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Presentación de «Lengua materna», de David Preiss

Por Marcelo Pellegrini
Publicado en https://artesycultura.uc.cl/




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Comienzo por contar algo parecido a una anécdota: cuando yo comencé a estudiar literatura, por allá por el año 90, “Lengua materna” era la expresión que se utilizaba para designar el ramo de gramática de la lengua castellana durante el primer año. “Lengua materna I” y “Lengua materna II” eran los cursos que todos los futuros profesores de castellano teníamos que tomar apenas entrábamos a estudiar para aprender los mecanismos internos del idioma: las reglas, los usos, los acuerdos teóricos que debíamos dominar para familiarizarnos con esa lengua con tal de traspasar luego ese conocimiento a nuestros futuros alumnos. Desde esos ya lejanos años, “lengua materna” significa para mí eso: nada menos que la gramática detallada de la lengua castellana. Muy raro nos parecía a los alumnos de primer año que las clases de esa materia fueran designadas con la expresión que utilizamos para señalar la lengua que aprendemos desde niños, aquella lengua con la que crecemos, la lengua con la que entramos al lenguaje, a habitar en él, a vivir en su casa.

No pude dejar de pensar todo esto y más al leer esta Lengua materna, del poeta David Preiss. Su libro no tiene nada que ver con esas clases que en mi juventud más de una vez me parecieron áridas y hasta escabrosas. Pero su denominación, su título y varios de sus poemas aluden a la lengua que uno aprende de niño, a la lengua que a uno le enseñan y le dicen que es la única manera de comunicarse con los demás. El mismo libro sugiere esto en el título de su primera parte: “Palabras que me enseñaron al nacer”, que es una especie de definición de “lengua materna”. Sin embargo, propongo aquí que esa lengua materna se transforma en este libro de David en la lengua con la que el poeta decide escribir. Porque la lengua materna del poeta no es la que se aprende pasivamente desde niño o como cuando uno asiste a una clase de gramática, sino más bien la lengua, el código o conjunto de signos con que el poeta toma la decisión del decir, la decisión de cómo articularlo, y de cuándo hacerlo. Esa lengua puede coincidir en casi todos los aspectos con la lengua o las palabras “que me enseñaron al nacer”, pero es el poeta el que la transformará en otra cosa, en esa amalgama expresiva en la que entran otros códigos, otras experiencias, otras denotaciones y connotaciones. Pero es lento el camino para llegar a esa decisión. En el poema “Hijo del pacto” vemos el inicio de ese trayecto: “Tú / serás un judío latino- / americano, un oxímoron / que ama y que respira, / hablarás una lengua / que no es tuya, habitarás / una patria provisoria, / serás un extranjero / entre los tuyos: / te odiarán y te amarán” (17). El uso de los verbos en el futuro (“serás”, “hablarás”, “habitarás”) con resonancia de mandamientos indican que el camino recién se inicia. La lengua materna es un camino para recorrer y no una lengua que aprender en el sentido más común de “aprender”. “Hijo del pacto” ofrece una verdadera cartografía de esa lengua nueva que es al mismo tiempo vieja, una lengua enterrada y desenterrada una y otra vez de la psiquis del poeta: “Mi memoria escapa, / vuela y se detiene / en San Cristóbal, Venezuela; / se establece lentamente / en improvisadas sinagogas / donde un miniam / de judíos olvidados / celebraba los días temibles en los Andes tropicales. / El jazán pedía perdón por las faltas / que cometimos y que no cometimos / en un idioma traído de los guetos” (17-18). Para luego continuar en la estrofa siguiente: “En vez de ese antiguo hebreo / mi memoria aprende castellano / con el silabario hispano- / americano y lee las postales / que llegaban desde el Maule / o de un Santiago siempre gris” (18). Vendrán otras lenguas (el yiddish y el inglés aparecen prominentes) y otras experiencias que irán enriqueciendo esa lengua materna traspasada de memoria, de ese “país extranjero” al que alude el poema “Infancia en San Cristóbal”.

Después del aprendizaje, los viajes, y las lecciones extraídas de esos viajes. Lengua materna es también un desplazamiento marcado cuidadosamente por la memoria. Más bien: su memoria es su desplazamiento. No es aventurado decir que este libro se plantea a sí mismo como una especie muy particular de diario de vida: cada estación en las vicisitudes de la voz que habla aquí está señalada por experiencias y, sobre todo, por lugares. Esos lugares no son abstracciones: existen como entidades del mundo sublunar; son ciudades, calles, accidentes geográficos, obras de todo tipo. La lengua aprendida se va haciendo ajena por medio de un creciente escepticismo sobre la poesía que marca la sección media del libro. Pienso en poemas como “La muerte de la poesía”, donde la tercera persona del singular hace que la voz hable de sí misma como una extraña: “Siente el ácido hálito en la voz que pregunta, / mezcla entera de condescendencia y cortesía, / si todavía escribe poesía. Sin hablar responde / que pasa todo el día rehaciendo un poema invisible” (67). Escepticismo, sí, cansancio del viaje, un viajero agotado “sobre el precipicio del poema”. “Poema de octubre” lo señala muy claramente en su primer verso: “La casa que habitamos ya no nos pertenece”. ¿Esa casa es la lengua materna? Sí, pero también es el espectro del amor y del desamor, un tema que nunca ha estado ajeno a las preocupaciones de David Preiss. Ese poema es el último de la sección “Entre mis palabras y mi voz”, la bisagra hacia la última sección del libro, titulada “Palabras encontradas fuera de casa”. Se cierra el círculo: desde Guarulhos hasta París, pasando por Amsterdam, Madrid, Edimburgo, Yale y Cambridge, para recalar en poemas escritos en inglés o traducidos al inglés, la lengua del poeta llega a casa precisamente porque sale de casa.

Termino estas apuradas reflexiones anotando un verso que me parece la definición de este libro: “Lo que buscas lo extraviaste antes de partir” (115). El poeta, el poema, la lengua buscan, aunque, como se dice aquí en repetidas ocasiones, casi como un mantra: “No sabes qué perdiste, / mas lo buscas”. Quién sabe si, al final de este viaje y de este aprendizaje, sólo buscamos lo que hemos perdido, aunque nos sepamos qué fue, precisamente, lo que perdimos. Quién sabe si la poesía no es más que buscar lo desconocido que perdimos.

26 de noviembre, 2020



 

 

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