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LOS
UMBRALES DEL SENTIDO EN LA POESÍA
DE MARCELO PELLEGRINI
Miguel Gomes
The
University of Connecticut-Storrs
Pese a la
saturación de influencias, en medio de un campo literario que tiende a
la canonización pronta y conservadora (con una proporción similar
de injustos marginamientos), la joven poesía chilena es hoy en día
una de las más variadas y vigorosas de nuestra lengua. Si entre los poetas
nacidos hacia 1960 contamos ya con varios nombres que empiezan a llamar la atención
de la crítica internacional por su inteligente reorganización de
las prioridades expresivas de generaciones anteriores -me refiero al nutrido grupo
de autores de los cuales Luis Correa-Díaz es el más representativo-,
entre los poetas que nacen alrededor de 1970 abundan los que han demostrado una
precoz madurez y han publicado libros que se apartan ejemplarmente de los códigos
consagrados sin recaer en estridencias neovanguardistas. Sergio Muñoz Arriagada,
Cristián Gómez, Enoc Muñoz, Alejandra del Río, Andrés
Andwandter, Javier Bello, Germán Carrasco, Ismael Gavilán y Jorge
Polanco Salinas han aportado obras determinantes que permiten casi asegurar una
radical renovación del decir poético chileno en los próximos
años.
En esta comunidad de escritores, acaso una generación
articulada menos por la simple cronología que por la experiencia juvenil
común de la transición a la democracia, Marcelo Pellegrini (Valparaíso,
1971), sin duda, se destaca por su capacidad de actuar en diversas áreas,
que incluyen la investigación filológica -como queda demostrado
por su colaboración en la imprescindible edición crítica
de La miseria del hombre que debemos a Marcelo Coddou (Valparaíso:
Universidad de Playa Ancha, 1995)-; la traducción de poesía, donde
ha hecho aportaciones ya memorables con sus versiones de diversos poetas brasileños,
los sonetos de Shakespeare (Constancia y claridad, Santiago de Chile: Manulibris,
2006) o sus selecciones de Kenneth Rexroth (La señal de todas las cosas,
con Armando Roa Vial, Santiago: Editorial Universitaria, 2004)-; y sus ensayos,
divulgados en revistas literarias o universitarias de Chile, México, Perú
y los Estados Unidos durante los últimos diez años. Como poeta,
Pellegrini se ha mantenido también activo, con varios títulos en
su haber: Poemas (plaquette, 1996), El árbol donde envejece
la muerte (Santiago de Chile: Calabaza del Diablo, 1997), Ocasión
de la ceniza (Santiago de Chile: Calabaza del Diablo, 2003), Partitura
de la eternidad (plaquette; Berkeley: Efímeras, 2004) y, recientemente,
El sol entre dos islas (Santiago de Chile: Manulibris, 2005), libro en
que me gustaría detenerme por constituir una síntesis apta de sus
logros en el género.
La primera sección contiene el material
de la plaquette de 2004 y la segunda poemas hasta ahora no recogidos en
volumen. Un vistazo al conjunto confirma la impresión que Ocasión
de la ceniza daba sobre las directrices poéticas del autor. En lo que
toca a la herencia internacional, su escritura permite entrever y, en muchas ocasiones
indica con gran transparencia, su parentesco con la tradición lusobrasileña
(Pessoa, Melo Neto, Mário de Andrade, Drummond de Andrade) y, sobre todo,
la norteamericana (Rexroth, obviamente, pero también Stevens o la Generación
Beat). Puesta en la historia chilena, su sensibilidad se aproxima a la
de poetas como Jorge Teillier y Pedro Lastra que, concluido el ciclo de las vanguardias,
eligieron un tono menor y una callada musicalidad para contrarrestar los excesos
de otros paradigmas de ese entonces, como el del prosaísmo de Parra, con
el tiempo fosilizado en guasonería, o el violento neoexpresionismo que,
con toda razón, Rojas tuvo que inyectar en las prácticas frívolas
del "surreachilismo" -aunque lo anterior no le impide a Pellegrini instalarse
de vez en cuando en la antesala surrealista de Rosamel del Valle o en un erotismo
afín al de Rojas. Con respecto a un segundo momento de la postvanguardia,
el de su decantación definitiva durante los decenios de 1960 y 1970, Pellegrini
parece situarse en un sistema de preferencias diametralmente opuesto al de poetas
como Raúl Zurita, que insuflaron vida nueva a cierto titanismo de raigambre
nerudiana mientras recuperaban hábitos experimentales propios de la vanguardia
histórica, sólo que ya cómodamente legitimados por la tradición.
Situado entre sus coetáneos, el lenguaje de Pellegrini podría decirse
que es compatible con el de Ismael Gavilán, Andrés Andwandter y
David Preiss: al primero lo une la soltura y riqueza de las referencias a otros
escritos u otras obras de arte; al segundo, la contención que caracteriza
a sus hablantes; y, al tercero, el manejo absolutamente diestro del poema breve
sin recaer en enigmas orientalistas ni sentencias.
Uno de los aspectos
más memorables de El sol entre dos islas es su captación
de la experiencia colectiva del Chile de los últimos años sin recaer
en formas usuales, cansinas, fácilmente mercadeables y consumibles de testimonio.
Estos poemas, de hecho, traducen una estructura de sentimiento colectiva al lenguaje
de la lírica sin tener que arrastrar a ésta a dominios expresivos
que le son ajenos. Si la transición a la democracia ha sido un camino lleno
de incertidumbres, vacilaciones y ajustes de cuenta prorrogados, pero no por ello
ha dejado de hacer realidad ciertos cambios u ofrecer un giro esperanzador para
quienes anhelan un mínimo de justicia, igualmente la visión del
mundo que construye esta poesía refleja vivencias en suspenso a través
de las cuales el deseo intenta orientarse e insinúa su acción sobre
el entorno. El desplazamiento luminoso por un espacio impreciso sintetiza ese
patrón de conocimientos e intuiciones que no puede, por el momento, concretarse
o verbalizarse de otra manera.
El primer mecanismo de suspensión
que se observa en el libro surge en el título. El sol entre dos islas
propone un reto de interpretación afianzado por la estratégica
selección del material gráfico de la portada -que actúa como
uno de los muchos intertextos plásticos o musicales a los que Pellegrini
nos tiene acostumbrados-: la fotografía de Manuel Álvarez Bravo,
con su contraste de lo que parece fulgor y sombra, juega con el tipo de indeterminación
que E. H. Gombrich denominó en Art and Illusion "ambigüedades
de la visión". Ni la mancha blanca es un cometa ni la obscuridad que
la circunda es la del espacio exterior: lo que vemos, como lo aclara el título,
es la raspadura de un vidrio; sus texturas no pertenecen a la vastedad sideral,
sino a un microcosmos al alcance de la mano. Desde esos umbrales de la escritura,
así pues, la duda se convierte en nuestro fiel acompañante.
Hay otro modo en que la frase El sol entre dos islas revela la matriz hermenéutica
del conjunto. Ausente el verbo, un objeto y el espacio aguardan suspendidos a
que se manifieste la voluntad o la acción que extraiga de ellos su cabal
significado; pero la espera no es angustiosa sino que, por el contrario, parece
optimista: el sol es, además de luminoso, numinoso. Esa radiante paciencia
recorre buena parte de las piezas dispuestas en la colección, muchas de
las cuales comparten una persistente conducta elocutiva. El poema suele postular
una imagen medular, tan autosuficiente y simbólicamente productiva como
la del "sol", y el discurso subsiguiente se desprende de esa potente
visión. Sucede así en "Cristal", en el que el primer verso
es ya el momento álgido que irradia los demás:
Toda
palabra se la lleva el mar,
ojos de Orión, promesa
invariable del
cielo,
flecha y brillo, pie torcido,
voz anclada en el cristal. (13)
Cabría
decir lo mismo de "Fin de verano", que recurre a la suspensión
mucho más explícita que ofrece la anáfora, frecuente a lo
largo del libro:
Mira
cómo la luz
abrasa las hojas
del único árbol del paisaje,
mira
cómo cubre
de caricias la montaña,
cómo se apodera
del cielo,
del valle, de sí misma [...] (14)
En
otras ocasiones, los paralelismos obligan al universo a hacer un alto contemplativo
en que se aprovecha la enorme energía de imágenes elementales e
ínfimas -como la de Álvarez Bravo-, proyectadas sobre el telón
de fondo de la inmensidad física o metafísica:
La
araña, su tela contra una nube
que oscurece en el aire
de esta primavera
temprana.
La tela, un diamante de viento
que
flamea su mudez
y ruge su muerte interminable.
El viento, frío de
la tarde
contra el calor de la saliva [...]
La
araña, alimento de sí misma,
criba de luz en la memoria [...]
(15)
El procedimiento se invierte
en varios poemas y la visión definitiva aparece no como origen del decir,
sino como conclusión, incluso señalada gráficamente y sin
verbos, tal como ocurre en "Robert Duncan camina por la playa":
La
arena imagina su cristal
mientras sus pasos lo llevan
hacia la fría
luz de la mañana.
Atardecer y duda
en
la estrofa del mar
y los acentos de la espuma.
El
cristal imagina su arena
mientras sus pasos lo traen
hacia el sol que brilla
en silencio,
sombra de otra luz que duerme
en el viento. (59)
Las posibilidades
infinitas del instante se tematizan en uno de los poemas más logrados del
libro, "Por siempre eternidad". En dicha composición, una serie
de simetrías fónicas y sintácticas se encargan de inmovilizar
el discurso para entregarlo al ámbito del recuerdo que anuncia la dedicatoria,
"In memoriam G.M.". El equilibrio formal alegoriza la tenaz armonía
que hay en el "cruce" evocado y nos hace adivinar una aceptación
de la estática trayectoria que se perfila lingüísticamente
con ingeniosas perífrasis en torno al nunca pronunciado adjetivo saudoso
-o al substantivo saudade, tan caro a la (G)abriela (M)istral de Tala
y bien conocido por Pellegrini, traductor del portugués-, ausencia presente
que substituye el núcleo visionario y genera neologismos tan intensos como
necesarios:
Una
palabra cruzó tu verano
y se hizo monte de mi gozo,
cadena desvanecida
en la hora
como el venado en el sendero de sal,
solidario en soledad,
y
esos ojos que son tuyos y de nadie más,
en ese monte que se repite en
otro monte
y se derrama en un valle
sedoso y soledoso
contigo abrasado
en eternidad,
tus brazos extendidos
tus párpados cerrados
por
siempre en ese pan. (30)
La inmersión en profundas sensaciones de irresolución o suspensión
que se perciben en estos poemas puede acoger, desde luego, el temor -y no de vaga
índole, sino muy social y político, como ocurre imprevistamente,
pero siempre con sutileza, en "Extraña fruta", reescritura de
la hermosa y siniestra canción de Lewis Allan (seudónimo de Abel
Meeropol), hecha célebre gracias a Billie Holiday, a quien sólo
se refiere la escueta dedicatoria del poema con las iniciales "B.H."
(51). Pero lo que se impone en los versos de Pellegrini, por lo general, es la
celebración de un universo donde el sujeto se debate entre la claridad
y las sombras sin salir de un umbral que separa y simultáneamente une.
La indeterminación da voz al vértigo de un "golpe de noche,
no de dados" en que, sin embargo, encontramos "la tiniebla de la noche
/ junto a la semilla" (39). No por casualidad la "Nota preliminar"
al libro, al reflexionar sobre el invariable sol "suspendido entre dos islas",
sugiere como meta el afán de "construir puentes entre esos lugares,
uniones hechas de palabras" (7). Lo cierto es que el poeta no pretende señalar
en qué dirección han de recorrerse los puentes o cuál es
el propósito definitivo de las uniones. En medio de la imprecisión,
sin sermones de un hombre de letras predicador o descifrador del destino colectivo,
debemos partir por nuestra propia cuenta y con nuestra individualidad a cuestas
en busca de sentido. Sea éste el que sea, las revelaciones en última
instancia provienen de un "celeste manantial" en el que tenemos que
aprender a detenernos como hacen los elementos cósmicos que pueblan esta
poesía (50).
La de Marcelo Pellegrini no es simplemente una lírica
del instante, equívoco marbete que injustamente contribuiría
a confundirla con una tarea desligada de la realidad o un misticismo notarial
del que abusaron demasiados autores de la segunda mitad del siglo XX. El sol
entre dos islas nos habla de lo que toda una comunidad ha estado sintiendo
o tal vez presintiendo en un instante particular de la historia y en un espacio
humano que, con suerte, está en tránsito a lo que podría
ser "semilla" o lo que, como diría el último verso del
volumen, aún podría depararnos una "secreta alianza".
Los secretos, no obstante, sólo se expresan plenamente con un lenguaje
exento de convenciones y eso es lo que aquí hemos recibido en forma de
poemas.