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Lecturas para acompañar las marchas por las Black Lives
parte 1
Por Mónica Ramón Ríos
Publicado en El Desconcierto, Chile. 30 de junio y 7 de julio de 2020
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Me uno a una de las tantas protestas del 19 de junio llamada a mediodía frente al Brooklyn Museum. El regreso desde Chile a mi casa, muy cerca de ese museo, se mueve con el pulso de las diarias protestas pacíficas, vigilias y concentraciones encendidas por los asesinatos de George Floyd, Breonna Taylor y más recientemente Rayshard Brooks, que se suman a las decenas de asesinatos de cuerpos negros por la policía racista en pocos años. El coro se escucha desde distintos barrios apuntalado por los helicópteros en el cielo y las imágenes de la policía violentando manifestantes pacíficos durante un toque de queda. Es una narrativa que en Chile conocemos bien: la mayoría de las protestas se suceden en completa solidaridad; se ponen peligrosas cuando llega la policía o por la intervención de grupos de supremacía blanca y extrema derecha. En las últimas semanas, han aparecido en varias ciudades de Estados Unidos hombres negros y latinos colgando de árboles, y, a pesar de que las autoridades los han catalogado como suicidios, la similitud con los rituales linchamientos del Ku Klux Klan no pasa desapercibido. Hoy aquí en las protestas se escucha la rabia transformada en solidaridad: “What do you think ‘No justice, no peace’ meant?”, dice la pancarta de un manifestante. “We are at war”, leo en otra.
El pasado viernes 19 de junio se conmemoró Juneteenth, ese día en 1865 cuando los negros en situación de esclavitud en Texas fueron informados –más de dos años después de la proclama oficial del bando ganador de la guerra civil– sobre su libertad. Es el Día de la Emancipación, y en los diez años que llevo en este país no había visto esta celebración transformada en un feriado oficial en varios estados. Incluso algunos piden reemplazarla por la Independencia del 4 de julio. Este es un cambio fundamental y se hace visible que nos rebelamos contra los sistemáticos y secretos rituales por los cuales los cuerpos negros todavía se transan desvalorizados en el mercado. Porque el racismo es el factor primordial que estructura la sociedad estadounidense y el escritor James Baldwin lo sintetizó en su ensayo Notes of a Native Son: “la historia de los negros de Estados Unidos es la historia de Estados Unidos”.
La historia sobre la violencia policial, el vínculo entre capitalismo y racismo y la falta de estructuras sociales en uno de los países más ricos del mundo han dejado en evidencia la necesidad de reeducar a una sociedad estadounidense cómplice. La literatura reciente sobre el problema del racismo es masiva. Incluye tanto a Citizen, el maravilloso poemario de Claudia Rankine, como libros de análisis sobre “whiteness”(blancura) –varios amigues leen ahora White Fragility, de Robin DiAngelo– y guías prácticas para ser “aliado”. Por mi parte, en estos diez años han sido fundamentales las lecturas de literatura, teoría y filosofía negra anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal para sobrevivir las políticas y las micropolíticas de este país. Quiero compartir algunas de esas lecturas, muchas de las cuales se pueden encontrar, traducidas o no, online de manera gratuita.
Luces sobre el feminismo negro
En 1851, Sojourner Truth, activista negra que consiguió su libertad escapándose con su hija y recuperando a su hijo en un juicio contra un hombre blanco, pronunció el discurso “Ain’t I a Woman?” en medio de una importante convención por los derechos de las mujeres celebrada en Ohio. En las varias versiones que circulan en la web, Truth critica el argumento de la fragilidad de la mujer, expuesto por algunos participantes para negarle su entrada en política. Propone en cambio mirar la experiencia de mujeres negras, como ella, que trabajan con la misma fuerza que un hombre y que sufren maltratos sin consideración a su delicadeza. Truth pregunta “¿acaso no soy yo una mujer?”. En 1989, la profesora de derecho Kimerberle Crenshaw retomó aquella reflexión para dar cuerpo al concepto de interseccionalidad, el que describe las múltiples capas en que se expresa la opresión. En el artículo “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex”, utiliza dos imágenes para ilustrar el concepto: un cruce de calles entre dos vías identitarias y una pirámide de opresiones. Su propuesta es que la utilización de un único eje de análisis, “raza” o “género”, funciona como base para desestimar la experiencia específica de las mujeres negras, quienes ocupan el último escalafón de la pirámide. Ahí también cita a Anna Julia Cooper, que expresó el principio que se ha vuelto base para la lucha feminista negra y para la lucha en general: únicamente cuando entre la última mujer negra por el umbral de la libertad, entrará la raza negra y, por extensión, la humanidad entera.
Pero el concepto de interseccionalidad estaba siendo discutido mucho antes de la aplicación que le dio Crenshaw. En 1981, las chicanas Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga editaron un libro titulado This Bridge Called My Back, en el que incluyeron escritos de mujeres de varias comunidades marginalizadas por su raza de los ámbitos literarios, políticos y académicos. Además de sacudirse del desprestigio de sus experiencias y culturas, los textos experimentan con múltiples géneros literarios (autobiografía, poesía, textos espirituales junto al análisis cultural y la teoría). Unos años antes de aquel libro, Combahee River Collective sacó un manifiesto en el que se declaraban luchadoras contra una serie de “opresiones entrelazadas”, entre las cuales se encuentran la racial, la sexual, la imposición de la heterosexualidad y la clase. En este manifiesto, las mujeres declaran que su arma de lucha es el feminismo negro para destruir el sistema de opresión, incluido el capitalismo, un sistema de administración económica que elige explotar a los cuerpos vulnerables, racializados y generizados, por tanto, la crítica apunta a un capitalismo inextricablemente unido al racismo. En cambio, repiensan las políticas de cuidado y los afectos como práctica política.
Parte del pensamiento de Audre Lorde, que participó de aquel colectivo, se basa en cómo derribar los sistemas de opresión al cambiar los modos en que aprendemos las reglas de la sociedad. Así pues, Lorde, en discursos y ensayos como “Uses of the Erotic: The Erotic as Power” y “The Uses of Anger: Women Responding to Racism”, modifica los ejes de análisis del vínculo humano para desaprender los vínculos sexuales patriarcales y, bebiendo desde el radicalismo negro, legitimar la rabia como un método de protesta y el amor como arma política. En su texto más citado, “The Master’s Tools Will Never Dismatle The Master’s House”, describe la necesidad de desaprender la cultura, la sociedad y la humanidad, puesto que siempre llevarán integrados los mecanismos de nuestra opresión. Arguye como escritora a favor de una nueva manera de nombrar que se adecúe a nuestras experiencias y, por tanto, las experiencias no representadas se convierten en potencia y en un cambio proyectado desde las comunidades y sus organizaciones hacia arriba. Algunas de esas ideas fueron la base para la escritora y teórica bell hooks, quien en su libro All About Love analiza las psiquis y las identidades formadas por el racismo y el patriarcado, que nos enseña a aceptar formas de violencia y nuestra propia sumisión. El libro es una memoria y una hoja de ruta para la emancipación. Asimismo, en uno de sus múltiples artículos sobre cine, “The Oppositional Gaze”, hooks articula, contra una mirada que nos oprime inserta en el aparato fílmico, una forma diversa de ser espectadora: la mirada crítica que emerge desde la opresión más absoluta para desafiar al amo. Ese desafío, esa posibilidad de decir no, está en la base del argumento de Beloved, donde Toni Morrison narra un particular acto de amor: la muerte de una hija por su madre para evitarle la esclavitud.
parte2.
Las cámaras y las redes sociales han permitido la visibilización de la violencia policial sobre los cuerpos negros y ponen en evidencia que la emancipación es no solo un proceso inconcluso, sino un asunto que concierne a la sociedad entera. Frente a las muertes que coinciden con negros, latinos, y migrantes, las protestas en Estados Unidos resuenan como el derrumbamiento de un estado enraizado en jerarquías raciales, coloniales, de género y de clase. Por otra parte, y en sintonía con proyectos decoloniales, los organizadores vuelven a considerar las formas de vida de las comunidades sobrevivientes a las violencias del capitalismo como futuros posibles. En esta segunda entrega, comparto otros libros sobre la lucha negra en Estados Unidos.
La identidad es un campo de batalla
En 1903, el escritor, activista y teórico W.E.B. Du Bois publicó el libro The Souls of Black Men, central para entender cómo el racismo articula la psiquis del hombre negro. Ahí presenta la idea de que la raza es un velo que impone en el hombre negro una “doble consciencia”: frente a la existencia material y el valor de la experiencia vivida, se impone en la psiquis una mirada externa que la divide y define lo negro como una falta. En sus memorias titulada Darkwater, Du Bois describe el momento exacto de su infancia cuando “se da cuenta” del hecho de su piel y su efecto en los ojos y las palabras de los otros. La doble consciencia fue clave para la propuesta del psiquiatra y revolucionario de Martinica Frantz Fanon. En Pieles negras, máscaras blancas describió la psiquis del colonizado dividida por la mirada del colonizador, en este caso el descubrimiento de su diferencia y de lo que significa en los ojos imperiales de una niña francesa. Esa sensación de extrañeza, de estar fuera de sí mismo, es también cita en la película de Ousmane Sembene La noire de… en la que la identidad de Douiana, recién migrada desde Senegal al sur de Francia, se desdobla en una máscara africana colgada en el departamentito burgués de sus patrones blancos.
Aquellos conceptos se transforman en una historia intelectual en el libro de Cedric Robinson Black Marxism, cuyo objetivo es dar luces sobre una “Black radical tradition” o “tradición negra radical”. A partir de un análisis desde la teoría crítica de raza, Robinson analiza las metodologías revolucionarias marxistas a la luz de las secuelas de la emancipación bajo las leyes de segregación, los posteriores movimientos de la negritude y revolucionarios del tercer mundo como Amílcar Cabral. Para esto es central la coincidencia temporal con la vida de Du Bois, y se expande sobre otros dos escritores e intelectuales fundamentales: CLR James y Richard Wright. Así propone que el mero ejercicio de la pluma por los intelectuales negros conlleva un choque entre la cultura occidental, que da la escritura, y de la posición de la cultura negra, a la que se le usurpa su uso. De ahí surge un pensamiento, una estética y una vida que es necesariamente política y revolucionaria.
Eliminar las violencias y aprender de la comunidad que sobrevive
En el libro de Cedric Robinson se expone claramente la relación existente entre explotación y racismo. El más reciente volumen titulado The New Jim Crow (2010), de Michelle Alexander, expone cómo actualmente el sistema carcelario actualiza las leyes de segregación. En su argumento “la guerra contra las drogas” funciona como un sistema de control social racista. Pero es desde los escritos de Huey Newton (cuyo excarcelamiento es el centro del documental Black Panthers, de Agnés Varda), Asata Shakur y Angela Davis exponen que el sistema carcelario es el centro neurálgico de la opresión de las comunidades negras. A través de los discursos y escritos de Angela Davis, podemos leer una larga historia de activismo antiprisión, donde surge el concepto de “Prison Industrial Complex”. Ese término indica el momento en que la neoliberalización del sistema carcelario se convierte en un proliferante negocio securitario. Lucra por el encarcelamiento de los hombres negros, latinos y migrantes –pues el estado paga por su mantención–, pero también por la implementación de prácticas laborales similares al esclavismo dentro de las cárceles y de una comunidad que en constante segregación social por el vínculo con prisiones y policías. La actualización de la esclavitud en códigos actuales fue la base de la novela especulativa de Octavia Butler, Kindred, que narra modelos de neoesclavización marcadas por el viaje en el tiempo.
Hace poco escuché una charla de la activista antiprisiones Ruth Gilmore en que explicaba cómo la construcción de espacios sin segregación es la base para la práctica abolicionista perseguida no solo por ella sino también por Davis. La práctica abolicionista propone que la emancipación es un proceso en construcción constante y que se relaciona con modelos diversos de tiempo, espacio y organización comunitaria. Aquella visión está en completa sintonía con los escritos ficcionales y ensayísticos de Toni Cade Bambara. En varios de sus ensayos, cuentos y entrevistas propone situaciones en que la libertad no es un proyecto utópico de futuro, sino una decisión capaz de materializarse en el presente incluso de cara a las violencias del autoritarismo, el racismo y la precarización. Es también un ejercicio de memoria y una exploración profunda de los vínculos (y que me hace recordar las novelas de James Baldwin y Langston Hughes). Pero en la propuesta de Bambara, la libertad está en el autoconocimiento, la memoria, y en modificar nuestra percepción del tiempo para dar espacio a la sanación. Este es un tiempo que, de manera similar al de la protesta y la asamblea, se opone al tiempo productivo capitalista donde se examinan los vínculos internos y externos para proponer un existir de otra manera.