En Sombras contra el Muro, Manuel Hojas vuelve a manipular el hilo de la existencia de Aniceto Hevia protagonista de Hijo de Ladrón, en una segunda etapa de ella. Una técnica ágil, de planos diversos, con monólogos internos y continuas interpolaciones, en un argumento escasamente complicado, singularizan la obra. Retorna Manuel Rojas a un medio revelado en diversas novelas y cuentos, con más éxito que en Punta de Rieles. En una entrevista que se le hizo en El Nacional, de Caracas, en octubre de 1959, el novelista alude a la trilogía formada por Hijo de Ladrón, Mejor que el vino y Sombras contra el Muro, diciendo lo siguiente: "La base de esas tres novelas es mi propia vida en un cincuenta por ciento; el otro cincuenta por ciento es elaboración de mi fantasía".
En el reciente volumen, la pululación de personajes evoca algo del profuso mundo barojiano. La experiencia de Aniceto Hevia se amplia y desarrolla en Santiago, después de haber frecuentado el hampa porteña y conocido la cárcel. El escritor hace revivir, a veces con nombres propios, a sus antiguos camaradas anarquistas que actuaron antes de 1920. Es un conjunto variado, con tipos idealistas y altamente valiosos, pero con otros dominados por el oportunismo y diversas fallas morales. Manuel Rojas no pretende idealizarlos, y sus pinturas psicológicas suelen ser descarnadas cuando describe a El Chambeco, apodo que tenía Enrique Cáceres; a El Checo, o a Manuel, el hijo del viejo Silva. En un diálogo con Aniceto, Teodoro, un pintoresco personaje del conjunto, hace estas reflexiones sobre sus camaradas: "—Bueno —dijo Teodoro—, a los anarquistas llega toda clase de gente, y entre esa gente vienen muchos sinvergüenzas; es lo que más hay y están en todas partes; y menos mal si no son más que sinvergüenzas. Algunos son cosa peor: ladrones o estafadores, simuladores o aprovechadores. No creen en nada, no les importan las ideas y quieren sacar provecho de lo que encuentran. Lo peor es que no quieren trabajar, y eso es lo que los lleva a la sinvergüenzura. La mayoría de los anarquistas son hombres de buena fe; pueden ser tontos o pueden ser ingenuos, pero tienen buena fe; algunos son muy ignorantes: no conocen más que dos o tres palabras, y en eso basan todo: libertad, solidaridad, todos para uno y uno para todos; pero trabajan. se las machucan de algún modo, principalmente como obreros; los intelectuales no duran; estudian una carrera, y eso se los come: tienen que formarse..." Excelente análisis que conforma la psicología del grupo humano revelado por la pluma de Rojas.
Un fenómeno sobresaliente que fluye de las páginas de Sombras contra el Muro es el tratamiento del lenguaje popular y su inserción en los diálogos. La obra está fechada en Kennewick, Washington, Estados Unidos; pero la distancia no ha deteriorado la perspectiva de lo criollo en el narrador. Además, se ha conseguido, mejor que anteriores producciones del escritor, una suerte de maestría en el manejo del habla. de los soliloquios, algunos de gran precisión y belleza, y de lo concerniente a lo coloquial.
Ya se dijo que la acción no es de complejidad externa, pero un lector avisado descubre pronto un trasfondo que nutre y enriquece la trama. El número de personajes que desfilan y la rapidez con que están captados algunos no impiden la fluencia del torrente narrativo. También existe un tema de validez social que gravita siempre en la narración: la presencia del hambre. Un imperativo biológico, una tremenda apetencia van siempre urgiendo a Aniceto Hevia y a la mayoría de sus compañeros. Este elemento los precipita a la picaresca después de perseguir un trabajo más noble, que no aparece a menudo. Aniceto Hevia, en esta etapa de su vida, oscila entre un difuso anarquismo y las impurezas de una realidad sórdida. Semejante factor se refleja en la comunicación de ciertas palabras que le transmitieron a Aniceto en la Argentina: "la libertad, el hombre, la mujer, el niño, el trabajo, la igualdad, la ayuda mutua, el amor, la ciencia; pero conocía otras, también no dichas por nadie, sino experimentadas: hambre, enfermedad, sufrimiento, cárcel, soledad". Por eso añade Rojas que su héroe tenía una mente que oscilaba entre el ensueño y lo real y se sentía vivir en un mundo que iba desde el piojo y la sarna hasta el resplandor de las estrellas". Volviendo al hambre, cuyo espectro se asoma a cada paso, conviene citar unos párrafos elocuentes de Manuel Rojas: "Aniceto y algunos de sus amigos están siempre preparados para aceptar a cualquier hora, invitaciones a comer; comer en una casa particular, en un restaurante, en una cocinería, en una venta callejera de humitas o prietas; donde sea, con tal de comer..."
Si bien Aniceto Hevia suele resolver su problema esencial, el de alimentarse, mal o mediocremente, no conoce todavía mujer. Son para él un misterio, por lo menos en el trato íntimo. Al final brotan dos figuras femeninas: una prostituta, que inicia al "hijo de ladrón" en una siniestra alcoba, y una artista, a la que se acerca buscando una vaga ternura. Cuando la obra termina, continúa dominando la enorme y decisiva soledad de Aniceto Hevia.
Digamos algo del estilo de Manuel Rojas. Como compensación de algunos descuidos, del excesivo vulgarismo de palabras, frases y diálogos, posee su lenguaje dos méritos que lo realzan.
Uno, el de su viril expresividad, sin halagos retóricos ni concesiones al preciosismo. Otro, el del colorido que fluye del escenario popular, de sus rápidas estampas de barrio (San Diego, Pila del Ganso, Avenida Matta) y de tipos inconformistas, hampones y desarraigados sociales.
De ambos ingredientes ofrecen sus libros un muestrario valioso, que en Sombras contra el Muro se acrecienta por medio de un virtuosismo en la apicarada parla de rotos, picantes, rateros, vagabundos, artistas, anarquistas, comadres de barrio pobre y gente marginal.
Conviene seleccionar ciertas escenas y cuadros de relieve que dan movimiento y rotundidad a la trama. En la primera parte, el episodio sabroso y original del francés, quizá evadido de la Guayana, que prepara incendios y los hace de manera que nadie encuentre rastros. Pero siempre de acuerdo con un propietario que asegura el edificio, cobra la póliza y da su comisión al imaginativo delincuente. En la segunda parte aparece entretenido el incidente suscitado por la venta del catre del anarquista Luigi, realizada entre Aniceto y Cáceres. En la tercera, a pesar de su crudeza maloliente, la escena rabelesiana del borracho que hace una avería en medio de una celda llena de presos, mientras Aniceto está encerrado en la Sección de Detenidos. En la cuarta, interfiriendo el relato, la evocación plástica del mar chileno, mientras recorría sus riberas Aniceto en compañía de Echeverría y Cristián. Es aquí donde el estilo de Manuel Rojas alcanza una de sus buenas caracterizaciones, con toques de lírica ternura. (Páginas 131-134)
En la quinta parte se traza una vívida reconstrucción de la Avenida Matta, el antiguo Camino de Cintura, la calle San Diego y el Matadero, antes revelado por Sepúlveda Leyton en Hijuna. Rojas consigue concentrar su poder de representación acumulando detalles y provocando una secuencia narrativa, con pinturas de la vida, costumbres y carácter de un conjunto urbano.
En la sexta y última parte vuelve Aniceto a la cárcel, de donde sale pronto. El suceso es menos importante que la acción del tiempo, siempre visible y obsesiva en Manuel Rojas. "El tiempo fluye por todas partes; es como una ventolera fuerte, que lo revuelve todo y se lleva algo cada día, cada momento. Viene desde todos lados y va hacia todos, hacia el cementerio, hacia las altas montañas, viene de ellas y del mar, por el valle, no le quites el cuerpo, te hallará; la gente lo vive y él vive de la gente, la gente vive gracias a él y él vive gracias a la gente, la gente envejece, también él, el tiempo viejo, el viejo tiempo..." (Página 150)
Y todavía una mención decisiva: "El tiempo sopla desde todos los puntos del cuadrante; el viento desde el sur o desde el norte; desde el este, muy débil en las noches, y, en ocasiones muy contadas, desde el oeste; el norte y el sur, por el valle central como por un tubo, fuerte, y el oeste o Travesía, que así le llaman y que llega al valle después de atravesar la cordillera de la costa, suave, tan suave como el este, aunque en algunas de aquellas contadas ocasiones suele soplar fortísimamente". (Página 207). El tiempo también se hace protagonista, y su acción se clava en la ruta de Aniceto Hevia cuando lo abandona Manuel Rojas, sin que conozca el amor, pero lleno de experiencias vitales.
Se ha señalado por críticos hispanoamericanos el fragmentarismo de Manuel Rojas, muy tangible, sobre todo en Mejor que el vino. En su nueva obra, a pesar de la inserción de diversas historias en el cuerpo de la novela, vuelve a captarse el hálito de Hijo de Ladrón, pero sin su rígida cronología y su más trabada estructura. No existe la visión sintética de un personaje, sino una desmenuzación y fragmentación, que sirven para insinuar el carácter de Aniceto Hevia junto a un elenco diluido en la ambiciosa trama.
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com Manuel Rojas. “Sombras Contra el Muro“.
(Zig-Zag, 1964).
Por Ricardo Latcham.
Publicado en La Nación, 24 de mayo de 1964