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Manuel Rojas, precursor del boom latinoamericano

Poli Délano
Revista de Libros de El Mercurio. Domingo 29 de agosto de 2010


Escritor autodidacta, Manuel Rojas revolucionó la narrativa chilena incorporando recursos formales novedosos. Indudablemente es uno de los mayores novelistas chilenos del siglo XX, por lo que su obra continúa editándose.



Hacia fines de 1950, justo en plena mitad del siglo XX, cuando por las calles aún no contaminadas de Santiago rodaban los metálicos y románticos tranvías con acoplado, la Sociedad de Escritores de Chile convocó a un concurso nacional de narrativa. Nombró un jurado de lujo, compuesto por Eduardo Barrios, Alberto Romero y Carlos Préndez Saldías, que emitió su fallo a favor de la novela Infierno gris de Joaquín Ortega Folch, un escritor de escasa obra a quien hoy poco se recuerda. Entre las novelas que resultaron desechadas en el concurso figuraba una titulada Tiempo irremediable, que se presentó firmada con el seudónimo Torestin, y sobre la cual el jurado emitió algunas opiniones desfavorables. La había escrito Manuel Rojas y fue publicada alrededor de un año después (1951) por la editorial Nascimento con el título de Hijo de ladrón. Rojas era un hombre de sabia y auténtica modestia y no replicó los comentarios adversos, a pesar de que a esas alturas era ya un escritor reconocido con varios sorprendentes libros a su haber, incluyendo el conjunto de poemas que publicó antes de cumplir veinte años, en la revista "Los Diez", que dirigía Pedro Prado. Baste recordar los cuentos de Hombres del sur (1926), la nouvelle Lanchas en la bahía (1932), donde ya utiliza el monólogo interior sin puntuación y la superposición de pensamientos, y su primera novela, La ciudad de los césares. Simplemente el autor se mantuvo en la sana postura de que a las críticas no se les responde.

El influjo de Faulkner

Considerada hoy y desde hace ya varias décadas como una de las obras chilenas más audaces y bien escritas de cualquier época, cabe preguntarse cómo se dio el caso de que dos novelistas de talla como Barrios y Romero pudieran dejarla pasar. Tal vez la respuesta habría que buscarla en el hecho de que la técnica narrativa de esta obra era una verdadera novedad en Chile, "abrecaminos", precursora, y tanto Barrios como Romero, que alcanzaban ya la categoría de clásicos, pertenecían a una generación "anterior" que no parecía preparada para asimilar las innovaciones que Rojas traía bien maduradas desde su lectura deslumbrada de las obras de William Faulkner, el más eficiente y sonoro médium que tuvo James Joyce, y el mayor vocero universal del método conocido como "corriente de la conciencia". Con Hijo de ladrón, según expresa Fernando Alegría en Literatura chilena del siglo XX, Rojas ha dado un salto cualitativo, convirtiéndose en "un artista maduro, de alto vuelo, líder de nuevas generaciones que ambicionan crear la novela chilena moderna". En 1957, José Donoso, que ya se perfilaba como cabeza de la Generación del 50, le pasó a Rojas un ejemplar de su recién editada Coronación, pidiéndole que se la criticara sin piedad. Jaime Valdivieso, que mantuvo una relación muy cercana con Manuel Rojas, cuenta que éste se la devolvió a Donoso bastante subrayada y con una gran cantidad de observaciones al margen, y que a Donoso eso no le gustó, la relación se mantuvo lejana.

Cuando se cerraba el telón del siglo XX, y los medios de información del orbe sacaban sus cuentas, le preguntaron a García Márquez cuál novela consideraba como la más importante del siglo que se iba. Respondió que la más importante era Ulises (Joyce), pero agregando que, a su juicio, la mejor era Absalón, Absalón (Faulkner).Y en realidad es Faulkner el gran vendaval que sopla sobre el fenómeno que en la década de los 60 se conoció como boom de la novela latinoamericana, léanse los nombres de Carlos Fuentes, Vargas Llosa, Juan Rulfo, Augusto Roa Bastos, el propio Gabo, todos faulknerianos, en el mejor sentido de la palabra. Sin embargo Manuel Rojas, con Hijo de ladrón, se les había adelantado en varios años. Lamentablemente, en esos días aún no se desarrollaba el concepto de mercadotecnia y debido a eso no entró en el boom. Pero Rojas fue el primero.

Es frecuente leer en las solapas de los libros una buena cantidad de oficios que han coronado la vida del autor. Que Fulano fue boxeador (se subió una sola vez al cuadrilátero), que Zutano trabajó de pioneta camionero (cargó dos o tres sacos en el camión de su tío), que Mengano fue marino (foto con gorra, apoyado sobre la baranda de estribor), y así vamos construyendo biografías. En el caso de Manuel Rojas la lista de oficios no es ficción. Fue de veras peón de caminos en las obras del ferrocarril trasandino, y sus experiencias las transmite en "Laguna", uno de sus cuentos de antología; fue apuntador teatral, como lo es Aniceto Hevia -el protagonista de su tetralogía- en Mejor que el vino; fue estibador en el puerto de Valparaíso, y ahí está Lanchas en la bahía contándonos la historia, así como su famoso cuento "El vaso de leche"; fue cuidador de un circo, linotipista, redactor de periódicos, profesor universitario. Y su escuela no fue un campus académico, sino la calle, la vida abierta, los bajos fondos ("El delincuente"). Por eso se le ha comparado también con Máximo Gorki, denominándolo "El Gorki chileno". Se trata de un novelista que usa la experiencia propia como materia prima de sus obras y podemos estar seguros de que Aniceto Hevia, en las novelas Hijo de ladrón, Mejor que el vino, Sombras contra el muro y La oscura vida radiante, es nada menos que el alter ego de Manuel Rojas, el vocero fiel de sus ideas, su filosofía social, su visión de mundo, sus aprendizajes, sus aspiraciones.

Hombres acabados

Me impresionó mucho la novela Punta de rieles, que leí cuando apareció, en 1960. Acabo de releerla con el mismo fervor de entonces y puedo decir que no ha perdido su gracia, ni su vigor, ni su tensión, ni su "pathos". Yo ignoraba el significado del término "punta de rieles", pero recuerdo que existió en Santiago un sector llamado así, creo que por el extremo sur de Macul. Averigüé y supe que Punta de Rieles es el lugar donde terminan las vías férreas fuera de la estación, es decir, donde se van acumulando los vagones ya inservibles que dejaron de cumplir su función. El tango "Niebla del riachuelo" nos habla del turbio fondeadero donde van a recalar/ barcos que en el muelle para siempre han de quedar, el cementerio de las naves. Lo mismo ocurre con las personas, hay un lugar metafórico donde se encuentran Fernando Larraín Sanfuentes y Romilio Llanca, dos hombres que en los comienzos de su madurez ya están acabados, igual que esos trenes y que esas naves. Y ya que hablamos de tango, vale la pena mencionar que en la "tanguera" calle Boedo existe una escuela en cuyo muro exterior una placa de metal anuncia al peatón que allí estudió Manuel Rojas.

El primero de esos hombres es lo que se dice un "pije" (aunque venido a menos), un aristócrata simpático, liviano, gracioso, que sabe muy bien que el hecho de nacer aquí con buenos apellidos es mejor que nacer buenmozo o inteligente. Algunos de los apellidos suenan como libras esterlinas. Si se pronuncian fuerte se ponen de pie hasta los gerentes de bancos. Otros recuerdan minas de carbón, damajuanas llenas de vino o presidentes de la república, de esos con pera y bigotes. Sin embargo su existencia se ha desmoronado por los excesos incontrolables del alcohol sumados a una peligrosa debilidad de carácter. Punta de rieles, turbio fondeadero. Fernando Larraín lo ha perdido todo, a su mujer, a sus hijos, su trabajo en el banco. No es más que una ruina.

El otro, un tipo de extracción popular, campesina, nacido en Cáhuil -pueblos con una sola calle-, se ha desprendido de su hábitat a raíz de su partida para cumplir el servicio militar y con el tiempo ha llegado a residir en la pampa salitrera. Un tipo alto, huesudo, de bigotes, que a través de la experiencia va adquiriendo una visión sólida de la vida que le permite formular ideas precisas, como que los más ambiciosos de poder son los que menos valen, en tanto que los que más valen no se interesan por mandar, o que si hay algo difícil en el mundo es convencer a un tonto, como querer hacer callar un chancho a palos. Pero, igual que su par aristócrata, carece de una fuerza de voluntad que lo pueda conducir a buen puerto, y eso lo convierte en víctima de su compañera sexual.

Romilio llega una noche a las oficinas de un diario salitrero del que Fernando es subdirector. Va a pedirle apoyo, consejo, y comienza por confesarle que acaba de matar a su mujer. A partir de ese momento se empieza a tejer la historia de cada uno de estos dos seres perdidos en el mundo, pero se tejen sin "entretejido", ya que sus vidas -sus historias- no se mezclan. La novela se estructura sobre un diálogo. Romilio habla en voz alta, va contando todas las circunstancias que lo llevaron hasta el punto de la vida en que se encuentra. El diálogo de Fernando es mudo, un monólogo interior. Se alternan los capítulos como en un contrapunto. Cada personaje se expresa en el lenguaje que corresponde a su condición social, dando cuenta a los lectores de la aguda capacidad que posee el escritor para captar los tonos, los semitonos, los silencios, todos los matices de dos personas que coexisten y se comunican aunque hayan nacido en cunas muy diferentes.

Punta de rieles es una novela indispensable por su profundidad y su capacidad de conmover hasta el tuétano sin acercarse nunca al melodrama. Es más breve que cualquiera de las que narran las peripecias, los aprendizajes, la existencia de Aniceto Hevia. En esta ocasión, como manteniéndose alerta a los métodos hemingwayanos, Rojas elige el camino de la economía, contar sólo lo más indispensable.

Me encontré con Manuel Rojas varias veces. Algún sábado en las tertulias de la librería Nascimento, o en el Pedagógico, quizás en la Sociedad de Escritores de Chile. Un hombre muy alto, de abundante cabellera entrecana, sonrisa cálida y cara de buena persona. Pero me habría gustado conocerlo mucho más, haberlo escuchado contar sus historias, comunicar sus ideas. Fue una persona profunda, noble, recia en sus convicciones. Y es, a mi juicio, nuestro mayor novelista del siglo XX.

* * *

 Tetralogía

El personaje Aniceto Hevia es uno de los más importantes de Rojas. Es el protagonista de su tetralogía conformada por las novelas Hijo de ladrón (1951), Mejor que el vino (1958), Sombras contra el muro (1964) y La oscura vida radiante (1971). Lom ediciones ha publicado dos de esas novelas recientemente: La oscura vida radiante (2007) y Mejor que el vino (2008).


 

 

 

 

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