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Lo que no sabemos sobre Manuel Rojas
Por Ignacio Álvarez
Publicado en 60Watts. 28 de Marzo de 2013
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Este marzo contamos cuarenta años desde la muerte de Manuel Rojas. Su cruce por los Andes, el de “Laguna” e Hijo de ladrón, cumplió cien el año pasado. El puro detenerse a recordar estas fechas, creo yo, es un indicio suficiente como para pensar que existe una especie de resurrección, una vida nueva para Rojas. Nueva y mejor que la anterior, además. No lo leemos por pura obligación escolar, como antaño, y en este nuevo impulso vuelven a brillar un par de datos esenciales que mi generación nunca supo. Su estrecha conexión con el anarquismo, en primer lugar, y el profundo sentido político que posee la perplejidad curiosa de Aniceto Hevia. Sumando y restando –hablo desde la perspectiva y desde la miopía del universitario–, creo que hoy sabemos más de lo que nunca supimos sobre Rojas, y encima se lo reedita sin pausa, como se publican sin pausa también libros y artículos acerca de su obra.
Es una verdad universalmente reconocida que solo advertimos la real dimensión de nuestro despelote cuando nos ponemos a ordenar, y pienso que lo mismo ha sucedido con los estudios sobre Rojas. A medida que se desbroza la maleza y van revelándose las grandes líneas de coherencia se hace evidente también lo mucho que ignoramos, a veces en aspectos sorprendentemente fundamentales. En honor a esa verdad, entonces, en vez de intentar un juicio o una descripción general de los libros de Rojas, quisiera recordar los cuarenta años de su muerte enumerando lo que no sabemos sobre él, lo que falta. En cuanto al juicio general, si alguien lo echa de menos hay excelentes artículos especializados y muy buenas reseñas recientes que pueden hacer ese trabajo (y que yo solo repetiría, a decir verdad). En cuanto a los tres vacíos que aparecen en la lista de abajo, pongo sobre ellos la misma advertencia que cierra el párrafo anterior: son los vacíos que se reconocen desde aquí, quizá desde la vereda que usted mira el paisaje es distinto.
Y entonces ¿qué ignoramos sobre Rojas?
1. El catálogo completo de sus obras.
Hace un par de meses pude hojear un viejo cuaderno escolar en el que se guarda una versión autógrafa muy temprana de “El delincuente”, un cuento excepcional que es también cumbre indiscutida en la obra de Manuel Rojas. Había allí, además, el comienzo o quizá el texto completo de al menos otros dos cuentos, completamente desconocidos para mí; recuerdo un solo título, como de chiste, algo así como “Un argentino, un alemán y un chileno”. Supongo que hay varios otros cuadernos en los que sería posible encontrar nuevos textos o versiones muy distintas de los que ya conocemos, y a esos cuadernos hay que sumar los relatos que Rojas alteró dramáticamente, como sabemos que ocurrió con Lanchas en la bahía y La ciudad de los césares, de modo que sus primeras versiones son en realidad libros completamente distintos de los que conocemos.
Estos datos indican que, en general, ni conocemos todas sus obras ni hemos explorado completamente las ya conocidas. Mi esperanza es que su estudio puede dar varias sorpresas. ¿Aburridos problemas de un aburrido profesor de literatura? No lo creo. Revisar los manuscritos de un autor es conocer cómo funciona su cabeza, y en el caso de Rojas ese examen tiende a desmentir algunas ideas más o menos extendidas sobre su literatura. Que es un escritor espontáneo y antiliterario, por ejemplo. En realidad tiende a precuparse casi obsesivamente por encontrar la palabra justa, y al menos en relación con los cuentos es posible rastrear un control férreo que implica correcciones mayores o menores a lo largo de más de cuarenta años. Si eso no es literatura, entonces no sé qué puede serlo.
2. Algunos episodios importantes de su biografía
Es por al menos una ironía (y si me apuran una trampa) que haya tantos episodios grises en la vida de Rojas, un escritor empeñado en escribir ficciones inspiradas directamente en su propia biografía. Lo que sabemos es, a fin de cuentas, lo que el propio Manuel quiso que supiéramos, y eso por medio de un puñado escaso de páginas: los recuerdos de sus Imágenes de infancia y adolescencia, los encabezados que escribió para la Antología autobiográfica, algunos textos sueltos –“Hablo de mis cuentos”, por ejemplo– y los datos que entrega en sus entrevistas, nunca muy novedosos.
¿Qué quisiéramos saber? Varias cosas. Jorge Guerra, a mi juicio la persona que más sabe de los primeros años de Manuel Rojas, sospecha que su relación con el anarquismo es casi congénita y quizá incluye a Dorotea Sepúlveda, la madre. En el libro Un joven en la Batalla Jorge plantea que la infancia argentina de Rojas y sus desplazamientos entre Buenos Aires y Rosario pueden estar relacionados con alguna actividad política de Dorotea, pero no logra comprobarlo. Si ello fuera cierto tal vez habría que pensar más en el modo en que Rojas digiere y elabora el anarquismo, y menos en las vías por las cuales lo adquiere.
Un episodio largamente desconocido pero ahora bien documentado es su matrimonio con Julianne Clark, joven estudiante norteamericana de diecinueve años con quien Rojas, de sesenta y uno, vivió entre Estados Unidos, México y Chile en los años sesenta. La versión de Clark, ponderada y generosa, aparece en su memoria titulada Y nunca te he de olvidar, y nos muestra la radical libertad de Manuel, que se da el trabajo de deshacer una relación estable y tal vez cómoda por hacerle espacio a las molestas verdades del afecto. El gesto es intenso y extrañamente coherente con sus ideas políticas, al menos las que expresa en sus novelas. Su descripción completa, más allá de la versión de Clark, puede servir para pensar un aspecto poco y quizá mal tratado en las obras de Rojas, las relaciones eróticas entre hombres y mujeres.
En el fondo lo que hace falta es una biografía escrita e investigada en serio, como la de Richard Ellmann sobre James Joyce o la de Joseph Frank sobre Dostoievski. El esfuerzo vale la pena, especialmente si se trata de alguien que juega un permanente contrapunto entre vida y literatura.
3. Los años de silencio
De todos los problemas que Rojas ha dejado este es el que me parece más intrigante, y quizá esté a medio camino entre la escritura y la biografía. Lo pondría más o menos así: ¿cómo conviven en una misma vida el Manuel Rojas joven o niño, ese hombre sin casa y sin ataduras, el obrero manual abierto a la aventura, con el otro Manuel Rojas, el maduro o viejo, el padre de familia, el funcionario público y sobre todo el escritor, el dueño de un oficio necesariamente aislado y solitario? Es como si hubiera dedicado la primera parte de su vida a la experimentación muda, a la experiencia sin literatura. Como si la segunda parte, más larga y solitaria, estuviera destinada a la rememoración de la primera, o bien a su comprensión, quizá a su recuperación. ¿Cómo entender esa especie de tajo, esa hendidura entre una breve vida abierta que es el eje alrededor del cual gira una larga vida cerrada, la vida del escritor?
En una conferencia del año 2010 Jaime Concha decía que la “llamarada anarquista”, los años que van entre 1913 y 1920, fueron para Rojas el momento de la esperanza y la expresión de la utopía. La entera historia de Chile entre los períodos de Alessandri y Allende, en esa lógica, no sería sino la mortificación de la utopía, la confirmación de que su reinado no es posible en este mundo. Como Proust, Rojas habría buscado recuperar un tiempo irremediablemente perdido, el tiempo de su esperanza. Es una excelente idea, qué duda cabe, y explica mucho de lo que ignoramos sobre la vida y la obra de Manuel Rojas.
Con todo, mi esperanza es que no sea una idea enteramente correcta. En la obra de Rojas hay todavía mucho combustible de futuro, muchos materiales de esperanza, y me parece que su reciente resurrección solo puede corroborar que, junto al desengaño y la incertidumbre, su vida y sus libros tienen fe en lo que los hombres pueden llegar a ser y construir.