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Los exaltados,
de Alberto Cecereu
Por Maori Pérez
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El presente poemario puede mirarse como una metáfora adolescente de “lo sumamente simple / lo intensamente rutinario de las horas del día y la noche”. O también, como dice el poeta más adelante, un esculpido escupo en el lugar “donde muere y renace y nace y remuere el sol”. Porque el presente poemario tiene la intención explícita de denunciar una realidad cotidiana, la de su propio país rutinario y de algunos personajes íntimos, no necesariamente queriendo escapar de este o de estos en otro viaje que no sea el atestiguado del sexo, Europa, el vicio, la música y la literatura clásicas de nuestra edad más sufriente, la de Nietzsche –de donde podría venir el concepto de “exaltación” del libro-, Foucault, Herman Hesse, y tantos otros ejemplos comunes. “Es que”, plantea 
el autor, “vengo del sistema adelus / en una corriente agusanada / en el costado de la vía láctea / ahí nos comemos el alma de los humanos / y vivimos en dictadura”. La juventud – divina decadencia – es donde se instalan las primeras lecturas más o menos serias, y el deseo, el candoroso deseo, es también deseo literario, un afán ciertamente válido de conservar o destruir lo relevante por primera vez.
Cabe definir que toda primera vez es una reflexión sobre los tramos iniciales. Si Cecereu busca, en parte, no dejar títere sin cabeza, lo hace sabiendo que, principalmente, ese es el objetivo de una primera publicación –ser la última-. “Por eso / compro una estadía en la clínica de mis padres / que me recocinen con electroshock”, señala Alberto. Y si resultan ser escritos algo adolescenciales, se trata sobre todo de la juventud pensándose a sí misma. Porque Cecereu sabe enhebrar y coser sus versos, como nos demuestra en Cinematógrafico o La Ciudad de las ciudades, en donde aborda con pericia ritmos de verso libre que ya se quisiera el mejor hip hopero de turno a la hora de escribir ahora algo de ficción. Curiosamente, donde más desnudo se encuentra Cecereu es en su prosa, la que utiliza para destacar la misión de cada parte de la que se compone este conjunto, o para elaborar una pausa. Como quien ha recolectado sus joyas de fantasía favoritas en un cajón especial, ninguno de estos poemas me parece reemplazable. Y exijo que, de continuar publicando, Cecereu abandone la prosa y se dedique, sin timón y en el delirio, a la acumulación elaborativa de estos tesoros.
Pero ninguno de los halagos que dedique es tan tremendamente pertinente, o incluso justo, a la poética que Alberto Cecereu pretende instalar con este proyecto, si no se toma en cuenta el concepto de tribu, aludido en el título de Los Exaltados. Porque, ¿quiénes son, después de estas dos parrafadas, esos exaltados? Mi gesto ha sido omitirlos, porque esos jóvenes o jóvenes todavía, contrasistema o jodidamente a favor, ante todo críticos, escatológicos, hipersexuados y ágiles de lengua, motivados por discursos de erotismo y poder, o, por último, para despedirse de un amigo, para ser justos, son gente que habla mejor en el libro del presente poeta.
En lo personal, me sumo a estos exaltados, con la idea de que la basura adolescente y su alma son dos caras de la misma cultura, y que, así como nos alimentan, así escribimos poesía. O, como diría cómica y rabiosamente una voz de Los Exaltados: “Yo soy Wolfgang y como caca”. Léanlo, critíquenlo, escúpanlo, rasguen las páginas.
Diciembre de 2016.
