"UN OJO LLAMADO CACERÍA"
Poesía de
Marcela Saldaño
Piedra del Sol Ediciones.
Presentación crítica de Alejandra Bórquez Jaque
Santiago de Chile, 2009.
84 págs.
Por Eduardo Leyton-Pérez
www.poesianegra.cl.tc
Habiendo presentado el trabajo escritural de Marcela Saldaño en el pasado
número de Revista Poetas Curicanos en su sección "La poeta invitada", fué ella
misma quién se encargó de hacernos llegar su más fresca publicación, "Un ojo
llamado cacería", un volumen de prosa poética y poesía del cual ya había
ofrecido un adelanto en plaquette editada por Editorial Fuga. Una de las voces
más lucidas de la camada nueva de poetas capitalinos, Saldaño se ha dado en
reivindicar el arte grande de la palabra, la creación y el ejercicio de la "poeisis" como fin consecuencial de los actos y de la estética de la poeta; lleva la
elegancia de la imagen y del idioma hasta el fin de sus últimas consecuencias
desprovisto de arcaismos con la dialéctica lingüistica. Materialismo dirán los
mas bobalicones. No. En "Un ojo llamado cacería" la superposición del
discurso es una partícula insuperable. Las cimas cualitativas del texto y la
transfiguración desfilan ante el aterido lector de esta colección de profundas
prosas cavernarias; tan pronto como se sube a la panoptia de la figura, que
emerge de su fondo y que se desviste a cada salto de párrafo sin duda alguna
que se está en el goce de los sentidos literarios. El ojo, ese "ojo" furtivo al cual
no se le cae ni la más nimia de sus pestañas recorre pasadizos que pareciesen
enfermizos para los corazones no laicos, "laicos" como el afan de la santidad
poética. Si hubiese que caer abrumado por una especie de prosa-cine, "Un ojo
llamado cacería" es un cincuentero film épico dotado de un Olimpo poema a
poema, prosa a prosa. Se aplaude la poesía de Saldaño cuando en estos
tiempos, anti-míticos y anti-metafísicos, una poeta es capaz de devolver esa
esperanza perdida en el idioma a los lectores y aun así, a los propios poetas.
Ella devuelve entonces al príncipe que la secunda en todo momento y lo deja
instalado en su trono de señor. Y ese señor es el idioma, perfecto, perfectible,
venerado, auténtico pero ante todo honesto.
Salud, Marcela Saldaño. Que ese ojo no se cierre nunca y que fulmine con su
mirada primitiva al universo del que somos capaces de escapar, creando.