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Cualquiera puede ir donde quiera
Mauricio Redolés. El estilo de mis matemáticas. Editorial Lumen, Santiago, 2017. 266 págs.
Por Camilo Marks
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 27 de agosto de 2017
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Aunque Mauricio Redolés sea un artista consumado y múltiple, que ha ejercido una enorme variedad de oficios y que, desde sus inicios, poseyó una innata habilidad para producir textos notables, chispeantes, atrevidos, cómicos, virulentos, la lectura del conjunto de su obra sugiere a un escritor menos exuberante de lo que parece y, pese a su desinhibición, más íntimo y embriagador de cuanto pueda asociarse con su escritura. En otras palabras, Redolés es y no es lo que se divisa a primera vista y, por extensión, sus libros son y no son lo que advertimos de un plumazo, ya que hay en ellos luces y sombras, predominando un resplandor oculto que, al adentrarnos en él, produce un genuino placer, una gran alegría. El estilo de mis matemáticas es tal vez la antología más completa y coherente que se ha hecho de este autor y aun cuando el presente tomo no entrega la fecha de la decena de poemarios que contiene, se trata de una pulida e impecable edición, que al fin hace justicia a Redolés, al situarlo en un destacado lugar dentro de la lírica chilena del momento. Por fin tenemos un volumen suyo que puede encantar, entretener, hasta asombrar, y que refleja una trayectoria de cuatro décadas, frente a la cual lo único que cabe es sonreír y, por qué no decirlo, deleitarse ante su temeridad, su desparpajo y su tierna e hilarante visión del mundo, de las cosas, de nuestro país. El estilo de mis matemáticas, asimismo, presenta a un poeta más consistente y formal de lo que podría esperarse, puesto que la manera idiosincrática y estructurada en la que compone sus versos hace pensar que, hasta ahora, la historia de la poesía chilena de fines del siglo pasado y comienzos del actual hubiera sido una historia muy distinta sin la participación de Redolés.
Los temas que Redolés ha elegido están lejos de lo insignificante, de aquello fuera de contexto o del efectismo fácil. Su modo quizá único de juntar repeticiones, buscar moldes verbales que nunca son idénticos entre sí, entrar en zonas muy populares y cultas, sugiere territorios que van más allá de lo meramente enunciativo, para ingresar a paisajes que son, a la vez, intensamente subjetivos y extrañamente épicos. Es lo que sucede con el excepcional trabajo llamado "Cobardía: no importa vibrante deseo volver brillando/ de voz en voz de columpio de vocal en pena/ austral la tierra bella desprovista de gloria/ abismada de ofertones y titulares malignos".
Claro, a primera vista es cómodo relacionar a Redolés con el rock, con la ropa usada, con algunos barrios, con estaciones de metro en Londres y con innúmeros elementos del pop moderno; además, resulta inevitable para todo aquel que conozca su vistosa faceta de cantante. Sin embargo, no es posible ignorar cómo construye escenas, el tono aventurero, vívido, plástico de sus estrofas, esa especie de musicalidad arrabalera y al mismo tiempo desgarradora con la que contribuye decisivamente al entendimiento de algo que pocos suelen entender: cómo se hacen versos en el Chile de hoy. Por otra parte, en estos términos, Redolés es muy diferente a sus predecesores -Parra, Lihn- o a sus contemporáneos -Bertoni, Cuevas, Polhammer-: no se ve entusiasmado por cierto realismo ni tampoco se diría que está muy excitado ante la novedad de la antipoesía o el minimalismo.
Aun así, el grueso del corpus de Redolés, en sus momentos más vitales, puede estar saturado de detalles o, por el contrario, encontraremos pasajes fantasmalmente desprovistos de ellos. La composición de algunas piezas podría haberse logrado mediante la intuición y esta sana irregularidad, este sobresalto, son rasgos que lo separan, y lo separan tajantemente, de sus coetáneos. ¿Cómo llegó este escritor singular a labrarse su propio estilo? Difícil es saberlo, salvo, a lo mejor, siguiendo de modo cronológico esta secuencia que nunca parece interrumpirse ni decae. Seguramente, ese espíritu sedicioso e iconoclasta, sencillo y complejo, misceláneo e intransigente, le llegó en su formación temprana y se desarrolló con los años, por lo que, usando una analogía detestable, podríamos afirmar que ya está implantado en su código genético. Porque el Redolés de "Bello barrio" no es el mismo de El estilo de mis matemáticas y así lo comprueba el impactante "Chaos: es penoso cuando una persona se baja del bus/ y mira a la que quedó arriba para decirle chao/ y la que quedó arriba mira para el otro lado". Al examinar con detención estas y otras versificaciones, está claro que Redolés ha buscado los medios para edificar una simple, delgada línea que se sostiene a sí misma, sin que importen otros factores -el ruido, las interrupciones, los silencios- que se hallan en la vecindad, puesto que esa línea es, en un todo, vulnerable, fuerte, irritante.
Así, Redolés ha imaginado un espacio literario donde cualquiera puede ir donde quiera. El lenguaje, las interjecciones, los giros idiomáticos representan aspectos indivisibles de su pensamiento, factores constituyentes de un quehacer poético peculiar, inconfundible, posiblemente irrepetible. Considerando El estilo de mis matemáticas de principio a fin, llegamos a la conclusión de que si alguien alguna vez creyó que Redolés era un amateur , un ave de paso, estaba rotundamente equivocado. En este hermoso equilibrio en la cuerda floja, entre la vida pública y la vida privada, hay más poder, más sugestividad, más garra de lo que se halla en buena parte de quienes en el presente laboran con la incomparable lengua española (o, para el caso, chilena).