Proyecto Patrimonio - 2019 | index | Manuel Rojas | Autores |
La herida
(fragmento de Hijo de ladrón)
Manuel Rojas
.. .. .. .. ..
Podrá o no haber, a tu alrededor, gente que se interese o no se interese por ti y que quiera o no quiera ayudarte; si la hay y se interesa y quiere, podrás llegar a ser conservado, excepto si tu herida, esa herida que ni tú ni nadie puede ubicar, pues está en todas partes y en ninguna: en los nervios, en el cerebro, en los músculos, en los huesos, en la sangre, en los tejidos, en los líquidos y elementos que te recorren; excepto si tu herida, digo, puede con todo y con todos: con la medicina, con la educación, con tus padres, con tus profesores, con tus amigos, si es que llegas a tener todo eso, pues hay innumerables seres humanos que no tienen ni han tenido medicina, educación, padres, profesores ni amigos, sin que nadie parezca darse cuenta alguna de ello ni le atribuya importancia alguna en un mundo en que la iniciativa personal es lo único que vale, sea esa iniciativa de la clase que sea, siempre que deje en paz la iniciativa de la clase que sea, siempre que deje en paz la iniciativa de los otros, sea ésta de la índole que sea. Si la herida puede con todo y con todos y sus efectos no disminuyen sino que se mantienen y aumentan con el tiempo, no habrá salvación alguna para ti; salvación no sólo en cuanto a tu alma, que estará perdida y que en todo caso es de segunda importancia en el mundo en que vivimos, sino en cuanto todo tú; y ya podrás tener, en latencia, todas las virtudes y gracias que un hombre y un espíritu pueden reunir; o te servirán de nada y todo en ti será frustado: el amor, el arte, la fortuna, la inteligencia. La herida se extenderá a todo ello. Si tu gente tiene dinero, llevarás una vida de acuerdo con el dinero que tiene; si tu gente es pobre o no tienes familia, más te valiera, infeliz, no haber nacido y harías bien, si tienes padres, en escupirles la cara, aunque es más que seguro que ya habrás hecho algo peor que eso. Puede suceder que la herida aparezca en tu adultez, espontáneamente, como ya te dije, o provocada por la vida, por una repetición mecánica, supongamos: el ir y venir, durante decenios, de tu casa al trabajo, del trabajo a tu casa, etcétera, etcétera, o el hacer, día tras día, a máquina o a mano, la misma faena: apretar la misma tuerca si eres obrero, lavar los mismos vidrios si eres mozo, o redactar o copiar el mismo oficio, la misma carta o la misma factura si eres oficinista. Empezará, a veces, con mucho disimulo, tal como suele aparecer, superficialmente, el cáncer, como una heridita en la mucosa de la nariz, de la boca o de los órganos genitales o como un granito o verruguita en cualquier milímetro cuadrado de la piel de tu cuerpo. No le haces caso al principio, aunque sientes que el camino entre tu casa y la oficina o taller es cada día más largo y más pesado; que los tranvías van cada vez más llenos de gente y que los autobuses son más brutalmente sus bocinas; tu pluma no escribe con la soltura de otros tiempos; la máquina de escribir tiene siempre la cinta rota y una tecla, ésta, levantada; el hilo de las tuercas está siempre gastado y tu jefe o patrón tiene cada día una cara más espantosa, como de hipopótamo o de caimán, y por otra parte notas que tu mujer ha envejecido y rezonga demasiado y tus hijos te molestan cada día más: gritan, pelean, discuten por idioteces, rompen los muebles ensucian los muros, piden dinero, llegan tarde a comer y no estudian lo suficiente. ¿Qué pasa? La herida se ha abierto, ha aparecido y podrá desaparecer o permanecer y prosperar; si desaparece, será llamada cansancio o neurastenia; si permanece y prospera, tendrá otros nombres y podrá llevarte al desorden o al vicio; alcoholismo, por ejemplo, al juego, a las mujerzuelas o al suicidio.