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Entrevista a Mauricio Redolés:
“EL HUMOR ESTÁ EN MEDIO DE LA CRUELDAD”
Por José Tomás Labarthe
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- Por un lado tu producción musical es súper continua en los últimos 10 años, está bien registrada en diferentes soportes, se puede encontrar hasta en dvd. Tus libros en cambio son inencontrables…
- Por lo mismo estoy trabajando ahora una segunda edición de “Estar de la poesía o El estilo de mis matemáticas” pero se va a llamar solamente “El estilo de mis matemáticas”, versión corregida, disminuida y aumentada. Es disminuida porque el poeta Yanko González me sugirió echarle una miradita a los poemas y ver qué se podía podar de ahí y yo estuve de acuerdo. Y posteriormente consideré que tenía que agregar una antología de dos libros más. Uno es un libro del año 93’ que está inédito, que se llama “Bienvenidos a ciudad alta”. Y el otro es “Los versos del Sub-teniente o teoría de la luz propia”, que fue editado por LOM, bajo el heterónimo de Marcelo Reyes Khandia. El “Estar de la poesía…” original está agotado en librerías, deben quedar 5 o 6 ejemplares. “Los versos del subteniente…” aún se pueden encontrar. Anterior a esos libros, está el libro “Tangos” del año 87’ que sé que lo venden en Nueva York a 70 lucas. Y los primeros libros ni yo los tengo, que son “Chilean speech”, editado en Londres y “Notas para una contribución a un estudio materialista sobre los hermosos y horripilantes destellos de la cabrona tensa calma” que fue editado en Budapest. Ah, y “Poemas urgentes” que también es inencontrable, lo hice en Londres el año 81’ para llevarlo a Rotterdam a un festival de poesía.
- ¿Cómo es tu relación con la escritura? ¿Cada cuanto te sientas a escribir? ¿Escribes sentado?
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Es una relación más onanista. Es darle y darle vueltas, pura masturbación, no atacar, no ir al meollo. Estoy trabajando con los recuerdos. Por ejemplo: pasé por una esquina que está a una cuadra de mi casa y recordé que a los 9 años me paraba en esa esquina con mi padre a esperar el bus que nos llevara al colegio. Él era profesor de quinto básico. Y casi siempre mi padre me decía “a ver las uñas... toma, límpiatelas”, y me pasaba un par de fósforos. ¿A quién le puede interesar ese recuerdo? ¿Qué importancia puede tener ese recuerdo de uno limpiándose las uñas frentes a su padre? A mí me importa, por supuesto. No quisiera que se muriera ese recuerdo. A lo mejor que fuera el último recuerdo antes de morir. Pero al mismo tiempo a lo mejor alguien se interesa en ese recuerdo: un pariente, un familiar, un desconocido. Y dejé el recuerdo ahí hasta que leí un libro de Georges Perec llamado “Yo recuerdo”. Ahí se cruzaron cosas que le importan a nadie, pero me importan a mí.
- ¿Cuál es el primer recuerdo que abre la serie?
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El primer recuerdo que escribí no fue el de mi padre, fue otro. El primer recuerdo que escribí fue cuando nos trasladaron siendo presos políticos al centro de tortura de la cárcel pública de Valparaíso. Llegamos ahí, ordenamos unas frazadas en el suelo, no habían camastros ni nada, dormimos en el cemento y nos tapamos con las frazadas dobladas. Y estábamos en eso cuando tipo diez de la noche se escucha el llamado de algún preso político. Luna era el apellido, creo. Héctor Luna. “Héctor Luna debe presentarse en la guardia interna”. Chucha, pensamos, llegó el Servicio de Inteligencia Naval, la DINA todavía no había sido formada parece, la CNI no existía, no pensaba en nacer, estaba en los ojos de Mamo Contreras no más. Y se llevaron a Luna. Y después otro nombre y otro y otro y otro y los compañeros iban bajando y desapareciendo. Y de repente llaman a mi amigo Tito Tricot, baja y yo dije: “me van a llamar a mí”. Y me llaman. Salgo y por la galería de al frente venía Luna, el primero que habían llamado. Venía de vuelta a su celda, riendo. Traía un paquete café, de papel craft. Las bolsas de plástico no estaban tan de moda. Y me dice: “son encomiendas de las familias”. ¡Pacos culiaos! Como llaman a las 10 de las noche para entregarte una encomienda. Además no se podía ir al baño así que nos estábamos cagando encima adentro de la celda.
- ¿Desde qué ángulo te interesa presentar estos recuerdos?
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Lo importante es el ángulo de incidencia. Cómo entro al texto. La respuesta la tiene la NASA y también la agencia espacial soviética, digo soviética y no rusa pues yo todavía vivo en el siglo XX. Cuando se vuelve a la tierra hay que entrar en un ángulo determinado: si se vuelve en 90º respecto de la superficie la cuestión pasa para abajo y se incendia. Si entra en un ángulo menor rebota. Entonces debe entrar más bajo de los 45º cosa que pueda entrar y penetrar el vehículo. Qué quiero decir con esto, respecto de la escritura. El ángulo del recuerdo no puede ser tan obvio, ni puede ser tan importante. A lo mejor si es importante el recuerdo tiene que estar disfrazado de poca importancia para que esté la sorpresa ahí.
- Eso me recuerda la raíz de la palabra recuerdo. Recordari. Volver a pasar por el corazón. La memoria como un ejercicio sentimental. Teñido de emoción. ¿Cómo lidias con la emoción en estos recuerdos para encontrar ese ángulo de incidencia?
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Por ejemplo: si yo digo, “yo quería mucho a mi papá, fue mi profesor en quinto básico”… maté el texto. Este es un libro de memorias, pero sin serlo. Bolaño decía que él no soportaba los libros de memoria porque quien escribía un libro de memorias debía tener un pene de considerable tamaño. Así que no puedo llamarlo un libro de memorias, sería propaganda.
- No parecieras estar describiendo solamente este libro, sino toda tu poesía: una anécdota, mirada desde el costado, como rodeando la experiencia sin revelar directamente su significado…
- Sí, sí, por supuesto, claro. Ahora, también hay textos que no son tan de sucesos y que son más herméticos y que tienen que ver con ideas, con el lenguaje.
- ¿Te ha costado este proceso de catarsis, de volver atrás a redescubrir momentos?
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Sí de todas maneras. Ha sido un proceso sin dolor pero con emoción.
- ¿Qué emoción?
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El amor. El amor de mi madre, de mi padre, el amor que yo he tenido por mi hermana, por mi hermano. El amor por mi hijo. Por novias, pololas, ex novias, ex pololas. El amor por mi mujer. Y también el odio. Carlos Droguett decía que un ser humano no estaba completo si no era capaz de odiar. Y yo también reivindico el odio. Es una contrapartida del amor.
- ¿A quién odias?
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Hoy odié a dos personas. Fui a dejar a mi hija al colegio y una señora se estaciona con su 4x4 en el paso de cebra. Yo le golpeé el capó y le grité: “¡este es un paso de cebra!”. Y después en avenida Brasil con Rosas un ciclista me tiró su bicicleta sin respetar la luz y yo le grité: “¡tenías roja, imbécil!”. Los odié.
- ¿Sufres de esos mismos episodios pero en clave amorosa?
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Sí. Un tipo iba al trabajo y me saludó. “Tú eres Redolés, me dijo. Yo vivo en el barrio. Qué bueno empezar el día viéndote”. Es un poco vanidoso contarlo, pero esas cosas me llegan. En Santiago se ha perdido la amabilidad. Cuando encuentras la amabilidad de compartir se valora.
- Ahí también aparecen otros elementos centrales de tu poesía, además del amor y del odio, el humor y la ternura.
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Sí, yo he pensado en qué nos hace reír. Chile tiene una gran capacidad de reflexión humorística frente al absurdo. Eso está reflejado a lo mejor en José Miguel Varas, en Pezoa Véliz, en la poesía del “Grillo” Mujica, de Parra. En la Manivela, el mejor programa de la televisión chilena. Eso me interesa. ¡El Ché copete no me interesa para NADA! El humor del Kike Morandé es una cuestión asquerosa. El humor grosero, relacionado con el poto y el pico, y la tallita, y dale con la tallita que solamente refuerza cuestiones obvias.
- Hablemos más de la talla, esa suerte de chiste popular, encapsulado, espontáneo…
- Es que la talla es algo que surge entre la muchedumbre, para denostar a alguien, para hacer ver su ridiculez. Uno de los momentos más altos de la talla en Chile está en el Estadio Caupolicán en los combates de box de los años 50’, 60’, con un personaje llamado “el Burro”, seco para la talla. Miraba y pegaba el grito. Y todo el estadio se reía porque el tipo tenía un tremendo vozarrón. Hay una talla icónica del Burro: habían dos boxeadores que antes de empezar a pegarse se estudiaban, y el Burro gritó: “no estudien tanto que van a llegar a la universidad”. La talla surge como expresión del momento y está en las peñas, en la universidad, en las clases.
- ¿Qué relación adviertes tú entre el humor y el dolor?
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El humor está en medio de la crueldad. Recuerdo a un preso político al que le sacaron la mugre por dárselas de graciosito. Antonio Barrientos, un estudiante de arquitectura, hijo del alcalde de Viña del Mar al momento del golpe. Lo estaban golpeando mal y le preguntaban: “¿qué sabes del plan?”. En medio de la tortura y del dolor, él les contestó: “el plan… el plan comienza en los cerros… va bajando el plan, de a poco, de a poco, y después el plan se termina”. Ellos se enfurecieron, pues preguntaban por el plan Z y él les contestó con el plan de urbanización de las vías del agua. Le sacaron la mugre. Este humor nos mantenía sanos: una mezcla de locura, de sanidad. En la talla, en el grito anónimo, hay una gran capacidad de humor chileno, de captar el acontecimiento y la respuesta inmediata.
- ¿Lo antipoético te parece cómico? ¿A Parra lo encuentras gracioso?
- ¡Sí! El año 89’ o 90’ yo musicalicé el “Poeta y la muerte”, a solicitud de Parra. De carambolas me llevaron al programa de televisión “El Desjueves”. Me trataron muy mal, desde el comienzo, no me querían dejar entrar. Finalmente entré y habían unas bailarinas semidesnudas entre bambalinas. Una vieja chica me dijo: “tú estás mirando mucho a las niñas, las niñas están nerviosas”. ¡Qué me iba interesar mirarle el culo a esas huevonas! Además yo venía de Inglaterra donde ibas al departamento de un amigo y las mujeres andan en calzones. Entonces estaban siendo unos culiaos. Y decidí usar ese verbo, pues en el poema de Parra el poeta se culea a la muerte. Al día siguiente obviamente que Las Últimas Noticias tituló: “Redolés trató de viejo culiao a Nicanor Parra”. Y me llamó Parra, enojadísimo. Le tuve que explicar toda la situación. Parra se reía de una manera… ese es el humor de Parra.
Fotografía de Francisco Flores