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Recordando a Miguel Serrano a un año de su muerte

Por Mauricio Emiliano Valenzuela
Periodista

Recuerdo la tormenta eléctrica de hace un año. Esa noche me quedé despierto revisando una carta enviada por Miguel Serrano al director de un diario regional del sur. En la misiva el escritor hacía recuerdo de un viejo amigo suyo de los días de la guerra. Roberto Vega Blanlot, quien había militado en el antiguo Movimiento Nacional Socialista de Chile de Jorge González von Marées, el Jefe.

Después de la masacre del Seguro Obrero, el 5 de septiembre de 1938, aquel movimiento reestructuró sus bases y cambió  su nombre a Vanguardia Popular Socialista. Quisieron formar bancada con el PS pero sufrieron el escepticismo y con la guerra se embotellaron, perdieron impulso y desaparecieron.

En sus últimos años, el  órgano doctrinario de la organización, la revista Acción Chilena, que hasta ese entonces estaba dirigida por el economista y escritor Carlos Keller, también tuvo reestructuraciones. Comenzó la segunda guerra y dentro de la hegemonía que tenían los países aliados en nuestro continente, las iniciativas de corte nacionalista eran vistas con desconfianza.

Las decisiones –generalmente ecos de la hegemonía aliada- eran adoptadas a nivel continental. En Chile, sin embargo, se irguió una trinchera que aspiraba a crear un bloque nacionalista que uniera las voces divergentes de América Latina en un frente opositor, pro neutralismo, anti imperialismo: los representantes de esta lucha tenaz fueron Enrique Zorrilla, Juan Salinas Ortiz, Roberto Vega, Miguel Serrano, Joaquín Edwards Bello (último que alguna vez dijo: “si fui aprista no veo porque no puedo ser nacista”), etc.

Existió una lista negra propiciada por intereses ingleses y norteamericanos. En ese paisaje, Miguel Serrano combatió con su célebre revista La Nueva Edad, mientras que Roberto Vega dio la lucha asumiendo la dirección de Acción Chilena.

En este medio escribieron intelectuales como Héctor Sepúlveda Villanueva, Carlos Keller, Eduardo Angüita, Jaime Rayo, etc.

 Con la derrota de Alemania, la decepción y el naufragio llevaron a Vega a convertirse en sacerdote, abandonándolo todo. (En su ordenación a cura fue acompañado por el antiguo Jefe del nacismo, Jorge González. Más tarde encontré una fotografía de este evento que adjunto al artículo.)  

En palabras de la carta de Miguel Serrano enviada al diario El Sur: 

 “Señor director:

çTal vez ésta sea una historia un poco larga para ser relatada en una carta, pero es de gran importancia que sea conocida o recordada, especialmente hoy en Chile. Roberto Vega Blanlot fue un gran idealista de los años treinta y cuarenta. Nacionalista, mejor dicho, nacionalsocialista, se salvó de ser parte de la masacre del Seguro Obrero, el 5 de septiembre de 1938. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, reeditó la revista Acción Chilena, junto a Jorge González von Mareés. Tras las derrotas, desilusionado de todo, se convirtió al catolicismo y se hizo sacerdote. La última vez que le vi fue vestido con sotana y caminando por la calle Lira. Nos detuvimos a conversar y a recordar. Me reveló que había empezado a escribir las memorias del Nazismo en Chile, habiendo sido autorizado por la Iglesia, y me pidió prestada una colección de mi revista de la Guerra, La Nueva Edad. Acepté y, después de un tiempo, me la devolvió "religiosamente". Deduzco que terminó de escribir sus Memorias. Fue Monseñor Valech, Director en aquellos días de la Vicaría de la Solidaridad, quien me dio a conocer, por intermedio de un familiar, la muerte de Roberto Vega. Había quedado a cargo de sus pertenencias y me hacía saber que tenía algo que deseaba entregarme. Pensé en sus Memorias. Desgraciadamente, no era así. Monseñor Valech me hizo llegar el carnet "número uno" del Partido Nazista Chileno, perteneciente a Jorge González von Mareés, el "Jefe".

Todo esto viene a mi recuerdo hoy cuando es precisamente el mismo Monseñor Valech quien publica y hace entrega del voluminoso Informe sobre Torturas durante el Régimen Militar en Chile. ¿Qué habrá pasado con las memorias sobre el Nazismo chileno del sacerdote Roberto Vega? ¿Quién se quedó con ellas? ¿Quién las ocultó? También allí se relataban las torturas infernales a que fueron víctimas los jóvenes masacrados en el edificio del Seguro Obrero: Vivos se les cortaron los dedos y los brazos para robarles los relojes y los anillos, se les asesinó a culatazos y azotando sus cabezas en los muros. Esto se halla descrito en el terrible libro del auditor militar Leonidas Bravo.    

Miguel Serrano”.

A propósito de las memorias perdidas de Vega, me di a mi mismo aquella noche la idea de buscar aquel misterioso documento. Me comuniqué para esto con familiares del viejo sacerdote, quienes desgraciadamente no guardaban material alguno en cuanto a manuscritos, libros y fotografías. Nada sabían de las memorias del nacismo. Aquella noche y sin haberme enterado hasta ese momento de la muerte de Serrano, decidí  reescribir aquel trabajo perdido. Era una tarea dura, ya que los libros eran escasos y mi relación con aquel viejo movimiento del año 30 era sólo de oídas. Sabía que un primo de mi abuela había participado en él y que mi bisabuelo Carlos Hurtado era un ferviente seguidor del Nazismo alemán.

En esos días yo trabajaba como periodista en el diario La Nación. Sumergido en el tedio del día lunes, en que después de la reunión de pauta se aprovecha de no hacer nada más que revisar correos, me dediqué a buscar datos en Internet sobre el nacismo y los días de juventud de Miguel Serrano y Roberto Vega. Las referencias eran pocas. Escasamente existían un par de artículos que  daban apenas atisbos de aquellas luchas perdidas en el año 30, en que Chile era gobernado por el León de Tarapacá, quien para restaurar el poder de la oligarquía dominante hacía uso de cuanto recurso tenía a su alcance.  Por supuesto las arbitrarias órdenes de Alessandri  rompían las más de las veces el límite constitucional, cayendo, como se sabe, en feroces atropellos y atrocidades.

Eran días cargados de sangre que transcurrían en un país polarizado entre la derecha económica y el Frente Popular liderado por el Radical Pedro Aguirre Cerda. El nacismo  era un movimiento marginal que al ver que no avanzaba, lentamente fue adecuándose en nuevos nichos  en un complejo proceso de cambios que desembocaron finalmente en una tragedia mayúscula que alteró para siempre la historia del país. Ellos, que apoyaban a Ibáñez, terminaron dando sus votos al Frente Popular, que gracias a esta ayuda  condujo al país al primer gobierno de centro izquierda en la historia de América Latina.

Como decía, dentro de los artículos revisados ese día, en que además me enteré de la muerte de Miguel Serrano, encontré uno escrito por un viejo periodista llamado Antonio Cabello, al parecer, como Vega Blanlot, también ex nacista. Al pie de página del escrito aparecía un teléfono y una dirección. El número no servía así que decidí ir personalmente a la calle indicada, que era en Avenida Perú, atrás de Recoleta.

 Entretanto la muerte de Serrano había hecho mella en mí.  A don Miguel lo había conocido y varias veces tuve la oportunidad de  caminar junto a él por el barrio cercano al cerro Santa Lucía. En ese camino me dijo varías cosas que sólo hoy comprendo.

Un de ellas: “Hombre, escuche lo que este bello paisaje tiene que decirle, escuche el silencio mágico de las cosas y del misterio. Mire sobre los cielos, desde las alturas para ver más allá, el mar y las nubes”.

Serrano tenía razón. Su carta al diario del sur,  el refrescante artículo del periodista Cabello y mi caminata hacia su casa ese día de la muerte de Serrano, me trazaba una senda  de inestimable valor para cualquier  buscador de lo maravilloso.

Recuerdo las veredas asoleadas, la enorme distancia entre cuadra y cuadra. La impronta mágica de los barrios y el ansia por encontrar datos sobre aquel pasado de la juventud generosa e idealista de 1938.

 Me imaginaba conversando con Cabello, mirando sus libros y preguntándole cómo había escrito ese artículo, a qué recuerdos íntimos había echado mano. Indagando de periodista a periodista.

 Desgraciadamente no fue posible. Al llegar a su casa me enteré que él había muerto hacía un tiempo.

Lo mágico o el silencio que había que oír en el misterio de las cosas se abrió,  entonces, como una puerta hacia lo inesperado de una aventura: aquella tarde me llamó por teléfono el hijo de Cabello. Conversamos sobre los días de su  padre en el movimiento nacista y me invitó a revisar entre sus papeles, ofreciéndome  en un gesto que hasta hoy agradezco con todo mi cariño, todos los documentos que pudieran servirme para escribir mi libro.

 Con esas viejas hojas se me abrió un nuevo mundo. Ahí había nombres y momentos vividos, había consecuencia y pasión. Antonio Cabello había sido un ex nacista consecuente con la sangre derramada por la derecha en el Seguro Obrero. Había sido un ferviente nacionalista y un opositor inclaudicable al régimen militar de Augusto Pinochet. Siempre combatió desde el Colegio de Periodistas a esa misma derecha que había asesinado a sus hermanos de generación.

Con su nombre surgieron otros: la viuda Thennet, que había perdido a sus hijos el 5 de septiembre, Cesar Parada, Oscar Jiménez,  Enrique Zorrilla, etc.

Fue así como puse manos a la obra y escribí nuevamente Memorias del Nacismo Chileno, pronto a publicarse. Esto se lo debo a Cabello y a Serrano.

Fue la carta de don Miguel la que me hizo empezar este trabajo que estoy pronto, después de un año, a finalizar. Un año que ha pasado duramente, en la soledad de la biblioteca, encerrado entre papeles que mágicamente fueron apareciendo con la predisposición del milagro.

 Cabello me dio la mística y la coherencia interna de poder escribir. Serrano me prestó algo de su pluma y escribió por mí algunos capítulos duros.   

Ha pasado un año de su muerte y estos días, como una rara señal, la tierra tembló. Extraña coincidencia. Es como si ese movimiento telúrico quisiera recordar las palabras del poeta mago, quien afirmaba que entre nuestra oscura conciencia y la derrota, entre nuestro motor anímico y nuestra montaña que se agita al ritmo de la muerte, existe un puente, una certeza psíquica que nos determina como chilenos.

 Su generación era una muestra de aquello. Los fantasmas de carne y hueso que siguieron viviendo y arrastrando por sobre el cadáver de sus mejores sueños y perores pesadillas la vida hacia delante.  Y es la historia de esos hombres, de la sangre de 1938, la misma historia cíclica de nuestro país, tan sacudido por la muerte.

Miguel Serrano era en este sentido un  profeta, un iluminado. Alguien que como Antonio Cabello y mucha gente de aquellos días, sentía sobre sí el peso de la sangre.

En estos momentos de  reflexión y dolor, en estos días gobernados por aquella misma oligarquía sanguinaria, hace tanta falta un Miguel Serrano y su loca lucidez.

 

 

 

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