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Serrano y Teitelboim: un diálogo interrumpido
Por
María Teresa Cárdenas
Revista de Libros de El Mercurio, Domingo 8 de marzo de 2009
"—A ver, Volodia, siéntate aquí al frente, ponte cómodo. Al fin, tú y yo tenemos que conversar alguna vez en esta vida", escribe Miguel Serrano en el cuarto tomo de sus Memorias de Él y Yo (1999). Pero Volodia Teitelboim no está presente. Serrano sólo se lo imagina y reproduce entonces "una conversación inexistente".
Convocados a un encuentro literario en homenaje al poeta Gonzalo Rojas, Teitelboim y Serrano viajaron en 1998 a la ciudad de Concepción. "Esto de Volodia se ha hecho ya una costumbre necesaria —escribe Serrano—. Lo invitan para 'disculparse'; como si dijeran: 'Si invitamos a un comunista, también podemos invitar a un nazi'". El último día del simposio, son los únicos que se quedan en el Hotel Araucano; el resto de los invitados parte de visita a Lebu, la tierra natal de Rojas. Se encuentran en el acceso del hotel y es entonces —cuenta Serrano— cuando piensa en invitarlo a conversar —"¡Ah, tantos años!"—, pero se arrepiente, cree que Volodia no hablará con la verdad. Y lo deja pasar.
Más de sesenta años antes de ese fugaz encuentro, dos jovencitos atraídos por la literatura se conocen en las tertulias que Vicente Huidobro organiza en su casa de la calle Alameda. Intercambian opiniones. Inician una amistad. Uno de ellos es sobrino del poeta creacionista y descendiente de una de las familias más tradicionales de Chile, en la que figuran sacerdotes y monjas; el otro, hijo de judíos ucranianos establecidos en Chillán, ha viajado a la capital para estudiar Derecho en la Universidad de Chile. También asisten Eduardo Anguita, Teófilo Cid, Braulio Arenas
Poco tiempo después, aquellos dos jóvenes remecen la escena literaria chilena. En 1935, Volodia Teitelboim publica, junto a Eduardo Anguita y bajo el innegable influjo de Huidobro, la Antología de la poesía chilena nueva, en la que se omite el nombre de Gabriela Mistral, Neruda es incluido sólo con algunos poemas, Huidobro se lleva la mayor cantidad de páginas, y, como si fuera poco, se reproducen poemas de los antologadores. No habían terminado de aquietarse los ánimos después de este "escándalo" cuando el otro joven lanza su propia bomba: la Antología del verdadero cuento en Chile aparece en 1938 e incluye textos, entre otros, de Carlos Droguett, Juan Emar, Braulio Arenas, Héctor Barreto y —cómo no— de Miguel Serrano. En su prólogo, Serrano manifiesta la incomodidad de esta generación del cuento —que según él ha dejado atrás a la generación de la poesía— con las condiciones en las que vive el artista en Santiago de Chile, "una vida de perro negro", de "vejaciones económicas y espirituales".
Tiempos de efervescencia literaria que coinciden con las convulsiones políticas y sociales en Chile y en el extranjero. La guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, la matanza del Seguro Obrero, el nazismo, el fascismo y el estalinismo dividen radicalmente las aguas y los dos jóvenes protagonistas de esta historia quedan en orillas opuestas. Para siempre. Aunque no dejan de observarse el uno al otro.
Tuve la oportunidad de entrevistarlos y de conversar varias veces con ellos. Y nunca dejó de sorprenderme cómo sus vidas, unidas por la juventud y la literatura, pudieron tomar caminos tan simétricamente paralelos. Cómo ambos abrazaron doctrinas condenables y que a estas alturas resultan obsoletas. Cómo los dos expresaron el amor a Chile a través del servicio público, Serrano como embajador, Teitelboim en el Parlamento. Grandes oradores, los dos combinaban la erudición con el lenguaje poético incluso en la conversación cotidiana. Y en gran medida, los dos perjudicaron al escritor en pro de sus ideologías. En una entrevista de 1996, Miguel Serrano dijo: "Sé que mi adhesión al nazismo me ha cerrado puertas. Yo lo sabía, pero si cortara eso, me estaría mutilando a mí mismo, porque no hay ninguna dicotomía entre mi obra, la que dicen puramente literaria, y mi manera de pensar. El Premio Nacional de Literatura, por ejemplo, me correspondía hace mucho tiempo. Pero sé que no tengo ninguna posibilidad porque no pertenezco al sistema. ¡A mí no me lo van a dar jamás! Se lo darían antes a Volodia, pero a mí no". Tenía razón, y en ese punto se diferenciaron. Volodia recuperó el tiempo perdido para la literatura no sólo escribiendo, sino dejando atrás la imagen del político estalinista duro, y obtuvo el Premio Nacional, después de varios intentos, en 2002.
El funeral de Eduardo Anguita —de nuevo la poesía— los reunió en agosto de 1992. Amiga y secretaria de Volodia por veinte años, Jimena Pacheco, lo acompañó y recuerda cómo al llegar al cementerio él le dijo: "Me voy a encontrar con Miguel Serrano y mañana vamos a ser portada del diario". No se equivocó. La fotografía de Miguel Serrano y Volodia Teitelboim junto al ataúd fue el más elocuente homenaje no sólo al amigo poeta sino a la Poesía, con mayúscula.
Uno en cada orilla, tuve la ilusión de poder juntarlos a principios de este nuevo siglo. No en un acto público, ya me habían negado los dueños del Libro Café de Bellavista, en 1999, y los organizadores de las tertulias Tobacco & Friends, en 2001, la posibilidad de entrevistar a Serrano. Sí pude hacerlo con Volodia Teitelboim. La "conversación inexistente" me dio la clave. Visité a Miguel Serrano y le pregunté si estaría dispuesto a hacerle diez preguntas a Volodia y a contestar otras tantas que él le hiciera. Le causó un poco de risa, como a un niño pensando en una pillería, y me dijo que sí. Y me confirmó el aprecio que sentía por ese Volodia que había sido su amigo y compañero de generación. En una comida de escritores se lo propuse a Volodia, y su negativa fue terminante, pero aun así le pregunté por qué. "Ha pasado mucho tiempo", me dijo, y su mirada fue triste.
Volodia Teitelboim murió el 31 de enero de 2008, a los 91 años. Miguel Serrano murió a la misma edad, el pasado 28 de febrero. Los dos dejaron sus memorias publicadas en cuatro tomos.
"Nos quedamos en silencio —escribe Serrano al final del diálogo imaginado—. Entonces, Volodia dice:
—¡Tú y yo hemos buscado lo mismo por caminos opuestos!
—Sí, totalmente opuestos, cósmicamente opuestos, por la eternidad opuestos...".