Desde las ventanas de la sala de clases se ve un trozo del "campus" de la Universidad de Oregon, un campus en donde las azaleas han estallado con increíble profusión; parecen irradiar luz, una luz que oscila entre el blanco, el morado, el lila y el azafranado. Es la primavera y algunos "robins" corren sobre el césped. Todavía llueve, sin embargo. El profesor mira hacia afuera y las alumnas y alumnos, que están sentados y no pueden mirar hacia afuera, miran al profesor y observan las expresiones de su rostro: Nancy, Janet, John, Daniel, Rossana.
"Y Mozart la lleva, en efecto. La lleva por un puente suspendido sobre un agua cristalina que corre en un lecho de arena rosada. Ella está vestida de blanco, con un quitasol de encaje, complicado y fino como una telaraña, abierto sobre el hombro.
"—Estás cada día más joven, Brígida. Ayer encontré a tu marido, a tu ex marido, quiero decir. Tiene todo el pelo blanco. "Pero ella no contesta, no se detiene, sigue cruzando el puente que Mozart le ha tendido hacia el jardín de sus años juveniles.
"Altos surtidores en los que el agua canta. Sus dieciochos años, sus trenzas castañas que desatadas le llegaban hasta los tobillos, su tez dorada, sus ojos oscuros tan abiertos y como interrogantes. Una pequeña boca de labios carnosos, una sonrisa dulce y el cuerpo más liviano y gracioso del mundo. ¿En qué pensaba sentada al borde de la fuente? En nada. "Es tan tonta como linda", decían. Pero a ella nunca le importó ser tonta ni "planchar" en los bailes. Una por una iban pidiendo en matrimonio a sus hermanas. A ella no la pedía nadie.
"¡Mozart! Ahora le brinda una escalera de mármol azul por donde ella baja entre una doble fila de lirios de hielo. Y ahora le abre una verja de barrotes con puntas doradas para que ella pueda echarse al cuello de Luis, el amigo íntimo de su padre. Desde muy niña, cuando todos la abandonaban, corría hacia Luis. El la alzaba y ella le rodeaba el cuello con los brazos, entre risas que eran como pequeños gorjeos y besos que le disparaba aturdidamente sobre los ojos, la frente y el pelo ya entonces canoso (¿es que nunca había sido joven?) como una lluvia desordenada.
"—Eres un collar —le decía Luis—. Eres como un collar de pájaros.
"Por eso se había casado con él. Porque al lado de aquel hombre solemne y taciturno no se sentía culpable de ser tal cual era: tonta, juguetona y perezosa. Sí, ahora que han pasado tantos años comprende que no se había casado con él por amor; sin embargo, no atina a comprender por qué, por qué se marchó ella un día, de pronto...
"Pero he aquí que Mozart la toma nerviosamente de la mano y, arrastrándola en un ritmo segundo por segundo más apremiante, la obliga a cruzar el jardín en sentido inverso, a retomar el puente en una carrera que es casi una huida. Y luego de haberla despojado del quitasol y de la falda transparente, le cierra la puerta de su pasado con un acorde dulce y firme a la vez, y la deja en una sala de conciertos, vestida de negro, aplaudiendo maquinalmente. en tanto crece la llama de las luces artificiales..."
El profesor, que ha dejado de mirar las azaleas, mira hacia sus alumnos. El conoció, hace años, cuando ella recién volvía de Buenos Aires, a la mujer que escribió esas líneas. Era delgada, más bien alta peinada con chasquilla. Se veía muy joven aún y la gente se preguntaba cómo, siendo tan joven, había podido escribir tan maravillosamente, materializar, por medio de simples palabras, la música de Mozart y a Mozart mismo. Cosas de los escritores... Desde entonces no ha vuelto a verla. Cada vez que ha ido a Nueva York ha preguntado por ella. "¿Saben ustedes dónde vive María Luisa Bombal?" No saben, quizá vive en New Jersey, tal vez en Forest Hill, a veces viene por acá. Parece como perdida, abandonada ya su producción literaria, entregada a algo que no se sabe qué es. Pero ¿qué importa?, dice el profesor a sus alumnos. Dejó una obra pequeña y única en la literatura chilena. Pudo dar más, pero lo que dejó es suficiente. "El Árbol" es una obra maestra de la literatura chilena.
Eso fue una mañana de día lunes. Dos mañanas después el profesor, ese profesor de quien John Whang, el muchacho coreano, dice que además de profesor de literatura parece un naturalista y un astrónomo, habla de otra mujer de su tierra y otra vez la realidad pierde sentido y es reemplazada por lo irreal y uno cree que lo irreal es lo real y que si no lo es puede serlo.
"Una tarde cualquiera se casó. Se casó ahí, en el café, y se marchó con la primera lluvia de ese año, que caía fina y densa, y tomó el tren hacia el sur.
"La lluvia resbalaba en los vidrios, goteaba. Y afuera, en los campos, se extendía la bruma azul, mágica, la bruma: deshecha, sutil, semejante a humo desflecado borrando el paisaje. Entretanto, la camarera proseguía sirviendo el café dentro del pequeño espacio encerrado por el mesón oval. El ya se había ido. La puerta oscilaba aún. El humo de su cigarrillo se esparcía, invisible. Sin embargo, no era esto lo que la preocupaba. No lo que él involuntariamente se llevaba de ella. No. Eran las puertas del invierno abiertas,
la silla vacía hasta el día siguiente, las veinticuatro horas que nadie ni nada podían llenar; más aún, su regreso a casa, la lobreguez inhóspita, la humedad de las sábanas. El hastío, evidente hasta el cansancio, que se acrecentaba y repetía como si estuviese ligado a los peldaños de la escalera de su casa de Recoleta, todos los días, noche a noche, ineludible, igual. La angustiosa soledad como un pájaro muerto entre sus manos. Eso fue. Eso. Lo que la impulsó a tomar el tren con él, justo cuando él ya no se encontraba en el local.
"Afuera, la lluvia, densa, caía rebotando sobre el pavimento.
"Para ella, la lluvia no castigaba la calle; emblanquecía otro paisaje: de colinas redondas, moteadas de avellanos, rojizas, otoñales. Las veía. Un paisaje nostálgico. Se sentía despedazar. Y entre el vapor de las máquinas de café corría el tren, aullando, enroscándose en la noche, en ella, en las colinas, rompiéndolas, rompiéndola".
Los rododendros, sin embargo, todavía no florecen en la pradera de Oregon; se demoran un poco más. Primero florecen las camelias y pagan muy rudamente su orgullo de florecer primero: la lluvia, aún fuerte, las golpea y marchita. El rododendro florecerá cuando la lluvia sea más menuda. Para entonces ya habrá más "robins" corriendo sobre el pasto. El profesor conoce también a la mujer que escribió las últimas líneas citadas. Y quizá si estas líneas lo conmuevan más que las de María Luisa Bombal, que retratan, en alguna parte del cuento, una calle y un árbol que no son de ninguna ciudad
chilena, sino de otra, Argentina: Buenos Aires. Estas otras líneas le hablan directamente de Santiago, Chile, y cuando el personaje de Marta Jara, la camarera, sueña sueña con el sur de Chile, y la lluvia que cae sobre el pavimento cae sobre un pavimento que el profesor conoce, aunque, hay que decirlo a los alumnos, el profesor conoce también el árbol y la calle que describe María Luisa Bombal. Pero que esto sea de Chile y aquello de Argentina no tiene importancia sino para los sentimientos del profesor. Literariamente no importan las ciudades.
—Profesor: ¿y esta otra escritora también vive en Estados Unidos? —pregunta Margaret.
No, vive en Chile, y el profesor casi podría oír su voz un poco ronca. Viajó siendo joven, vivió en Italia, pero ahora está en su país. Ha producido menos de lo que ha vivido, es decir, no ha trabajado bastante, pero su cuento. "La Camarera", que el profesor acaba de leer, es también una obra maestra, un modelo. El profesor mira de nuevo hacia la ventana: parece que estuviese esperando algo. En verdad, lo que espera es otro signo de la primavera. Ayer vio un "bluejay", hermoso, resplandeciente. Parado en la rama de un pino, todo azul, parecía un pájaro como para Maeterlink o como para "El Árbol", no para "La Camarera", al que le vendría mejor un chucao o un pitihue de los bosques del sur de Chile.
El profesor cierra las páginas de su libro, la "Antología del Cuento Hispanoamericano", de Ricardo Latcham, en donde ha encontrado esas dos joyas, y declara que la clase ha terminado.
www.letras.mysite.com: Página chilena al servicio de la cultura
dirigida por Luis Martinez Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Las Escritoras y el Profesor A propósito de "El Árbol" de María Luisa Bombal y "La Camarera" de Marta Jara.
Por Manuel Rojas
Publicado en revista ERCILLA, 9 de diciembre de 1964