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Marcelo Pellegrini, Chile.
“Hay libros que uno escribe respondiendo a la frustración o a la alegría”
Por Oscar Saavedra Villarroel
Publicado en El Ciudadano, 19 de Octubre de 2015
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Marcelo Pellegrini, poeta y académico chileno que reside en Estados Unidos. Su trabajo tanto poético como ensayístico ha sido un aporte a la movilidad de la poesía y su puesta en escena tan al margen social. Además es un traductor que ha tenido la amabilidad de entregar sus lecturas a todo público que encuentre un acercamiento hacia la palabra. Y digo todo, porque en lo personal, me han sido de gran ayuda en el trabajo de la docencia. Poeta agudo, inteligente, conciso y sincero. En diciembre, editorial Andeagraund, publicará su plaquette “Serata”.
—¿Qué significa para ti el acto de escribir poesía? Cuéntame tus inicios. Tu proceso.
—Quisiera creer que el acto de escribir poesía es –poema a poema- irrepetible, que no hay fórmulas ni recetas, que como actividad es más contingente que necesaria, y que “lenguaje” y “tradición” son para el poeta herramientas de uso maleables y no ideas absolutas. El proceso de escribir se ha transformado en eso para mí, aunque reconozco que en ciertos momentos, en especial cuando tienes en la cabeza la idea de un libro que ya ha tomado forma, hay una especie de “fiebre” de la escritura que te hace repetir un tono, o palabras, imágenes, etc. Pero hay que tener cuidado con caer en esa trampa de la facilidad. Recuerdo haber leído por ahí que, luego de publicar La pieza oscura, le preguntaron a Enrique Lihn qué estaba escribiendo, y su respuesta fue: nada, porque después de ese libro escribir poesía se me hizo muy fácil.
—Vivir en Estados Unidos. Estar lejos de la tierra que te vio nacer. ¿Qué sientes? ¿Qué representa?
—Uno de mis bisabuelos era norteamericano, y ese hecho completamente anecdótico me ha servido para fantasear (porque sólo es una fantasía) que de alguna manera pertenezco a este extraño país que es Estados Unidos, una nación que es en realidad un continente donde varios “países” conviven, a veces de manera contradictoria. Pero es una ilusión, por supuesto: demasiadas cosas me separan de este lugar, aunque uno se acostumbre a los códigos, a los modos de decir y de mirar, a las convenciones sociales en definitiva. No quiero dramatizar mucho mi respuesta, en todo caso: acá también tengo buenos amigos, y la amistad siempre salva. ¿Qué siento y qué representa vivir aquí? Todos los días algo distinto. La respuesta cambia porque uno cambia, y las circunstancias en las que uno vive también. Lo cierto es que ha sido una experiencia transformadora en muchos sentidos.
—Hay muchos que hablan de autoexilio, por ej. ¿Cuál es tu realidad al respecto?
—Autoexilio académico en mi caso. Vine a Estados Unidos a estudiar y, como se dice, “me fui quedando”. Nada ni nadie me obligó a salir de Chile, y nada ni nadie me impide volver. El dato duro es que acá tengo mi trabajo, y que las condiciones del mismo son en general muy óptimas.
—Háblame de tus libros, tus publicaciones. ¿Cuál es el que te ha dejado con mayor satisfacción?
—Hay libros que uno escribe respondiendo a la frustración o a la alegría, a la calma o a la inquietud. Tengo un lindo recuerdo de ese año y medio que pasé escribiendo El sol entre dos islas (publicado en Santiago el 2005 en una edición casi clandestina). Le tengo cariño a ese libro por muchos motivos, sobre todo porque sus condiciones de posibilidad fueron algo muy cercano a lo que podríamos llamar felicidad.
—Además de poeta eres académico. ¿Ves en ese lugar un interés real por la poesía? ¿Qué incidencia tiene en cuanto a movilidad? Cuéntanos tu experiencia.
—El mal necesario de la academia es la burocratización, de la literatura y de todos los ámbitos del conocimiento. Por supuesto que hay interés real por la poesía (de algunos más que de otros, claro) pero en la academia uno debe responder también a ciertos intereses que tienen que ver con las expectativas de aquellos que tienen el poder y el dinero para hacer funcionar esas instituciones. El equilibrio ahí es muy delicado, y hay que aprender a navegar esas aguas, que en ocasiones parecen más bien una cuerda floja. La libertad académica –que es una de las formas de la libertad de expresión- está en juego. En mi universidad (Wisconsin) hoy en día ese debate está muy vivo gracias al muy objetable accionar de ciertos políticos que no tengo más remedio que calificar de enemigos de la educación.
—Eres un asiduo estudioso de la poesía, su historia, la relación que tiene desde el lenguaje. Háblame al respecto.
—Por un lado, es mi profesión, en el sentido literal del término: lo que profeso o enseño. Y de esa manera es mi sueldo, para ponerlo en términos bien pedestres. Por otro lado, es un interés que se remonta a mis orígenes como escritor. No concibo ser poeta sin estudiar la poesía y todo lo que la rodea. Hacer de eso mi profesión ha sido más bien una anécdota que un destino.
—Has realizado trabajos sobre Gonzalo Rojas. ¿Por qué nace ese interés?
—Cuando estaba en cuarto medio (en 1989) encontré en el libro de texto de castellano un poema titulado “Carbón”, escrito por Gonzalo Rojas, un autor que yo desconocía por completo. Nada de lo que había leído hasta ese momento era como ese poema. Me quedé pensando largamente en ese texto, cuando de pronto, unos días después, la madre de uno de mis compañeros, que siempre tuvo interés en la poesía, pregunta a la salida del colegio: ¿Quién quiere ir a ver a Gonzalo Rojas? Una coincidencia completamente inaudita. Fui esa tarde a escuchar al poeta, que daba una lectura organizada por la librería Altazor de Viña del mar en la Universidad Católica de Valparaíso, y de esa experiencia creo que todavía no me recupero. La elocuencia, la voz, la exquisita dicción, esa forma bellísima de leer, la sensación de que la poesía era algo real y que casi se podía tocar, todo eso me transformó. No creo exagerado decir que ese día tomé la decisión definitiva de ser poeta, porque el adolescente que entró a ese recinto donde Gonzalo Rojas leía salió siendo otro. No sabía, no podía saber, que con el tiempo me transformaría en “estudioso” de su obra y en el co-editor de la edición crítica de su primer libro, hecho que debo a la suerte más que a cualquier otra cosa. Años después me enteré de que el responsable de incluir “Carbón” en el libro de texto Arrayán fue el poeta Carlos Cociña, así que cuando lo conocí me encargué de agradecérselo.
—¿Qué es para ti la acción de traducir?
—Como decía el poeta peruano Javier Sologuren, traducir poesía es una manera vicaria de escribirla. No pienso que “vicario” sea un adjetivo denigrante en este caso, porque, al menos para mí, traducir poesía es tan importante como escribirla.
—¿Qué traducciones de poetas piensas han llegado a transmitir en otra lengua, su imaginario, su lenguaje, su poética? ¿Cuáles destacarías?
—Hay ejemplos clásicos: la versión que hizo T. S. Eliot del Anabasis de St.-John Perse, o las traducciones que Pessoa hizo de algunos poemas de Poe; o Celan y su (según los entendidos) extraordinaria versión del “intraducible” poema La jeune parque de Valéry. Entre nosotros, creo que las versiones de Pound que ha hecho Armando Roa Vial son muy apreciables. Hace poco Cristián Gómez Olivares nos sorprendió con su excelente traducción de Cosmopolita, de Donna Stonecipher.
—Todo buen lector tiene libros de cabecera como en la película. ¿Cuáles son los tuyos? ¿Por qué?
—Desde hace décadas que esos libros de cabecera son de Borges, especialmente Ficciones, El Aleph y Otras inquisiciones. Tala de Gabriela Mistral es siempre una lectura a la que vuelvo, y cada vez me da la sensación de ser un libro diferente, siempre más rico. También está Sextinas y otros poemas, del gran Carlos Germán Belli. En cuanto a libros de crítica o ensayo, La máscara, la transparencia de Guillermo Sucre, un libro casi insuperable en su género, y, desde hace unos años, los maravillosos ensayos de Gustaf Sobin. No soy buen lector de novelas o prosa de ficción, pero sí de autores como J. M. Coetzee, Lydia Davis, Philip Roth y Mario Vargas Llosa, cuyos libros siempre merodeo con mayor o menor intensidad. De la poesía en otras lenguas, João Cabral de Melo Neto en portugués, los sonetos de Shakespeare en inglés y por supuesto la obra entera de Paul Celan y René Char, a pesar de que mi alemán y mi francés son bastante básicos.
—Si tuvieras que decirles algo a niños, jóvenes que no saben mucho de los círculos literarios, pero sí de libros. ¿Qué les dirías? (Un mensajito)
—Que los libros perduran y que los círculos literarios se esfuman. Que la literatura es una de las más altas formas de la amistad.
—Háblame de un momento especial que haya quedado en tu memoria, una experiencia ligada a la poesía que te haya impactado
—Lo siento, pero tengo que repetirme y volver a esa tarde cuando vi y escuché leer a Gonzalo Rojas por primera vez.
—La poesía norteamericana ha sido de gran influencia en las últimas camadas de poesía en Chile. A ratos, incluso, parecen traducciones con el nombre de otros. ¿Cuál es tu acercamiento a la poesía de ese país? ¿Ha sido importante en tu crecimiento? ¿Qué piensas de la influencia que ha tenido en Chile? ¿Qué poetas norteamericanos piensas son fundamentales?
—Cuando llegué a Estados Unidos había publicado un solo libro, y el resto los he escrito acá, así que mi formación poética ha sido en parte determinada por la lectura de varios poetas norteamericanos. Kenneth Rexroth fue el primero cuya influencia sentí de veras; luego tendría que mencionar a Wallace Stevens, Susan Howe, Anne Carson Michael Palmer y Gustaf Sobin. Por supuesto que hay muchos más, pero esos son los principales hasta ahora. Sobre la influencia que la poesía norteamericana ha tenido en Chile pienso que es positiva, aunque en ocasiones no exenta del inevitable esnobismo que sufren las provincias de Occidente. Lo cierto es que mientras más corrientes literarias extranjeras influyan una tradición, mejor para ésta. Que vengan de todas partes, que los poetas aprendan idiomas y traduzcan, que viajen real o imaginariamente a todos los confines posibles y vuelvan transformados. Nada malo puede salir de ahí, con tal de que aquello se haga con autenticidad y no con el afán de situarse en un supuesto espacio de poder en esa ilusoria entidad que llamamos República de las letras chilenas.
SELECCIÓN
“Si de fuego no, de aire”
Ante la inminencia del invierno
el enaltecido sol al borde de una nube
vuela hacia el otro hemisferio
para acariciar otros cuerpos
y en un segundo del que no tenemos noticia
va del fuego al aire con aire distante
descansa cual niño
su ojo cerrado adormecido
por el narcótico arrullo
de las estrellas (sus menores hermanas)
amigas nuestras solidarias
que juntan fuego sagrado
para nosotros mientras
el hermano astro rey cansado
navega sobre el cielo
al borde de un segundo
ante la inminencia
la inminencia
del invierno.
Amor tardío
pero las uvas
nos hablarán del mosto
por su baba
José-Miguel Ullán
Del licor al estruendo
hay una sola vía:
tus ojos, no los míos
saliva de la córnea
en el amor tardío.
De la lengua al aliento
hay un solo camino:
estas sílabas rotas
que nada nos dirán
entre el agua y las rocas.
Entre tacto y bullicio
hay un mosto que hierve
piedra de cal y canto
del sol su majestad
lagar desierto blanco.
Entre el árbol y el día
hay brumas que descienden
besando las semillas
frente al mar frente al sol
nuestras miradas brillan.
Teoría y práctica fluvial
Ella dijo:
Me han traído a país sin río,
tierras-Agar, tierras sin agua
pero siempre vivió cerca
del tajo de agua
que habitaba en su cabeza.
Así nosotros en el río
imaginario por donde
se deslizan las miradas
y las sílabas entre rocas, montes, dunas
blancas
sagrado río sagrados meandros
del pensamiento
praxis de agua sin cobijo
frente al humo que se eleva,
teoría de su curso
hacia el mar, hacia sus ojos.
El cuervo no puede contra el viento.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Alfonsina Storni
El cuervo no puede contra el viento,
planea en el aire
y planea su muerte
entre los árboles
lejos de las flores,
a medio camino del agua.
Sus alas se confunden
con las hojas
y su conciencia
con el azul del cielo.
Llama a la muerte
y le dice “Buen día”,
a lo lejos hay montañas
y sobre ellas, nieve.
En la soledad de su silencio
—porque ya no grazna
y, aunque dulce,
voz apenas tiene—
les sonríe a las mariposas
que lo acompañan en su vuelo.
Muy solo en su silencio
se esconde entre las piedras
se mira en el espejo
persigue una tormenta
se posa entre los techos.
Llama a la muerte
y le dice “Buen día”,
va hacia la orilla
y se lanza sabiendo
que ya no será el amo del cielo.
In memoriam N. H.
Fósforo
Prendo el fósforo cerca de mi pelo,
quiero ser fuego y luego llama
en la ranura del invierno,
quiero nadar el calor,
los acentos, la prosodia, los versos
en la tierra entera,
en su centro incandescente,
invisible y mudo
como un mar de lava entre las venas.
Prendo el fósforo en mis pestañas
y ardo con ardor de nube,
abro los brazos y son dos llamas,
mis dedos diez hierros que se funden en el yunque.
Prendo el fósforo en la llaga y soy su risa,
el entierro de la sangre
que hierve en la orilla.
Marcelo Pellegrini (Valparaíso, Chile, 1971), PhD Universidad de California-Berkeley, es poeta, ensayista y traductor. Su más reciente libro de poemas se titula El doble veredicto de la piedra (Das Kapital, 2011). En el ámbito académico ha publicado Confróntese con la sospecha: ensayos críticos sobre poesía chilena de los 90 (Editorial Universitaria, 2006) y La ficción suprema: Gonzalo Rojas y el viaje a los comienzos (Cuarto Propio, 2013). En el área de la traducción ha dado a conocer sus versiones de los sonetos de Shakespeare reunidas en Constancia y claridad (Bvdráis, 2006) y el libro Figuras del original (Bvdráis, 2006), que agrupa sus versiones de poetas en lengua inglesa y portuguesa. Ha colaborado en diversas publicaciones académicas y literarias de América Latina, Estados Unidos y Europa. Actualmente se desempeña como profesor de poesía latinoamericana en la Universidad de Wisconsin-Madison.