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La infancia en Buenos Aires de Manuel Rojas

Por Andrés Nazarala R.
Desde Buenos Aires
Publicado en La Segunda, viernes 1 de agosto de 2014


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Holden Caulfield —el protagonista de 'El Guardián en el Centeno', de J. D. Salinger— decía que hay libros que te impulsan a querer llamar al autor una vez terminados. Fue más o menos el caso del arquitecto Jorge Guerra cuando, siendo un adolescente, se encontró con la obra de Manuel Rojas (1896-1973).

"A raíz de una tarea sobre «Hijo de ladrón», llegué a conocerlo personalmente, poco antes de su muerte", recuerda. Y narra un momento que para él fue trascendental. "Manuel salió a la puerta de su departamento a recibirme. Mi timidez adolescente me detuvo ante su estatura y gesto serio, y aparentemente huraño. Hasta que me dijo «acérquese pues, venga a darme la mano». Le comenté que estaba realizando un trabajo sobre su vida y obra. El, con generosidad, me dijo que le gustaría conocerlo cuando lo terminara. Yo tenía 15 años, la misma edad de Manuel cuando trabajó de peón en la cordillera".

Guerra, quien actualmente lidera la Fundación Manuel Rojas, sabe que desde ese día algo cambió.

Hoy, más de 40 años después de ese encuentro, el arquitecto investiga los años de infancia en Buenos Aires del Premio Nacional de Literatura 1957. Es un período desconocido de su cadena biográfica.

"No es novedad que los primeros años de la existencia de cualquier ser humano son decisivos en la construcción de su personalidad y en el caso de Rojas eso es muy evidente", reflexiona el experto, responsable además de editar el libro "Un joven en la batalla" (Lom, 2012). "Una infancia errabunda, con numerosos desplazamientos por ciudades en Argentina; con una conciencia de familia que no va más allá de sus propios padres, una vida poblada de escenarios y personajes diversos. Si le sumamos a eso su existencia dura y casi marginal, su deserción temprana de la educación formal y su incorporación al mundo del trabajo en diversos oficios con apenas 12 o 13 años, habla de una etapa formativa de mucho interés.


Dorotea Sepúlveda y Manuel Rojas Córdoba, padres del escritor


Viviendo en "tomas" de terreno

La investigación se remonta al año 2007 cuando, estando en Buenos Aires con sus alumnos de arquitectura, Guerra decidió tomarse un tiempo para visitar la casa donde nació Manuel Rojas el 8 de enero de 1896. Calle Combate de los Pozos No 1678, en el barrio Parque Patricios. El arquitecto se encontró con un angosto edificio de siete pisos que reemplaza la vivienda original.

"Los arquitectos creemos, o tenemos la esperanza, que los lugares siempre tienen algo que decir de sus habitantes, de los de ayer y de los de hoy. Por eso es que, a pesar de esta pequeña frustración, me motivé para emprender un estudio sobre los primeros años de Manuel. Este interés aumentó cuando descubrí la reedición aumentada de "Imágenes de infancia" ("Imágenes de Infancia y Adolescencia", 1983), donde aparecen más detalles de esos años. Me pareció que ese período de su vida estaba fielmente contado por él y era posible reconstruir ciertos escenarios'.

Aunque de sus primeros cuatro años de existencia no hay muchos antecedentes, Rojas menciona uno: "Un difuso recuerdo caminando, tomado de la mano de su padre, por el muelle de la ciudad de Rosario, seguramente en una visita que hicieron a ese puerto".


Arriba: Manuel Rojas frente a la fachada de la antigua escuela y su estado actual.
Abajo: 1: La casa materna: Combate delos Pozos N°1678, Barrio Parque Patricios
2: Escuela: Boedo 657

 

Hay un momento fundamental en 1903, cuando el escritor regresaba de una corta estadía en Chile. Acababa de perder a su padre y vivía con su madre en el barrio de Boedo. Para Guerra, fue ahí cuando Rojas creó su primera "obra de ficción". Se trata de una frase que escribió para una tarea de composición en la Escuela Campero: "Guardo en mi corazón las últimas palabras que dijo mi padre antes de morir".

"Es ficción, porque el pequeño Manuel no estaba presente en el momento de la muerte de su padre. Su último encuentro con él se produjo ya muerto cuando, junto a su madre, lo vio en el depósito de cadáveres del antiguo hospital San Vicente de Paul. Las calles de esos barrios bonaerenses, como también las de su corta estadía en Santiago, fueron materia de aprendizaje para un niño de mirada atenta y en permanente sorpresa. Ahí se nutrió de todo tipo de personajes y situaciones, ahí agudizó la mirada e inició el conocimiento de los tipos humanos que luego retrataría en su obra".

Más que una anécdota, la "mentira fundacional" de Rojas marcaría su nacimiento como escritor. Esto ocurrió en un contexto geográfico que para Guerra es también determinante.

"Boedo era un importante núcleo cultural disidente que agrupaba a intelectuales progresistas, muchos emigrantes españoles e italianos. Desde anarquistas a socialistas, todos con una fuerte raigambre en el mundo obrero", explica. "Incluso poco antes de abandonar Buenos Aires por segunda vez pasó una corta temporada en el barrio De Las Ranas, dejado ahí por su madre al cuidado de un talabartero amigo de su padre. Ese lugar, junto y en medio del botadero de basura en la ribera norte del Riachuelo, es considerado el primer asentamiento informal del puerto, con una estructura organizativa propia, similar a las tomas de terreno nuestras".

Después de Buenos Aires, madre e hijo se trasladaron a Rosario, donde el futuro escritor trabajó como ayudante de carpintero en la maestranza del Ferrocarril Central Argentino. Para esto tuvo que abandonar sus estudios. Luego se mudaron a Mendoza. Rojas dijo: "Inconscientemente, mi madre se acercaba a Chile, yo con ella".

Jeria, el anarquista

La vida nómada de Manuel Rojas por Argentina finaliza a los 16 años, tras establecerse en Chile, donde comienza a ganarse un espacio en el mundo de la poesía. Pero Guerra establece una última fase trasandina a partir de 1921, cuando el autor de "Hijo de Ladrón" y "La Ciudad de los Césares" se incorporó como consueta a una compañía de teatro dirigida por el actor argentino Mario Padín. Así emprendió una gira que incluyó Mendoza, San Juan, Córdoba y Montevideo, entre otras ciudades. Tras la disolución del grupo, Rojas decidió quedarse en Buenos Aires con la actriz Dalila Barrios. Ella abandonó a su marido, el comediante Evaristo Lillo, para vivir con el chileno.

"Tras un período en que la pareja vive escondida con el temor de que Lillo vaya en busca de su mujer, consiguen ayuda de compañeros anarquistas de Rojas quien ya adhería a esa corriente. Es en estas circunstancias que se estrecha la amistad con el chileno Máximo Jeria, anarquista, casado con una mendocina y abuelo materno de la Presidenta Bachelet. Jeria era un gran contador de historias que Rojas aprovechó como material en algunas de sus obras y es quien aparece como "el vagabundo de las tortugas" en la novela "Hijo de ladrón", cuenta Guerra.

De hecho, Angela Jeria, la madre de la Presidenta, es miembro del directorio de la Fundación. "Su presencia es una situación que se da naturalmente. La relación de los Jeria con la familia Rojas es muy cercana, tanto que Angela se refiere a Rojas como su «tío Manuel»".


Regreso a Boedo

La búsqueda emprendida por el arquitecto para vislumbrar las estadías nebulosas de Rojas en Argentina ha tenido también mucho de homenaje. Así lo demuestra una iniciativa que fue el punto de partida de la Fundación en el año 2009: la instalación de una placa conmemorativa en su antigua escuela, donde el escritor redactó esa primera pieza de ficción. Hoy es conocida como Escuela N° 22 Martina Silva de Gurruchaga. El tributo quedó en un video llamado 'Regreso a Boedo' (manuelrojas.cl).

"Antes de viajar conseguí algunos libros de Manuel para que pasaran a formar parte de la biblioteca de la escuela. Pensé que sería muy significativo que además existiera un recuerdo en ese lugar", explica Guerra, quien logró la iniciativa con la ayuda de la Cancillería. Tuvo que golpear puertas por más de un año. "Más allá de las emociones, que fueron muchas, más allá del recuerdo físico que quedó en ese lugar, esta iniciativa sirvió para empezar a pensar la necesidad de proteger y proyectar la figura y obra de Rojas".

Todos los esfuerzos y logros han valido la pena para honrar la memoria de ese escritor vagabundo y autodidacta que revolucionó el panorama literario chileno, rechazando el criollismo imperante para introducir recursos como el monólogo interior, propio de escritores como James Joyce y William Faulkner.

Pese a todo, el presidente de la fundación se resiste a que el autor se convierta en un ícono deshumanizado, una celebridad canonizada con los báculos de la alta cultura. "Hemos procurado no imponer una imagen «oficial» de Manuel Rojas, idealizando o fosilizando su figura", señala categórico. "Después de todo, él era un ser humano con principios intransables, pero también con contradicciones y momentos de duda y flaqueza".

 




 

 

 

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