Proyecto Patrimonio - 2013 | index | Marcelo Pellegrini |
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Paraíso de hielo
Eliot Weinberger
Traducción de Marcelo Pellegrini
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Snæfellsnes Peninsula. Islandia ha creado la más perfecta sociedad sobre la tierra, de la cual el resto del mundo nada tiene que aprender. Porque su irrealizable Utopía es el feliz accidente de una historia y una geografía que no pueden ser repetidas, ni siquiera emuladas, en ningún otro lugar.
Fuera del Pacífico Sur, ningún grupo étnico tan pequeño tiene su propia nación-estado independiente. Hay solamente 268,000 islandeses, de los cuales 150,000 viven en o alrededor de Reykjavík, la capital. La segunda ciudad más grande, Akureyri, conocida por su arte y su vida nocturna —la Barcelona del país— tiene 14,000 habitantes. En el resto de la nación hay pocas personas, y el paisaje sin árboles compuesto de volcanes, cascadas, extrañas formaciones rocosas, campos de lava humeante, geisers, glaciares y témpanos parece el fin del mundo, como si alguien cruzara el Tíbet y, al final, encontrara el mar.
Casi todos los caminos son escasamente recorridos y sin pavimentar, aunque se trata de un país escandinavo moderno donde todo funciona, y donde el estado protege a sus ciudadanos desde el nacimiento hasta la muerte. No existe el desempleo, no hay pobreza ni riqueza ostentosa; la educación es universal. El consumo y producción per capita de libros es lejos el más alto del mundo. Viven más que casi todo el resto de los pueblos. No hay contaminación: todo el territorio posee calefacción geotérmica.
Es una nación no violenta: no hay ejército, no hay armas, tienen baja tasa de criminalidad. Los reos, salvo los peligrosos, van a sus hogares durante las vacaciones; los niños caminan solos por la ciudad. Durante los últimos mil años, las mujeres islandesas han tenido derechos que eran inimaginables en otros lugares, como obtener el divorcio y mantener la mitad de la propiedad. Islandia fue la primera nación con una mujer presidente, y es la única con un partido político compuesto sólo de mujeres y con asientos en el parlamento. Los islandeses inventaron la idea de parlamento.
Increíblemente, es una sociedad capitalista de consumo sin exceso. Tienen de todo, pero sólo uno o dos tipos de todo. Viven sin la locura de la competencia entre las marcas, sin la demanda por un consumidor hábil, y sin la constante amenaza de haberse equivocado al elegir un producto. Las ocupaciones tradicionales para las principales exportaciones —la pesca y el pastoreo— son realizadas ahora por sólo una parte de la población. El resto de la pequeña fuerza laboral debe desempeñar los roles de una sociedad moderna: embajador, plomero, anestesiólogo, programador, celista, policía. Hay una estación de TV, un director de cine conocido, un novelista ganador del Premio Nobel, una estrella internacional de rock. En Islandia, la vida moderna es completa, pero se vive a escala tribal.
Tal y como una tribu, es una sociedad enraizada en lo arcaico. Es, quizá, el único pueblo de la era tecnológica que puede hablar fluidamente con sus ancestros de hace mil años: el idioma islandés se ha mantenido sin cambios luego de su separación del noruego antiguo, y su alfabeto retiene dos letras rúnicas que nadie más usa. La ley exige el uso de nombres tradicionales, así como seguir el antiguo sistema de un primer nombre más el nombre del padre o la madre más el “hijo” o “hija”. La guía telefónica tiene enlistadas a las personas por su nombre, y son todos los mismos: Jóhann Magnússon, Magnus Jóhannsson, Gréta Jóhannsdóttir. Pueden diferenciarse mutuamente porque se conocen mutuamente.
Como buenos isleños, han vivido encerrados en sí mismos. En el siglo XIII produjeron un vasto corpus literario, diferente al del resto de Europa, que era su meticulosa autodescripción. Se trata de las sagas: historias no sobre héroes o dioses, sino sobre personas comunes: los colonizadores que llegaron a esa tierra inhabitada doscientos años antes. Hay docenas de sagas, todas interrelacionadas: las mismas historias son contadas desde diversos puntos de vista; una persona mencionada al pasar en una se convierte en protagonista de otra. Es una enorme “comedia humana” de amor, codicia, furia, casamientos y apropiaciones de tierra, viajes, venganzas, funerales y festivales, reuniones, secuestros, sueños proféticos y extrañas coincidencias, pesca y pastoreo. Casi todos en Islandia son descendientes de esas personas, y ellos conocen sus historias, y las historias que han ocurrido en las generaciones posteriores.
Se viaja por Islandia con La guía para el visitante, un extraordinario libro que, paso a paso, le sigue la pista a todos los caminos del país, como si uno estuviera en compañía del Guardador de los Recuerdos. Islandia posee pocos edificios notables, museos o monumentos. Lo que tiene son colinas y ríos y rocas, y cada uno de esos elementos tiene una historia referida por el libro. Aquí había un puente que se cayó tras la huida de un asesino condenado por la justicia, probando su inocencia. Aquí vivió un niño cuyos poderes mágicos eran tales que podía secar la hierba. Aquí un hombre murió por estar bajo una tormenta de nieve, sin saber que se encontraba a pocos metros de su casa. Se dice que hay dos cofres de plata escondidos en algún lugar de esta montaña. En este manantial hirviente, un famoso prófugo coció carne. Un hombre fue enterrado aquí porque los caballos que cargaban su cuerpo se rehusaron a dar otro paso. Aquí un hombre que robó más ovejas de las que necesitaba fue asesinado por un niño de 12 años. En esta granja no quisieron darle refugio a una viajera embarazada, y en la noche sus ocupantes fueron sepultados por un alud. Algunos han visto caminar por este risco a un hombre con su cabeza bajo el brazo. Aquí vivía un clérigo famoso en el exterior por haber fabricado un remedio a base de aceite de hígado de bacalao, y por haber secuestrado a su novia. Aquí vivió un popular cartero del siglo XVIII.
¿Qué otra sociedad moderna habita tan plenamente el paisaje donde vive? ¿En qué otro lugar la clase media todavía conserva la memoria?
Sir Richard Burton, después de los trópicos y los desiertos, quedó horrorizado con el lugar. William Morris aprendió la lengua y tradujo algunas sagas, pero prefirió sus lecturas a sus dos visitas. Jules Verne nunca estuvo, pero ubicó la entrada al centro de la tierra en el volcán Snæfellsjökull. Trollope vino, al final de su vida, y escribió alegres relatos sobre grandes banquetes y hermosas mujeres, pero se horrorizó al no encontrar ningún banco. Aquí el joven Auden, justo antes de la Guerra Civil española, escribió su más extraño libro.
Cuecen el pan poniéndolo en el suelo; prefieren comer la carne de tiburón podrida. El uso de pesticidas es desconocido entre ellos. Casi todas las mujeres tienen su primer hijo antes del matrimonio. No permiten perros en la capital. Sus ojos tienen el mismo color azul pálido de un témpano. Creen en las Personas Ocultas. Sus caballos tienen el pelo largo en invierno, y duermen echados. Nunca he visto tantas clases de musgo.