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Algo nuevo anterior: Un pasado para el presente que queremos
Por Alejandra Sofía González Celis
29 de octubre 2017
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I.
Conocí a Redolés cuando pensaba que todos los poetas estaban muertos menos yo. Era una niña de 17 años pasando para 18, como bien él recuerda. 17 años pasando para 18, que en realidad parecían 12 años, porque era 1994 o sea 4 años recién salidos de la dictadura más espantosa, recién salida de un colegio de monjas de puras mujeres protegidas, de camas y sillas de ruedas que me habían tenido guardada, de un país que había sido amordazado en todos lados, en la calle, en las casa, en la sala.
Tenía 17 años que parecían 12 y para poder escapar de todo eso la literatura había aparecido en mi vida en las siguientes formas:
1.- En el cuerpo frágil y la voz dura de la madre Genoveva. La monja española de castellano que me marcó para siempre cuando aplaudió mi interpretación del poema Rompecabezas de Nicanor Parra.
2.- En mis padres. En el señor Alejandro González, mi padre, que entre sus múltiples trabajos fue contador en editorial Planeta y nos trajo una hermosa colección de Seix Barral de literatura latinoamericana (esos libros blancos con fichas) que llenaron mi casa y mi corazón. El mismo señor que en un acto de reivindicación feminista involuntario de Random, fue eliminado de mi apellido para rebautizarme como Alejandra Celis en el flyer de esta presentación, haciendo justicia con mi mamá, doña Gloria Celis, que fue la primera y mejor profesora en el arte de enseñarme a contar historias con todos los detalles que merecen.
3.- La revista de libros de El Mercurio que devoraba los domingos. Es cierto que El Mercurio miente y sigue mintiendo, pero esa mentira, ahora literaria, era lo que tenía. No entendía ni la mitad, no conocía los libros de los que ahí hablaban, pero sentía que era como una revista que yo tenía que leer. Ahí atrás aparecía una sección como de avisos clasificados literarios y cuando decidí que la poesía iba a ser mi vida, pesqué esa hoja y comencé a llamar en estricto orden de aparición a los que ofrecían talleres. El primero era Rossana Byrne. No me acuerdo si estaba ocupado o no me contestó. El siguiente era Redolés.
Después de esa llamada, nada sería igual. Como sería de chica, que mi papá, seguramente instigado por la sospecha de mi mamá, me fue a dejar a ese primer taller porque quería saber si era un espacio confiable. Menos mal que el Instituto Chileno Británico le pareció un lugar lo suficientemente respetable. Redolés entonces me abrió no solo una grieta en mi cerebro si no algo así como el Cañón Del Colorado y lo sigue haciendo con este libro que hoy me ha regalado el placer de presentar. Permítanme entonces compartir algunas ideas respecto a la importancia de la lectura de este libro.
II
La cientista política argentina Pilar Calveiro tiene un hermoso texto que lleva como título La memoria como futuro. Lo encontré buscando igual como busqué en su momento a Redolés. Y me parece que dialoga brillantemente con el libro de Mauricio. Una idea mucho menos clara que la búsqueda de un taller literario rondaba mi cabeza después de haber leído la versión final de “Algo nuevo anterior”, más bien una sensación ¿Qué memoria es ésta que acabo de leer? ¿Por qué cada uno de estos relatos me es tan conocido pese a que muchos no los he escuchado antes de la boca de Mauricio? ¿Qué hay de mí en estos recuerdos? ¿Qué une esta memoria con el presente al que asistimos hoy? ¿Por qué aparece ahora? ¿Por qué deben aparecer ahora? ¿Qué sentido tiene esa memoria?
Si hay algo que Mauricio ha hecho siempre y muy bien es ponerle título a las cosas. A los poemas, a las canciones, a sus libros, a las personas, a sus bandas. Es un gran nombrador. Elije las palabras con tal cuidado y claridad que efectivamente el acto que realiza es el de bautizo, la cosa ya no sigue siendo la misma, es traspasada por el nombre a un nuevo estado se situación, un algo distinto, nuevo, siempre una promesa, un destino mayor, ya no se puede renunciar a ello. Una luz aparece. Algo también queda oscurecido.
Con “Algo nuevo anterior” produce el mismo acto performativo. Esto es nuevo, y a la vez es anterior. Es algo. Algo que es nuevo y fue anterior. Memoria y futuro, pienso. Memoria y futuro bailando tomados de la mano mientras Redolés pone la música.
Estos recuerdos no son solo recuerdos, entendidos ellos como eventos planos o una especie de melancolización a partir del cual pudiera decirse: ah Mauricio recuerda un montón de cosas, ahí está su pasado, el Chile del pasado que ya no está más, que ya fue, como si fuera un archivo que se guarda para “recordar” de vez en cuando, todo eso que no volverá. En esa versión de la historia que le encanta a la derecha, que es la versión de una historia que debe respetarse, guardarse, esperar que se llene de polvo.
No. Es necesario entonces partirse la cabeza y ponerle una bomba a las idea lineal del tiempo, porque aquí estos recuerdos no es que vayan hacia atrás, si no que van hacia delante, hacia un delante que se decide construir, precisamente porque pretenden, pretenden establecer una marca en usted y en mí. La marca de lo común, la marca de una historia común, un lazo. Quedamos unidos a Mauricio y no podemos separarnos más. Porque mi recuerdo está aquí y el tuyo y el tuyo y no importa si no vivimos en calle Andes, no importa si nunca militamos en el partido comunista y por lo tanto nunca tuvimos que salirnos de ahí. No importa si nadie nos exilió en Inglaterra, no importa si no estuvimos presos en la cárcel de Valparaíso, no importa si no hemos hecho talleres en las cárceles, no importa si no hemos recorrido las calles de la mano de Sebastián chiquitito, no importa si no hemos tenido una banda, varias bandas, no importa, si yo la quiero y usted me quiere, no importa oh. [1]
Porque mi tía es esta tía, porque estos diálogos los he tenido yo también con otras palabras, en los 90, en los 2000, en 2017. Con otros protagonistas, en otros espacios. Porque nos hemos querido. Porque estos gestos los hemos tenido, los han tenido con nosotros. Porque aunque estemos presos en la cárcel, porque aunque se tortura y desaparece y el país se desangra, un compañero le toma el pantalón roto a otro y decide cosérselo. Porque y cito en “Algo nuevo anterior”: “que estemos presos no significa que tengamos que estar vestidos con harapos, atenta contra nuestra dignidad”. Porque necesitamos la dignidad, el respeto, aquí, allá y acullá.
Esta memoria está llena de actos, de ejercicios que implican traer estas escenas y olvidar otras y gracias a eso, configurar una memoria llena, repleta de futuro. El psicoanalista Roberto Aceituno, en otro texto muy hermoso titulado Sobre la memoria de las cosas dice que “no hay memoria sin olvido”[2]. Olvida Mauricio precisamente para generar esta memoria. Salta las fechas, avanza y retrocede. No es Funes el memorioso, que tullido y encerrado no puede olvidar nada. No hay aquí un afán de relatar los hechos calcadamente a como fueron, no hay una intención de declarar un estado objetivo de “la historia”. Muy por el contrario. Aquí tenemos pedacitos de risa, de ternura y pedacitos tristísimos, que nos dejan enrollados sobre la cama. Porque hay resistencia y hay violencia y hay ternura y hay infierno y hay té y pan con paté. No es el Chile que ya fue el que aparece. No es el Chile que nos han contado una y otra vez para que lo creamos a pies juntillas y no podamos imaginarnos nada diferente. No es el Chile del don Francisco de sábados gigantes y de la teletón, guatón y bonachón. Es el don francisco que está tomando taxi con un maletín en la mano. Es el don Francisco que parece que le gustó Nutrias en abril y que mandó a su productor, el señor Domínguez, a que Redolés cantara en el programa. Domínguez como un simil de Eichmann en la maquinaria de muerte alemana. Redolés contestó que “había visto en televisión nacional el rostro de Karin Eitel, una joven mujer que se veía llena de miedo, tal vez por haber sido torturada, respondiendo al interrogatorio de un agente de la CNI…” La explicación de Mauricio es cortada con un rotundo: “¡Ah! No me interesa nada de lo que me estás diciendo”.
Claro que no le interesa nada de lo que le estamos diciendo. Por que el poder instalado en un presente que le conviene, no desea que nada de esto quede inscrito en la memoria, precisamente porque ansía un futuro de cada vez mayor poder. En cambio nosotros, los perdedores, los que tenemos un presente incómodo, un presente que deseamos a todas luces transformar, necesitamos recobrar una memoria que permita inscribir un futuro donde podamos aparecer como protagonistas. El protagonismo de un poeta que le dijo que no a Sábados Gigantes, que le dijo chao, me quedo acá, porque no me puedo hacer el weon como tantos, tantos se hicieron y se siguen haciendo. Porque la banalidad del mal consiste en eso, en hacer la pega sin preguntarse para qué y a quién le estás dando de ganar. En no correr ni un mínimo riesgo, en acomodarse. En hacer clases en Universidades que no son Universidades si no productoras de imbéciles, pero igual cobrar el cheque. En mirar para el lado cuando despiden al compañero de trabajo. En aprovechar la primera de cambio para explotar al resto, total a mi también me están explotando. Hay en “Algo nuevo anterior” la memoria de una ética que está viva. No la ética de una candidata rubia de un partido golpista y miserable.
Es la ética de los chistes, de los gestos, de los gatos, la ética de pensar que un libro como éste puede ser posible, otros libros, discos, abrazos y tomadas de mano, cariños aunque el mundo se esté cayendo a pedazos.
Dice Calveiro muy sabiamente “la memoria trae fragmentos, relatos muchas veces inconexos, desordenados o reordenados, que se niegan a dejarse desvanecer y reaparecen insistentemente, cuestionando a veces el relato histórico, y en otras señalando sus carencias. La memoria ordena pero lo hace de una manera distinta al relato histórico. Trae al presente las ofensas, las heridas, para impedir su “desaparición” e interrumpir, de alguna manera, la impunidad del poder. Intenta otras explicaciones, rescata aristas desaparecidas o disimuladas y, al replantear el pasado,hace una lectura distinta del presente y proyecta o desea otro futuro.”[3]
Y es eso lo que hace Mauricio en este texto. Disputar, más bien mandar a la chucha al Estado de Chile que violentamente ha intentado despojarnos la posibilidad de imaginarnos un país diferente, porque ni siquiera nos ha permitido imaginarnos el país que fuimos alguna vez. De un Estado empresarial que nos ha intentado hacer desaparecer de todos lados, desapareciendo primero los cuerpos, los partidos, los espacios para reunirnos, para llenar esos vacíos con otro presente en el que simplemente no cabemos.
Pero estamos, estamos y seguimos estando y resistimos y olvidamos para poder seguir recordando. Por que hay otro país, estoy convencida y Redolés nos lo trae y nos lo deja ver.
El país que todavía somos y queremos ser en las casas, en las escuelas, en las cárceles, en las conversaciones con los amigos, con los niños, con los viejos, en cuando logramos tener esa conexión que nos hace ser seres humanos. Cuando nos apretamos, cuando nos miramos, cuando ponemos la tetera, cuando acercamos una silla.
III.
He olvidado muchos detalles. Por ejemplo no recuerdo bien cómo me enteré que habías tenido un accidente cerebrovascular. No sé quién me lo contó, no sé bien qué estaba haciendo yo, creo que estaba en Viña del mar, pero sí recuerdo la sensación de vacío enorme que se produjo, un vacío que no es silencio si no más bien un grito hacia adentro, y por lo tanto uno quiere que ese alguien (quizás uno mismo) deje de gritar. Parece que hablé por teléfono seguramente con Sebastián y Carito y todo era terrible.
Claudio estaba en Santiago y junto con Camila Estrella fueron a verte al hospital. Lo mandé con una cajita con algunas cosas que me parecieron podrían hacerte feliz. Objetos, recuerdos de nuestra amistad. No pudieron entrar a verte pero se la pasaron a Sebastián. Luego llamadas y hablar contigo, así como esas llamadas eternas que teníamos cuando yo tenía teléfono fijo y me llamabas y mi mamá decía dile que no llame tan tarde y yo aguantándome la risa, para no despertarlos.
Luego ir a verte. Luego pensar que ahora sí que sí que teníamos que sacar tus libros pos Mauricio, que no puede ser que no hayas sido publicado como mereces, que es necesario, que tenemos que hacerlo. Por que si hay algo que nos regaló este episodio terrorífico ha sido la posibilidad de editar estos necesarios libros. Convencerte. Convencernos.
El 31 de agosto tuviste tu accidente cerebro vascular. Durante septiembre retomamos las conversaciones, que tú habías iniciado en junio con Vicente Undurraga de Random para ver qué podríamos publicar ahí. Volviste a tu casa en Octubre. Mismo mes en que nos enteramos que mi hermana tenía un cáncer terminal de pulmón. El resto es tú recuperándote como una especie de Rocky, mi hermana cada vez peor y estos libros “Algo nuevo anterior” y “El estilo de mis matemáticas” creciendo fuertes y sanos. Se dio vuelta la tortilla y me llamabas para preguntarme en estricto orden por mi hermana, mis papás y Tomás, mi hijo. Lanzaste “El estilo de mis matemáticas” el 27 de abril, el 23 de mayo murió mi hermana.
Quien lea “Algo nuevo anterior” podrá experimentar lo mismo que he experimentado yo en estos 24 años de conversaciones contigo: la alegría, la pena, las ganas de salir corriendo a escribir, a pintar, a fotografiar, a abrazar a los hijos, a hacer una huella, grande, gigante, chiquita al mundo. La posibilidad de tener experiencia en un país que intenta arrebatárnoslas todas porque nos llena de estupideces.
Este libro es el reflejo de un modo de vida que implica ligar memoria y futuro, cariño y respeto. Política así con P mayúscula porque la creación se ha vuelto el partido que hemos forjado y al que le debemos todo y desde donde nos ordenamos y andamos todos juntos de la mano.
El libro que hoy aquí tengo el honor de presentar va a permitirles a cada uno de ustedes conversar con Mauricio como yo he estado conversando con él los últimos 24 años de mi vida. En los talleres literarios, en las tocatas, en su casa, por teléfono. Nos va a permitir conversar con él y abrir tremendas conversaciones entre nosotros y con nuestros hijos y nietos. Y eso es todo lo que importa.
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[1] Ver el poema No importa de Mauricio Redolés, recientemente publicado en “El estilo de mis matemáticas” Lumen, 2017, pp 168.
[2] Aceituno, R. (2008). Sobre la memoria de las cosas. In Conferencia leída en Seminario Internacional “Teatro, Historia, memoria”, organizado por la Escuela de Teatro de la P. Universidad Católica de Chile, la Escuela de Teatro La Memoria y la Escuela de Teatro de la Universidad Mayor. Santiago de Chile, octubre (Vol. 22).
[3] Calveiro, P. (2008). La memoria como futuro. Actuel Marx Intervenciones, 6, 59-74.