Los escritores del boom latinoamericano ayudaron a configurar parte
de nuestra identidad literaria. La obra de autores como Vargas Llosa,
García Máquez, Julio Cortazar y Carlos Fuentes contribuyó
a sentar las bases de una narrativa latinoamericana sólida
y estable; sin embargo, pienso que la estética de la "novela
total" que estos escritores pregonaron ya está agotada
y es inviable. En este sentido me siento más cercano a la formula
promovida por Borges, que es la de contar una historia a través
de una prosa económica y textos narrativos breves. Otras de
las fórmulas que me atraen a nivel formal y temático
es la de Ricardo Piglia y Roberto Bolaño, respectivamente.
Además, la lectura de los autores colombianos como Andrés
Caicedo, Jorge Franco y Fernando Vallejo me han permitido comprobar
que la literatura colombiana no se agota con el realismo mágico
de García Márquez. Finalmente, la obra de autores como
Alberto Fuguet, Edmundo Paz Soldán, Jorge Volpi, Mempo Giardinelli,
Federico Andahazi, Alonso Cueto, Jorge Eduardo Benavides y Santiago
Roncagliolo, todos ellos galardonados en su momento, nos permite verificar
el buen estado de salud en el cual se encuentra la narrativa latinoamericana.
- ¿Podrías hablarnos del proyecto
narrativo en el que estás metido ahora?
- Actualmente estoy escribiendo una novela ambientada a fines de los
años sesenta e inicios de los setenta. Es una novela medio
hippie que narra una historia de amor entre la hija de un hacendado
del norte del país y un dirigente estudiantil, todo ello en
el contexto de la Reforma Agraria promovida por el gobierno de las
fuerzas armadas. Ese periodo de nuestra historia ha sido poco explorado
por los narradores actuales y personalmente me atrae mucho la idea
de recrear una época en la que se produjeron grandes cambios
sociales, sobre todo a nivel de la juventud, describir cómo
poco a poco se fue abandonando esa década prodigiosa, como
lo fue los años sesenta, para ingresar a una época de
crisis y represión por parte del gobierno militar.