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JEIDI de Isabel Bustos

Por Maori Pérez
Publicado en ASDECOPAS, 24 de julio 2019


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Releyendo por enésima vez en mi mente El Espíritu de la Comedia, de Antonio Escohotado, me pregunto, ¿cuál es la estructura de la broma? La tesis es que una broma es siempre ridícula, pero no le basta a una broma con solo ser eso, ni con ser tonta, ni con ser verdad. ¿Tiene además que ser muy inesperada? ¿Debiera realizar nuestras fantasías, las alegres, las perversas, hasta el límite del contento, y entonces sí es chistosa?

Como la broma, la literatura muchas veces se encarga de extrapolar nuestras más inocentes ficciones y mitologías, y esto es lo que acontece en Jeidi, de Isabel Bustos.

Heidi es una serie de animación japonesa dirigida por Isao Takahata en la que una niña de los Alpes es cuidada por su abuelo. Jeidi, por su parte, también vive en el monte, y su abuelo, un hombre mañoso, huraño y tradicional, la cuida a ella de los chuscos, y luego de las cámaras, de los mal hablados, y de que su milagroso embarazo no sea interrumpido, fracasando. Jeidi como fábula parte de la idea de que todo relato del mito de la infancia debe ser brutalizado para madurar, para volverse más real, y así no solo el anciano es un poco menos bondadoso y apacible como lo presentaría la caricatura de oriente, sino que Jeidi resulta embarazada, en un contexto absolutamente chileno, vale decir que primero se buscan y se linchan supuestos abusadores, para más tarde atraer cámaras y fanáticos religiosos que pagan por las bendiciones de Jeidi, la de la inmaculada concepción, y más tarde la niña pierde al niño, entre que la ciencia diagnostica un embarazo psicológico y la locura devela una falta a la fe, y, pues, Jeidi muere y asciende a los cielos en un teatro pavoroso y solemne, en el rito sagrado de un relato que violenta el mito.

No es fundamental que se describa a la autora del libro como psicóloga en las introducciones, al menos no para situarla en la posición tajante de guardia de pasillo de hospital psiquiátrico, porque se ha escrito una ficción, y con ella todas las interpretaciones quedan lo suficientemente abiertas y en potencia, y las cosas se han dicho para revolver la emoción frente a un momento. Vale decir, que si la serie animé logró calar en lo profundamente sentimental de nuestros egos de infancia, una mirada tal vez adulta del mismo origen ha logrado calar precisamente en todos los pequeños hoyos que la mirada anterior había dejado sin hilar, porque el universo es muy amplio y siempre se puede hacer más mella y conjurar más nexos.

Valoro un libro que ha tomado como mito iniciático un drama infantil de TV y con ello ha hecho un cuantioso examen de la sociedad en que fue emitida tal vez por puro chance. Pero por sobre todas las cosas valoro la capacidad de una escritora para tomar elementos variados y hacerlos discurrir por una novela sumamente entretenida, para dejarnos finalmente con un resumen triste, como no se atreverían pocazos guionistas de la teleserie de las 8, rango dentro del cual esta narrativa mayormente calza. Son conflictos y copuchas que perfectamente habrían cabido en una telenovela sobre la provincia, con la diferencia dramática de que, leseos más, hueveos menos, Bustos hace poesía.

 

 

 

 

 

 




 

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JEIDI de Isabel Bustos
Por Maori Pérez
Publicado en ASDECOPAS, 24 de julio 2019