A partir de la caverna de Platón padecemos de perífrasis, asomamos cuerpo y alma. Como bajar del primer árbol y dibujar en tierra firme un árbol con una rama de ese árbol y sentir la estrechez de bosques como cabañas y tumbas. Levitamos o escribimos poemas, por ejemplo: “Me gustas cuando callas... / Distante y dolorosa como si hubieras muerto”. (Perífrasis figurativa). Pero nos hacen caer de golpe: “menoscabo a las mujeres”. Malvierten la imagen, la colocan en cripta. (Perdón, eso no; es de princesas. ―La recovecan en un ataúd que no puede ser negro.)
Me gusta el sueño del hombre solo (No. No voy a seguir Distante y doloroso como si hubiera muerto), porque cada noche tiene que inventar personajes nuevos, ergo, cada día estará más acompañado que los socialites. ¿Se puede esconder el hombre en la realidad, o todo es un sueño que no puede soñarse o, si se sueña, se convierte en fracaso y culpa (en lapsus que nos sueña)?
La distancia que nos separa de la realidad puede ser determinada ―ya lo fijó metafísicamente Alejandra Pizarnik― metafísica o poéticamente, y sus medidas dan el humor o el absurdo. Y claro, no es extraño que lo trágico sea “una suerte de doble fondo de la risa” y, agregamos: doble fondo también del absurdo. Pienso a Edipo y su problema frente a su Esfínter [en esta perífrasis grosera hay un Freud psicoanalizado por A. Pizarnik]: tener que contestar el hombre (qué es el ser que de niño gatea, de joven hace alarde y, de mayor, mendiga tranquilidad) cuando con la respuesta Edipo (que fue atado de brazos y piernas, que fue rey, que fue ciego), Edipo ―que es el Hombre― rompe el encanto del logos ―ser y lenguaje. ¿Acaso nos reiríamos de tal absurdo, como de quien “encontró en su bolsillo una tarjeta postal. Nunca la había visto. No estaba dirigida a él. Alguien, al pasar, lo había confundido con un buzón. ¿O es que él era un buzón?” La Pizarnik llama a esto humor negro.
Ya no existe el humor pero queda el gesto macabro que es la risa. La hipálage es sometida a tortura para impedir la tortura de nuestra castidad. Queda solo el absurdo, la imposible juntura. O sea, LA NADA.
Edipo nos metió en un problema [¡¡funémoslo!!, ¡¡hay que cortarle la cabeza!!), “basta muy poco, casi nada, para que el yo sea privado de su apariencia embaucadora de entidad definitiva, inalterable e inamovible como un buzón”.
Edipo es la paradoja, el callejón sin salida, la sonrisa que se enhiesta. Ese es el verdadero problema edípico, doctorísimo Freud, y no si la mujer añora eso que cuelga.
Y otro ejemplo también ―ahí va el otro extremo de la perífrasis. La performance de los JJ.OO., donde, en vez de aceptar “porque estás como ausente”, debo tener presente el dato histórico que, humo y humus y humectados, no tiene cabeza.
O sea, nos devolvemos a la caverna de Platón, aprovechemos la antorcha. Unas, cuerpos sin sombra, llenos de tierra y sin árbol. Otras, llenos de soles, representaciones llenas de orgullo de bosques de colores fuego.
Se me olvidaba: que recordamos incluso el olvido. Eso lo dijo Alguien, Platón o Plotino, Yo mismo soy una sombra, una sombra del arquetipo que está en el cielo. NADIE. Lo único único, Alejandra [tú lo sabes y ríes], es la sonrisa del gato de Chesire.
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Por Marco Aurelio Rodríguez Bustos