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La casa de tortura del lenguaje

Slavoj Žižek

Traducción de Marcelo Pellegrini


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El prestigio de Platón cayó en desgracia por exigir que los poetas fueran expulsados de la República. Un consejo más bien sensato, a juzgar por la experiencia post-yugoslava, donde la limpieza étnica fue preparada por los peligrosos sueños de los poetas. Es cierto que Slovodan Milošević “manipuló” las pasiones nacionalistas, pero fueron los poetas los que le dieron el material que se prestó para ser manipulado. Ellos —los poetas sinceros, no los políticos corruptos— fueron el origen de todo, cuando en los años setenta y a comienzos de los ochenta comenzaron a sembrar las semillas del nacionalismo agresivo no sólo en Serbia, sino en otras exrepúblicas yugoslavas. En vez del complejo militar-industrial, nosotros en la ex-Yugoslavia tuvimos el complejo poético-militar, personificado en la dupla de Radovan Karadžić y Ratko Mladić. Karadžić no sólo fue un despiadado líder político y militar, sino también un poeta. Su poesía no debe ser descartada como ridícula: merece una lectura atenta, ya que nos provee una clave sobre cómo funciona la limpieza étnica. Aquí tenemos los primeros versos de un poema sin título identificado por su dedicatoria: “…Para Izlet Sarajlić”:

Conviértete a mi nueva fe, muchedumbre
Te ofrezco lo que nadie te ha ofrecido antes
Te ofrezco inclemencia y vino
Aquel que no tenga pan será alimentado por la luz de mi sol
Pueblo, nada está prohibido por mi fe
Hay amor y bebida
Y mirar al sol por el tiempo que quieras
Y esta deidad nada te prohíbe
Oh, obedezcan mi llamado compañeros, pueblo, muchedumbre

La suspensión de las obligaciones morales del superego es el distintivo del nacionalismo “post-moderno” de hoy. Aquí, el cliché de acuerdo al cual la apasionada identificación étnica restaura una serie de valores y creencias en medio de la confusa inseguridad de una sociedad global secular da un giro: el “fundamentalismo” nacionalista sirve en cambio como operador de un secreto, apenas ocultado ¡Tienes permiso! No reconocer plenamente este perverso efecto pseudoliberador del nacionalismo de hoy, ni cómo el obscenamente permisivo superego complementa la textura explícita de la ley simbólica social, es condenarnos al fracaso de comprender su verdadera dinámica.

En su Fenomenología del espíritu, Hegel habla del silencioso, incesante “zigzagueo del espíritu”: el subterráneo trabajo de cambio de las coordenadas ideológicas, la mayor parte del tiempo invisible para el ojo público, que explota de repente, tomándolos a todos por sorpresa. Esto es lo que sucedía en la ex Yugoslavia durante las décadas los setenta y ochenta, de tal manera que cuando todo explotó a fines de los ochenta, ya era demasiado tarde: el viejo consenso ideológico estaba podrido por completo y colapsó sobre sí mismo. Yugoslavia en las décadas de los setenta y ochenta era como ese conocido gato de los dibujos animados que sigue caminando sobre el precipicio y se cae cuando, finalmente, mira hacia abajo y se da cuenta de que no hay terreno firme bajo sus pies. Milošević fue el primero que nos obligó realmente a mirar el precipicio que yacía debajo de nosotros.

Es muy fácil desestimar a Karadžić y compañía como malos poetas: otras repúblicas ex yugoslavas (y Serbia misma) tuvieron poetas y escritores reconocidos como “grandes” y “auténticos” que estaban totalmente comprometidos con proyectos nacionalistas. ¿Y qué decir del austríaco Peter Handke, un clásico de la literatura europea contemporánea, que notoriamente asistió el funeral de Slovodan Milošević? Hace casi un siglo atrás, al referirse al ascenso del nazismo en Alemania, Karl Krauss tuvo la ocurrencia de decir que Alemania, un país de Dichter und Denker (poetas y pensadores), se había convertido en un país de Richter und Henker (jueces y verdugos). Quizás ese giro no debería sorprendernos tanto. Y para evitar la ilusión de que el complejo poético-militar es una especialidad balcánica, deberíamos mencionar sin ir más lejos a Hassan Ngeze, el Karadžić de Rwanda, quien en su revista Kangura sembró sistemáticamente el odio anti Tutsi, promoviendo su genocidio.

¿Pero es este vínculo entre poesía y violencia algo accidental? ¿Cómo se conectan el lenguaje y la violencia? En su “Crítica de la violencia”, Walter Benjamin se hace la pregunta: ¿Es posible la solución no violenta de un conflicto? Su respuesta es que tal solución no violenta es posible “en una relación entre personas individuales”, en la cortesía, la compasión y la confianza: “hay una esfera del acuerdo humano que es no violenta hasta el grado en que es completamente inaccesible a la violencia: la esfera propia del ‘entendimiento’, el lenguaje”. Esta tesis pertenece a la tradición dominante en la que la idea más común del lenguaje y del orden simbólico es que es un medio de reconciliación y mediación, de coexistencia pacífica, contrario a un medio violento de inmediata y cruda confrontación. En el lenguaje, en vez de ejercer la violencia directa hacia el otro, queremos debatir, intercambiar palabras; y ese intercambio, incluso cuando es agresivo, presupone un mínimo reconocimiento del otro.

¿Y, sin embargo, qué sucedería si pensáramos que los humanos exceden a los animales en su capacidad de violencia precisamente porque hablan? Hay muchas características violentas del lenguaje que han sido presentadas temáticamente por filósofos y sociólogos desde Bordieu hasta Heidegger. Hay, sin embargo, un aspecto violento del lenguaje ausente en Heidegger, que es el centro de la teoría de Lacan sobre el orden simbólico. A lo largo de su obra, Lacan modifica el diseño heideggeriano del lenguaje como la casa del ser: el lenguaje no es la creación del hombre ni su instrumento; es el hombre quien “habita” en el lenguaje: “El psicoanálisis debiera ser la ciencia del lenguaje habitado por el sujeto”. El giro “paranoico” de Lacan, su freudiana otra vuelta de tuerca, viene de su caracterización de esta casa como una casa de tortura: “Desde el punto de vista freudiano el hombre es el sujeto capturado y torturado por el lenguaje”.

La dictadura militar argentina (1976-1983) dio lugar a una peculiaridad gramatical, a un nuevo uso pasivo de los verbos activos: cuando miles de activistas políticos e intelectuales de izquierda desaparecieron para no ser nunca más vistos, torturados y asesinados por los militares que negaban tener noticias de su suerte, fueron referidos como los “desaparecidos”, en un uso del verbo no en un sentido simple que significa desaparecer, sino en uno activo transitivo: ellos “fueron desaparecidos” (por los servicios secretos militares). En el régimen estalinista, una parecida inflexión irregular afectó al verbo “dejar el cargo”: cuando era anunciado públicamente que un miembro destacado de la nomenklatura dejaba su cargo (por razones de salud, generalmente), y cuando todos sabían que en realidad era porque había perdido su batalla en una lucha entre las diferentes camarillas al interior de la nomenklatura, la gente decía que “fue dejado de su cargo”. De nuevo, una acción normalmente atribuida a la persona afectada (dejó el cargo, desapareció) es reinterpretada como el resultado de una actividad oscura de otro agente (la policía secreta lo desapareció, la mayoría de la nomenklatura lo dejó de su cargo) ¿No deberíamos leer exactamente de la misma manera la tesis de Lacan que señala que un ser humano no habla sino que es hablado? El asunto no es que “sea hablado”, ese tópico del lenguaje en otros seres humanos, sino que, cuando (parece que) habla, “es hablado” en el mismo sentido en que el desafortunado funcionario comunista “es dejado de su cargo”. Lo que esta homología indica es el estatus del lenguaje, del “gran Otro”, como la casa de tortura del sujeto.

Por lo general consideramos el habla de un sujeto, con todas sus contradicciones, como la expresión de sus propias confusiones, de sus ambiguas emociones, etc. Esto se aplica incluso para las obras de arte literarias: la tarea de una lectura psicoanalítica deber ser supuestamente desenterrar las confusiones psíquicas que encontraron su expresión codificada en la obra de arte. Algo falla en esa explicación clásica: el lenguaje no sólo registra o expresa una vida psíquica traumática; el arribo al lenguaje es en sí mismo un hecho traumático. Esto significa que debemos incluir en la lista de traumas el lenguaje que trata de lidiar con el impacto traumático del lenguaje mismo. La relación entre la confusión psíquica y su expresión en el lenguaje tiene que ser entonces dada vuelta: el lenguaje no solamente expresa/articula las confusiones psíquicas; en un momento de crucial importancia, las confusiones psíquicas mismas son una reacción al trauma de habitar en “la casa de tortura del lenguaje”.

Esto es también el por qué, para hacer que la verdad hable, no es suficiente suspender la intervención activa del sujeto y dejar que hable el lenguaje; tal como lo dijo Elfride Jelinek con extraordinaria claridad: “El lenguaje debe ser torturado para que diga la verdad”. Debe ser torcido, desnaturalizado, expandido, condensado, cortado y reunido; hay que hacerlo trabajar en su contra. El lenguaje como “el gran Otro” no es un agente de sabiduría con cuyo mensaje nosotros debemos sintonizar, sino un lugar de cruel indiferencia y estupidez. La forma más básica de torturar el lenguaje mismo se llama poesía.

Publicado en Poetry
Marzo 2014



 

 

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Slavoj Žižek.
Traducción de Marcelo Pellegrini