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María Elena Gertner y "La derrota"

Por Manuel Rojas

Publicado en revista "EVA", N°1064, 20 de agosto de 1965


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El último libro de esta novelista ha provocado en Santiago dos artículos críticos contradictorios, contradictorios en tan gran medida, que el lector y el escritor se preguntan en este momento a qué se debe esa tan profunda contradicción. Algo parecido ocurrió cuando el que esto firma publicó, a principios de este año, su libro "Pasé por México un día". Los mismos dos críticos se lucieron en atacar y alabarlo, y tan rotunda fue la posición, que el autor del libro quedó, como ahora María Elena Gertner, desconcertado Esto no importaría gran cosa si no fuera porque el público lee a esos críticos y les acepta, en mayor o menor grado, sus juicios. ¿Cuál es el secreto y el porqué?

Será difícil averiguarlo. Sin embargo, es lamentable. Desorientación del público, extrañeza del escritor, son los resultados. Podríamos hablar de desaliento del escritor, si no fuera porque el escritor, si es una persona seria, no gusta de demostrar lo que siente, excepto cuando la mala voluntad y la incomprensión van más allá de lo soportable.

Pero, aparte de esto, es curioso examinar el articulo con que Alone condenó el libro. Es un artículo confuso. Comienza diciendo que años atrás, los críticos y los lectores chilenos se lamentaban de que los escritores nacionales se llevaran metidos en las casas de pensión, por supuesto, junto con sus personajes, y que ahora la queja es de que esos mismos escritores están llevando a sus libros y a esas casas a los individuos, hombres y mujeres, más a las mujeres que a los hombres, que por una razón casi siempre económica abandonan la clase alta y aristocrática y entran a la clase media. No dice el critico dónde debería llevarse a esos personajes, ni por qué es malo que se les meta allí. Y, enseguida, dice que no hay en ello nada reprochable. ¿Entonces? ¿Dónde está lo lamentable?

Agrega que en una obra de arte, el tema sólo tiene importancia en relación con el autor: "Si éste lo ama, lo conoce y lo trata bien, magnífico: el éxito es seguro." Y antes de seguir adelante declara, dando muestras de ingenio: "Temo mucho que la autora de esta novela no sólo haya escrito, sino sufrido con ella una derrota." ¡Qué agradable es hacer juegos de palabras! Pero, ¿por qué, antes de examinar o hablar del libro, declara que es una derrota para su autora? No se sabe, no lo explica, tal como no explica por qué María Elena Gertner no debe hablar sobre personajes venidos a menos. ¿Sabe él que no conoce las casas de pensión y a esos personajes? Si lo sabe, se calla.

Después viene otra sorpresa. Asegura que esta novelista tiene gran talento de narradora, que cuenta las cosas de un modo fácil, sencillo, natural: uno se siente arrastrado por el relato, etcétera, y él espera pasar un buen rato, el buen rato de Alone; pero apenas ella empieza a hablar, apenas la señora Trinidad Isazmendi habla de su derrota, de su desengaño, el crítico protesta: es un poco fuerte empezar así, es como saludar con mala cara al lector. ¿Cómo se puede pasar un buen rato con semejante comienzo? ¿En qué quedan los elogios de dos o tres líneas atrás?

Dos párrafos más adelante, el crítico se mete en un cantinfleo o galimatías, al hablar de la pensión de la calle Bascuñán, del Maestro Chasquilla, de una audición radial, de la viuda y de la hija; sale de eso preguntando si María Elena Gertner ha chocado con el Maestro Chasquilla ("¿Contra él habrá escollado María Elena Gertner?"), cosa que sería digna de verse, vive Dios.

Pero donde Alone muestra el mayor descuido, el mayor desorden, la más grande confusión, es en el párrafo en que dice: "Hay un momento en la novela de María Elena Gertner en que parece que el milagro va a producirse o siquiera uno de los personajes vivirá, hablará: cuando la hija, bastante asiuticada por la pobreza y las frecuentaciones de la pensión, llega a la casa y se despide de unas compañeras de colegio. La madre todavía conserva las tradiciones, y en esos instantes implora al cielo que su hija no diga finalmente "¡chao!". Es una súplica a los santos del cielo. "¡Señor, que no diga "chao"! Pero los milagros se producen rara vez y la muchacha, en el umbral de la siutiquería, pronuncia la funesta palabra: ¡Chao! No sólo dice esa palabra que sella su condición. Agrega algo todavía más condenable: ¡Chaíto!"

¿Qué significa esto? ¿Qué milagro se habría producido si la muchacha no dice "chao"? ¿Es que la palabra o expresión "chao" es antimágica o anti-cualquiercosa? Alone no explica nada, sigue adelante y se pregunta, cosa inaudita, si María Elena Gertner no ha dicho "chao" alguna vez. ¿Qué quiere decir esto, qué demonios quiere decir? No lo sabremos nunca, ya que Alone no se digna explicar nada. Para él lo bueno es bueno y lo malo es malo, sin que se sepa por qué es malo o bueno.

Y de este modo, escribiendo así, dejando que el lector y el autor se las arreglen como puedan, llega al final de su artículo. "Es un deber señalar sin atenuantes la falla del libro y la derrota de "La derrota"; porque en la plenitud de su vigoroso talento, María Elena Gertner tiene todavía mucho que aprender y puede aprovechar." De seguro, podrá aprender mucho María Elena Gertner, pero no será Alone quien le enseñe, ya que no explicó cuál era la falla del libro, cómo habría podido ocurrir el milagro y por qué no ocurrió, no. Eso se lo guardó.

Un escritor, María Elena Gertner u otro cualquiera, vive, observa, sufre, ríe, siente y hace muchas cosas, y un día se decide a escribir una novela, demora en ella meses o años, y por fin la publica. Un crítico, en un artículo desordenado, confuso, en el que no explica nada y sólo confiesa que queda pasar un buen rato, pasa sobre esa novela y sobre ese autor como una máquina pesada y falta de inteligencia, eso tanto si la encuentra buena como si la halla mala.

Y Alone no es el único que procede así. Hay muchos críticos en Chile que escriben sobre libros como si el libro fuese algo muerto, algo abandonado por alguien, sin dignidad, sin dueño, lo mismo da reírse de él que alabarlo, el asunto es escribir, cobrar unos escudos y a otra cosa. En una palabra, en una literatura como la chilena, los escritores son los únicos seres que la estiman de veras. Los demás la toman como un trabajo, como un pasatiempo, como algo que se puede patear, revolcar, tratar bien o tratar mal. no importa.



 

 

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