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La escritura de Mónica Ríos
Por Carmen Flores
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Mónica Ríos (Santiago de Chile, 1978) es autora de las novelas Segundos (2010) y Alias el Rocío / Alias el Rucio (2014-2015). Cuentos suyos han aparecido en varias revistas y antologías; algunas de ellas son: Disculpe que no me levante, Escribir en Nueva York, Casa de locos y Lenguas, así como en la revista Asymptote. En septiembre de este año va a publicar su primer libro en inglés Estudio objetual de una cabeza.También ha publicado ensayos y artículos académicos sobre literatura y cine latinoamericanos. Desde 2008, es parte del colectivo Sangría Editora. Actualmente, vive en Estados Unidos, es profesora de literatura en la universidad, imparte talleres de escritura, escribe una tesis doctoral y termina un guion para cine.
En una entrevista reciente con Rumbos, así reflexionó sobre su manera de abordar la literatura.
- ¿Cómo escribe usted? Me refiero a tiempo dedicado, rituales, horarios preferidos…
- Tengo varios y distintos rituales para escribir, a tal punto que podría decir que no tengo rituales. Por el contrario, todos mis textos han tenido una forma distinta de aparecer. Tiene que ver con lo que uno escribe, pero también con la vida que esté llevando. Por ejemplo, en momentos en los cuales estoy llena de trabajo, suelo escribir muchos textos cortos en el bus o en el tren, y los cuentos, como los que estoy escribiendo ahora, se impregnan de esa sensación de tedio que invade el día a día del trabajo. Ahora que disfruto de una beca, estoy en un proceso de cambio con respecto a lo que hago para escribir. Ahora escribo fuera de mi casa, lejos de mi escritorio, lejos de mi computadora. Después de tener una primera versión, escrita por lo general a mano, vuelvo a tipearlo y voy de a poco puliendo, leyendo y releyendo hasta sentirme cómoda con cada frase que quiero mostrar al lector. Como también escribo ensayos y artículos, esos siempre los escribo en casa, porque necesito tener mi biblioteca cerca. Y los guiones, esos los escribo en cualquier lugar, a cualquier hora; a pesar de que me gusta mucho escribirlos, se siente ese peso de su maquinaria industrial y su forma tan clara y delineada por los modelos de producción.
- ¿Cuál ha sido el proceso que la ha preparado para escribir?
- Soy una escritora que se entrenó leyendo. Y durante todos estos años, he practicado muchas formas de lectura. Siempre me gustó leer las cosas que me gustaban muy lento, evitando que me quedara esa sensación de vacío, como cuando llegan los créditos de una película. Por el contrario, cuando detestaba una novela la leía rápido, en horas. Pero siempre leía. Mi escritura empezó de ahí: de repente sabía cómo expresar las cosas. Eso fue evolucionando y lo que quiero ahora no es mostrar, sino transformar las cosas y las percepciones.
- ¿Usted parte de un personaje, de una situación, de un decorado, un lugar?
- Empiezo con un sonido. Suelo dejar reposar una imagen, una acción, un efecto o una sensación en mi mente o en mi cabeza durante días. De repente una frase empieza a sonar. Significa que he encontrado el tono, y solo entonces tomo la pluma.
- ¿Hace un plan preciso?
- Más que planes, me gustaría decir artefactos: creo artefactos que podrían de alguna manera rara, audaz y poco convencional planificar lo que tengo que escribir. Evito la estructura porque esas historias me aburren; de hecho, cuando reconozco en mis cuentos o novelas una estructura lineal, inserto un punto de fuga, una salida que no existe.
- ¿Cuál ha sido el disparador de su primer libro?
- El mismo que para todos los demás: contar la única historia que no se ha contado en circunstancias que parecen ya consabidas. En el caso particular de mi primera novela Segundos, el disparador fue, justamente, un disparo: quería contar todas las historias alrededor del suicidio colectivo de dos jóvenes que parecían tenerlo todo, algo que nadie podría claramente averiguar más que como conjeturas.
- ¿Qué es más importante? ¿La intriga o el estilo?
- Ninguno de los dos, y los dos a la vez. Diría que no se pueden separar. Pienso, por ejemplo, en aquellos libros, como los de George Perec, en el que estilo es la intriga misma. O en aquellos donde la centralidad de la intriga es un estilo tan perfectamente pulido que las acciones nos parecen transparentes. Un texto es siempre una máquina con tuercas y tramoyas; la palabra se usa para crear ciertos efectos, para dar cuerpo a ciertas voces y a ciertas realidades. Un texto nunca nos muestra una intriga pura; por el contrario, solo accedemos a una forma pulida que da la apariencia de algo inmediatamente comprensible a través de, por ejemplo, acciones que construyen una trama.
- ¿La escritura se aprende?
- La literatura, como cualquier disciplina, tiene sus reglas y límites. Un escritor conoce bien esos límites y siempre hace un agujero para escaparse. Hay solo un tanto que se puede aprender.
- ¿Qué escritores le gustan? ¿Hay alguien que la haya marcado?
- Respeto mucho el trabajo de los otros y como te contaba he leído de todo. Pero a mí me han influido principalmente las escritoras y los escritores que ensayan formas de destruir el poder imperante y decir lo que nunca se ha dicho: Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik, Sor Juana Inés de la Cruz, Diamela Eltit, Marguerite Duras, Severo Sarduy, Mauricio Wacquez, Virginia Wolf, José María Arguedas, Mary Shelley. Podría continuar. También me resuenan siempre libros de teoría o esos que están en el borde entre literatura y teoría: Jacques Derrida, Friedrich Nietzsche, Luce Irigaray, por ejemplo. Actualmente no puedo parar de leer las novelas-investigaciones de Cristina Rivera Garza.
- ¿Piensa que Internet cambia la manera de escribir y de hacer literatura?
- Sí, pero tengo confianza en el animal que hay en todos nosotros. Es decir, nuestras relaciones son mucho más que lo que vemos en nuestros teléfonos o computadoras, y esas han estado en transformación durante mucho más tiempo del que puede dar cuenta nuestra biografía en las redes sociales.
- ¿Qué consejos daría a los debutantes ?
- Un escritor nunca está del todo donde tiene que estar. Por eso, que la disciplina que desarrolles para ejercer tu escritura sea únicamente tuya, tan particular como tu tono de voz. No sigas la receta de nadie, ni siquiera esta receta que te doy. Porque la voz tiene un poder transformativo: tómalo todo y conviértelo en otras historias, más raras aún. Nunca te preocupes de la verdad; esa va a aparecer en el texto de las maneras menos pensadas. Y acuérdate que el poder del escritor ––la palabra–– puede levantar imperios, destruir a los poderosos, crear historias y cambiar la historia.