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DESCENTRAR UN TEXTO, ESCRIBIR EL PROCEDIMIENTO
Alias el Rocío. Mónica Ríos. Ediciones Lanzallamas. San José de Costa Rica, 2014.
Por Pablo Hernández Hernández
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Un crítico sensato, un crítico quizás demasiado sensato querría iniciar el análisis de la novela Alias el Rocío, de Mónica Ríos, indicando que su tarea consiste en desarrollar una lectura argumentada, certera y evidente del texto. Ese crítico sensato seguramente buscaría legitimidad y autoridad para sus afirmaciones y conclusiones en un recurso antiguo de la crítica y la teoría literarias. Ese recurso se sintetiza en la expresión “centrarse en el texto”.
La historia de la lectura que en algún sentido se ha sobrepuesto dominantemente sobre la historia de la escritura también recurre a esta idea. Como el mismo crítico sensato, yo también, víctima de la convención y de la dominación de los paradigmas de lectura, creía como lo más conveniente para esta presentación “centrarme en el texto”. Ese crítico sensato, entonces, fui yo procediendo automáticamente al análisis de la materialidad de unas letras, 27 para ser exacto, algunos pictogramas, asteriscos, signos de puntuación, números romanos y un rectángulo negro. Todo combinado linealmente en el soporte de un objeto que llamamos libro y esperando despertar una lectura que demuestre que la novela posee la potencial fortuna de tener sentido. Ese crítico fui yo, por un instante, por los segundos que acaban de pasar, pero de ahora en adelante no lo seré más. Un día a la vez, como dicen mis amigos.
No lo seré más porque “centrarse en el texto” es justamente la fe de la crítica y de la teoría literaria que Alias el Rocío hace delirar hasta desnudarla en su vacío, en su mero efecto retórico. Porque “centrarse en el texto” es una pretensión que la novela, esta novela, demuestra que es insuficiente, parcial o, al menos, ambigua. Hay aquí toda una idea o una anti-idea de la literatura, de su paradoja, justamente de su ambigüedad. Finalmente en este objeto o soporte que llamamos libro no hay materialmente más que un número finito de signos, imágenes, colores, formas y materiales combinados en diversas series y ritmos; es decir, no hay más que texto. Pero un texto que nos hace ver él mismo su imposibilidad de ser centro o de ser sólo centro. Más allá de la combinatoria que los códigos restringen, más allá de la significación, más allá del texto hay un universo abierto, quizás un multi-verso, descentrado, no textual, anclado al texto como a una nube, desde lo textual pero él mismo no textual; podríamos decirlo así: hay un multi-verso de sentido.
Este juego de la literatura, que es al mismo tiempo un gran absurdo (o sinsentido) y un pleno de sentido, para seguir a Gilles Deleuze, es lo que Mónica Ríos viene a abrir en el lenguaje. Si me permiten sintetizarlo abruptamente: sin más que un texto la literatura logra descolocar toda posibilidad de centrarnos en el texto. Es hacia este valor, esta técnica, este recurso ya no de aquella crítica o teoría, sino de la literatura misma, que quisiera apuntar mi lectura de Alias el Rocío.
Y “apuntar” no es aquí un mero juego de palabras, al menos no en el lenguaje de la novela, que insiste en una metaforología de aparatos que apuntan y disparan: el microscopio, la cámara fotográfica y la cámara de cine, los proyectores y pantallas, la pluma y el sello, los monitores y computadores, el fusil, el arma, la voz, la mirada y el cuerpo, todos ellos involucrados en el ordenamiento escópico de la lectura en un laboratorio, en un archivo, en un interrogatorio, en una mesa de edición, en una sala de tortura y finalmente en la escritura y la lectura literarias. La novela inicia de esta manera:
Los han dispuesto frente a la pared. Cada placa metálica de la cual están hechos tiene la forma de un pato amarillo recién nacido, sus picos cortos sonríen. Se mueven arrastrando los overoles grises con franjas azules y se tropiezan entre sí con vendas en los ojos […] En el lado opuesto están ustedes. Les han puesto en las manos rifles negros sucios. Cada quien tome su rifle, acarícielo, tome el paño y úntelo de grasa. Cada quien limpie y aceite su arma hasta que brille.
No es solamente el fusilamiento lo que se abre a la posibilidad con este inicio, es también el acto de hacer una imagen fotográfica, de cargar la página en una máquina de escribir o abrirla en un computador; es también el acto de calibrar y meter la muestra en un microscopio o de disponernos a la extracción de los ficheros de un archivo. Se trata de las múltiples formas por las que un cuerpo, a través de una serie de dispositivos, conductas, aparatos y programas de operación, se ubica frente a otro cuerpo con la intención de intervenirlo: ya sea estudiarlo, examinarlo, tomarlo, diseñarlo, diseccionarlo, conservarlo, destruirlo, exterminarlo, filmarlo, encuadrarlo, editarlo, escribirlo o leerlo. No hace mucho, justamente, leía la historia que Georges Didi-Huberman cuenta de los modos en que los saberes pretendidamente científicos han procedido para definir sus objetos como objetos de su ciencia y de su saber. Desde las ciencias mesopotámicas, egipcias y prehispánicas de la conservación de los cuerpos muertos hasta las teorías de Michel Foucault sobre el saber y el poder, vemos en esa historia la necesidad de construir con fragmentos, con pedazos, con restos, con escombros, un cuerpo de estudio: un CORPUS.Alias el Rocío parece extender la representación de este procedimiento, el CORPUS, más allá de las ciencias, al menos a cuatro dominios culturales: la producción y creación audiovisual (puesto que algunos de los que aparecen en la novela están desarrollando la producción de un documental), las acciones represivas de las fuerzas sociales autoritarias legítimas e ilegítimas (puesto que la novela reescribe la represión, tortura, desaparición y ausencia), la investigación de archivo y la misma lógica de archivo (puesto que la novela también es una investigación documental en y sobre el archivo) y finalmente en la escritura literaria (puesto que esto no es otra cosa que una novela, un libro construido a partir de algo mucho más amplio, mucho más grande y complejo).
Alias el Rocío me sugirió una pregunta que creo que todos debemos plantearnos a nosotros mismos y los unos a los otros: ¿cómo conformaría yo un archivo, con qué y cómo? ¿Cómo, finalmente, representaría yo aquello que quisiera yo archivar? Este no es un mero juego de la imaginación literaria, excitada y espontánea, de una escritora chilena residente en Nueva York. Esta es, para mí y creo que para Mónica Ríos también, puesto que conozco sus investigaciones académicas al respecto, la forma más poderosa e imponente de plantear la pregunta por la justicia desde el campo cultural y artístico. Ponerse en la posición de configurar un archivo, de seleccionar, excluir, ordenar, exponer, interpretar y reinterpretar, montar y desmontar, implica necesariamente el procedimiento por el cual hacemos de todo CORPUS un CORPSE; de todo cuerpo hacemos cadáver. El desmembramiento o fragmentación, el olor a cosa muerta y putrefacción, la falsificación, parecen inevitables en todo archivo y nos colocan inmediatamente en el ámbito no del saber o de la contemplación estética, sino en el ámbito de la justicia y de su violencia intrínseca, en la creencia en lo correcto y en lo incorrecto, y en su violencia intrínseca. Aquí otra parte de la novela al respecto:
Yo no diré nada nada de nada, no te preocupés, oíste. A mí me parece bien que tengás tu qué sé yo porque trabajás bien pero si no, no te dejaría. Porque vos estás bajo mi supervisión y yo no puedo responder por las cosas que hacen otros, menos por vos que te la pasas entre fotos y la máquina. Tenés vida vos, no parece. Pero así tiene que ser el artista mal pagado sin dormir. Porque no vas a ser un funcionario nada más como el resto de nosotros, no, claro, no, no.
El artista, el funcionario y la niña se combinan en la novela con el científico, el abogado, el médico. En esta lógica que los modifica a todos, la de hacer de todo CORPUS un CORPSE, el folio abogadil, el informe de investigación o el manual, el aula y la clase, el análisis literario, la disección médica, la taxidermia, la momificación, el embalsamamiento, y la taxonomía se presentan como una avalancha de procedimientos mortuorios que no tenemos muy claro los lectores en qué y cómo se distinguen de la escritura literaria o del montaje de una película. La pregunta por el archivo, que nos llevó a la pregunta por la justicia, nos lleva entonces a la pregunta por el cuerpo: ¿cómo vérselas con un cuerpo, con un CORPUS, sin hacerlo cadáver, sin hacerlo CORPSE?
En la novela de Mónica Ríos el poder intrínseco de un testimonio, de un folio de archivo, de una experiencia y una foto pasa entonces a la literatura o al documental. ¿De qué modo? ¿Cómo es ese lugar y qué órdenes normativos se imponen allí? Voy a decirlo con el lenguaje mismo de la novela: ¿cómo es ese fuera de campo desde donde es escrita la novela?
Esas preguntas hay que dejárselas a la novela misma, en su sometimiento a la lectura, a su lectura, las de ustedes lectores. En esta novela, que es una novela sobre el procedimiento, no hay juicios, apreciaciones subjetivas, ni dramas alucinantes por antagonismos, clímax y desenlaces por oposiciones de puntos de vista o de argumentaciones, por opiniones o disputas discursivas o éticas de quienes la pueblan y la habitan. En esta novela, que es una novela sobre el procedimiento, lo que hay es el procedimiento de un descentramiento, la dis-posición de hacer imposible centrarse en el texto, incluso de centrarse en la literatura, porque ella está habitada por écfrasis, hipotiposis, enargeias; esto es, por las formas de lo visual verbal, por el testimonio y por el documento, así como por muchos vacíos. La novela impacta, se expone a un duelo con las maneras en que hacemos de todo CORPUS un CORPSE, para plantearnos también la pregunta, filosófica, creo yo, de cómo vérnosla con cuerpos (de personas, animales, instituciones, historias, materiales, conflictos) sin hacer de ellos cadáveres o, en su defecto, si esto resulta imposible, qué hacer con los cadáveres.