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TENTATIVA DE REINSERCION DE TRES POEMAS “MARGINALES”
EN LA OBRA POETICA DE WALDO ROJAS
Por Marcelo Pellegrini
Publicado en Revista INTI No. 46/47 (OTOÑO 1997 - PRIMAVERA 1998), pp. 147-154
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PIAZZA NAVONA
No buscas Roma en Roma, aunque Roma te encamina
paso a paso
hasta la Plaza de los Ríos Cardinales,
recompensa emboscada en el claro del ocre.
El Orbe en la Ciudad, y en la ciudad la Fuente,
eterna a sus horas perdidas de antemano
a la espera de consignas convenidas
por la agonía de las horas.
Sólo a nombre de ríos terrenales sus divinidades
encalladas en la piedra dividen y no reinan.
Esfinges tácitas de un secreto a voces,
persisten en trances de arrebato, absortas
con humano desaliento en el juego de durar.
Así es a nombre de si misma que despliega el agua
el nombre de una saciedad sin restañar
— la prosodia de un arrullo, un resabio acallado en
un murmullo —
mientras los amaneceres recobran en la fuente severa
el precio que suma al desborde de los días
el ademán esquivo de su estancia cegada de destellos.
Palabra en germen infructuoso,
el surtir de la Fuente es ahora un afluente de
irrigaciones estancas:
sedimentos de fijeza en la fluencia, fluidez
infundida a la quietud,
hiladura de arena que deja escurrir entre tus dedos
su dispendio.
Todo cuanto permanece es porque ha sido proferido.
Improbable que bebas de estas aguas, improbable
que de viva voz el acto que tu sed desdiga
se apegue en cuerpo y alma a tu palabra;
un sueño arrancado de su cauce las retuvo en
su remanso y nos retiene,
causa pura embancada en la zozobra de agosto.
En el barrio romano situado entre el Corso Vittorio Emanuele, el Corso Umberto I y el Tiber, cerca del Panteón, enclavada al interior en un óvalo de construcciones, se halla la Piazza Navona o Circo Agonale. Ocupa el emplazam iento del antiguo estadio de Domiciano, cuya forma elíptica aún conserva y quizás tam bién el nombre alterado: agone, “arena de lidia”, n’agona, navona.
Tres Fuentes decoran la Plaza. En la del medio, llamada la Fuente de los Ríos, debida a Bernini y sus discípulos, están representados los cuatro rincones del mundo por un conjunto escultórico de gran dimensión, compuesto por un peñón rocoso central en cuyos ángulos se alzan cuatro estatuas colosales al pie de otras tantas vertientes, simbolizando los ríos Danubio (Europa), Ganges (Asia), Nilo (Africa), Río de la Plata (América).
En esta plaza tenían lugar fiestas, juegos populares y otras celebraciones. Entre los siglos XVII y XIX, todos los sábados del mes de agosto, la plaza era inundada, para regocijo de la población.
Poema no incluido en la primera edición de Fuente itálica (Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1991), está dedicado a Horacio FloresSánchez.
TRASTIENDA
La oscuridad es la trastienda de esta casa establecida débilmente
ante la fuerza de las cosas que la ubican.
Entre el día y la noche ella es un claro en el sucederse de las horas
que la emboscan,
y en ella entramos hacia la paz que sus muros se esfuerzan en guardar
para nosotros.
Afuera todo cae por el peso de su verdad.
Otra versión de lo real es aquello que se arrumba en la trastienda,
que al igual que nosotros “no podría soportar demasiada realidad”:
se oculta de sí misma en la penumbra
y sus habitantes — simples objetos en desuso — enceguecen mutuamente.
Ahí es adonde nunca hemos de volver.
Antípodas de nuestras propias sombras, haremos nuestra vida
entre estos muros,
nosotros, moradores dormidos de esta casa, seremos en el lecho
la sombra
de una silla semivestida con ropas en desorden.
ROSAMEL DEL VALLE NOS CONCEDE ESTA TARDE
DE OTOÑO JUNTO AL RIO
Mientras mis amigos no mueran
yo no hablaré de la muerte
Lautréamont
Tacto de helada tela esta tarde de Otoño junto al Río,
cuando el aire despliega alas de raso sobre el agua que no se harta
de la tierra que enlodaza.
Una tarde de bruces sobre la realidad, madre de tantas sensaciones,
cómo no estar del todo despiertos
y que los ojos nada vean de tanto despertar, sino luz que se enguanta
a las formas de lo incierto.
¿Verdad, Rosamel, que hay tardes escritas como para el joven Mozart?
Así este panorama desde un banco público recién abandonado por el sol.
Mendigos de grandioso sombrero se inclinan sobre papeles
que una brisa polvorienta desplaza a su antojo,
jóvenes nostálgicos y esas dichosas muchachas flores de su edad,
que entristecen los parques.
Cómo resulta gris esta tarde.
Por cierto hay sonrisas que estallan de tiempo en tiempo.
Con el pensamiento es posible acercar las cosas y alejarlas,
otro viento que puede crear voces,
desbaratar lo verdadero a propósito de tanta realidad.
Tardes como éstas, Rosamel, en que el espíritu sopla donde quiere
y todo cuerpo es espíritu momentáneo, sin recuerdo.
Nadie ha mentado aún las desapariciones.
Todo está aquí o pudiera estarlo.
Hay lo que se recuerda y esas lagunas del pensamiento en que el agua
transparenta su propio volumen.
No hay lo certero, existen oquedades, espacios vacíos y su vértigo,
huecos que objetos y mujeres ocupan a su turno.
Lo dice el deterioro de las cosas.
Pliegues en las sábanas, las reptaciones del vino en los manteles
y algo de todo ello hay en las lágrimas de las jóvenes vendedoras
de las panaderías.
Se habla entonces de lo vuestro.
Alguien alzó primero la voz sobre estas imágenes que nos interpelaban
y sólo imágenes brotaron de su eco.
Como para los antiguos de tan grata memoria, la única voz cierta es el sol
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .("... y que bello era el sol olvidado por todos")
cuya certeza esta tarde anémica de Otoño se obstina en rehuirnos.
Crecen las sombras como una traición
y el gris fustiga el ánima de las ciudades.
¿Dónde yace el poder de lo visible, Rosamel, si sólo la Voz dice lo cierto,
flor de transformaciones?
Da el organillero una vuelta más a su artefacto y la música vuelve
sobre sus pasos a inundar el Parque.
A ese juego nos aplicamos sin saberlo, y estamos en lo vuestro
al ubicar nuestro mirar en la dirección de las miradas de los rostros
sobrepuestos de las monedas antiguas.
Ver el Río en esta tarde. ¿Son las aguas crepitantes camino del mar
como en las viejas canciones,
o el trabajoso ascender de las piedras hacia la montaña?
Una y misma cosa el sigiloso brotar de los Bosques
y el crecer desgañitado de las grietas y las ruinas:
ambos propugnan idénticas desapariciones.
Blandas oleadas de murmullos delatan a las aguas, pero “muchos fuegos
están ardiendo bajo esta agua”,
tengamos en cuenta sólo las metamorfosis.
Discutible, dicho así como de paso, cuando ya empieza a franquearnos
el frío y la edad, cada cual desde su flanco,
el ahora que somos sobre el escaño de floja madera bajo la recia arboleda,
y el todavía que es la creatura humana, esa pared minada por las ratas.
Concede usted esta tarde, Rosamel, a una multitud que le mira reclinarse
en su asiento,
mientras usted toma nota de todo con los ojos.
No hay mil puertas para esa llave con que juegan sus dedos
nuestro mundo es bloqueo,
pero algo de ese rito alcanzará a algún Dios
y estaremos esperando que así sea.
Valga por ahora lo visible para el común de las miradas:
dos figuras ni más ni menos ciertas.
Un personaje de largas manos de organista, su rostro abarrotado de rostros,
se dispone a enfrentar el más irrisorio desenlace.
Cómo se ha vuelto oscura la tarde al paso de las gentes.
Excusemos al Poeta que ahora sale de paseo,
red entomológica en la mano, a cazar imágenes.
Nosotros nos sentaremos al lado de su muerte.
Cuidado tengan todos con el hombre de cuna sola vida.
(Otoño-Invierno de 1967)
A PROPOSITO DE ESTOS POEMAS
Aunque no estrictamente inéditos, estos poemas de Waldo Rojas poseen un carácter marginal dentro de su obra. No digo con esto que podamos reconocer un “centro” y un “borde” en un espacio que, por su naturaleza, los rehusa. En poesía, cada texto configura una asamblea de luminarias en la noche: la constelación de una obra, que no reconoce la mayor “categoría” de uno o de otro poema. Hablo de una marginalidad que “(...) es tal respecto de una obra sancionada por la publicación de algunos libros contemporáneos de la redacción y de la primera y efímera aparición de esos poemas ‘sueltos’ en las páginas de un diario o una revista. Su ausencia ahí es del orden de una decisión de autor so capa de su idea de lo que debe ser un libro de poemas y la sucesión de cada libro; en ella han jugado ya sea la discriminación estético-crítica, ya el cilicio de la autocensura normativa o el dictamen del azar”[1]. Esta reflexión del propio poeta nos impone, sanamente, un límite: la exclusión de tal o cual texto se debe a este “hombre de letras” que sabe que, justo en ese momento, se hace presente un lado semioscuro de su quehacer. Se ha abierto, podemos pensar ahora, una especie de limbo, no relacionado con algún “misterio poético” sobrenatural sino que ligado o, mejor dicho, nacido bajo el signo de su propio ritmo, de su propia respiración. Así, no tenemos más que repetir lo de siempre cuando leemos una obra de este carácter: no asistimos a la mera corrección (escriturade “borradores”) sino que a un fenómeno dado desde la génesis misma de cada poema: “(...) más que escribir [yo] des-escribo (...) Esta operación un tanto perversa ha llegado a ser en mi caso una suerte de método de trabajo”[2]. Creo que esta es una de las claves menos entendidas del quehacer de nuestro autor, salvo las excepciones de siempre[3]. Es, precisamente, con el afán de comprender otra faceta de esta “des-escritura” que, previa autorización del autor, doy a conocer estos poemas que permanecían semi-ocultos.
Si cada texto tiene su historia o, mejor dicho, su anécdota previa, en su lectura es necesario captar su inteligencia. Si para Genette la escritura es un “juego cautivante y mortal”, igualmente caben ambos términos para la lectura, operación que, dadas las diferencias del caso, es su reflejo: un salto mortal hacia un discurso crepitante. En la lectura, tampoco sabemos dónde iremos a dar exactamente.
Sin dejar de suscribir ni por un instante lo dicho en el párrafo anterior, he creído necesario ir transcribiendo, en la medida en que intento un comentario (lectura) de cada poema, algunas reflexiones del propio Waldo Rojas que tocan parte de sus “historiales”. Reflexiones contenidas en la carta citada anteriormente y referidas, claro está, a “(...) intra-historias [que] remiten a un acto de ostracismo editorial (...)”[4].
Así, Piazza Navona[5] es una proyección del último poemario del autor, Fuente itálica[6]. No se trata de un anexo o un apéndice, sino de un poema que debió haber ido en el libro y pese también a lo que intuía sin más como su necesidad arquitectónica en el conjunto. Pasé algunos meses dándole vueltas, como se dice, antes de dar con los retoques (en realidad, la ‘poda’ de un fragmento íntegro, sin modificación del resto) que desembocaron en su versión actual. Pero ya era tarde, pues el libro estaba en prensa. Hoy, claro está, lo lamento y no puedo dejar de sentir su ausencia allí como un vacío, como una pieza fundamental de menos. Si algún día hay una segunda edición, no podría faltar en ella”[7]. Unico texto sobre Roma de todo el conjunto, Piazza Navona confirma y replantea “un puñado de ideas fijas, las únicas ideas, por lo demás, que sean permisibles a un poeta”[8]. Desde Heráclito hasta Quevedo y Waldo Rojas, esta reflexión, esta “piazza”, es el lugar privilegiado de una agonía: la de las horas transmutadas en lenguaje,
Así es a nombre de sí misma que despliega el agua
el nombre de una saciedad sin restañar
— la prosodia de un arrullo, un resabio acallado en
un murmullo —
(...)
Palabra en germen infructuoso,
el surtir de la Fuente es ahora un afluente de
irrigaciones estancas:
(...)
para luego ser fijeza o sedimento, Plaza de Ríos Cardinales donde unas estatuas de piedra son la representación del agua que fluye. ¿No será la misma plaza una fuente — con sus fuentes — de esa agonía?; ¿ha vuelto el peregrino a Roma para solamente ver el Río, “lo único que permanece y dura”?.
El poema Trastienda, texto que nos hace “remontar las aguas del tiempo” dentro de la producción del autor[9] y que se mantuvo inédito” (...) dado el hecho de ser en cierto modo un texto que tomaba pie, por así decir, en Príncipe de Naipes [1966] y era de este modo una prolongación de su impulso poético, no se alejaba lo suficiente de la fórmula de esos mismos textos como para justificar su inserción entre los poemas de Cielorraso [1971], aunque anunciara ciertos desarrollos y soluciones de algunos de sus poemas (...)”[10] viene a fijar el ojo en la caída a lo real: una trastienda, oscuridad “entre el día y la noche”, un limbo (¿el limbo donde estaban estos poemas?) que contiene la otra versión de lo que más o menos impunemente llamamos realidad. ¿La trastienda del lenguaje?; ¿cuál es esa “casa” donde “nosotros” moramos?. El verso clave de este poema
Otra versión de lo real es aquello que se arrumba en la trastienda.
nos plantea, secretamente, una pregunta: ¿es que el poema — todo poema — elude o elide la realidad?. Significativo resulta, al mismo tiempo, saber que la trastienda
Entre el día y la noche (...) es un claro en el sucederse de las horas
que la emboscan
si nos damos cuenta, en una relectura, que en PiazzaNavona la “Plaza de los Ríos Cardinales” es una
recompensa emboscada en el claro del ocre.
Dos poemas ligados, más allá de sus modulaciones sintácticas, por una misma visión perdurable, la magia meditada del poeta. Y para seguir con el juego de las prefiguraciones (¿hay otro juego, además de ése, para la crítica literaria?), aventuro que Trastienda se transfiguró, años después, en un fragmento de Umbrales emboscados, primera sección de Almenara[11]:
Todo el abatimiento del amanecer
en el claro del bosque:
para una sombra plácida, cuántos umbrales
animosos.
Finalmente, Rosamel del Valle nos concede esta tarde de otoño junto al río[12]— título que por sí solo ya es un poema — si bien es cierto que resuelve poéticamente una “impasse”, a saber, la muerte del poeta chileno en la década del sesenta, se transfigura en un texto que sobrepasa su anécdota: “¿Incursión más o menos consciente y conscientemente incierta en la posibilidad de optar en ese entonces por la ‘poesía de circunstancia’? Quizás su verdadero motivo fuera — y es, según veo ahora — aquel paradójico de la puesta en juicio de ese mismo tipo de escritura poética: la ‘circunstancia’ del poema no es otra que la de aquel espacio al mismo tiempo substantivo y conjetural que nace con el poema. Esta idea, creo, intentó tomar cuerpo e intensidad en Cielorraso, libro hecho de ‘intimidades y de intimidaciones’, en las zonas de claroscuro de la palabra (...)”[13]. Este poema, que su mismo autor decidiera no incluir en Cielorraso ya que su único fin era su publicación en un diario[14], nos remite nuevamente al agua— esta vez alas aguas finales— aunque invoca en su cuerpo a la inasible realidad, como en el segundo poema aquí publicado. No creo que sea aventurado creer que el poema a Rosamel sea una prematura aproximación a las obsesiones perdurables de la poesía de Waldo Rojas; mucho nos dice al respecto la filiación a una poesía que hasta hoy no conocemos del todo. Rosamel del Valle es casi un extraño entre nosotros y frente a su obra no podemos decir más ;que lo único que ha sucedido es que existes; ¿cuándo lo leeremos?. Rojas se nos presenta ya desde su momento de “poeta joven” como un maduro lectorescritor capaz de introducirse en otro discurso para establecer vasos comunicantes, actitud que mantiene hasta hoy. Porque este poema, sin dejar de ser “rojiano”, posee un fraseo muy semejante al del poeta de La visión comunicable y mantiene su hilo verbal-respiratorio por medio del “versículo” que, en un movimiento de espiral, desata las imágenes, previamente cazadas red entomológica en la mano. Si Rosamel reescribió a Orfeo, Rojas, en ese oscuro juego de pasarse la antorcha, los reescribe a ambos. ¿No es esta tarde junto al río una excelente muestra de una palabra muy lúcida de su quehacer?. Aquí, el aire, el agua, el árbol, son los viejos símbolos que nos dicen la ya antigua discordia entre la realidad y el deseo. Constelación reordenada a través de las fibras de un poema que crepita hacia la reflexión en torno a la muerte que, cuando llega, pinta — invisible — un gran signo que nos deja mudos:
No hay mil puertas para esa llave con que juegan sus dedos
nuestro mundo es bloqueo,
pero algo de ese rito alcanzará a algún Dios
y estaremos esperando que así sea.
* * *
ABSTRACT
Este artículo pretende restituir o reinsertar dentro del espectro de publicaciones del poeta chileno Waldo Rojas (Concepción, Chile, 1943) un conjunto de tres poemas no incluidos en ninguna de las mismas. Su Tentativa es, pues, la de una reestructuración de la obra desde la perspectiva del lector, labor que en todo momento le corresponde a quien aborda algún sistema imaginario de esta naturaleza. Comienza por el hecho fundamental de dar a conocer los poemas para luego dar paso a un comentario o lectura de los mismos.
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NOTAS
[1] Fragmento de una carta que Waldo Rojas me enviara desde París (fechada el 23 de agosto de 1994) donde comenta la primera versión de este trabajo.
[2] “Waldo Rojas: el mundo ausente”, entrevista de Jorge Fondebrider, en Diario de Poesía número 14, verano de 1988, sección ‘Reportaje’, Buenos Aires, Argentina. La cita corresponde a la página 5.
[3] Ver los trabajos de Jaime Concha, Carmen Foxley, Evelyne Mynard y Javier Campos, entre otros.
[4] Waldo Rojas, carta citada.
[5] Publicado en la revista bilingüe Parábola / Parabole, número 1, París, verano de 1994, pp. 16-17.
[6] Waldo Rojas, Fuente itálica, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, colección ‘Los Contemporáneos’, 1991. 60 páginas.
[7] Waldo Rojas, carta citada.
[8] Waldo Rojas, “Notas a esta edición”, prefacio a Fuente itálica, pp. 9-10. La cita corresponde a la página 10.
[9] Publicado en el diario La Nación el 9.I. 1967 y en Revista Trílce, 13, Valdivia, 1968.
[10] Waldo Rojas, carta citada.
[11] Publicado en el diario El siglo el 18. VIII. 1968.
[12] Rosamel del Valle nos concede esta tarde de otoño junto al río
[13] Waldo Rojas, carta citada.
[14] Waldo Rojas, carta citada.