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Bajón. Maori Pérez

( Extracto)


Publicado en ODRADEK, Santiago de Chile. N°2, mayo de 2020



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1.1. El jugo en polvo. Por Gaspar Varela.

“¿Vuelves? No, no sé, / le dije a mi madre cuando salía / a tomar jugo en polvo con los chicos del barrio. / Tampoco recuerdo por qué se lo dije, pero / ciertamente recuerdo de ese entonces la / propaganda de jugo Zuko (la cuchara / tintineando en el jarrón de vidrio, la casa de campo / y los niños que corrían al escuchar el sonido), / y que mis amigos se llamaban Mario, / Maori, Jesús, José Manuel, / José Antonio, Jorge, / y yo, yo también / era mi amigo. / Yo era mi amigo a medida que caminaba solo por esa larga calle curva que introducía / a Villa Las Mercedes / y conducía al almacén de Don Pedro. / Sentados en la vereda, langüeteando jugo en polvo, / antes de que al hijo de Don Pedro lo secuestraran, / antes del Mario Bros. y que el Mario fuera famoso, además de gordo. / Antes de que absolutamente todos nos fuéramos de Villa Las Mercedes, / Maori por la separación de sus padres, y su padre, más tarde, también, / José Manuel para acompañar a su papá arquitecto / a otro barrio, y luego a otro, y luego en solitario / a Nueva Zelanda, para convertirse en bajista de jazz. / Nunca me quedó claro si José Antonio dejó / Las Mercedes, donde vivía con su madre, que anda a saber si / era realmente su madre, con lo poco que lo trataba. / Pero un día recibí una llamada en un hotel / en un barrio oscuro de Nueva York o de Brasil, / ya no me acuerdo, / y era José Antonio. Jesús / estaba ahí de paso, y se negó a langüetear jugo en polvo / y más tarde a reconocer un atropello en bici. / Pero esa tarde estábamos todos ahí, / hasta Jorge estaba ahí, haciéndose el maduro / porque era además el mayor de nosotros / y el más católico.  Claramente, / señaló Jorge / cuando llegué, / el Gaspar llega atrasado porque discutió con la / mamá. ¡No! – grité, y luego – / No, no sé. ¿Estamos comiendo jugo en polvo? / La vereda era cálida, si bien no quemaba los pequeños / jeans de niño que / vestíamos, hará el año 1990, o / quizás un poco antes, o un poco / después. Pero no más que eso. Un año o dos / de diferencia máximo, no era el año 94 todavía y no / podía ser 1988. Unos cabros chicos / inmortales, tal vez, o todo lo contrario, / aterrados en el instante en que se disipa el terror / y nadie entiende con exagerada facilidad si / hay que estar tranquilos o todavía se debe desconfiar. / La textura del sobre de jugo era de un / plástico próximo al papel, el polvo se depositaba en un / pocito en la mano, haciendo de cuenca, y luego te lamías la mano hasta que / los labios, / la lengua y la mano te quedaban / naranjos, amarillos, rosados, rojos o verdes, dependiendo / del sabor del jugo. Maori parecía tenso / como si la conversación y el consumo no ayudaran o fueran la causa de un conflicto, / mientras que / Mario parecía muy seguro de lo que decía, con esa / expresión de pecho henchido y sonrisa, natural o mecánica, pero / sonrisa, propia de los que / de adultos ingresaron a Ingeniería o / Publicidad o Derecho y están obligados / a aparentar, para conseguir /el éxito, que son / hombres de éxito. Fue José Manuel quien dijo que / si teníamos proyectos para el verano (probablemente / no lo dijo de ese modo / de pendejo en Las Mercedes, La Florida, Santiago de Chile, 1990) / y fue muy curioso tener que reconocer que yo / iba a estar castigado y en casa. José Manuel respondió / “Yo me voy, mis padres se están separando”. / ¿O no fue así? Pero finalmente lo fue. / O no finalmente, pero tuvo que suceder. / Pasé el verano encerrado. José Manuel se fue. / Y luego Maori, y luego Jorge. / Todos nos fuimos yendo de lugares, y hasta / el día de hoy lo hacemos. / José Antonio se volvió gótico, y supo lo que hizo o le pasó al papá de uno, cuando el primer gobierno de Piñera / puso a José Antonio en la disyuntiva / del propio divorcio, aprobada hace tiempo la ley / y muy pobre, de modo que tuvo que pedir ayuda a su mamá. / El Mario en efecto fue lo predicho, / un administrador de empresas, dueño de una / pizzería, en tiempos en que / depresión y amor, / angustia y épica, / eran lo mismo, y así no hay / otra seguridad para mantener la sonrisa / que pizza. “No éramos inmortales, / la pizza lo era”, me comentó Maori / en un perfil falso de Facebook (yo) / y entendí la diferencia entre contención y contenido, / porque no era cierto, / de la Pre-Pizza, a la Pizza Hut, al Papa Johns, / no era la pizza sino la idea, del / mismo modo en que las neuronas y el tejido regeneran cada / siete años, y ahora ninguno de nosotros es el mismo / pero sí la idea. El jugo en polvo / pasaba de mano en mano / hasta que en un momento se quedó en las manos de / Jesús / con el paquete acabado, y Jesús, que no hacía esas cosas, / dijo: “anochece. Pa’ la casa”. / A diferencia de la noche en que el hermano / de Jesús atropelló a Maori en una bicicleta, / esa noche se jugaba a la pelota, / también porque Maori corrió por / la calle que rodeaba la plaza del barrio / sin mirar para uno y otro lado / y las bicicletas rara vez se detienen sin aviso, / entonces no es tan raro que, cuando lo interpelaran a Jesús, / Jesús: “no, no, no”. Y tampoco hubo / enemistad, no fue ese el origen de una enemistad. / A estas alturas, a estas horas de la locura, yo / pienso que la enemistad es, fue y será siempre, / sin ninguna motivación, pero / de una manera tácita y justa. / Maori en realidad odiaba / al vecino de en frente, femenino y agresivo, y se decía que tenía / clases los sábados, y se ponía diferentes pares / de calcetines. Pero nunca se enfrentaron, / excepto por esa vez, cuando volvió de La Reina a La Florida / para defender a un amigo, / visitar el Raimapu y comprobar / que ya casi nadie lo quería de vuelta, ni su propio padre, / tal vez la niña de los columpios cuando tiraba su / clásico de la comedia: “poto, caca, pichí”. / Jorge dijo que también se iba, / un niño responsable / y scout / con una hermana menor que cuidar / o un partido de Fernández Vial que ver, / pero tampoco ajeno a la noche, / a las conversaciones de noche en el antejardín, / con una casa enrejada y un respectivo / antejardín hundido en el piso, “como un castillo” era / la opinión de todos. Su hermana era realmente / menor, tomaba la leche en esas / tacitas con trompa y / tal vez solo Jorge tendría más de 8 o 9 años / cuando el último de nosotros se fue de ahí, / de Villa Las Mercedes. Me encantaría / recordar qué hizo José Manuel luego, / qué comió esa noche, / si sus hermanos, su mamá, su papá o su nana / lo esperaban en esas / casas de dos pisos y ladrillo, / o si se pudo sentar frente a la computadora de tipografía blanco y negro, / e insertar esos diskettes negros con metal gris, cuadrados, / gigantes, / y jugar al Grand Prix la noche entera, / porque podía ser viernes o sábado. / No lo recuerdo. Ni cómo se fue y le fue a Jesús, o a ningún otro. / Urgentemente volví a casa / por la vía larga y curva que recorrer para / llegar hasta donde entonces era mi casa, / urgentemente, como quien no desea / algo que va a pasar, / que va a pasarle a alguien y mejor / que no seas tú, / pero que termina pasándole a todos, / en pequeño o en grande, / en uno u otro momento, / a todos. Angustiosamente y solo, caminé a la puerta de mi casa, donde me esperaba mi mamá, / y esa noche hubiera deseado descansar, / o soñar algo, lo que fuera, bueno o malo. / Pero no soñé”.



 

 

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