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La novela epistolar de María José Viera-Gallo y Maori Pérez
"Química y nicotina", Hueders, Santiago 2016. 162 págs.
Por Pedro Pablo Guerrero
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 10 de julio de 2016
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Jane y Paul Bowles. Flaubert y George Sand. Kafka y Milena Jesenská. Epistolarios entre escritores que fueron amantes o esposos hay muchos, pero todos los publicaron sus editores después de muertos y cuando sus autores ya estaban consagrados. "Con Maori nos preguntamos por qué solo los famosos pueden escribirse cartas. ¿Qué importa no ser Nabokov? Así nos adueñamos de un género y de una tradición literaria que no nos corresponde. Empezó como un juego, después se convirtió en un experimento y terminó siendo una necesidad", dice María José Viera-Gallo (1971), sentada en una cama junto a su pareja, Maori Pérez (1986), coautor de Química y nicotina, la novela epistolar (en realidad, son correos electrónicos) que transcurre, en varias de sus escenas, precisamente al interior de esta buhardilla con vista al extenso parque del condominio donde ella vive.
"Todo partió como algo muy cotidiano", agrega Maori Pérez, sosteniendo un cigarrillo en la mano que reemplazará una y otra vez. "Nos interesó al principio como una especie de ritual que teníamos juntos. Iban saliendo ideas. A la Jose se le ocurría que podíamos escribir sobre algo que nos había pasado o sobre un tema en particular, y me decía: 'Ya, poh, tarea para la casa'. Y después yo me iba a escribir la carta que me había encomendado. En algún momento nos pareció que ese ritual tenía forma de libro. Se dio incluso un proceso a lo reality show, en el sentido de que no solamente tratamos de literaturizar la vida, sino que también la literatura le dio el impulso a la vida para ser más dinámica. Nos daban ganas de que sucedieran cosas para poder escribirlas".
Como explican en la nota inicial, la novela iba a ser el intercambio de cartas, durante los primeros cuatro meses de la relación -la etapa del enamoramiento o amour fou, según Roland Barthes- entre una rockera norteamericana retirada en Latinoamérica, llamada Kim, y su fan, de nombre Nick. Por la química y la nicotina que sostenía la relación, claro, pero también por los nicknames o apodos usuales en internet. Sin embargo, estos alter egos fueron perdiendo la distancia con los autores, quienes decidieron que se trataría de una autoficción protagonizada por una escritora chilena de 44 años, divorciada y con dos hijos, que había vivido en Nueva York y ahora lo hacía en La Reina. Él era un escritor de culto, a lo David Foster Wallace, en tratamiento psiquiátrico, autor de un puñado de libros de poemas, cuentos y novelas de ciencia ficción, con fama de maldito entre sus contemporáneos.
"Es un sitial que no me acomoda tanto, porque yo soy bien naif para algunas cosas", replica Maori Pérez. "¿Qué clase de poeta maldito vive con su madre a los 30 años? Por otra parte, he pasado por ciertas experiencias que son más difíciles que las que les ha tocado al resto y tengo una mirada más lúgubre".
Influencia de Facebook
En la novela, donde abundan descripciones eróticas minuciosas, cada autor elige un fragmento de su vida, de su yo. En este caso, del yo enamorado. Insisten en que no es una autobiografía. María José Viera-Gallo explica: "La autobiografía es siempre como la mejor selfie. En este caso elegimos la pose más incómoda. Quisimos ser fieles a las cosas. Nos propusimos como regla literaria no mentir, no engañar, no ser artificiales. Puedo estar todo el día pensando en el mejor sobrenombre para una parte del cuerpo, el más ingenioso o el menos cursi, pero no queríamos desvirtuar la esencia del libro tratando de pasar por cool. Ser mucho más espontánea y arrojada es lo que más me gustó de escribir esta novela".
Química y nicotina, dice María José Viera-Gallo, es el making off de sus vidas, "pero también tiene su origen en Facebook", la red social en la que intercambió, muy esporádicamente, mensajes con Maori Pérez antes de conocerlo personalmente, el 17 de mayo de 2015, en el estudio Panal, durante el lanzamiento de un libro al que fueron invitados.
"La novela les debe a las redes sociales el sentido de inmediatez y de urgencia -dice María José Viera-Gallo-. Maori tiene un Facebook que es bien literario, él se autoficciona, va contando su vida en tiempo real. Es como un diario visual, muy parecido a las cartas. Una vez leí un post suyo, como un reporte de su vida diaria, y le dije que eso era literatura. Siempre sentí que él debía explorar la autoficción. Yo tampoco lo había hecho, pero él tiene una voz narrativa muy interesante y una visión de las cosas distinta, original. Además, maneja la poesía. Podía escribir de cualquier cosa".
— ¿Las cartas o e-mails que aparecen en el libro son las mismas que escribieron originalmente?
— Hubo una ampliación. A los editores de Hueders, cuando leyeron el libro, les encantó, pero sintieron que había que ahondar un poco en ciertas cosas y nos pidieron agregar un par de cartas. Nunca se eliminó una ni hay restos de otras. Querían que afináramos la trama de la novela cuando algo no se entendía bien. Nos pidieron escribir una carta sobre una pelea, por ejemplo. Ahí hubo no sé si trampa, pero tuvimos que volver atrás y recordar.
— Maori, ¿costó trabajar en un registro literario más realista, menos disruptivo que en tus obras anteriores y, digamos, en una tradición más clásica, como la de la novela epistolar?
— No necesariamente -responde él-, porque la estructura clásica que nosotros cotizamos tiene mucho de kitsch, en el sentido de que es una estructura clásica en un tiempo que no es clásico. Fue interesante por ese lado. También, porque yo nunca me había dedicado a escribir sobre mi propia vida o sobre la de alguien más, y en el momento en que nos pusimos a hurgar en eso fueron pasando cosas nuevas. Sobre el estilo, no creo que haya perdido completamente lo que traspaso al resto de mi obra. Siento que este es un libro muy poético y variopinto, porque suceden muchas cosas todo el tiempo.
Escritores que pelan y no ven series de televisión
En la novela hay frecuentes alusiones al medio literario local. Algunas son abiertamente críticas, como por ejemplo, cuando Kim se irrita con la "nueva-nueva narrativa chilena": "Tan políticamente correcta, por no decir temerosa, asexuada, infantil". O cuando se ríe de ciertas "editoras independientes" que le quitan el saludo por andar con Nick. "Lo más vanguardista que pueden llegar a hacer son libros que llaman objetos. Para mí los libros son sujetos", escribe Kim.
-Libros indis (independientes) muy lindos por fuera -explica María José-, con un diseño bonito, cuadraditos, chiquititos, como carátulas de disco, y hasta suenan como un disco indi, pero parecen más arriesgados de lo que son. Los lees y es como "qué fome". A mí me interesan los libros sujetos, donde el protagonista es lo que lees adentro. Libros activos, que te despiertan y te dicen algo, que tienen vida y no solo están para acompañar el cafecito.
Sobre la decisión de mostrar a personajes del medio literario local, incluso con sus nombres, María José Viera-Gallo afirma: "Los pelambres parecen más exagerados de lo que son. Pero era mentiroso no pelar. Los escritores pelan, las parejas pelan. Cómo una pareja de escritores no lo va a hacer. Hay que hacerse cargo de lo que uno habla, transparentarlo y no tener miedo a ser incorrecto".
— ¿Por qué ninguno de los dos ve series de televisión?
— La otra vez -responde ella- leí una entrevista a Knausgard que me sacó las palabras de la boca: decía que no le interesaba ver historias eternas, inventadas, llenas de mentiras que se presentan como verdades. No tiene paciencia para la ficción televisada, aunque tenga la mejor factura y los diálogos sean impecables. Me pasa lo mismo. Incluso escribir buenos guiones se convierte en fórmula. Es tan fácil ser creativo y armar personajes redondos y escenas memorables, ¿pero para qué quiero hacer una escena memorable? Yo necesito una escena que me diga algo verdadero, con lo cual me identifique. El francés Édouard Louis decía que es culpa de nosotros, los escritores, haber alejado el libro del lector. Una manera de acercarlo es con la literatura del yo, rompiendo la frontera entre autor y narrador.