Proyecto Patrimonio - 2011 | index | Hernán Díaz Arrieta | Autores |


 

 



Proust ha muerto (hace 80 años)

Viva Proust

Alone
Revista de Libros de El Mercurio, Sábado 16 de Noviembre de 2002


El primero que habló en Chile sobre Marcel Proust, atrayendo hacia su obra la curiosidad del público, no fue quien algunas personas imaginan, sino el presbítero don Emilio Vaisse, Omer Emeth, fundador de nuestra crítica literaria.

Creemos justo recordarlo ahora.

Contaba él sonriendo que un francés amigo suyo, sin duda, después de aburrirse bastante con El camino de Swan, pensó: Esto le va gustar a don Emilio.

Y le prestó, recién salidos, esos dos primeros volúmenes de En busca del tiempo perdido, que contienen el germen de todas las líneas generales de la futura obra. Don Emilio no negaba que le había costado un poco meterle el diente.

Proust dista mucho de ser un autor fácil y entretenido. Por lo demás, ninguna grande obra lo es, máxime si aporta como esta un modo diferente de percibir la realidad y una lengua distinta para expresarla. No augura bien de un escritor el éxito inmediato y el que todas las puertas se le abran de par en par. La victoria demasiado rápida suele conducir a los rápidos olvidos. Sin ser un hermético impenetrable, era preciso habituarse a su frase larga y sinuosa, de dibujo envolvente, que con frecuencia obliga a los lectores a volver sobre sus pasos para redescubrir el sujeto oculto o que lo fuerza a contener la respiración suspendidas entre interminables paréntesis.

El hombre no se preocupaba de la comodidad. Al contrario. (...) El acceso al camino de Swann empieza por una disertación lenta, soñolienta, acerca de "las vueltas que se da un hombre para quedarse dormido en la cama", pasaje que a no pocos hacía caer en estado cataléptico.

Pero la prosa no era el obstáculo máximo que oponía: cuando el fondo interesa, cada cual se acostumbra. Además, de pronto, en esa selva se abrían claros súbitos, alzábanse canciones de una melodía rara, y se dejaban escuchar coros de voces sutiles.

Lo grave estaba en el fondo, en la narración misma que suscitaba el eterno reproche de los que, ajustados a un molde previo tan pronto dicen que una crítica no es crítica como que una novela no es novela, creyendo así zanjada la cuestión. El relato proustiano daba la impresión de no avanzar, de no organizarse, aún inspiraba la duda de su existencia. Ningún resorte movía la vieja curiosidad por saber lo que ocurrirá ni elementos capaces de hacer a un personaje simpático o antipático.

¿Había siquiera una composición más o menos visible?

Las discusiones giraron mucho tiempo sobre ese punto.

La verdad es que el verdadero héroe, eje del nudo novelesco, no surge en sus verdaderas proporciones sino al final, quince o dieciséis tomos después, con los dos volúmenes finales. Ese personaje es el Tiempo, una abstracción, pero una abstracción encarnada, materializada, viviente y hormigueante a través de centenares de seres concretos que se suceden y alternan entretejiéndose, como los hilos de una tapicería.

Naturalmente, este personaje no podía actuar como los héroes de una novela, "con principio, medio y fin", con nudo y desenlace, y sus dimensiones sólo en la síntesis de esta inmensa catedral podrían mostrarse arrancando desde las catacumbas subterráneas, para después lanzarse por las nevaduras de las columnatas, entre las múltiples capillas particulares, hasta las agudas elevaciones de las torrecillas celestes donde cantan voces celestes, aspirantes al infinito.

Naturalmente, también los lectores de poca fe se aburrían. Esta fe era la que el inmenso creador poseía en una medida sobrehumana, venciendo las enfermedades, el asma, los vehementes apetitos, la asfixia y múltiples tentaciones. Su esfuerzo se dirigió a infundirla en la invisible muchedumbre de sus lectores futuros mediante la acumulación de tales detalles que la novela ha sido llamada "un fresco hecho de miniaturas".

Por sobre el abigarrado anecdotario de ese fresco enorme, de ese interminable mural, más allá de los incidentes episódicos, ¿cabe descubrir una intención trascendente, un propósito que podría llamarse de orden místico o religioso?

Creemos que sin ella la obra entera carecería de sentido.

Y desde luego, el título, ese tiempo perdido que se busca y que es, en realidad, el paraíso, la vida liberada de la muerte, más allá de lo transitorio, que la permiten entrever algunas piezas musicales y le hacen palpar, como una certidumbre experimentada y concreta, como una adquisición inmediata, los raptos de la memoria involuntaria en que un ser brota de su interior dotado de eternidad, para percibir y gustar el espacio de un relámpago, un trozo de eternidad, arrobamientos y transportes de placer que evocan los raptos de Santa Teresa, tan intensos que la dejaban exhausta y le producían escrúpulos de conciencia, obligándola a repetidas consultas a sus confesores.

Y si se alega que a esas alturas no se alcanza sino por la vía dolorosa de las mortificaciones y el sacrificio tan intensos en la santa que nunca abandonó el cilicio, se puede contestar que Proust lo abandonó todo para realizar su obra y que según la expresión de un crítico, entró en literatura como se entra en religión, dejando en la puerta todas las obligaciones mundanas y también los cuidados de la salud. Hijo y hermano de médicos, sabía que se estaba matando con su régimen de calmantes y estimulantes alternados; pero ante todo estaba la realización de su obra, el cumplimiento de su misión y prosiguió la batalla hasta el último aliento.

Los postreros actos que ejecutó en su vida fueron las correcciones a su versión de la muerte de Bergotte, para modificarla según las propias experiencias que ya estaba experimentando.


 

 

Proyecto Patrimonio— Año 2011
A Página Principal
| A Archivo Hernán Díaz Arrieta | A Archivo de Autores |

www.letras.s5.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez S.
e-mail: osol301@yahoo.es
Viva Proust. Proust ha muerto (hace 80 años).
Alone.
Revista de Libros de El Mercurio, Sábado 16 de Noviembre de 2002