Al comenzar este año, el gran escritor Manuel Rojas
habría cumplido cien años. Nació en Buenos Aires, hijo de padres
chilenos, el 8 de enero de 1896. Falleció en Santiago el 11 de marzo
de 1973. Entre su obra narrativa figuran: Hombres del Sur, 1926;
Lanchas en la bahía, 1932; Hijo de ladrón, 1951; Mejor que el vino,
1958; Punta de rieles, 1960; Sombras contra el muro, 1964; y La oscura
casa radiante, 1971. En poesía: Tonada del transeúnte, 1927y Deshecha
rosa, 1954. Es autor de Breve historia de la literatura chilena, 1965;
y de varias obras de investigación y ensayo. En 1957 se le otorgó el
Premio Nacional de Literatura.
Para honrar su memoria, reproducimos
un texto poco conocido.
SOLO CONFIA EN TUS PIERNAS
Páginas
excluidas de Hijo de Ladrón
..... -Si ahora miras hacia atrás verás que la nieve
parece como que quisiera aproximarse a nosotros. No puede hacerlo;
está pegada al suelo, unida a la tierra y a las piedras, su color está
suelto, sin embargo; nadie puede aprisionarlo, e irradia luz y con esa
luz se aproxima a nosotros y quiere cercarnos y envolvernos; no se
resigna a dejarnos ir. No sé si alguna vez te has encontrado en alguna
parte en que la nieve te rodeaba por cuadras y cuadras y en donde tú y
tús compañeros, si es que alguien iba contigo, eran lo único sombrío,
lo único oscuro que había en medio de la blancura. No lo sé. Hablo de
la noche, aunque en el día no es mucho mejor; a cualquier hora es lo
mismo: la sensación que está limitado y reducido y de que eres lo que
se mueve en medio de lo inmóvil, lo tibio rodeado de lo helado y casi
podríamos decir lo vivo entre lo muerto sino fuera porque la nieve no
es algo muerto sino algo vivo, algo vivo que no mata a lo que está
bajo ella. La semilla que duerme bajo la nieve está más segura que el
hombre o el animal que camina sobre ella. Estamos hablando de hombres,
claro. Cuando uno se encuentra como te decía y puede mirar y ver el
espacio y la nieve que lo rodean, se da cuenta de que el blanco no es
un color blanco e inofensivo, sino que es un color duro y agresivo y
¡que descanso ver a lo lejos, en algún picacho inaccesible a todo y
todos, un color diferente, un negro, por ejemplo, o un rojizo o un
azul! Los ojos descansan en ese color, reposan en él antes de volver
al blanco de la nieve, a este blanco que te persigue, te fatiga, te
tapa los senderos, desfigura los caminos, oculta las señales y,
además, te mete en el corazón el miedo a la soledad y a la
muerte.
..... Mira de nuevo hacia atrás.
Mira ahora hacia adelante: todo está oscuro y negro y no se ve nada o
casi nada y a pesar de eso sientes que esa negrura y esa oscuridad
están llenas de rincones acogedores; hay arbustos y la tierra está
seca; puedes tenderte en cualquier parte y no te mojarás ni te
helarás; puedes hacer fuego con ramitas y calentarte, tomar café o
mate o simplemente mirar las llamas. El hombre tiene miedo de la noche
y sólo algunos solitarios, como los trabajadores de los bosques y de
las montañas, algunos, no todos, que han logrado, después de mucho
tiempo, dominar el miedo, saben apreciarla. Nada de eso puedes hacer
en la nieve; en la nieve no puedes detenerte ni sentarte y debes
seguir andando, como si una voz te advirtiera: estás muy cansado y
morirás si te detienes, te enfriarás, te agarrotarás, quedarás
riendo.
..... Mira hacia atrás de nuevo:
la nieve continúa mirándonos, persiguiéndonos con su blancura; y si
fuera algo duro, algo consistente, sobre lo cual se pudiera pisar con
confianza y con seguridad... No lo es: aunque conozcas de memoria el
sendero, aunque hayas pasado muchas veces sobre él, aunque te sepas al
dedillo sus piedras y sus rocas, sus vegas y torrentes, sus vueltas y
revueltas, no debes confiar: bajo la nieve de varios días o de varios
meses todo cambia: su peso hace correr las piedras que conoces, y la
nieve que está más arriba de aquella que vas pisando, más arriba del
sendero , al derretirse forma torrentes que corren por debajo y la
destruyen, carcomiendo la capa sobre la cual vas caminando: aquí te
hundirás hasta la rodilla, allá hasta la cadera, más allá resbalarás y
quién sabe si podrás sujetarte e impedir la caída.
..... Vamos lejos ya, una cuadra, dos, hundiéndonos en la oscuridad,
en una oscuridad sin nieve, en una oscuridad sin hirientes
resplandores; la nieve, sin embargo, sigue
vigilándonos.
..... De buenas hemos
escapado.
.....
Sí; llegó un momento en que creí que no
saldríamos vivos del planchón.
..... -No sé qué es
mejor: si la nieve blanda o la nieve dura; mejor dicho: no sé que es
peor.
..... -Le tengo miedo a la
nieve, pero me gusta, de lejos, es claro, y a veces de cerca, pero no
la quiero. Dos o tres veces me he encontrado con ella en las montañas,
solo yo y sola ella, durante horas, perdida la huella, borrado todo
rastro, sepultada las señales, extravidos los amigos: aquí te quiero
ver. Miras para cualquier parte: no hay nada ni nadie que te pueda
ayudar y la noche se acerca o la noche se alarga; hay una quietud
mortal: nada se mueve, por lo menos nada que tú puedas ver; si gritas,
nadie te oirá; si pides auxilio, nadie te socorrerá; debes confiar
sólo en tus piernas, que algunas veces fallan, o en tus pulmones, que
también se cansan; debes confiar, también, en tu presencia de ánimo,
en tu valor, que a veces desaparecen no se sabe cómo, y a cada
momento, a cada paso, te hundes en el silencio, en la quietud y en la
soledad y en el espacio que ocupas y aquel que te rodea y aquel que
logras ver se reducen más y más. No mires a lo lejos: debes mirar en
qué punto vas a poner el pie en el siguiente paso y en el otro y en el
otro. ¿Oyes? Es el rumor de un torrente que corre bajo la nieve,
¿hacia dónde y por dónde?, no lo sabes, lo oyes nada más. Sí, no mires
a lo lejos; a lo lejos quizás estén tus compañeros, hay un campamento,
una alegre fogata, luz, animación, voces, calor, risas, una taza de té
y una cama, hasta puede haber una mujer, no tuya, porque tú eres un
pobre diablo, pero una mujer a la cual puedas por lo menos mirar,
mirar nada más, y no te parezca poco. Las mujeres son escasas en la
cordillera, más escasas aun las que pueden llegar a ser tuyas... No
mires a lo lejos, te digo, ni pienses en lo que puede haber en otra
parte; aquí hay algo más importante que todo eso, aun más importante
que ls mujeres, de las cuales, algunas veces, se puede prescindir; de
esto no se puede prescindir sino para siempre. Me refiero a la vida,
es claro. Pon bien el pie y afirma bien el cuerpo. No sabes si en el
siguiente paso encontrarás una nieve más blanda o una nieve más dura,
una más delgada o una más profunda; es de noche y no puedes distinguir
bien; de día es fácil reconocer la nieve profunda; tiene adentro, como
en las entrañas, un color azul precioso, muy suave, como el de ciertas
aguas o el de ciertos cielos; de noche toda es igual, toda blanca,
toda fría y se endurece a medida que la oscuridad
avanza.
..... -¿Cuántas horas estuvimos
en la nieve?
.....
-Ocho tal vez.
.....
-Yo les dije: es mejor esperar, pero ustedes se emperraron en
seguir.
.....
-No; vamos en seguida; no nos quedemos
aquí.
..... -Durmamos aquí, en el
Cristo, y mañana temprano seguimos viaje.
.....
-No; queremos llegar pronto a Chile.
..... -Hay mucha
nieve.
.....
-Qué importa. Aquí también hay
mucha.
..... -Y
partimos.
..... -¿Y ahora?
..... Ahora todo va bien y dentro de un rato, una hora o dos,
podremos tendernos y descansar. Serán las dos o tres de la madrugada,
estamos en Chile y pronto aparecerán, en la oscuridad, los primeros
álamos.
.....
¡Qué fácil es decirlo
ahora!
..... -Si no fuera por las
autoridades todo sería fácil: el túnel es ancho y se pasa en una hora;
pero, no, señor. Alto ahí. Aparece la autoridad: a ver los papeles.
¿Chileno? ¿Argentino? Muéstreme su libreta de enrolamiento, muéstreme
su pasaporte, muéstreme su equipaje; por poco te piden que les
muestres otra cosa; y si vas sucio o rotoso, es mucho peor: si no les
caes en gracia te llevarán al retén y te tendrán ahí dos horas o dos
días o una quincena. En Las Cuevas había un cabo, hijo de tal por
cual, que se acercaba al calabozo y abría la puerta:
.....
-A ver que salgan los que sepan leer y escribir.
.....
-Salían, muy orgullosos, tres o cuatro; los demás o no sabían leer o
no hacían caso de lo que decía el cabo.
..... -Muy bien:
agarren una pala cada uno y andando.
..... -Los ponía a
hacer un camino en la nieve, entre la comisaría y la estación. Lo mató
un rodado: en el infierno debe estar, haciendo con la jeta un camino
en el fuego.
..... -¿Y aquién vas a quejarte?
¿A quién recurrirás? A mí me detuvieron tres días una vez. ¡Cuanta
gente ha muerto por causa de esos malditos papeles! Hace años se
entraba o se salía de la Argentina y de Chile como si se entrara o se
saliera de su propia casa; hoy son, para todos, como casa ajenas; no
había túnel ni ferrocarril y tampoco autoridades que pidieran que les
mostraras todo, no; ibas a Mendoza o a la Pampa, trabajabas en la
vendimia o en la cosecha y te volvías antes de que llegara el
invierno, a fines de marzo, digamos, y nadie te decía nada. Ahora, no:
papeles aquí, papeles allá, al calabozo, no tienes tus papeles, sos un
atorrante, tomá una pala, ¿por qué?, tenís cara de pillo, chileno
ladrón, cuyano maricón, una semana detenido; ahora ándate y no vuelvas
más por aquí. Y los hombres se asustan o se engallan: pasan de noche
la cumbre y el viento o la nieve los agarran cansados y por ahí se
quedan, mostrando los dientes.
..... Mira hacia
atrás: todavía se ve la nieve. Es lo que más se ve en Chile; desde la
orilla del mar, desde el campo, desde las ciudades, desde los bosques,
a veces desde la cama o desde la cárcel.
..... -He trabajado
en las minas: nieve hasta para regalar. Hay minerales que en el
invierno se transforman en cementerios, tan solo quedan, sepultados
bajo dos o tres metros de nieve. Los hombres que se quedan a invernar
viven como ratones: les crece el pelo, se les alarga el bigote, se les
ennegrece la cara, les rebrillan los ojos, la ropa se le hace pedazos
-usan la peor- y se pasean por las galerías y los pasillos de los
campamentos como fantasmas peludos y negros.
..... -También he invernado en el otro lado, donde queda la primera
cuadrilla de peones del transandino argentino; no me gusta: prefiero
pasar hambre en Valparaíso y no engordar bajo diez metros de nieve.
Gracias. ¿Y las mujeres, los niños, los árboles? Cuando abrimos la
puerta después de una nevazón que duró tres días, nos encontramos con
que no podíamos salir de la casa: la nieve llegaba hasta más arriba de
la puerta; tuvimos que hacer un túnel para llegar hasta la línea del
tren.
..... -Así murió Manos Duras y
así murió Tuerto Chico; así han muerto muchos y muchos han muerto en
este mismo lugar. Cuando se llega hasta aquí cansado y hambriento y
resulta que sopla viento y la nieve está dura, siente uno que lo mejor
que podía haberle ocurrido es no haber salido nunca del vientre de su
madre: un minuto o dos sentado, descansando, bastan para agarrotar los
músculos y acalambrar el estómago. Ahí te quedarás, hasta que vengan a
buscarte... cuando pase el invierno. Tuerto Chico no era orgulloso si
soberbio, más bien era apocado, aunque no tanto que se le pudiera
poner el pie encima y se quedara tranquilo; te miraba de lado,
levantando la cabeza, como quien mira por sobre el hombro y hacia el
cielo -también lo llamaban, algunos, Mira-Para-El-Norte y uno sentía
que en esa mirada, la mirada de un solo ojo -el otro lo tenía tapado
por una nube- asomaba algo que era necesario respetar, aunque ese algo
estuviera encerrado dentro de un hombre de baja estatura, feo y
hediondo como nadie -no se bañaba nunca, no diré en la cordillera,
donde en verano no se bañan más que los locos, sino que en ninguna
parte: decía que el baño le hacía salir granos.
.....
Hay hombres tiesos, aunque no lo parecen, y hay que tener cuidado con
ellos: algunos cortan como cuchillos, otros golpean como piedras y los
más suaves putean que da gusto.
..... -Manos Duras,
sí, era orgulloso aunque no guapo ni fanfarrón, callado más bien, y no
le gustaba -tampoco le gustaba a Tuerto Chico ni tampoco le gusta a
muchos hombres, por rotosos que anden- que las autoridades lo
detuvieran, lo interrogaran, lo registraran, lo manosearan, lo
encerraran, lo hicieran trabajar y se burlaran de él. Prefería,
entonces, esperar la noche para pasar la cumbre. Corría el riesgo que
lo pillara un temporal o una nevazón o de que se perdiera, pero
prefería eso a que lo baboseara nadie. Dos o tres veces me fui con
ellos a Mendoza y dos o tres veces me volví con ellos a Chile. Venían
todos los años, como los pájaros. Eran duros y callados y aguantaban
mucho, aguantaban el cansancio, el hambre, la sed, el frío, todo: la
muerte debe haber peleado duro con ellos para ganárselas. Lo que no
soportaban era el mal trato. Si encontraban, sobre todo Manos Duras,
un capataz de mal carácter o abusador, preferían irse. El capataz
salía ganando: creo que Manos Duras era capaz de meter clavos en la
madera sin otra herramienta que sus manos.
..... -También he hecho ese viajecito. Camina unos tres días desde
Mendoza, o cuatro si no ha tenido la suerte de pescar un tren de
carga; se han roto las alpargatas o los zapatos y se han terminado las
provisiones; el camino es duro, pura piedra; está uno cansado y no
puede meterse en ninguna parte, salvo que conozca a alguien en algún
campamento o sea amigo de algún capataz. Por ahí, detrás de una
piedra, lo pilla la noche, acurrucado, y hay que partir. Vamos,
arriba, toma el saco o la mochila y andando. Estamos a fines de marzo
o a principios de abril y ha caído una nevazón, dos, tres; ¿cómo
estará el camino? ¿Cómo estará la nieve? Nadie lo sabe y si por
casualidad encuentras a alguien que acaba de atravesar la cumbre, te
dirá: está bueno, está malo, está regular, la cosa está buena de este
lado y más o menos del otro. Siempre, sin embargo, está peor de lo que
él dice. Además, hay que tomar en cuenta la hora y el tiempo: si es de
día, si es de noche, si hay sol, si está nublado, si corre viento, si
no corre. Se amarra uno bien los pantalones y parte, no por el camino,
que sería mucho mejor, sino que por ahí, por los lados, escondido.
Podría uno irse directamente a la boca del túnel, meterse en él y
salir tan tranquilo al otro lado, pero no puede ser: el túnel tiene
puertas a ambos lados, en las dos bocas, una puerta de fierro, y esa
puerta está cerrada y asegurada, además, por un candado y una cadena.
¿Por qué? Quien sabe. De dia el carabinero puede ver quien sale y
quién entra; de noche no puede verlo y entonces le pone candado.
Libertad es la herencia del bravo, dice la canción nacional chilena;
libertad, libertad, dice la canción argentina; libertad, sí, pero
pongámosle candado a la puerta. Claro e que si lo sorprenden a uno
tratando de pasar a econdidas la cumbre, sin mostrar lo que ellos
quieren que uno muestre, es mucho peor: lo tratarán como a un
cuatrero, como a un contrabandista, como a reo prófugo, pero la
libertad vale algo y hay que pagarlo, no la de los himnos, que parece
no existir, sino otra. Por lo demás, la noche es igual para todos y
sólo muy pocos le han perdido el miedo. Andando. A veces, como en este
caso, se tiene suerte y se pasa; otras, se llega al Cristo y se duerme
ahí si la cosa se presenta muy mala; pero hay veces en que no se hace
caso de nada y se sigue adelante. Vamos de bajada, se dice, y no vale
la pena quedarse. Sigamos. Es lo que nos ha pasado ahora. Pero desde
el Cristo para adelante nadie puede decir lo que va ha pasar: si
llegará vivo hasta abajo o si, a pesar de llegar vivo, morirá cuando
ya se cree a salvo. La bajada es a veces peor que la subida, aunque la
subida es a veces peor que la bajada.
..... Miremos por
última vez hacia atrás: la nieve se está alejando y al alejarse sube,
como si se empinara para mirarnos y vigilarnos. Todavía no se resigna
a perdernos. Adios. Volveremos este otro año. Por aquí encontraron a
Manos Duras y un poco más allá a Tuerto Chico: estaban sentados, con
la mochila al ladito, encogidos.
..... -¿Oyen? Empieza
a oírse el rumor del río y aparece el primer álamo. Estamos en
Chile.
Este texto fue
publicado en 1951, en la revista Babel, junto con el título: "Páginas
excluidas de Hijo de Ladrón",
junto a un estudio acerca del
autor.
En Rayentrú año 4 Nº11, julio de
1996