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¿Que estamos esperando ahora?

Por Jaime Pinos
Texto leído en la Mesa redonda "Homenaje a Manuel Rojas, a 35 años de su fallecimiento". Organizado por Lom Ediciones durante la Feria del Libro de Santiago. Participaron José Miguel Varas, Jaime Pinos, Jacinto Bustos y Francisco Miranda. Viernes 14 de Noviembre de 2008




Manuel Rojas, escritor actual a 35 años de su muerte.
Así se llama esta mesa y este homenaje. Al ser convocado, de inmediato me quedó dando vueltas eso de escritor actual. Actual es aquello que ocurre o pertenece al tiempo presente. Una posibilidad entonces sería hacer el ejercicio de confrontar la obra, losfundamentos de la poética de este escritor imprescindible, con el estado de cosas. Con la situación que vivimos, cotidianamente, como parte de esta sociedad y esta época. Leer a Rojas aquí y ahora. Confrontar al tipo de creador que encarnó o que quiso ser, con la circunstancia que atraviesa nuestra cultura, o lo que queda de ella. Contrastar su trayectoria y su conducta como escritor con la situación de nuestra literatura, o lo que queda de ella tras tantos años de orfandad e intervención mercantil.

Esbozo a continuación tres o cuatro ideas.

Manuel Rojas fue un escritor que relató la vida de los marginados, su mundo, su realidad. Los personajes de su literatura se mueven por fuera del poder, el dinero o la respetabilidad. Viven o malviven sus vidas mínimas equilibrándose en el filo de la navaja. Una mirada coherente con la propia biografía del autor que durante su vida desempeñó los más variados oficios para sostenerse y cuya formación literaria proviene, fundamentalmente, del autodidactismo de sus lecturas. Son conocidos estos versos de Desecha Rosa en que Rojas traza el retrato de una vida de outsider, el difícil itinerario de su propia vida:

a través de ganzúas y de ladrones hábiles,
acompañado de anarquistas perseguidos por la policía
y de cómicos que morían sin éxito en los hospitales;
entre carpinteros de duras manos y tipógrafos de manos ágiles;
soñando en la cubierta de los vapores
y en los vagones de carga de los trenes internacionales;
con muchos días de soledad y de cansancio
sin lágrimas, con los zapatos destrozados,
por las calles de Santiago o de Buenos Aires;
ganándome la vida y la muerte a saltos,
como los tahúres o los rufianes.

Manuel Rojas habla desde el mundo popular del cual proviene y lo hace sin paternalismo ni victimización. En Rojas la lucha cotidiana por la supervivencia, cada lucha librada por sus personajes contra la condena de la miseria material y mental, encierra una épica real y profunda de alcance universal. La realidad de sus textos, todos ellos reales por vividos, nos enfrenta a una exigencia. La de comprender, sin prejuicios de ninguna clase, el desamparo de tantos que nunca fueron y nunca serán convidados a la fiesta del consumo y el bienestar. A la vez, comprender también su valentía, su instinto de rebelión y su afán de solidaridad. Comprender. Una exigencia que parece algo fuera de lugar en un país donde el mundo popular es sistemáticamente presentado por los medios bajo el estigma de la violencia y el delito. Donde la realidad de los de abajo no parece ser considerada como objeto de interés por la literatura de éxito y mayor circulación, abocada a temas bastante más leves.

La integración de vida y literatura es otro asunto. Rojas construye su literatura desde la experiencia, confundiendo intencionadamente biografía y escritura: La experiencia me ha ido dando los temas. Escribo sobre lo que conozco, de lo que la vida me ha hecho sentir dice en una entrevista con Antonio Avaria. Hay ahí, como en toda literatura verdaderamente autobiográfica, una poética de la autenticidad. Hablar de lo que se conoce. No fabular ámbitos ficticios, no impostar el tono. Relatar la propia experiencia, metáfora de la gran experiencia humana, con honestidad y con humildad. En ese mismo sentido, creo que la tentativa de Rojas pretendió y consiguió aunar sentimentalidad y realismo. Hacer, como quería la vanguardia, de la vida y el arte, de la literatura y la realidad, una sola cosa. Autenticidad y coherencia. Dos valores que no parecen ser relevantes en una sociedad como la nuestra donde la fabulosa maquinaria del espectáculo ha sido exitosamente instalada en el centro de la vida social. Donde la cultura parece haber sido cooptada por ese poderoso juego de imágenes ficticias o reducida al papel de mera entretención. Donde la literatura es, al menos aparentemente, protagonizada más bien por redactores publicitarios que por escritores que, como Rojas, se jueguen la vida en lo que escriben.

Rojas fue un escritor comprometido. Compromiso es, hoy por hoy, una palabra demodé. Más aún si se trata del tipo de compromiso político que definió a Rojas como escritor y que marcó su literatura. Un compromiso con ideas bastante depreciadas en la actualidad. Como la libertad o la fraternidad. O la posibilidad de construir una sociedad más justa. Un compromiso con las experiencias históricas que, le parecieron a Rojas , apuntaban a concretar esas ideas. Habría que decir que Rojas practicó la literatura como una forma de esperanza en el hombre, de confianza en su redención. Una esperanza que parece algo ingenua en medio de una época signada por la desconfianza, el pesimismo y la resignación. Sin embargo, creo que la vigencia de su literatura, la fuerza que sus libros conservan, tiene que ver justamente con esa afirmación radical de un futuro mejor para el ser humano. A pesar de todas las oscuridades y todos los horrores: Es triste, claro está, muy triste que una esperanza se nutra de hombres muertos, de ciudades rendidas o destrozadas, de incendios, de sangre y de exterrninio, pero no siempre le es dado al hombre elegir la materia con que se nutrirá su esperanza escribe a finales de los cuarenta en la revista Babel.

Comencé a leer libros de creación literaria a los doce años. Nadie me indujo a ello y no tuve, como otros niños, quién me regalara libros. Vivía entonces en la ciudad de Rosario, en Argentina. En el trayecto entre mi casa y el colegio a que asistía se hallaba un negocio en cuya vitrina descubrí cierta tarde un libro cuya carátula me atrajo: se veía en ella un salvaje que era alcanzado, en plena carrera, por una flecha que le hería la espalda. Así relata Manuel Rojas sus inicios en la literatura, su cruce a temprana edad con ese libro de Salgari que sería el inicio del largo camino que lo convertiría en el gran escritor que llegó a ser.

Un salvaje que era alcanzado, en plena carrera, por una flecha que le hería la espalda. Pienso en esta imagen y creo que, en algún sentido, ser escritor hoy en día, seguir creyendo en esa utopía que es la literatura, implica ese riesgo: ser alcanzado, en plena carrera, por una flecha en la espalda. Que escribir en una sociedad como la nuestra, donde la literatura ha sido relegada al lugar de las cosas inútiles o inservibles, es un oficio de kamikases decididos a enfrentar toda clase de peligros. La invisibilidad, por ejemplo. La incomprensión y la precariedad, por ejemplo.

Sin embargo, creo que Manuel Rojas, su vida, sus libros, implican justamente ese desafío para los escritores de hoy. El desafío de sostener, hasta que lleguen tiempos mejores como decía Teillier, la experiencia de imaginación, apertura y comunicación que ha sido la mejor literatura chilena y universal. Los que practicamos o intentamos practicar la literatura desde esa óptica tenemos en Manuel Rojas un ejemplo y una inspiración. Y, sobre todo, una gran responsabilidad como herencia. La de hacer literatura reafirmando la línea que trazaron en nuestras letras escritores como él, González Vera o Carlos Droguett, por mencionar tres autores que me parece participan de una misma constelación literaria, política y vital.

Hacer de Manuel Rojas un escritor actual es tarea nuestra. Su vida y su literatura siguen siendo un llamado a la acción. El tiempo dirá si los que reconocemos y admiramos su obra fuimos capaces de hacerla vivir en medio de la adversidad de este presente. Frente a este desafío, cabe la pregunta del mismo Manuel Rojas que, según nos cuenta José Miguel Varas, fue una de sus muletillas y también sus últimas palabras: ¿Que estamos esperando ahora?

En los textos y en los hechos, cada cuál sabrá como responder.


Santiago. Noviembre de 2008


 

 

 

 

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