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El desamparo de Manuel Rojas

"El delincuente", Zig Zag, 2da. Edición, 1963, 215 páginas

Publicado en La Nación 17 de mayo de 1964


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El cuento largo El delincuente, de Manuel Rojas, obtuvo el Premio "Atenea” de 1929 y el Premio "Marcial Martínez” (1929-1930). A propósito, ¿por qué no vuelve a otorgarse ese premio, desde hace tanto tiempo? ¿se agotaron sus fondos, o el jurado lo ha declarado desierto para siempre? El delincuente encabeza una nueva colección de cuentos de Manuel Rojas que se publica, en segunda edición, con sello Zig-Zag. Antes leímos este mismo cuento en una colección Nascimento, publicada en 1959 y encabezada por El vaso de leche, uno de los cuentos más famosos de Rojas, con reminiscencias de Los vagabundos, de Máximo Gorki. En este tomo recién aparecido nos encontramos también con Un mendigo, El trampolín, El colocolo, La aventura de Mr. Jaiva, Pedro el pequenero, Un ladrón y su mujer, La compañera de viaje.

Casi todos estos cuentos son claves para el estudio de la personalidad de Manuel Rojas y contienen la esencia de algunas de sus novelas más famosas: Hijo de ladrón, Punta de rieles, Mejor que el vino. Hombre sentimental, acorazado por la hurañez, sensual y a la vez dispuesto a hundirse en la ensoñación de su sensualidad, Manuel Rojas obtiene su logro artístico con dos o tres elementos que llegan a convertirse en fijaciones de su ánimo. La dura vida de los comienzos, la miseria, el hambre, el frio, la naturaleza y el rigor de otros hombres, lanzados encima de la pobreza inerme y desamparada. Pero aparte de este factor sensitivo hay la destreza de un narrador amable y tierno que intenta organizar su antigua adversidad, contemplándola, dándola como hecho pintoresco y doloroso a quienes leen sin haberla conocido en carne propia. Y aquí se produce otro fenómeno de contradicción. La memoria esfumina en parte el hecho oprobioso, mientras la expresión literaria se encarga de acentuarlo, de estilizarlo en el horror. Pero así hemos llegado al punto de una técnica y a establecer el carácter de un autor, de un gran prosista nuestro, venido, como los mejores prosistas, de la poesía al cuento y a la novela.

Quienes recopilan periódicamente antologías de cuentistas, por cuenta propia o por institutos culturales, eligen, guiados acaso por la sentimentalidad de su contenido, El vaso de leche, de Manuel Rojas. Olvidan El delincuente y Un mendigo, este último, a nuestro gusto, una de las obras maestras del autor. ¿Qué sucede en este cuento? Un hombre está enfermo y sale del hospital, muy pobre y semiparalítico busca a un antiguo amigo, en una calle que no recuerda bien, en una casa que posee un número no anotado ni grabado en su memoria. Como puede imaginarse, el hombre no encuentra lo que busca y entonces se para en una esquina, en la vecindad de un restaurante que asa unos pollos en la vitrina, de cuya puerta asoma gente muy bien nutrida y feliz. Al primer personaje que aparece, el infeliz le solicita la dirección que busca, pero ese personaje, animado por la prisa de los dichosos, le da una limosna. El convaleciente que no es un mendigo, intenta devolvérsela, pero el donante ya está lejos y no entendería su absurdo rasgo. Después salen otros, que sin escucharlo lo gratifican, y otros y otros, hasta que el hombre acomoda su lenguaje teatral, modula la queja de su adversidad, convertido de súbito en mendigo, en un mendicante profesional. Es un cuento clásico en la cuerda que mejor pulsa Manuel Rojas, la miseria, el hambre, sin que el protagonista se desmorone, ni se queje antes de tiempo, sostenido por la frágil columna de su dignidad humana.

En El delincuente todo se reduce a ese matiz que separa a los borrachos y a los hombres honrados más pobres con el delincuente profesional, ése a quién la policía le habla con voz tremebunda, como a la otra parte indispensable de su oficio. Es una escena nocturna muy difícil de olvidar, en que el oprobio y la dignidad y hasta la dignidad del oprobio se establecen en un acento apenas insinuado, un ojo azul de forajido, una voz segura y estentórea de ciudadano de bien, habitante de un conventillo, fuente este último de tantos prodigios literarios chilenos.

Pedro el pequenero, otro de los cuentos insertados en este tomo, intenta una mitología popular cuyo punto de partida podría ser la lucha de Jacob y el Angel, pintados por Gauguin, o la Visión después del Sermón. Manuel Rojas relaciona en este cuento a un borracho, Pedro el pequenero, con la pasión y la muerte de Cristo, sin otro recurso que la sed alcohólica del primero. Pero no seguiremos contando estos cuentos, agrupados en un tomo que aumenta con un título más, El delincuente, la obra de uno de nuestros más hondos prosistas.

 

 

 

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El desamparo de Manuel Rojas
"El delincuente", Zig Zag, 2da. Edición, 1963, 215 páginas
Publicado en La Nación 17 de mayo de 1964