ESCRIBIR A CIERTA DISTANCIA
Me encantaría que gustes de mí. Dalia Rosetti. Editorial Mansalva. Buenos Aires, 2005.
Por Mónica Ríos
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Cuando estaba en sexto básico viajé a Buenos Aires con un grupo de compañeras de curso a participar en un torneo de hockey sobre césped. Perdimos en casi todos los partidos. Hace poco encontré unas fotos y en una de ellas aparecía una de mis compañeras sentada en un basurero. La ridiculez de la foto no provenía de la posición en que estaba la modelo, sino de que yo conservara una fotografía de una persona casi desconocida. Fue como un flash de camaradería que antes no había existido y que se esfumó en los próximos días, cuando volvimos a Santiago. No creo que esa ella pueda encontrarse con esta nota; tampoco ninguna de las otras que iban en ese viaje. Sólo una de las niñas de ese grupo se convirtió –aventuro– en algo que tiene alguna afinidad con la lectura. Aunque tampoco reconocería aquí su nombre si lo pusiera.
Por eso me llama la atención, en la biografía de Dalia Rossetti, la dedicatoria a sus compañeras del sexto B –yo estaba en el sexto D o C. Descubro allí un hilo que refuerza la escritura en registro de escritura femenina casi por libro –el diario, las cartas, la creación de un sujeto–, y que por conjunción con el melodrama combinado con el teatro kitsch de revista, afirma su distancia irónica. Una escritura que expresa para no decir, que evita la afirmación a la vez que no puede más que afirmar a través de un universo ficcional que de tan innecesario se vuelve ineludible. La pluma descriptiva de Rossetti es elaboradamente ingenua en su formulación, pero su contenido produce el efecto de inmiscuirse en algo íntimo y personal, de entrometerse en la vida de alguien, volverse un espía. Tanto juego de identidades y mecanismo distanciador me hace sospechar que su experiencia en el sexto B le provocó algo más que inspiración y camaradería femenina; tal vez algunas de “sus musas” tampoco se reconocerían en esos relatos, como mi compañera de sexto básico en esta nota.
Creo que siempre sucede que el uso del heterónimo crea la inquietud por encontrar la relación entre el autor y su vida, especialmente cuando está escrita bajo la forma del diario o notas. Trato de no caer en ello, pero me contaron el nombre de la persona que se esconde tras Dalia Rossetti, la impostura del nombre que es también el de la expresión. Quien usa el heterónimo realiza el juego en el ámbito literario, pero también en el de la realidad o, mejor dicho, donde ahora la persona de carne y hueso tras un nombre que inventa un nombre es también un personaje de sí mismo. Me acuerdo de esa afirmación de Hegel, en su Estética: el retrato de una persona puede parecerse más a un individuo que el sujeto real. Me encantaría que gustes de mí pone en entredicho la separación entre la realidad y la ficción, fundiendo sus compartimentos.
En ese lugar de enunciación sin filtros se encuentran exageradas visiones sobre el futuro junto a menciones a Red Hot Chili Peppers. Lo posible de escribir es la situación y el acontecimiento. Sólo a través de ellos se halla al personaje, se definen sus límites, de allí surge la verosimilitud casi como en una narración audiovisual. Sin embargo, ni el ritmo apurado que superpone los acontecimientos encima del otro ni su ilación aparentemente débil, así como el suceso extraordinario e inverosímil, permitirían la adaptación directa a una pantalla. Es demasiado literario. En la fórmula de unión entre el pathos y el patetismo hay una posibilidad de existencia, la persona que vive los acontecimientos con una implicancia emocional exagerada, megalomaníaca, que a la vez se suceden sin importancia. La fórmula tragicómica surge de la experiencia de convertir los hechos, hasta el más mínimo, en algo grandioso, un melodrama que se padece. Rossetti presenta un mundo de mujeres. El pene, la carencia de estrógeno y de tetas en Me gustaría que gustes de mí son una referencia, aunque inevitable, lejana. El tratamiento al que Rossetti somete la escritura rosa se distancia de su forma típica al adoptar como protagonista, objetos de deseo, sidekicks y secundarios sólo a mujeres; los arquetipos femeninos de la tradicional escritura se transforman bajo la relación lésbica, el compañerismo femenino, la competencia sexual entre mujeres, los celos, la seducción. El producto es una reelaboración a la vez que aserto de una identidad genérica que se ubica en una fórmula de escritura muy permitida para esos contenidos.
Me permito aludir a mi experiencia de lectura: no sé si estoy frente a un libro malo o uno bueno, si leo con parámetros que se ajustan a lo que se escribe o si se ajustan a los míos. Me acuerdo de las plumas, del camp, de los otros autores que juegan con eso, de las canciones italianas, de la música en la radio con pulso 3/4 y saco alguna que otra conclusión que escribo. El deslizamiento de los límites de la novela a través de los efectos distanciadores permite desnudar las minucias humanas que no participan de la reflexión pública (como la vergüenza y el miedo a la exclusión –¿no era ese el principio de la cultura pop?–) y que producen desagrado cuando se puede conectar con la propia experiencia. No puedo ver en este efecto la intención de un vaciamiento total de contenido, como en Sarduy o Aira, escrituras tan necesarias en un momento, sino una muestra de cómo la exacerbación de las narrativas del yo produce su desvanecimiento en aquella parte del sujeto que no es sí mismo.