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Mónica Ríos | Autores |

 

 

 

 








Frente a la potencia destituyente-instituyente, ¿qué hace la literatura?
Parte 1


Mónica Ramón Ríos, escritora, editora y académica

https://antigonafeminista.wordpress.com/



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El domingo 25 de octubre de 2020 fue motivo de celebración. A un año de la multitudinaria marcha, no estábamos locas ni solas ni éramos pocas; éramos la mayoría. Pero hoy esa mayoría quiere ser transformada desde una asamblea de cuerpos a un territorio de conquista. Desde el lunes 26, una serie de rostros y representantes de la clase política han puesto sus nombres en ese campo, dejando en evidencia problemáticas estrategias de representación. Leyendo los comentarios en las redes sociales y más allá de las voces de odio, me pregunto sobre las expectativas que tenemos el/la cuerpx chilenx sobre la representación en el campo político y público: qué se representa cuando se representa y aun cómo vamos a hacer para que las representaciones que deseamos quepan en los estrechos mecanismos que nos dejó la cocina del patriarcado, la política de los acuerdos de paz y una ley constitucional, la 21.200, que regula la Convención según viciados cálculos electorales. Es tal el manejo de la clase política de la potencia destituyente que hasta Piñera puede apropiarse del goce y sacrificio de la klle. La pregunta por la representación requiere contestar una pregunta previa y cuyo análisis, hacia el que estábamos encaminadxs, quedó, bajo el control de la población que usó la pandemia como excusa, a medias: quiénes somos como colectivo, comunidad y nación, y qué parte de eso que somos estamos dispuestxs a delegar para que otrxs nos representen. Tenemos poco tiempo (y tiempo es lo que necesitamos), poco espacio para maniobrar (y espacios nuevos y amplios es lo que queremos crear) y eso nos juega en contra. ¿Seremos capaces, en este proceso de poder destituyente y potencia instituyente, de modificar la ley que obliga a la revuelta a hablar la lengua de los políticos? ¿Podremos quitarle a ese grupo que ya es clase el poder sobre la lengua y la escritura, para imponer la palabra que transita de la klle a las organizaciones? ¿Qué es la independencia en los estrechos mecanismos que permite la ley 21.200? En otras palabras, ¿es este un triunfo de la klle o de la clase política? ¿Será una asamblea o una mera convención? En otras palabras, es una lucha que recién comienza.

Como escritora, las potencialidades del lenguaje son mi principal interés. Mientras escucho/leo las conversaciones y conversatorios en mis redes y asambleas, nos ponemos al día en los lenguajes legados por la clase política: los cálculos insertos en la fórmula electoral. Porque los políticos de carrera nos tienen hablando su lenguaje; por supuesto, para sonar “firmes junto al pueblo” aprobaron a los independientes en la estrechez de sus mecánicas, aunque por dentro sonríen con burla y calma mientras ven cómo lxs asambleístas besan sus pies. Porque no hay espacio para una independencia más allá de esa palabra que hace tiempo, como vemos en la historia de algunas editoriales independientes devenidas neoliberales, un significante útil, sonoro y vacío. Alarmante es que la cocina del acuerdo de paz sea ley constitucional y que ate la potencia instituyente a los mecanismos de elección de diputados, incluyendo cantidad de representantes, configuración distrital, distribución de dinero en las campañas; preocupa la necesidad de que los candidatos a la constituyente se presenten en listas, garantizando así la preponderancia de los partidos por sobre otras comunidades; inquieta la necesidad de financiar una campaña política subyugando los intereses de base a los privados intereses de acumulación económica; nos arden los altos sueldos asignados a los representantes en un país que se rebeló contra salarios miserables. Quema que frente al cansancio de la población ante la clase política, hayamos recibido como respuesta una negación del valor independiente y participativo que exigió la potencia kllejera. Y al leer la ley, aparecen más detalles: ¿quiénes serán los “expertos” que asistirán a los constituyentes? ¿Qué haremos con el quórum inserto en la ley? ¿De qué manera regulamos, como ciudadanía, el manejo de ese conocimiento y su concomitante (concentración de) poder? ¿Pasaremos de la Constitución de Pinochet a la Constitución Neoliberal? Fuimos a votar con emoción, ¿pero es esto lo que aprobamos?

Quienes nos opusimos a la cocina del patriarcado lo hicimos justamente por esto, porque la mecánica de la convención borra la potencialidad de la asamblea. Pero no estoy sola al pensar, mientras leo Gramsci con mis estudiantes, que hay otros mecanismos para transformar los aparatos ideológicos del Estado; la klle es una, la palabra es otra. Ambas deben protestar, con ojo clínico, al control que impone la clase política. Los escritores con intereses y vínculos familiares con la élite política me (nos) dicen: “utopistas, déjales seguir imaginando.” Fue Herbert Marcuse quien afirmó que tal negación del pensamiento utópico equivale a la cancelación del pensamiento crítico, y sin eso nos entregamos al poder (en este caso, neoliberal). A diferencia de ellos, hay otra manera de entender el pensamiento utopista: a través de una tradición que no sea colonizada, racializada ni patriarcal. Porque para pensar en otro sistema político no existe la página en blanco, sino experiencias y sobre todo sobrevivientes, comunidades que han vivido a las sombras del Estado. La klle y sus necesidades de restauración no son poder fundante, sino instituyente. La klle hace visible otras experiencias, historias y tradiciones; ahí también hay pensamiento. Dicho de otra manera, la klle se sostiene sobre otros proyectos; se trata de comunidades lideradas muchas veces por mujeres y creadas a partir de economías alternativas, que no solo proponen otra manera de vivir, sino que viven ya en ella. Bien podríamos darnos el tiempo (¡tiempo!) para pensar sobre su participación en lo político, que el poder institucional-acuerdo-paz quiere mantener como “balbuceo apolítico” y llamarlo “violencia”. En suma, nuestras utopías no tienen por qué mirar a la teoría política de salón y de ahí figurar un futuro. Deben mirar hacia el lado, en el presente, a las sombras del Estado; ahí ya hay, vivos, planes y espacios para el futuro.

Después de asistir a varios conversatorios online y en particular después de escuchar a expertas en cálculos políticos, la principal falacia que recorre el movimiento es el de la independencia de los candidatos a la Convención Constituyente. ¿Independientes de qué? ¿A quiénes representan lxs independientes y de qué manera van a representar los intereses de las mujeres, disidencias, personas trans, personas que trabajan en cultura, anticapitalistas, ambientalistas, pueblos originarios, migrantes, antirracistas, capacidades especiales, en fin, a todas aquellas demandas que cruzan los feminismos entendidos como herramientas críticas revolucionarias? Mientras nuestro colectivo, Sangría Editora, recibe invitaciones para asistir pagando a las versiones virtuales de la Furia del Libro y la Primavera del Libro, nos preguntamos sobre el sentido de la independencia en el ámbito editor y en el ámbito político. Desde que empezamos la editorial en 2008, con un ánimo antiacumulación y lidiando con un campo literario arrasado por las poéticas neoliberales, hemos visto varios proyectos que se escudaron en la independencia para echar a andar prácticas extractivistas naturalizadas en el campo de la publicación forjado en los noventa y afirmado en el siglo XXI. He visto a las mentes de mi generación, no las mejores aunque algunas bastante considerables y aunadas bajo el nombre de “editorales independientes”, negociar con un Estado que entrega migajas a la cultura, adoptar prácticas de explotación laboral mientras viajan de feria en feria y acumulan dinero mientras contribuyen a la precarización del campo literario, utilizando las asociaciones para establecerse como figuras culturales del salón literario neoliberal. ¿Tan acostumbradxs estamos a la literatura como bien privado que somos incapaces de deslindar las prácticas antiacumulación con las de la ganancia y las del prestigio privado y centralizador? Es hora de emprender una larga crítica a las prácticas que se esconden tras la palabra independiente, un significante vacío que permite mover las piezas para representar, bajo la apariencia de vocerías críticas al sistema, el hecho de que son sirvientes de un proyecto contra el cual luchamos.

En otras palabras, no hay independencia si no es bajo la dependencia explícita, accionada por prácticas, de un proyecto anticapitalista, antiextractivista, antiacumulación, y que conscientemente actúe para eliminar la sobrepresencia de hombres, capitalistas, personas racistas, xenófobos, misóginos, transfóbicos y antidisidencias. En un momento de acelerada practicidad, quienes ejercemos la crítica debemos aportar a la klle nuestro lenguaje para nombrar las injusticias en nuestros ámbitos, con el objetivo de visualizar cómo la ley puede deslegitimar las demandas que convergieron en el apruebo; debemos aportar un lenguaje para que el espacio público sepa que todxs somos sujetxs políticxs (no solo partidos y coaliciones) al compartir un territorio, un futuro y un espacio de protesta. Desde la klle debemos exigir un cambio en la ley y promover otros mecanismos de representación que no se basen en el viciado sistema electoral. La Convención debe cambiar a Asamblea, y debemos exhortar a los constituyentes, sean quienes sean, a que escuchen durante por lo menos un año a todxs lxs representantes, pobres, ricos, políticos, gremios, asociaciones feministas, de cultura, de regiones. Imagino una gran marcha valpúrgica en la que caminemos de todxs los territorios y hagamos un foro amplio (vapuleado, amado, criticado, escupido, acariciado, vivo) y abierto donde los rostros queden silentes frente a la marea de voces que necesitan ser escuchadas.



 

 

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