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Afest (encuentro de escritores latinoamericanos en Nueva York, 2017)
DISCURSO INAUGURAL
Mónica Ramón Ríos
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Les doy la bienvenida a la sesión inaugural del Afest. Mi nombre es Mónica Ramón Ríos y soy la organizadora de este evento. Quiero expresarles mi felicidad y emoción de verlos a todos reunidos aquí esta noche. En su presencia se concreta un año y medio de trabajo, y el convencimiento de una potencialidad existente en la literatura: la de materializar a través de la ficción, del fabular y del acto estético, vínculos sociales.
Cuando empecé a organizar este evento en 2015, el contexto sociopolítico de América era muy diferente; en ese entonces, la necesidad de crear un encuentro literario entre escritoras tenía como objetivo actualizar a la comunidad lectora de Estados Unidos sobre la densidad literaria existente en Latinoamérica. Es decir, emergía de la incomodidad que me producía la idea de que Latinoamérica es inmediatamente legible a través de los pocos escritores que circulan por los medios, las editoriales cosmopolitas y la especialización del escritor delimitado por ese mercado. Al mismo tiempo, en el campo académico detecté cómo esa circulación afectaba los programas de estudios sobre literatura latinoamericana, programas que, a mi entender, deberían estar constantemente ampliando las concepciones del fenómeno literario y las lecturas sobre el continente, en vez de imponer mecanismos teóricos y mercantiles sobre ese complejo corpus textual. Esto no es únicamente un asunto de acceso, sino que hace evidente la falta de contextos lectores, esos que proporcionan claves y enclaves para leer poéticas locales.
Además de eso, la literatura también cumplía un rol en relación al movimiento de protesta contra los femicidios y el genocidio indígena llevado a cabo por los estados, que continúa en varias comunidades de Centroamérica, la zona andina, la Amazonía, el Caribe y el Cono Sur. Los movimientos sociales y las variadas organizaciones ciudadanas en las que participaron y participan varias escritoras afines a nuestro Afest, actualizaron un largo pensamiento feminista en torno al cual se articularon conceptos y prácticas políticas y culturales para una resistencia contra las salvajes armas del capitalismo, contra un estado que condona los asesinatos de las líderes locales y un sistema que permite que las mujeres sean asesinadas en las casas y las calles de su cotidianidad. La literatura está obsesionada con el cuerpo muerto de la mujer, imagen indolente de la minoritarización de gran parte de la población. El Afest surgió en un momento en que se hacía urgente recuperar la memoria feminista como arma de protesta frente al surgimiento de un feminismo de corte liberal, capaz de ser apropiado por entidades que profundizan un sistema que tiene a gran parte de la demografía del sur de este globo en constante lucha contra sus aparatos de sumisión.
Pero desde aquel momento el contexto ha cambiado: en Latinoamérica, en un movimiento coordinado entre los grupos de derecha, se desmantelaron tres gobiernos liderados por mujeres, uno de los cuales sobrevive apenas[1]. Los acontecimientos de Argentina, Brasil, y quien sabe si Chile, antecedieron la reaparición del fascismo en los países del imperio noratlántico, que sincera hacia dentro del país las políticas xenófobas, colonialistas, capitalistas y desmanteladoras de la trama social que Estados Unidos ha llevado a cabo consistentemente en nuestros países. Con la actualización y ampliación del feminismo interseccional, las mujeres en Estados Unidos han logrado incorporar una crítica sistemática y transnacional que se ha llevado a cabo durante décadas tanto en Latinoamérica como en Estados Unidos. Y este es un movimiento estratégico en contra de una derecha que se organiza transnacionalmente, acaparando las afectividades en contra de sujetos en proceso constante de minoritarización.
El Afest como “encuentro” es un programa político que aboga por los vínculos transnacionales, transgenéricos y transidentitarios, en busca de cambios a aquella estructura que nos minoritariza en la vida y en el ejercicio de nuestra disciplina. El diálogo propuesto por este Afest sucede en una convergencia entre el congreso académico, la lectura poética y el mitin político, y funciona como un encuentro entre escritoras, académicos, traductores, editores y lectores. El modelo de las sesiones de hoy y de mañana es la asamblea, una práctica que se articula en torno al futuro de la comunidad que asiste.
Mi propuesta es que este encuentro no tiene carácter fundacional, una práctica que de inmediato relaciono con la violencia de estado, sino que se posiciona en una sucesión de eventos que proporcionaron contextos a las literaturas más densas y radicales producidas en castellano e inglés en este continente: los congresos y conferencias feministas de principios del siglo XX en Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile; los encuentros de los escritores latinos en Estados Unidos; las asambleas universitarias de las que participamos y el Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana realizado en Santiago de Chile en 1987.
En el espíritu de ese Congreso, que se llevó a cabo hace treinta años, Afest no sucede bajo el alero de ninguna institución en particular, sino en la convergencia de colaboraciones, pulsiones y deseos sobre cómo concebir la literatura y el lenguaje en nuestros entornos. Es, por lo tanto, una propuesta y un experimento de cómo pensar la circulación de la literatura en la actualidad. El nombre Afest remite a la idea de fiesta, de festival, pero en particular a la idea de afecto: es un encuentro más allá del podio o del ejercicio literario, un hervidero de cuerpos, lenguas, conceptos, teorías y literaturas.
La «A» de este Afest reconoce que esa cultura del afecto ha sido tematizada por las intelectuales y las escritoras mujeres, ampliando sus categorías para pensar en los vínculos sociales más que en un ejercicio sadomasoquista del amor, del matrimonio o del vínculo materno. Convoco aquí la densidad conceptual del «Eros alado» de Alexandra Kollontai, el vínculo fraterno presentado por Rosario Orrego, la cultura del cuidado de Audre Lorde, el amor libre de la poeta chilena anarquista Ana Rosa y la solidaridad feminista que se vive en las manifestaciones actuales. Con esto, quiero recalcar que esto no se trata de la esencialización de la mujer, sino de la proliferación de teorías que surgen en el contexto de la solidaridad entre sujetos minoritarizados. Dicho de otro modo, esta «A» recalca cómo ciertas marcas de nuestros cuerpos nos posicionan en términos de sujeción en nuestros lugares de trabajo, en nuestras casas, en las calles, en la política, en el acto de tomar la palabra y en relación a nuestros campos disciplinarios.
Con esa «A» del Afest quiero recalcar las potencialidades que surgen cuando reconocemos en los otros una situación similar y dejamos de definirnos por el amo, el jefe, el líder o el capital, todos ellos coludidos para administrar la distribución material y de derechos. Este Afest propone el encuentro como una puesta en práctica de la ética del reconocimiento del otro, con la posibilidad de desentrañar las categorías y los sistemas de poder que nos minoritarizan. No estoy proponiendo con esto crear un campo literario alternativo, sino redefinir las categorías, las historias y las narrativas con que nos leemos unas a otras. Investigar lo que Julieta Paredes ha llamado nuestras categorías «envolventes»: una existencia que se desenvuelve en capas múltiples y complejas que cruzan cuerpo, materialidad, espiritualidad, comunidad, tecnologías y así, hasta abarcar todos los aspectos de nuestra existencia.
El pensamiento de aquellas escritoras que organizaron o presentaron en el Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana de 1987 me formó como escritora; también me ayudó a entender el peso que conlleva que una mujer tome la palabra y la historia alojada en el ejercicio literario de las mujeres. Dotó mi trabajo literario de la comprensión de que las poéticas son también políticas. También me heredó un aparato crítico que me permite entender las distancias que existen entre estos dos momentos, el 87 y el 17, y qué significa hacer un encuentro en Estados Unidos, a diferencia de hacer uno en el sur. Tomo este encuentro como una ocupación de un territorio imperial a través de la palabra. En estos treinta años, hemos visto el desarrollo de un sistema capitalista que ha consistentemente desmantelado nuestra capacidad de acción colectiva para influir en la política; hemos visto cómo aquellos conceptos propuestos en 1987 han modificado su operatividad en la arena social. Pero también puedo detectar en la práctica de esas mujeres en 1987 la creación de un campo literario que nos conmina a la generosidad, a la colaboración y nos activa la escucha.
Hay muchas escritoras que deberían estar aquí y no pudieron venir. Convoco sus presencias y sus poéticas, llamando a todas ustedes a replicar estos encuentros en distintos lugares del mundo y de la mano de distintas organizadoras. Pero quiero agradecer también a todas esas personas que me ayudaron a la concreción de este Afest. Mis ideas y este encuentro no habrían sido posible sin el diálogo constante y la atención prestada a los mil y un detalles. Son muchísimas personas que tuvieron la visión y la locura suficiente para visualizar este encuentro en sus instituciones y en el ejercicio de sus disciplinas. Agradezco a las organizadoras, moderadoras, productoras y traductoras. Por supuesto, agradezco a las escritoras, a los participantes y lectores: gracias por venir y hacer que este encuentro sea importante y único. Me demoraría muchísimo en nombrar a cada una de estas personas; las invito a revisar nuestro programa y ver los detalles de sus trabajos en nuestra página web, y sobre todo los invito a que vengan a debatir e interactuar de la forma que deseen.
Muchas gracias
[1] El gobierno de Michelle Bachelet en Chile, al momento de este discurso.
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