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"Hijo de Ladrón" de Manuel Rojas
La herida


Por Diamela Eltit
La Nación, Domingo 22 de enero de 2006


“Hijo de ladrón” es ya una novela canónica. Su protagonista, Aniceto Hevia, actúa como matriz al permitir el ingreso de distintos narradores que se autonomizan para establecer cada uno de los diferentes relatos encarnados en diversos personajes que transitan las condiciones que propuso el capitalismo industrial.

Manuel Rojas, en su novela “Hijo de ladrón” (1951), pone en evidencia la importancia de las técnicas literarias. De la misma manera que la pintura o el teatro o el cine se articulan desde sus técnicas, Rojas construye un extenso escenario “técnico” para organizar su superficie narrativa.

“Hijo de ladrón” es ya una novela canónica. Su protagonista, Aniceto Hevia, actúa como matriz al permitir el ingreso de distintos narradores que se autonomizan para establecer cada uno de los diferentes relatos encarnados en diversos personajes que transitan las condiciones que propuso el capitalismo industrial.

La novela, en tanto sede de una pluralidad de voces, da cuenta de un imperativo deseo de libertad, encarnado en seres nómadas que se niegan a filiarse de manera estable a la industria y, en cambio, prefieren vagar por los espacios geográficos, realizando tareas ocasionales que les permiten una mínima subsistencia pero, a la vez, les posibilitan el desplazamiento que se convierte en un mecanismo libertario. De algún modo, y a su manera, la novela parece incorporar ciertos presupuestos del pensamiento anarquista, fundado por Mijail Bakunin, que mantuvo una doble crítica: tanto al capitalismo como al Estado.

Aniceto Hevia porta una historia y un doble estigma. Es hijo de ladrón y es huérfano de madre. La muerte de la madre marca el fin de la familia.

La actividad ilegítima del padre lo pone en el horizonte de la delincuencia. De esa manera se abre un dilema conceptual que atraviesa la novela: el determinismo; es decir, la relación lineal entre causa y efecto.

En general, la novela realista se había movido en ese horizonte, especialmente en su vertiente más melodramática; a tales causas, tales efectos. No obstante, esa relación rígida es lo que pone en jaque “Hijo de ladrón”. Señala que ciertas causas, si bien son importantes y hasta decisivas, no traen necesariamente los mismos efectos. Aniceto Hevia sortea su destino carcelario (el del padre) en la medida que “escucha” verdaderamente a los otros, les da espacio y lugar y se dota así de experiencia para establecer lo que va a ser su propio destino social.

De esa manera, “Hijo de ladrón” quebranta el fatalismo y con sus técnicas precisas introduce un elemento que altera el flujo de la narración cuando incluye, bajo la forma del fragmento, el discurso lírico. Este discurso actúa como una tensión para dar cuenta de la subjetividad en la que se organiza el sujeto.

Una serie de discursos poéticos hablan incesantemente de la herida. Una herida simbólica y síquica que recuerda la forma en que Freud organizó la noción de inconsciente. Es esa herida la que permanece rezagada pero activa. Está allí parapetada en cada uno de los sujetos como huella dolorosa de su precoz enfrentamiento al mundo. Sólo que en la novela de Manuel Rojas, esta herida alcanza una dimensión eminentemente social. En la herida que atraviesa la novela, su narrador adopta la segunda persona y, desde esa posición, apela incluso al propio lector; a su herida, a su huella, a ese dolor que está agazapado, palpitante, aunque no impide el siempre complejo y alucinante acto de vivir.

 

 

 

 

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La herida.
"Hijo de ladrón" de Manuel Rojas.
Por Diamela Eltit.
Fuente: La Nación, Domingo 22 de Enero de 2006.